miércoles, 31 de marzo de 2010

Carlos Alberto Elbert (Narrativas no complacientes)


Carlos Alberto Elbert, es escritor, doctor en derecho y ciencias sociales, y un prestigioso criminólogo que lleva a cabo actividades en foros de distintos países. Ha hecho estudios e investigaciones en Alemania, dos veces becado por la Fundación Von Humbolt, es docente de la Universidad de Buenos Aires, director de la Colección Memoria Criminológica, de la Editorial B de F, y autor de numerosos libros y artículos sobre su especialidad. Ha sido defensor oficial y juez de cámara en la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal.
Ha escrito la novela El tratamiento en la cual, por un mecanismo de intriga, se revela, en una investigación, una historia cuya génesis podemos encontrar en los proyectos de pureza “racial” y social de corrientes positivistas, que se prolongan en la doxa de tolerancia cero hacia distintas poblaciones, que tan bien han plasmado autores como Löic Wacquant.
En el cuento, el manejo de un lenguaje nunca centrado en sí mismo sino en lo que quiere narrar sirve para plantear historias en las cuales existe una duda sobre la realidad, lo visible, sobre los vínculos entre las personas y donde, al igual que en la novela, el propio destino del mundo, como el de las relaciones humanas, es incierto, al consolidarse tanto su autodestrucción como la dinámica excluyente.
Su narrativa descansa en la precisión del lenguaje dentro de situaciones muchas veces absurdas, y rompe, en algunos trabajos, con convenciones del “buen gusto”. En uno de sus mejores relatos, el personaje atraviesa una surte de pesadilla en un mundo donde no puede asirse a nada, ya que todo se transforma aceleradamente, y que finaliza con una situación abierta, en un universo sin certezas ni posibilidades (acaso nuestro propio mundo).
Elbert ha novelado la destrucción y ha retratado un mundo donde no hay certezas. Al hacerlo, paradójicamente, consolidó una, la de un punto de vista y un lenguaje propio.
Los siguientes (Accidentes, El viejo y mi vida, y Mi amigo Juan), son tres de sus cuentos.

Accidentes

Carlos Elbert




1.- Noticia.

El número del canal de televisión luce, bien visible, en un cubo blanco, envolviendo al micrófono que el periodista sostiene ante su boca en constante actividad, mientras la cámara lo enfoca desde cerca.

- Esta es la esquina donde ocurrió el accidente - relata - con afectado tono de pesadumbre. Podemos ver las huellas del vehículo, y más adelante, en el suelo y en medio de un charco de sangre, a la víctima.

Se aleja, revoleando el cable, pero la cámara desvía su interés hacia el cuerpo inerte, tapado de apuro con unos diarios viejos. Se puede reconocer, bajo los papeles, a un hombre, con los brazos al costado del tronco. Tiene una pierna encogida, como de soldado marcando el paso. Conserva un zapato y los pies apuntan en una misma dirección, mientras el tórax se tuerce en sentido contrario. El cadáver está rodeado de flores pisoteadas, como si muerte y funeral lo hubiesen sorprendido al mismo tiempo. Las hojas de diario flamean de tanto en tanto, pero no se vuelan, probablemente porque quedaron adheridas al cuerpo con la sangre coagulada.
Un semicírculo de gente contempla el espectáculo, apretujándose para estar dentro del programa televisivo, como si sus imágenes crearan otra realidad y todos quisieran pertenecer a ella. Unos policías los sacan de escena, empujando a los curiosos para que no se acerquen demasiado al cuerpo. Las mujeres llevan bolsas con compras, los hombres miran absortos y fuman. Todos murmuran comentarios en voz baja, como en las charlas de velatorio, mientras una vecina explica el accidente ante el micrófono:

- Hace un rato que sacaron las señales. Creo que eran los de la luz, que estuvieron haciendo un trabajo subterráneo. Si se hubieran quedado un rato más, esto no hubiera pasado, porque justo en el lugar del accidente estaban los caballetes y las señales, desviando el tránsito. Sí, claro, habían achicado la calle a la mitad. Pero se fueron. ¿A qué hora? Y.... habrán sido las cuatro. Unos minutos después, este pobre hombre cruzaba la calle y tuvo que saltar, porque casi lo atropella uno que pasó en bicicleta. Claro, por eso no pudo ver el auto... y el del auto tampoco pudo esquivarlo. Frenó, pero ya no podía hacer nada; prácticamente la víctima se le puso adelante...

2 .- Monólogo.

Mirate a los ojos. Sí, ya sé. Nací para fracasado. Sergio, no tenés arreglo. Por más que te esfuerces, a tus proyectos se los lleva el diablo. Con todo, por momentos llego a creer que hago algún progreso. En definitiva, no es poco lo que conseguí, viniendo de un pueblucho insignificante, con padres que apenas si habían terminado la escuela primaria. Me tocó ser el boludo de la gran ciudad, por años. En esta vida, todo me costó demasiado, mientras otros nacían con el banquete servido. También están esos a los que siempre las cosas les salen bien, como por magia. ¿ En dónde fallaré ? ¿Seré muy retraído? ¿Me faltará inteligencia? No, no debe ser, porque no te habrían confiado este cargo. Y mal no te va. Los programas informáticos tampoco son para cualquiera. No, en el trabajo todo está bien. Pero claro, cuando pienso en Nora, eso me hunde. Ese es el problema principal. En definitiva, lo que aumenta mi sentimiento de fracaso es ella. Sí, Sergio, debés estar muy enamorado. O tenés una paciencia infinita, porque otro no habría aguantado esos desplantes. Es una tipa excéntrica, complicada, lo que se dice una mujer moderna. Pero ya son dos años de idas y venidas, siempre fastidiándote con exigencias: elegirte la ropa, lo que debés leer, las películas que hay que ver...como si me estuviera criando. Y cuando anda de mala onda, a desaparecer, porque no desea verme. Ni siquiera me deja llamar por teléfono. Tengo que tomar una decisión. Sí señor. Por favor...mirate la cara de inseguro. ¿ A quién pensás convencer? Nunca tendrás coraje para dejarla. Te tiene en sus manos. Sí, es verdad. Y eso es lo que me está enfermando. Me hace sentir un fracasado. Si tuviera fuerzas para plantarla de una vez. Pero no podés. No te animás, cobarde. No te animás.
De nuevo en lo mismo. Cada vez que me afeito termino mirándome así, como un imbécil, y diciéndome todas estas cosas.

3.- Ocasión.

Era imposible no verla. Su color amarillo restalla bajo el sol, en la esquina. Está como nueva y tiene accesorios interesantes. Los ojos ávidos de los adolescentes no se apartan de ella, salvo para escrutar en todas direcciones.
- Esa bicicleta está buenísima. Y la dejaron recostada en la pared, sin cadena ni candado. Vos fijate por aquél lado y yo controlo el bar, a ver si nadie mira. Si todo anda bien, silbame, que me subo y adiós.

4.- Ruptura.

Las palabras de Marisa repican en sus pensamientos, como un estribillo pegadizo, mientras espera el ascensor. Tiene los ojos fijos en el hueco, lleno de cables en movimiento, tentáculos que arrastran un zumbido desde las profundidades.

- Como lo escuchaste. Esto se acabó. Lo pensé bien y estoy segura de que quiero tomar distancia. En todo sentido. Por eso, la semana que viene me marcho a Canadá. Viviré con mi prima, que me ofrece un buen trabajo. Te pido que comprendas que ... es una decisión definitiva.

Se afloja el nudo de la corbata, transpira mucho y siente un reflujo ácido que le viene desde el estómago. El ascensor frena con un golpe seco, estremeciéndose ante la puerta. Ingresa y con un movimiento mecánico, como de brazo ajeno a su cuerpo, oprime el botón de la planta baja. La jaula arranca, entre juegos de luces y sombras, deteniéndose un par de veces. Ascienden otras personas, que se acomodan, llenando el espacio disponible. Para Arnaldo la situación es sofocante; no desea ver a nadie ni ser descubierto así, pálido, desconcertado y al borde de la náusea. Le molestan los desconocidos que lo comprimen dentro del espacio minúsculo. No tiene fuerzas para aparentar naturalidad, atrapado en una convivencia forzada, que le impide llorar, retorcerse por el piso, romper algo a puñetazos. No es un momento adecuado para ese descenso interminable y opresivo, parábola casi de sus sentimientos. Todo ha cambiado: antes, cuando venía a visitar a Marisa y compartir sus noches, no percibía a los demás como interpuestos en el camino. Tomar el ascensor era gozoso, un flotar en el espacio. Saludaba a todos, comunicativo, sonriente y hasta hubiese querido contarles de su dicha con Marisa; sí, ella, la más codiciada del edificio. Ahora, en cambio, se oculta con cobardía en la penumbra, deseando pasar desapercibido, mientras cuatro años de recuerdos se agrietan, crujen y estallan como vidrios apedreados, lanzando fragmentos que lo lastiman y quieren salírsele por los ojos. Es la felicidad trocada en vergüenza y pena, la desolación del abandono definitivo.

