viernes, 1 de enero de 2010

Viajes y novelas

"A veces hace falta alejarse de las cosas, poner un mar de por medio, para ver las cosas de cerca” (Alejo Carpentier “Concierto barroco”)

Las novelas de viajes involucran varios ordenes de desplazamientos: el más evidente es el espacial, el segundo el del recuerdo y el tercero, el simbólico. En ellas nos aventuramos a mapas y caminos tan lejanos como profundos.
Pocas novelas trabajan este tema como “La modificación” (1957), de Michel Butor (Mons-en-Baroeul, 1926), claro ejemplo del objetivismo francés, o nuveau roman. Enrique Wernicke (Buenos Aires, 1915-1968), un escritor marginal, que había sido agricultor, titiritero y fabricante de soldaditos de plomo, anticipó sin embargo estas técnicas narrativas en su novela “En la ribera”, de 1945, publicada diez años después.
Seamus Stevens
Hay otras narraciones de itinerarios, como “La motocicleta” (1963), de André Pieyre de Mardiargues (1909-1991), “Los pasos perdidos”(1953), de Alejo Carpentier (1904-1980), y ”The remains of the day” (1989, edit. faber and faber), de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), escritor educado en Inglaterra. La Película de James Ivory (1993) (“Lo que queda del día”) guarda en su traducción, el sentido de la obra, cuya cronología es más compleja y cuya escritura presenta como rasgo saliente el planteo de un personaje (el mayordomo Stevens) vacío de sentimientos. Siempre se lo muestra desde afuera, y su discurso hace a la posición que ocupa, sin que podamos saber si debajo de éste, existe otro discurso que para el personaje permanece como algo imposible de expresar y que atañe a su propia persona. A diferencia de las otras dos, es una clara novela de personajes. La peregrinación de Stevens es en pos de esos sentimientos, en esa altura en la que una vida empieza a valorarse a sí misma por la esperanza de lo que resta por vivir, y por buscarlo en un momento mágico, aquel donde se encienden las luces de un espigón, para celebrar a la naciente noche. En esa secuencia, a diferencia de en la película (en la cual está con el personaje de Miss Kenton), dialoga con un anciano que luego le tiende un pañuelo. Es este gesto y no el narrador, lo que denota que Stevens ha llorado.
Por ese recorrido, discurre la tradición de su estirpe de mayordomos y las circunstancias políticas de la Inglaterra de la década del 20 y del 30 evocadas al momento de la narración (1956). Los seis capítulos coinciden cada uno con una jornada de su viaje, el que lo saca por primera vez de Darlington Hall y los raccontos van produciéndose en este recorrido.
Un erotismo lírico y ritual
“La Motocicleta” (Edit. Seix Barral), es, pese al discurso desde lo visual y los objetos, una novela lírica (“…mientras a su espalda los pinos superpuestos por la velocidad se acercaban en el espejo retrovisor como los muros de agua del mar Rojo tras el pueblo de Israel. Habiéndose desembarazado del imaginario faraón que, si hubiera querido perseguirla, habría sido tragado por la oscura ola…”, pág.17). Narra la carrera entre Haguenau, en Francia y Heidelberg, en Alemania, de Rébecca Nul para ir al encuentro de su amante, Daniel Lionart, en una poderosa motocicleta Harley Davidson, regalo de Daniel, en la que hallará la muerte al chocar con un camión con la esfinge de Baco pintada en la parte trasera: “El muro verde parece precipitarse a casi ciento treinta kilómetros por hora, y el Baco coronado de espigas llena por completo el campo visual de Rébecca…un rostro desmesuradamente sonriente va a engullirla, (y la contempla con infinita alegría, que es lo mismo que una tristeza sin límites), un rostro humano, o sobrehumano, el último y tal vez el auténtico rostro del universo” (pág.187).
Es una novela del movimiento, donde los personajes son más que nada fuerzas que mueven a la narración, de sensualidad, de recurrencias al amor físico como al oficio de un ritual, con la presencia velada de símbolos de muerte jalonando ese último viaje; entre ellos, el río infernal y ciertos anuncios, como una espectral estación de servicio, blanca y negra, que parece un mausoleo, en la cual un hombre de rojo invita a entrar a Rébecca. Ella ha salido de su casa muy temprano, sin reloj y casi sin dinero y en su recorrido busca, infructuosamente, tener una medida de ese tiempo extraño en el que fluye, que constituye a la vez su último tiempo de vida. En el propósito de demorar la llegada a Heidelberg (dado que es muy temprano), se detiene varias veces, en las que operan los raccontos de otros viajes y de su relación con Daniel. Es una obra de puro fluir discursivo donde se narra a partir de todo aquello que desfila en el movimiento, visto desde la motocicleta de Rébecca, o desde la Guzzi de Daniel, en la realidad de objetos, bosques y casas, la irrealidad del sueño, y la atmósfera sugestiva de otros lugares (la habitación blanca, la habitación encarnada, el hotel).
Roma eterna
“La modificación” (Edit.Cátedra) entraña una propuesta distinta y compleja, que de algún modo se corresponde con la edificación estratificada de Roma, donde las construcciones contienen antiguas estructuras anteriores y se sostienen en ellas.