5.- Sentimientos.

No. Eso era distinto. Ahora estoy segura, ¿comprendés? Durante estos meses tenía muchas dudas, porque me parecía un hombre sin gracia, demasiado serio. Sergio es un provinciano, muy formal, anticuado y yo soy una mujer de ciudad. Más...más sofisticada. Me gusta la vida cultural, tener mis propios amigos: actores, músicos, escritores. Además, yo siempre quise un compañero para disfrutar de la vida y divertirme mucho, pero sin complicaciones ni conflictos. Por eso demoré tanto. Siempre preferí tener amantes de ocasión, antes que un tipo en la mesa, leyendo el diario, todos los días. Cuando te vas a meter en serio, nunca alcanza el tiempo para pensarlo. Tengo que reconocer que también me preocupaba su situación económica. No se hubiera sentido bien dependiendo de mí, como macho relegado. Pero al final, me convenció. Demostró que, realmente, era capaz: se esforzó estudiando informática, tocando timbres, mandando antecedentes, hasta conseguir ese cargo de analista de sistemas. Sí, le pagan bien, está ganando algo así como dos mil dólares. Ahora sé que no dependerá de mí y eso facilita mucho las cosas ¿No te parece? Además, el pobre, me tiene una paciencia...No conocí otro hombre que pudiera soportar todos mis caprichos. Y vos sabés que no soy fácil. ¿Que cuándo se lo diré? Mirá, ayer estuve a punto... Me llamó temprano y conversamos mucho. Todo estaba como para sugerir un encuentro , pero en ese momento me pareció que resultaría algo como...preparado ¿No te parece?. Lo que quiero es decírselo de repente, directamente, como en un arranque loco. No sé, tal vez en diez minutos, la semana que viene o en cualquier momento. Agarro el teléfono y le digo que lo quiero con toda mi alma y que venga a buscarme para contárselo. No frente una mesa servida, con candelabros, velas y todo eso. Quiero hacerlo a la tarde o mejor a la mañana, obligándolo a dejar la cama o el trabajo y a venir como sea; quiero que sienta que él es imprescindible en la otra punta del planeta, porque yo lo reclamo. Quiero ver cómo reacciona en esa situación imprevista. Si no me decido esta tarde será mañana, posiblemente. La intuición me va a indicar cuándo llegó el momento justo. Te prometo que en cuanto ocurra te llamo de nuevo para contarte, ¿estamos?


6.- Robo.

Estábamos sentados en el café de la esquina, discutiendo sobre fútbol, como todos los lunes. Juan no parecía muy interesado en la charla y leía una revista al lado de la vidriera. De repente nos interrumpió, tomándome del brazo con fuerza.

- ¡ Se están robando tu bicicleta! gritó, señalando a la calle y mirando a Matías.

Matías se paró como un resorte, tumbando la silla y corrió hasta arrimarse a la vidriera. Entonces, todos vimos al muchacho, trepándose en la Mountain Bike amarilla; después se lanzó a la calle, en diagonal. Estábamos petrificados, como mirando una película. El ladrón pudo esquivar un árbol, pero se topó enseguida con un tipo, que cruzaba la calle con un ramo de flores. Iban a chocarse seguro, pero el hombre dio un salto para esquivar la bicicleta. Matías abandonó el bar como enloquecido y entonces lo seguimos. Cuando llegábamos a la puerta, sentimos chirriar las gomas del auto y un golpe muy fuerte. En la calle vimos la escena del choque, mientras la bicicleta desaparecía, doblando en la otra esquina.

7.- Sorpresa.

- Sergio ¿Te sentís bien?
-Sí, si, es... es mi estómago.
- Estás pálido. Te pusiste así mientras hablabas por teléfono. Vamos, contame. ¿Algo grave ?.
- No, nada, nada ....importante.
- Vamos, no te creo ¿Somos amigos o no?
- Sí, claro, por supuesto.
- ¿Te dieron una mala noticia?
- No, por favor. Qué va a ser mala. Quiero decir...no era mala, pero es un asunto muy personal.
- Ahhh...¿Un asunto de mujeres?
- No.Bueno, sí...algo por el estilo.
- Ahhh, ¡ya me parecía que atrás del señor reconcentrado había un romántico!
- Bueno, no es para tanto. ¿Te puedo pedir un favor?
- Claro, hombre.
- Vigilame este programa un momento, que necesito ir al baño.

8.- Final.

Arnaldo llora sin gestos. Las lágrimas descienden por su cara con desgano. Mira la botella, borrosa como sus ojos. No tiene ánimo ni para seguir bebiendo. El whisky le quema la garganta sin darle consuelo. Juguetea con el vaso, hasta que se le escapa de las manos y rueda por el piso, sin romperse. Los cubos de hielo se deslizan como cisnes, alejándose airosos en todas direcciones. Uno se esconde bajo un mueble. Él lo mira desaparecer con expresión estúpida. Ya no importa el piso mojado, sino la proximidad de la muerte. Marisa se ha marchado por la mañana a Canadá. No resta esperanza alguna, y el vacío, la falta de sentido de las cosas, es insoportable. No le quedan proyectos; apenas un pasado que asalta y abruma en todo lugar, como una mala conciencia empecinada. No soporta que lo descubran así, obligado a mentir y ocultar la evidencia de su fracaso. Se matará sí, hoy mismo. Sólo le falta elegir el medio. No es capaz de soluciones cruentas. Quiere ser sorprendido por la muerte, pero despierto, para poder verle la cara. Necesita un accidente, pero piensa que pararse ante un tren o tirarse desde el balcón sería horrible. Tomará su auto en estas condiciones y lo lanzará a toda velocidad contra el tránsito, en la autopista. Ya antes había estado a punto de hacerlo, durante su última depresión. El vehículo y los demás decidirán todo. Tal vez el golpe lo desmaye y no sienta nada. Se levanta del sillón con dificultad, patea el vaso sin querer y busca las llaves del auto que descansan, ominosas, sobre un mueble.

9.- Emergencia.

- Peralta, ¿me hace el favor de atender ese teléfono de mierda? Me tiene repodrido.
- - Sí, señor Comisario.
- Denuncias, denuncias, denuncias. Toda la mañana, denuncias. Que me falta el perro, que hay un tipo raro que me sigue, que me robaron la billetera en el colectivo. Todo el día escuchando pavadas, como un psicoanalista. Tendrían que pagarme dos sueldos: uno como comisario y otro como asistente social. Seguro que ahora llama uno que perdió la llave y no puede entrar a la casa.
- Comisario....
- ¿Qué hay?
- Me parece que es importante. ¿Atiende?
- ¿Qué pasa?
- Un accidente.
- Qué me importa.
- Es que hubo un muerto.
- Caramba. Dame. ¿Hola? El Comisario Rosales habla. ¿Dónde fue? Ah, aquí cerca. Estamos a diez cuadras. ¿Cuándo? ¿Y recién ahora me llaman, pedazo de inútiles? Bueno. Está bien. Ya vamos a hablar de esos problemas. Sí, salgo enseguida para allá. Por fin pasa algo interesante que me saque de esta oficina.

10.- Revelación.

Nora busca, desesperada, hasta verlo sobre la cocina. Atrapa el paquete exangüe, como estrangulándolo y clava sus dedos adentro, para sacarle algún cigarrillo. El envoltorio gime acordes de papel común, plata y celofán. Finalmente, pellizca un último cigarrillo y se lo lleva mecánicamente a la boca. Lo enciende y parece establecerse una pausa general. Su respiración, sus pensamientos, el cuerpo, el gesto quedan estáticos, como en pose, hasta la exhalación de una larga columna del humo azul y las tensiones interiores. Acaba de colgar el teléfono. Finalmente, movió su pieza decisiva: decirle a Sergio lo que siente por él, reclamándolo inmediatamente en su casa. Ahora sólo resta esperar.

11.- Interrupción.

En la radio, entre descargas eléctricas y zumbidos, resuena la voz del capataz:
- Escuchame, García, ¿Me oís?
- Si, te escucho.
- Se nos acabó el estaño.
- ¡Qué macana!
- ¿Vos no tenés algunas barras en tu caja de herramientas?
- Esperá un poco, que me fijo. No, lo siento viejo, no me queda. ¿Qué hacemos? ¿Mando a comprar?
- No. No quiero quedarme una hora metido acá abajo. Este pozo apesta.
- ¿Y entonces?
- Mejor subimos y volvemos la semana que viene. Todavía hay que instalar tres conexiones en el centro.
- Bueno, si te parece. ¿Qué hago? ¿Junto todo?
- Sí. Andá metiendo las herramientas y las señales en la camioneta. En diez minutos estamos arriba y nos vamos.
- Okey.


12.- Gloria.

No lo puedo creer. Tanto tiempo esperando esto, para que se venga a dar así: de repente, en plena mañana. en medio de un día de trabajo de los peores. Y ahora colitis. Encerrado en el baño para paladear mi felicidad. Como siempre. Como si tuviera que vivir mis logros como una cagada. Pero se me dio. Finalmente se me dio. Es el mayor triunfo de mi vida, que ella...justamente ella, se haya dignado a llamarme para decírmelo!. No lo puedo creer. Y yo pensando que era hora de tomar distancia... Es que el fracaso parecía cantado. Dios, que retortijones. Ni que me hubiese estado alimentando con purgante. Pero qué placer. Al fin, Sergio Leal, sos alguien. Podés sentirte digno de que te quieran. Bravo muchacho. Esto es de todo: alivio, triunfo, felicidad. ¿Y cómo hago para ir ahora? Ya sé. Aprovecho lo de la diarrea y pido permiso por unas horas. O hasta mañana, qué joder. Me lo merezco. Después de todo, es el día más importante de mi vida. Voy a llevarle bombones. No, con el estómago así, no voy a poder comer. Flores. Le llevo un enorme ramo de flores. Bravo, Sergio ¡Como te quiero!

13.- Epílogo.

-...y entonces, la víctima saltó para esquivar al de la bicicleta y el auto lo agarró de lleno. Lo tiró como diez metros para adelante. Debe haber muerto en el acto.
- ¿Hay huellas de frenado?
- - Sí , señor comisario.
- ¿Llamaron a los peritos?
- Sí señor.
- No se olviden de hacerles sacar fotos de todo: cadáver, frenada, y al auto desde los cuatro costados.
- Sí señor.
Rosales mira unos instantes el frente del moderno automóvil, atravesado en la calle. El capó está hundido y el parabrisas totalmente astillado, con un tenebroso rastro de sangre en la parte superior.
- ¿Dónde está el conductor?
- - Lo tenemos en el bar señor. Pero no puede hablar.
- ¿Por qué?
- Está muy raro, como perdido. Parece haber tomado bastante y habla incoherencias. Dice que él debió morir y que esto es una injusticia. Repite siempre lo mismo.
- No se olviden de hacerle sacar sangre para la pericia . ¿Identificaron a la víctima?
- Sí señor, aquí está la cédula.
- Sergio Leal, soltero, treinta y ocho años. Pobre tipo. Tenía toda la vida por delante. Tome. Guarde bien la documentación y cuando terminen los peritos llévenlo a la morgue. Me vuelvo a la seccional porque acá no queda nada por hacer. Hasta luego.
- Hasta luego, señor.

El patrullero se aleja, raudo, del lugar. En el asiento trasero, Rosales enciende un cigarrillo y decide que se meterá en un prostíbulo por un par de horas. No sabe por qué, pero siempre le pasa lo mismo: la presencia de la muerte lo estimula sexualmente.