Externamente, la acción narra el viaje de Léon Delmont desde París a Roma el 15 de noviembre de 1955, con el propósito de abandonar a su esposa (Henriette) y sus hijos, buscar a su amante (Cécile), y llevarla a París para vivir con ella. A la manera de la tragedia clásica, se divide en tres partes, y la unidad de tiempo y lugar está en que la acción transcurre en el camarote del tren, durante ese viaje de algo más de 23 horas.
A partir de esta propuesta, la obra (que usa de elementos psicológicos de un modo virtualmente funcional) se construye con un rigor absoluto. A cada final de capítulo corresponde la llegada a una estación. Al mismo tiempo, luego de cada racconto, la mirada del personaje se detiene sobre las cosas y el presente es narrado a partir de los objetos más insignificantes.
Ante el recuerdo del personaje desfilan sus anteriores viajes en el mismo itinerario: con su esposa, de luna de miel, con su amante, entre Roma y París, su próximo regreso del que lleva a cabo y uno futuro con Henriette.
A partir de una altura del trayecto, y especialmente de una secuencia de sueño, que se enuncia como un micro relato dentro de la narración, del que a veces es sacado por circunstancias del viaje, su propósito inicial comienza a quebrarse, hasta que decide renunciar a él.
La modificación entraña así una ironía: el personaje cambia su decisión pero a partir de que no puede cambiar las condiciones de la vida burguesa y de seguridad en las que se encuentra. Irónicamente modifica su decisión para no modificar su vida, con lo cual, la modificación aludida, en realidad no existe, es más bien una no modificación.
El personaje repara en los otros viajeros, primero como un recurso de la narración (objetivista) y luego para evitar pensar en el conflicto desatado por aquello que ha decidido y que, finalmente, no levará a cabo.
Lo que quizás define a esta no modificación, es la propia Roma, a la que todos los caminos conducen. Desde sus monumentos, desde los hallazgos del personaje, desde sus paseos, y desde esa presencia misteriosa, antigua y originaria, Roma impone un misterio poderoso y una atracción mágica, intemporal. En una obra que parece realista, el sentido de Roma es el de una eterna y fantástica presencia, tanto más fantástica porque proviene de un inescrutable y poderoso pasado.
Si él acabara por vivir en París con su amante, ella se encontraría desinvestida, despojada de ese carácter misterioso adjudicado por la ciudad eterna, y entonces, la vida con ella sería rutinaria igual que con Henriette.
El descenso
Al plano de lo simbólico (los objetos) debemos agregar el de lo mítico. Es una novela en torno al viaje mítico e iniciático. En el micro relato que narra su caída en el sueño, hay un descenso a las tinieblas donde el personaje encuentra a la sibila de Cumas (la misma que en “Yo Claudio” (1934) profetiza, por medio de versos cifrados, a Tiberio Claudio que será emperador y que en dos mil años, hablará con claridad, con lo cual, en el orden de la ficción, también profetiza la novela de Robert Graves (1895-1985), ya que el discurso de Claudio es justamente esa novela) quien a su vez conduce a Eneas a los infiernos: ”…porque nadie emprende un viaje como éste, tan peligroso, si no tiene unas razones muy precisas, muy meditadas y de mucho peso” (pág.255/256) le dice la sibila.
Léon Delmont lleva una guía azul de viajes, que termina por ser un símbolo de la guía de los descarriados y al final de su trayecto, también se propone escribir un libro (el que el lector acaba de leer). Vemos que tanto “Yo Claudio” como “La modificación”, profetizan su propia escritura, que ya está producida y en manos del lector.
En secuencias del micro relato, intercaladas en la acción de la novela, dadas paralelamente a la noche que Léon Delmont pasa en el camarote, es conducido hacia las regiones donde el barquero de los infiernos lo cruza en su nave, hasta atisbar la presencia fantasmal de un animal, la propia loba romana. Ha llegado al origen en ese sueño-descenso, oscuro y fantasmal. Nunca podrá ir más lejos
Ya no será el mismo al regresar. Nunca podrá volver a serlo.
Las cosas son una apariencia y bajo el mundo visible, se agita otro. Nuestro viaje, bien puede consistir en ignorar o bien en descubrir, porque todos, cada día, también emprendemos un viaje mítico a través de aquello que pensamos conocido, sin que acaso sepamos, sin que acaso podamos siquiera imaginar, la honda agitación de todo aquello que, debajo de nosotros o a nuestro alrededor, nos está deparando su poderoso mensaje.
Sólo nos percatamos de esas apariencias cuando alguna vez se produce una grieta, algo acaso brutal, inesperado que nos diga que ese mundo que pensábamos conocido y seguro, es sólo eso, una apariencia, la de algo en verdad mucho más accidentado e insondable.
Todos acaso descubriremos, o hemos descubierto, alguna vez, el verdadero rostro del universo “un rostro humano o sobrehumano” y “su infinita alegría, que es lo mismo que una tristeza sin límites”.

Eduardo Balestena

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