El viejo y mi vida

Por Carlos Elbert

Es legítimo preguntarse por qué tuvo que ser justamente él quien dispusiera de mis momentos, tomara las decisiones finales y me enmarcara en una especie de cuadro sinóptico, una simplificación que ignora los detalles de gran intensidad , porque los consideró superfluos.
En mi infancia, cuando mamá falleció y me mandaron al internado, sufrí tanto, evocando entre lágrimas la casa, los amigos del barrio, y mis cosas, que me propuse no olvidar esos momentos, soldarlos en mi memoria, para poder disfrutar luego más aún de la libertad que me llegaría, tarde o temprano. Admiraba, desde las ventanas enrejadas del internado, a aquellos adolescentes airosos y petulantes, engominados de terciopelo, que se paseaban, seguidos por la estela perfumada de sus cigarrillos. Era la expresión máxima de transgresión adolescente en aquél tiempo, cuando sólo los adultos detentaban autoridad, carácter, derechos y los más jóvenes trataban, apenas, de parecérseles, sobreactuando el machismo con un escaso repertorio de desaires al orden vigente. El viejo me borró esos recuerdos, reducidos hoy a vaga nebulosa. Poco quedó de aquél contraste entre libertad y encierro, pretendido leit -motiv de mi esforzada transición a adulto.
Cuando, finalmente, tuve la adolescencia en mis manos, cometí todas las ansiadas locuras imaginables que, por supuesto, el viejo reprueba, pretendiendo que me causen culpa y arrepentimiento. Todo lo que viví y todas aquellas ideas con que me había embanderado ardientemente han sido - sin excepción - menospreciadas. Sin embargo, creo que lo más duro es su negación de mi vida sentimental. Un ejemplo fue aquella pasión por Gabriela, de quien me enamoré como Werther, hasta hacerme barajar seriamente la posibilidad de suicidarme. Pese a mis efluvios hormonales adolescentes, no me atreví - ni por un instante - a admitir nuestra atracción física, a imaginar en ella una criatura de sangre caliente, poseedora de ese espacio de pecado y envilecimiento llamado sexo. Mi idealización llegó tan lejos que, tras perderla, jamás supe si realmente me quiso; simplemente porque nunca me atreví a besarla, para no mancillarla. Aquella búsqueda confusa, dolorosa, de mi identidad y autoestima quedó descalificada, ya que, más tarde, él juzgó mi proceder como masoquismo, amor enfermo o desperdicio solitario de la afectividad. También se permite recordarme, cruelmente, la imagen de "lo que quedó de ella hoy"; claro, él no puede imaginar lo que podríamos haber compartido, durante nuestra fresca juventud, si hubiese tenido el coraje de cruzar los límites de lo espiritual, simplemente abrazándola. Aquellos, mis sentimientos fantásticos e irrepetibles, fueron degradados a la categoría de un amor fou , condenados como mera circunstancia coyuntural de mi evolución hacia el adulto, como experiencias de segunda clase. Sin embargo, las sensaciones de aquella noche, en la que me enamoré, bailando al compás de un delicioso clarinete, entregándome más tarde a la contemplación de la luna durante horas, ocultándola apenas con la niebla del humo que le soplaba, fumando gozosamente, acostado sobre el techo de chapas del garaje, resultaron únicas. ¿ Qué podría ser comparable, en materia de intensidad en los goces de la vida, con esos minutos fuera del tiempo, paladeando mi enamoramiento, frente a la pantalla gigantesca y perfecta del firmamento, como un navegante solitario del espacio? ¿ Cuántos momentos tiene la vida que permitan sentir la posibilidad de trascenderla, flotando sobre sensaciones comparables a volar en una alfombra mágica?
¿ Cómo es posible que aquello sea una tontería para el viejo escéptico? Claro, como ya no tiene acceso a lo romántico, ni la esperanza de tenerlo, ridiculiza mis vivencias... ¡ reduciéndolas a desperdicio de tiempo, a riesgo de afecciones pulmonares o a falta del sentido de la realidad...!.
Un buen día me recibí y obtuve el diploma. No importa de qué me recibí, porque lo interesante era la medida en que aquél diploma me atormentaba. Completé esos estudios por la exigencia paterna de que una descendencia digna de él, poseyera galones universitarios. El hecho es que lo conseguí y la alegría de mi viejo por “haberle cumplido” logró irritarme hasta el desprecio. Pero ni siquiera en aquello que fui capaz de abominar, respetó mis sentimientos originales. En las tertulias con los de su edad sostiene , muy suelto de cuerpo que, después de todo, el diploma me pertenece en buena ley. No le importa mi repudio visceral. ¿No podría acaso reivindicarlo como mero gesto rebelde? No señor. Lo ignora.
Es verdad que comparto su aversión por las experiencias que todavía me avergüenzan y que hubiera evitado, de haber poseído esta madurez actual. Pero, ¿ no es acaso un derecho legítimo de cada ser humano el de crecer mediante los errores? ¿ Qué valor tiene la sabiduría del que ya no va a errar? ¿ Dónde está la sal de la vida de quien ya completó su círculo? Tal vez pudo tener interés cuando los ancianos eran consejeros de la tribu, pero hoy...
¿ Quién presta atención a un viejo como él ?
Resulta que ahora tampoco le interesan mis esfuerzos para hacerme un lugar en la carrera profesional. Aquellos años de luchar solo, de pelear duro, compitiendo, sometido a angustias y privaciones que se fueron multiplicando, inevitablemente, con los llamados compromisos de la vida: Familia, hijos, instituciones sociales, créditos bancarios difíciles de pagar... Por cierto que hoy todo aquello es casi anécdota, comparado con la muerte de Valeria. Fue la reproducción de lo vivido en mi infancia, el pánico de la soledad en la vida y los hijos sin madre, que temía no poder educar como era debido. Allí empezó lo del alcoholismo, que, reconozco, dañó tanto la crianza de mis chicos. Sin embargo, quiero recordar que, finalmente, me sometí a la espantosa terapia de noches infernales de delirios, vómitos y horror en aquél instituto, hasta sentir el rechazo visceral de mi organismo de hoy, incapaz de desear más que agua para la sed. ¿No es esto un mérito? ¿Cuántos lo logran? Como no fuera en el alcohol, ¿ donde podría haber encontrado fortaleza y consuelo, en medio de tanta miseria interior? Nadie tiene la obligación de nacer fuerte y templado frente a las dependencias. Unos beben, otros se inyectan, algunos fuman, otros se entregan a los excesos de cualquier tipo. Yo me limité a beber ; sé que fue lamentable, pero pasó. Incluso, creo que ya fue olvidado, porque nadie volvió a enrostrármelo. Salvo él, claro, sosteniendo, tan suelto de cuerpo, que mi vida pudo tomar rumbos mucho más positivos, de no haber quedado tanto tiempo revolcándome en la pena, la culpa y la autocompasión. El cree que somos mecanismos de relojería, capaces de programar nuestras reacciones para un determinado efecto, como si lo anímico fuese un susurro del viento, que pasara de largo sin afectarnos. Precisamente, haber eliminado la causa no eliminó el efecto: perdí el trabajo y todas las oportunidades , a medida que se nos fue dando de baja como trastos, radios a galena o ventiladores de paletas rotas, que traspusieron el límite de sus servicios aprovechables .
Mis años sin esperanza, sin sueldo, sin alcohol y sin fuerzas resultaron un infierno peor que la cura antialcohólica. Se acabaron los amigos, los vecinos, la posibilidad de conseguir afectos sinceros. Los hijos se marcharon a cuidar sus propios hijos y a luchar por la llamada subsistencia. No le deseo a nadie el tránsito por este agujero negro de la vida, de la jubilación simbólica, ridícula, que me fue alejando del cine, el teatro y hasta de derrochar agua afeitándome, en medio de una vida mediocre, totalmente gris.
Ahora contemplo mi álbum de fotos, matando las horas en la interminable espera de este asilo, donde mi presencia es ( nada menos que ) un favor, arrancado por mi hijo a sus amigos, los políticos.
No debe haber algo más deprimente que mirar un álbum con las fotos de toda nuestra vida. Ahí nos vemos, en la clásica de la cola al aire, o en los brazos maternos o exhibiendo el rostro angelical de la primera comunión; luego los primeros amigos, el cumpleaños del gordito aquél que, quien diría, iba a morir tan joven. El último grado de la primaria, cuando los maestros eran señores respetables que vestían guardapolvos bañados en almidón. Luego vienen las de la secundaria, los primeros bailes, alguna novia, la fiesta de graduación, el viaje de estudios, el servicio militar, excursiones, matrimonio, hijos, nuevas graduaciones, nietos, y los familiares que fueron muriendo a lo largo de nuestra vida. Apoyando el álbum sobre una mesita para que no tiemble en mis manos, paso horas recreando las situaciones que están encerradas en esas escenas, bien llamadas instantáneas. Ahora pude comprender cabalmente que la vida es, apenas, una sucesión de esos instantes a los que, ingenuamente, pretendemos atrapar cuando apretamos el disparador. Ahora, con tanto tiempo disponible, dedico días enteros a la contemplación de una única fotografía. Con la ayuda de una lupa, estudio los detalles más minúsculos que se esconden en los rincones, en las sombras o en los personajes anónimos; esos que desfilaron casualmente por detrás de los centros de atención de la imagen. Claro, ya conozco casi todas las fotos de memoria y por eso, para no aburrirme, decidí poner las imágenes en movimiento, permitiendo que cada uno de los protagonistas que integraron mi vida pudiera defenderse y expresar sus sentimientos, sus dolores, sus esperanzas, tal como fueron, con la intensidad exacta de las vivencias de entonces, de esa escena detenida, a partir de la que vuelven a actuar. Por supuesto, ellos no tienen el debilitado pesimismo de este viejo que soy y que ya no puede protagonizar cada eslabón de su propia cadena.
Siempre creí que el ocaso de la vida era el momento de la sabiduría, el instante en el cual la contemplación de lo realmente ocurrido permitiría dar el veredicto final. Ahora comprendo que me equivoqué, que cada eslabón se cierra en sí mismo y que la posterior unión de todos es una mera circunstancia biológica. Por eso me entretengo así, dejando opinar a mis seres diversos y contradictorios, que protagonizaron las secuencias de mi vida. Dejo que me enjuicien, reivindiquen sus gozos o revivan sus penas, más allá de los prejuicios y aprehensiones sociales que este viejo sin valor fue asimilando, hasta detentar lo que es, apenas, el residuo de una vida. Al fin he comprendido que si hubiese muerto al final de cualquiera de esas secuencias; por ejemplo, cuando planeaba suicidarme por amor, mi yo de ese momento, habría decidido la eliminación de todos los eslabones subsiguientes. Aquél adolescente habría eliminado al viejo que hoy le dirige reproches y burlas, pero cuya vida fue construida gradualmente, por toda esa galería de personajes que ya no volveré a ser. Gracias a esos reproches – los de cada uno de quienes están hoy integrados en mí - he llegado a respetarlos, aceptando que, verdaderamente, sus momentos y circunstancias fueron otras, que se diluyeron en la historia, concentrándose, apenas, como representaciones visuales, incorporados a fotos, dibujos, objetos.
Tienen razón, queridos míos, este viejo no puede desconocer los méritos y dificultades de cada uno de ustedes y admito que me hicieron interpretar la felicidad de los instantes resecos que ya no siento. Créanme: a partir de ahora, no será este viejo quien los juzgue. Gracias por dejarme compartir sus vidas, cuando puse en movimiento los instantes en que sus imágenes quedaron atrapadas. Les pido que me lleven con ustedes a ese mundo petrificado en imágenes, porque el final es mucho más triste y vacío que esas secuencias que alguna vez protagonizaron. Mañana por la tarde abriré nuevamente el álbum, dejaré al viejo recostado en este sillón, y los convocaré, solidario con ustedes, comprensivo con todos los fracasos, gozoso de soñar como aquél adolescente ingenuo y romántico , volando en la alfombra que nos conducirá , ahora, a ese sitio inquietante, más allá de la luna, donde quedaremos definitivamente reunidos.

Mi amigo Juan

Cómo lo quiero a Juan. Es el tipo más sensacional que he conocido. Haría cualquier cosa por él y jamás permitiría que nadie lo perjudique; más todavía: prefiero que me dañen a mí antes que a él. No puede esperarse otra cosa después de tantos años juntos, en la primaria y la secundaria, cuando compartimos el banco, los buenos momentos y las tristezas; el fútbol y las picardías de adolescentes. Pero lo que más nos unió - sin duda - fueron las andanzas con mujeres. Sí , hemos sido muy mujeriegos. Ahora ya tomamos la vida más formalmente. Total, ya las hicimos casi todas; creo que no nos quedó tugurio diurno o nocturno por conocer. Y siempre inseparables. Recuerdo que hasta lo hicimos en el mismo dormitorio con algunas amiguitas. Y que intercambiábamos los teléfonos de nuestras locas, para compartirlas: un fin de semana cada uno y después a contarnos todo, con lujo de detalles. Era como tener un confidente, un evaluador de las propias aventuras, un juez imparcial, inobjetable y fiel. Mediante nuestro sistema de cruces informativos aprendimos a conocer las malas artes de las putas con las que nos divertíamos. En fin, ahora, más allá de los treinta, sentamos cabeza. No sé si llegaremos a algo tan complicado como el
matrimonio, pero, por lo menos, mantenemos parejas estables. Por eso, y por nuestro pasado, debo advertir a Juan sobre lo que sé; le voy a contar todo, como en nuestros mejores tiempos. Este problema empezó con un encuentro casual, tras un largo tiempo sin vernos, a causa de mis viajes de negocios al interior. No lográbamos arreglar un encuentro, aunque mantuviéramos los contactos telefónicos. Así fue como nos informamos de nuestras nuevas parejas, y hasta proyectamos compartir alguna cena con ellas. Yo quería presentarle a Zulma y él a su Mónica, pero lo postergamos una y otra vez, hasta el día en que acompañé a mi novia hasta el banco donde trabaja y allí nos topamos con Juan y su compañera, ubicados en la larga fila , para ingresar cuando abrieran. Fue una situación incómoda, en el frío de esa mañana, estando todos escasos de tiempo y sobrados de ropa. Zulma saludó, apenas con unas palabras, se disculpó y entró a trabajar, mientras yo acompañé a mi amigo y a Mónica, (que en ese momento me fue presentada) por unos minutos, en la calle. La mayor parte del diálogo y la más eufórica, llena de códigos secretos, la mantuvimos Juan y yo. Ella quedó de lado, como una imagen fuera de foco. No pude estudiar bien su aspecto, tal vez porque el gorro y la bufanda le ocultaban un tanto las facciones. Sin embargo, mientras Juan me hablaba, yo sentía que ella irradiaba algo. Pese a las pocas secuencias en que pude contemplarla, percibía algo, instintivamente, como los perros que olfatean desde lejos a la hembra. La charla fue superficial, llena de generalidades corteses que renovaron el proyecto de un encuentro para cenar, o tomar algo en grupo. Pero la presencia de ella quedó circulando por mis venas como algo que tendría que digerir con más tiempo. Tras la despedida, el encuentro quedó en mi memoria como las secuencias simples de cada día, cuando la atención se centra en un punto - digamos - la ventanilla y el boletero, mientras lo que pasa por los costados se percibe como una nebulosa.
Tuve que pensar mucho. Recreaba constantemente el encuentro, abriendo más y más el angular para incorporarla a ella y dejar a Juan en segundo plano. Y ella se me hacía cada vez más familiar. Hasta su perfume me había quedado estampado en la memoria. ¿O sería que se trataba de un perfume que ya conocía? Entonces se me hizo la luz: ¡Si señor, la conozco! Y ahí, todo se hilvanó rápidamente: había sido en uno de mis viajes a Mendoza, un par de años atrás, cuando un colega de trabajo, con el que compartíamos la habitación del hotel, me arrastró a un cabaret de mala muerte, en el que algunas mujeres hacían streap – tease y convenían citas. Por no dejarlo solo accedí. En el local, mientras me aburría, mi acompañante se prendaba de una de las “artistas”; tanto, que la invitó a nuestra mesa, mozo y propina mediante. Al rato, la tipa estaba abrazada a su cuello, instalada sobre sus piernas y besuqueándolo. Me sonreían de tanto en tanto, logrando ponerme más y más incómodo. Yo conocía demasiado ese juego y - además - me sentía cansado, sin ánimo para aventuras (y menos ajenas). El generoso propósito de dejarlos solos fue el pretexto ideal para despedirme y regresar al hotel.
A la mañana siguiente, mi colega dormía como un tronco y la habitación apestaba a ese perfume que llevaba la mujer de Juan. ¡Ahora había superpuesto las fotografías! no cabía duda: ¡ Aquella alternadora del cabaret de Mendoza... era Mónica! Como si con lo fisonómico fuese poco, recordé, además, los espectaculares detalles de la aventura sexual con la tal Mara, que mi colega relató minuciosamente durante nuestro vuelo de regreso.
No tuve que dar muchas vueltas para decidir que Juan debía enterarse de todo. Sé que muchos me habrían aconsejado un piadoso silencio, pero yo considero que nuestra amistad está por encima de lo que, para el común de las gentes, es una conducta “normal” o “adecuada”. Por eso estoy aquí ahora, sentado en un bar, esperándolo, para darle la cruda novedad. Tal vez le duela, pero me lo agradecerá. Comprenderá que se trata de un gesto como los pactos de confidencia de nuestra juventud.
Lo veo llegar, agitado y pálido. Nos saludamos y pedimos café, para ir enseguida al grano. Le explico que lo cité de urgencia, porque el tema es importante, pero me interrumpe. Perdoname - justifica - pero lo que debo decirte yo, seguro que es más urgente. Y entonces me cuenta que, durante el encuentro en la cola del banco tuvo que disimular - y luego pensar mucho - hasta que, haciendo honor a nuestros viejos hábitos, se decidió a contarme todo. Toma aire y me zampa que ya conocía a Zulma, porque una vez, por un aviso en un diario, contrató sus servicios como “acompañante VIP”. Lo dijo todo de corrido, como quien vomita. Ahora, más calmado, revuelve un bolsillo y saca un papel plegado, al que desdobla con delicadeza. Lo ha copiado de Internet, y me lo alcanza. Allí está Zulma, sonriente, posando desnuda sobre un tapado de piel blanco.

lunes, 29 de marzo de 2010

Enero



Sara Gallardo (1931-1988), que provenía de una familia tradicional, perteneció a una generación de mujeres por primera vez volcadas al periodismo, además de a la literatura, y produjo obras de diferentes estéticas. Enero fue su primera novela, que escribió a los veintitrés años, y que fue publicada por primera vez en 1958. Narra la historia de Nefer, la hija de 16 años de un puestero de estancia, que ha quedado embarazada.
Al optar no por una historia de aprendizaje ni de contenidos morales se establece un corte con las novelas que tradicionalmente abordaban al campo como escenario. La historia de Nefer es, a diferencia de ello, una épica silenciosa y solitaria que, elípticamente, aborda las relaciones de sometimiento del medio rural.
El borde de las palabras
Ya el nombre enero alude no a la época de vacaciones sino al calor bochornoso. El título es de por sí una suerte de negación. Es un tiempo robado, el de un ocio que no existe.
El personaje se muestra no por lo que dice ni por lo que hace sino por lo que siente, pero se encuentra imposibilitado de mostrarlo a otros. Así, al par que el narrador desecha las descripciones extensas y los desarrollos discursivos se vale de lo que Nefer intuye que hacen los otros personajes, aquellos que la fuerzan a llevar a cabo distintas acciones.
A Nefer le es impuesto lo que otros deciden en circunstancias apenas verbalizadas, que no necesitan serlo porque constituyen relaciones de poder y dominación muy claras. Ella ve a su madre hablar con la patrona para “resolver su problema”. Oye voces escondida bajo la copa de un árbol; voces y encuentros adivinados, sonidos parciales, aquellos restos de las palabras veladas que deciden su destino: “Quiere oír sin ser vista la voz de su madrina como un borbotón agrio, la de su madre vuelta meliflua....Pero no hay voz de cura y la cocina está callada. La patrona dice de pronto:-¿Y qué opina del tiempo? ¿Lloverá? Alguien contesta algo. Otro silencio.” (Enero, Los recobrados, biblioteca de Abelardo Castillo. Capital Intelectual, 2009, Cap. X, pág.94).
Esta idea de plantear en un contexto opresivo las alternativas del personaje desde lo no verbal, o desde aquello veladamente verbal es muy distinta a la versión idílica del campo como espacio de libertad y aprendizaje.
En Enero, el acceso a la realidad es parcial y fragmentario. Cuando el personaje aguarda una definición crucial sólo escucha una frase sobre el tiempo: lo crucial para ella está ya decidido y no hace falta decirlo, pero ella no puede saber qué es. El mundo de claros mandatos es a la vez inescrutable: el personaje está situado sin herramientas ni para discernir ni para actuar sobre lo real y no es reconocido como alguien que pueda decidir por sí mismo su destino.
Otra frontera de lo verbal está planteada en la antológica descripción de una misa: Nefer, con la angustia de sentirse obligada a revelar su secreto, ignora lo que el sacerdote está preguntándole y al pretender confesar su “pecado”, él ya está con otra persona. No hay posibilidades reales ni de decir ni de ser oído. En este sentido hay un manejo doble: al par que el padre predica de un modo, actúa de otro: ”¿Quién de nosotros, en un momento de dolor o angustia no recurriría a su propia madre o a su propio padre para pedirle auxilio? ‘Padre mío, papá, me pasa esto, tengo esta dificultad…mamita, ayúdame en esto’ ” (Cap.VI Pág. 64). En otro fragmento: “…Dice lentamente, disimulando palabras flojas, ¿Pero le habla el cura? ‘ ¿Cómo dice, Padre?’ ¡Ah, no!, reza. Ella sigue: ‘y prometo…fir…me-mente…’ –Bueno -dice el cura-, vaya en paz y que Dios la bendiga ¿Irse? ¿Cómo? ¿Y lo que ella tenía para decir?...Padre…- pero no hay nadie.” (Cap. VI. pág. 62).
El lenguaje de la misa es también ajeno: “Nefer se inclina para rascarse un pie. Sabe que su familia, lo mismo que ella, naufraga como en todos los sermones entre palabras inauditas…creyendo comprender algo hasta distraerse definitivamente en sus propios asuntos.” (pág. 65).
El tiempo
Otro de los elementos trabajados es el tiempo, que se alterna entre el lineal (desde el comienzo en que Nefer alude al embarazo hasta el desenlace), la recapitulación en la cual, al inicio, introduce el tópico del embarazo:”Bueno resultó el casamiento de la Porota, cuando empezó su desgracia.” (Cap. I, pág. 16); y, en el primer párrafo de la obra, el que es indeclinable de su avance: “Hablan de la cosecha y no saben que para entonces no habrá remedio –piensa Nefer-…’va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer’. “ (Cap. I, pág. 13) Este último existe en tanto existe su secreto. Es un tiempo interior, no manifiesto y marca una ruptura entre Nefer y el resto de los personajes pero, más que nada, marca el angustiante transcurso de una subjetividad que es plasmada no en las palabras sino precisamente en este transcurso: “Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos que el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse, porque el hombre es un pobrecito que no puede levantar el cuchillo y decir: no quiero más días, sin decir: no quiero más hombre…Porque los días son como una tropa sin fin pasando una tranquera.” (cap. VI, pág.59) La novela empieza y termina con la imagen de la cosecha y su ciclo inexorable.
El transcurso es la marca de la introspección y la angustia, y no se puede renunciar a él, sería renunciar a la condición humana; pero el tiempo invade y apremia, llena las tardes de urgencia y es incontenible, como una tropilla. Ese paso marca para Nefer la pérdida de la posibilidad, un brusco paso hacia la adultez.
Un mundo fragmentado
El campo se hace absolutamente visible pero no a partir de grandes descripciones sino de la percepción de cosas puntuales: “El camino es una inmensa lengua desierta. Nefer mira su sombra galopando por el suelo, corrige su posición, muda la postura del brazo, tuerce la cabeza…El sudor va estriando el anca del caballo y comienza a bajar a las patas.” (cap. III, pág. 36). La narración avanza por la descripción objetiva de hechos y detalles, pero el efecto que producen reside en la circunstancia en que se llevan a cabo: “Cuando llega a la tranquera desmonta y descorre el áspero palo que un alambre traba y ha pulido a fuerza de roce.” (Cap. II, pág. 28). No ve a la patrona, escucha su voz, ve sus zapatos, una mano con dos anillos sobre su pecho gordo. El narrador nunca va más allá de lo que perciben los ojos de Nefer y siempre está por debajo de lo real.
A veces los hechos avanzan sin que se tenga conciencia de ellos, y marcan que lo que se ha producido reside en el interior del personaje, y que la ajenidad de este personaje para con el mundo es cada vez mayor. En un momento Nefer espera a que la atiendan en la carnicería: “…una marea angustiosa la inunda…la impotencia sube a su garganta, y como si el tiempo se hiciera sólido le parece oírlo, con su corriente impasible confabulada con su propio cuerpo que la traiciona y deja a merced de los días. Aprieta los dientes y siente que de su cara se retira la sangre dejando como olvidada la piel de los huesos. ‘No, no ha de suceder, no ha de suceder…’ Sus sentidos tienden hacia el interior…El carnicero le está hablando. -¿Te sentís mal Nefer? Ella se sobresalta: -¿Mal? No…¿Por qué mal…?” (cap. III, pág.34).
Ejes
Nefer acude a la “vieja Borges” y las alternativas del encuentro en el rancho de esa familia maldita conforman de por sí una humillación extra. Las presencia de otras personas hace que no pueda quedarse a solas con ella y va demorando el pedido. Finalmente cuando la vieja le pregunta si necesita algo le dice que no y se marcha sin pedirle nada.
Condenada a ese cerco de silencio y a la sola ejecución, bajo las órdenes de una madre tiránica, de las duras tareas cotidianas del campo, lo que vive como ese “hongo negro” la desborda. El narrador utiliza como recurso la distorsión en el modo en que el personaje percibe el mundo: “No es fácil perderse en ese cuarto donde no hay más que una cama de hierro, un catre y una mesa, pero esta noche nieblas y remolinos suben por el cuerpo e invaden la cabeza, y los sentidos tienden hacia adentro, no guían los pasos, que se extravían…Vuelve a recorrer la pared con la mano…El perro se rasca y estremece la puerta desde un sitio inesperado para Nefer…empuja la puerta que cede a medias. A sus espaldas mueren el tic-tac, el miedo y los ronquidos, porque en el patio está la noche y su frío y dulce olor a tierra” (Cap IV, pág. 46). El narrador resuelve entonces la tensión en un pasaje lírico que muestra la belleza y lo invariable frente al dolor y a lo relativo.
En otro pasaje, increpada por su madre:”Un nuevo río de lágrimas la aflije…Después endereza el balde, lo fija en las rodillas y ordeña. Cuando levanta los ojos, las estrellas han variado de sitio y Nefer es el centro de ese cielo, que va girando alrededor de su cabeza como una pesada nave reluciente, víctima del tiempo, dócil a las horas como ella misma, y la angustia le cierra las manos sucias de tierra y leche.” (cap. V, pag. 55).
La novela pura
Doña Mercedes, la señora, a la vez su madrina, es a quien pertenecen tanto el poder como la fe: “Apenas va terminando el Evangelio se sienta doña Mercedes. Siempre adelanta un poco los movimientos del ritual y lo hace con gesto solemne y expresión ejemplar, con lo que informa a los ignorantes de la conducta a seguir, y no puede impedir que una satisfacción oscura se levante en ella cuando oye el rumor que a su espalda desata su acción, como un manto que acompaña con cierta tardanza los pasos de un rey. Es como si de algún modo fuera una especie de segunda sacerdotisa que dictara con sus ademanes la actitud de los fieles.” (cap. VI, pág. 63).
Nadie cuestiona este dominio inmaterial y a la vez material: es el estado de cosas, aquel en el cual las personas se encuentran sometidas. Sara Gallardo eligió fijarlo desde un lugar social opuesto a aquel al cual perteneció. Son percepciones y sensaciones aquello que sustenta su discurso literario, y fue siguiéndolas en pos de captar su intensidad como logró un texto tan original; directo, sin lastres que lo sobrecarguen, con expresiones y puntos de vista tan bellos como precisos.
Enero es una experiencia de novela pura en la cual es imposible separar la fuerza de aquello que relata del modo en que es relatado. Sin quizás proponerse una experiencia formal la autora de algo más de veinte años nos dirá para siempre que hizo su aparición en las letras como una escritora ya madura.



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

Estanislao del Campo y El Fausto Criollo


(Aspectos de un texto revolucionario)
“Nacido en 1834, descendiente de una familia de abolengo, fue hijo de un desterrado del rosismo, soldado de Alsina y Mitre, esposo de una sobrina de Lavalle, diputado por Buenos Aires, aliado de Sarmiento y funcionario de gobierno. Pero por nada de eso es recordado sino porque una noche fue al Colón y vio una ópera inspiradora: desde entonces es para todos Estanislao del Campo, el autor del Fausto Criollo”. (Historia de la literatura argentina. Nro. 13. “La literatura gauchesca I”, pág. 201. “El texto artístico como diablura irreverente” diario Página 12).
Fausto, de Charles Gounod
El 25 de abril de 1857 fue inaugurado en la Plaza de la Victoria, (hoy de mayo) el primer Teatro Colón, en el espacio en el que hoy se levanta el Banco de la Nación Argentina. En la función inaugural se representó la ópera La Traviata, de Verdi. El 24 de agosto de 1866 lo fue Fausto, de Charles Gounod (1818-1893) sobre la obra de Goethe. El tenor fue Luis Leimi, en el papel protagónico, y la soprano Carolina Briol como Margarita.
Es interesante reparar en que la ópera se basa en una leyenda medieval que inspiró una cantidad de obras: el viejo doctor Fausto, en su deseo de ser joven y amado por Margarita, firma un pacto con el diablo, que le ofrece juventud, amor y placeres a cambio de su alma. Fausto seduce a Margarita, que tiene un hijo al cual –enloquecida- mata, y finalmente muere ella en prisión, invocando el perdón divino.
Estanislao del Campo, presente en la representación, escribió, en unos cuatro días, a sugerencia del poeta Ricardo Gutiérrez –quien le aconsejó que lo hiciera mientras las impresiones de la representación aún perduraran- su poema Fausto. Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta ópera, publicado en formato de folletín en el Correo del Domingo.
Confluencia
En esta propuesta, marcada por la espontaneidad, se cruzan varias fuentes: la leyenda, de contenido universal, elaborada con un código propio, el lenguaje del verso, tributario de la obra de Hilario Ascasubi (1807-1875), las convenciones de la literatura gauchesca y, más lejanamente, los Cielitos y Diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo (Montevideo, 1788-1822), quien primero utiliza la forma dialogada en sus obras.
Las primeras coplas de Hilario Ascasubi, destinadas a los soldados del ejército antirrosista, fueron escritas con distintos seudónimos. Vuelto del exilio en Uruguay y fracasada –en 1854- la empresa de edificar el Teatro Colón, cuyo incendio le produjo la ruina, volvió a escribir coplas de contenido político, que firmaba como Aniceto el gallo (gacetero y prosista y gauchi-poeta argentino). Tuvo varios imitadores, pero cuando empezaron a aparecer en el diario El Orden versos firmados por Anastasio el Pollo, (Estanislao del Campo) muchos pensaron que, por su perfección, se trataba de un nuevo seudónimo de Ascasubi, quien reconoció en el poeta a un sucesor, saludándolo como tal a su partida a Europa, comisionado por Mitre.
Arte, parodia y quiebre
Ante una obra como el Fausto Criollo es inevitable preguntarse si los quiebres son casuales, el producto de un estado de cosas previo, que es elaborado o ante el cual se produce una reacción, o si se trata de un salto puramente intuitivo que utiliza materiales pero de una manera en que los reformula.
De este modo, del Campo produce una obra revolucionaria: por un lado se vale de la madurez de un género –las coplas- utilizado para la crítica, política y de costumbres; por otro desplaza a la literatura gauchesca del realismo y de los temas políticos y la lleva a ocuparse de los códigos de la cultura, en este caso, cómo es leída una obra del repertorio universal por dos gauchos; en otro aspecto, hace una parodia del propio género gauchesco y sus códigos pero al hacerlo no se burla de esta visión sino que rescata de ella la pureza de esa percepción, que toma a la historia no como algo convencional –una ópera- sino en su propia esencia. Como pacto de lectura nos pide creer que un gaucho entra al Teatro Colón y que luego él y su interlocutor viven como cierta la historia: no parece una convención muy distinta a las que pide el propio género operístico, con sus castillos de cartónpiedra.
Del Campo no habla de los problemas sociales del gaucho pero dona el producto de sus derechos a los hospitales de heridos de la Guerra del Paraguay: es decir que el escritor despolitiza a su obra al mismo tiempo que asume un compromiso en su vida. Este compromiso no está en lo que escribe sino en cómo actúa.
Una estructura especular
En el texto, compuesto por seis partes escritas en redondillas, con excepción de la primera y una estrofa en la última que son décimas, una primera voz narra el cruce entre Laguna y el Pollo, que ha ido a la ciudad a cobrar una deuda que el deudor no quiere pagar, obligándolo a regresar una y otra vez. Para hacer tiempo el Pollo va al Teatro Colón. Laguna alega haber vencido en una apuesta, ayudado por el diablo, lo que da pie a aquel para decir que ha visto al diablo en persona. Este plano de la historia presenta un elemento: la propuesta narrativa entre dos hablantes. El texto discurre en dos planos: el de un narrador, y el de la narración que hace el Pollo, quien relata su experiencia teatral como si fuera real –por una parte- pero a la vez sobrenatural. Ambas instancias están atravesadas por distintos elementos que tienen un significado diferente –el paraíso del Teatro, por ejemplo, desde donde ven la representación, y la muerte de Margarita. Laguna confunde al Dr. Fausto con el coronel uruguayo Fausto Aguilar. El Pollo habla de cuento refiriéndose a la historia, pero también refiriéndose a la Guerra de la Triple Alianza, en una acepción se marca lo verdadero (el cuento cuyo contenido es la ópera que es real para él) y en la otra lo ficticio, el embuste (la guerra es un embuste, sería la idea implícita).
Al establecer esta propuesta (la de un criollo yendo al teatro) se innova sobre una línea tradicional de la gauchesca: la visita del gaucho a la ciudad, llevado por una cuestión política. En el ámbito urbano es desvalorizado y entra en conflicto con la autoridad y con las formas de poder. Pero en este caso, la visita a la ciudad está marcada por una experiencia que rompe las marcas de lo real.
Del Campo no sólo reformula esta línea sino que lo hace desde lo visual y lo teatral, al reparar tanto en el vestuario de los gauchos como en su destreza y sus acciones, así, Laguna, en su “overo rosao” –un caballo casi inverosímil- irrumpe “mozo jinetazo, ¡ahijuna!,/como creo que no hay otro,/capaz de llevar un potro/ a sofrenarlo en la luna”, y “le iba sonando al overo/ la plata que era un primor;/pues eran de plata el fiador,/pretal, espuelas, virolas,/ y en la cabezadas solas/traiba el hombre un Potosí:/¡qué! (…) si traiba para mí,/hasta de plata las bolas.”
En la estructura en espejo, el narrador parodia a la gauchesca y el Pollo a la ópera: el motivo clásico del tempus fugit, expresado en la metáfora de la rosa (el espectro de la rosa/ todo lo que queda de una rosa es el nombre) que alude al rápido paso del tiempo es tomado por del Campo al aludir a Margarita, presa por haber matado a su hijo.”Nace una flor en el suelo,/una delicia es cada hoja/y hasta el rocío la moja/como un bautismo del cielo (…)¡Cree que es tan larga su vida/como fragante su olor (…) Se va el sol abrasador, pasa a otra planta el gusano, y la tarde encuentra, hermano,/el cadáver de la flor”. El gaucho, al renunciar al código culto, hace la imagen puramente suya: es él quien descubre la efímera belleza de la rosa, no hay ninguna tradición de la que haya heredado esa metáfora. Todo se ve por primera vez.
La estructura especular está llevada hasta sus últimas consecuencias: abarca a la verdad como problema en la ficción cuando apela a creer (“¡ Canejo! ¿Será verdá?/ ¿Sabe que se me hace cuento? – No crea yo no le miento: /lo ha visto media ciudá”) o a momentos en que hablan de su pobreza de gauchos, para al final sacar Laguna un fajo de billetes; dos gauchos que cuentan y creen en una clave no realista; dos transcursos: el de la historia en sí y el de la representación, cuyas pausas son respetadas por el Pollo, que hace un alto en la narración y descansa, como si fuera un entreacto (“…y la cortina cayó./A fuerza de tanto hablar/se me ha secao el garguero:/ pase el frasco compañero”). Laguna induce al Pollo a ordenar el relato ante sus digresiones, como quien vuelve del entreacto: “Ah Pollo, ya comenzó/a meniar taba: ¿y el caso?/-Dice muy bien, amigazo: seguiré contandoló”; dos pactos de lectura: el de lector que cree al narrador, y el de Laguna que cree a el Pollo; y finalmente el de dos culturas que dialogan y se encuentran.
Fondo y forma
Del Campo logra valerse de una estética utilizada en función crítica, separándola de todo realismo y utilizándola en clave de parodia. Al hacerlo, la reformula, prueba que con ese lenguaje se puede decir algo radicalmente distinto. Este cometido no parece muy deliberado, no obstante logra una captación por el humor, que siempre subvierte el orden de las cosas y se centra en un imaginario festivo que implica el olvido de lo cotidiano. El humor es asociado, alternativamente, a la ironía y a la ingenuidad.
La mirada ingenua es pura y rescata el fondo de las cosas. En esta obra se produce este rescate: el de la mirada inocente, y a la vez el de la pura formulación por el humor. De una poética de persecución y crítica surge una obra de asombro e invención pura, donde nada parece lo que es y donde todo se refleja en todo.
Finalmente no es posible imaginar un texto que en nuestros días pueda producir el quiebre que significó el Fausto Criollo. Quizás sea porque el mundo ha perdido para siempre la posibilidad de la inocencia.

Bibliografía:
Historia de la Literatura Argentina, nro. 13 La literatura gauchesca I, “El gallo se vuelve pollo”, “El Colón y Anastasio el Pollo”, “El texto como diablura irreverente”. Diario Página 12. Dirección Prof. Silvina Marsimian, redactoras: Prof. Paula Croci, María Inés González, Silvina Marsimian y Sylvia Nogueira.
Castillo, Carolina -Universidad Nacional de Mar del Plata, Para una lectura del Fausto Criollo. Espéculo, Revista de Estudios Literarios. Universidad Complutense de Madrid

Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

Los nombres de la literatura


La literatura, como cuestión en sí misma, parece un concepto plural: podemos abordarla desde los ejes tradicionales de la relación autor, época y obra; o como un proceso abierto cuya reescritura puede intentarse con nuevos puntos de vista.
El libro Panorama de la Literatura Argentina Contemporánea, de Silvina Marsimian (directora de las series Historia de la Literatura Argentina y Grandes Escritores Latinoamericanos, que publicó Página 12) y Marcela Grosso (Santiago Arcos, editor, 2009) se adopta como criterio el de las lecturas de la producción literaria llevadas a cabo por revistas culturales de difusión masiva dirigidas al lector medio. En un segundo recorte, son tomadas revistas que se ocuparon del campo literario. Se busca con ello una alternativa distinta a la de la propuesta descriptiva del siglo XIX: “Y en la cadena de enunciados que conforman la literatura, tomamos en préstamo las palabras de Saer que, dice, son de Borges quien cita a la vez a Valèry: ‘Una verdadera historia de la literatura debería ser una historia del espíritu como productor o consumidor de literatura, historia que podría llevarse a término sin mencionar a un solo escritor’ ” (pág.7).
Ejes y discusiones
En las revistas culturales se reflejan por una parte las alternativas de una sociedad y por otra se llevan a cabo relecturas, se discute un canon vigente o se instituye a uno distinto. Ellas, en sí mismas, marcan la sucesión de criterios y modos de lectura e interpretación. Así, publicaciones como Sur, Contorno, Crisis, Primera Plana o Punto de vista, o suplementos como los de Clarín, La Nación, La Opinión, o Página 12, son barómetros que permiten establecer la disposición del campo cultural en un momento determinado.
El desarrollo del libro está arbitrariamente dividido por décadas. Todo corte en el fluir literario implica una arbitrariedad: muchas obras fueron escritas en una década y publicadas en otra, o su relectura se produjo en un momento distinto y rescató una producción postergada hasta entonces.
Lo que es posible distinguir son los distintos debates, líneas que van marcando fuertemente las preocupaciones que predominan en la producción escrita.
Las décadas como medida de las discusiones <
Las décadas son una medida determinada para referirse a las discusiones que se abren en el proceso de lo literario. Están desarrolladas las obras y autores más significativos, hayan sido o no los más conocidos.
En los años cincuenta, las cuestiones pasan por la elección del idioma espontáneo y coloquial del Adán Buenosayres, en el cual Marechal entierra simbólicamente una época, el surgimiento de Contorno (y la relectura de Arlt por Masotta), la aparición de novelas como el Adán Buenosayres, El Túnel de Sábato, y El examen, de Cortázar.
Los años sesenta están marcados por el sentido lúdico y experimental durante buena parte de la década, y por la aparición de obras de no ficción, de investigación de la realidad y de compromiso político.
En los años setenta la opción gira hacia la alternativa de un arte revolucionario, la participación política y la aparición de voces propias, como las de Héctor Tizón, Antonio Di Benedetto o Justo Ortiz, que desde un lugar primero ignorado, formulan una propuesta genuinamente literaria y perdurable. La década finaliza con un saldo de represión y un holocausto bibliográfico en el que fueron destruidos más de un millón y medio de ejemplares del Centro Editor de América Latina y la desaparición, tortura y exilio de muchos escritores.
Los ochenta están signados por publicaciones como la revista Punto de Vista, fundada por Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo, y escritores como Di Benedetto, Piglia y Juan José Saer o David Viñas, quien cita las palabras del General Saint Jean: “Primero vamos a matar a todos los subversivos, después, a sus colaboradores, después a los indiferentes. Y, por último a los tímidos”.
Los noventa aparecen marcados –en el escenario global que condiciona el mercado editorial- por la narrativa sobre las Malvinas, con libros como Los Pichiciegos, de Fogwill, y por direcciones que van desde lo experimental, a lo objetivista, y que en parte dejan la impresión de grupos con acceso a la industria cultural que ocupan un espacio en el cual debería emerger una literatura nueva.
Un discurrir
Dentro de este brevísimo esquema discurren marcas muy fuertes, como la violencia: la del Estado, la de grupos de poder, el exilio, el holocausto bibliográfico, la muerte. Actitudes: el compromiso, la puesta de la escritura al servicio de la revolución. Planteos: el idioma nacional, el cruce entre lo nacional y lo universal, que aparece tanto en Borges como en Saer.
Lo más interesante, además de la propia idea de que la literatura es un proceso abierto, multivalente, que no aparece inmerso en lo real y en lo político sino que es un modo de ser de lo real y lo político, son propuestas de escritores que al margen de las exigencias del mercado produjeron una escritura original e irrepetible, que no son un testimonio, sino que son su tiempo, ya que aunque universales, obras como Nadie, nada, nunca, o Zama, no habrían podido originarse dentro de otras coordenadas.
De este modo, parece cierto que existe un espíritu que produce literatura y que la historia de esta literatura quizás pueda ser escrita sin mencionar ningún nombre, que, en todo caso, los nombres se superponen, se suceden, se reflejan y que lo importante son los hechos literarios que los autores producen y la lectura que podemos hacer de ellos. Probablemente los textos de Bourdieu permitirían sostener esta idea.
Pero también es cierto que cada escritor es un universo, y que ese camino del espíritu produciendo literatura, como en las obras de Tizón, Di Benedetto o Saer, se abra en muchos microrrelatos y que cada uno sea el irrepetible nombre de un escritor.
Pero quizás lo más cierto sea el poder de la propia literatura de generar preguntas acerca de ella misma, de su sustancia: si son los escritores, si es ese espíritu que vive dentro de ellos pero que va más allá de ellos, de si es la época la que les impone su escritura o ellos los que pueden imponer su escritura en una época, aunque sean perseguidos, ignorados o quemados sus libros.
Los caminos de estos libros son independientes de los de sus autores, e inescrutables: ellos perviven en el tiempo, siguen siempre diciendo algo, incluso aunque no estén en las mesas de las librerías a las que llega tanta y tanta mercadería desechable.
Quizás esa secreta vida de los libros sea, después de todo, otra manifestación más del espíritu productor de literatura y que, en ese sentido, no sean necesarios nombres sino sensaciones.



Eduardo Balestena
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Seis obras de Mariano Moro


La reciente edición de “Seis Obras” de Mariano Moro (Colihue-Teatro, 2009, colección dirigida por el crítico Jorge Dubatti) con un estudio de Graciela Fiadino y Marta Villarino (especialistas en estudios teatrales de la Universidad Nacional de Mar del Plata), y un reportaje del periodista Pablo Gorlero al autor, ayuda a los versados en el teatro, y a los que no lo somos, tanto a entender un fenómeno como el éxito de “La Suplente” y “Azucena en cautiverio”, como la propuesta de este dramaturgo marplatense que ha abierto un ámbito expresivo propio en el teatro independiente argentino.
Una estética en busca de autor
El libro abarca las obras seleccionadas por el autor: “Edipo y Yocasta, Tragedia grecoide con humor ad-hoc” (2000), “Fraternidad” (2004), “Ègalité” (2005), “De hombre a hombre” (2007), “Retrato de señora con muchacho” (2008) y “Guantánamo” (2008), que son parte de una extensa producción entre la que se cuenta “Quien lo probó, lo sabe” (2006), “Porque soy psicóloga” (2005) y muchas otras.
Ante obras como “La suplente” y “Azucena en cautiverio “ (no incluidas en la selección porque “Ambas quedan para mí impregnadas del genio de María Rosa Frega”, dice el autor) inmediatamente surge una percepción de las cosas por el humor, un modo de decir, uno de mutar en el escenario hacia expresiones imprevistas y radicales, una intensidad, una revalorización del verso, y con él de la palabra castiza, como parte de una propuesta donde todo es impredecible, que nos interna en un mundo sin lógica y, por conducto del humor, en una enorme soledad.
Las obras de Mariano Moro se diferencian precisamente por esta ruptura con lo convencional y el costumbrismo, por la densidad de la palabra pero puesta al servicio de una escena donde estas palabras a veces indican una cosa distinta a lo que sucede a los actores, y un cruce de diferentes discursos. Si con algo quizás pueda asociarse su teatro es con el efecto paradójico de abrir un espacio diferente a partir de tradiciones y al hacerlo redefinir esas tradiciones, mostrarnos todo lo que se puede hacer con ellas, y que resulte posible entender lo que significa que un texto sea clásico: justamente por todo lo nuevo que puede hacerse a partir de él.
El resultado de saberes y competencias múltiples
“Mariano Moro tiene una vocación envidiable: parir palabras y darles un sentido vivo en vivo. Despide esa paternidad por los poros y no sólo se nota en el preciosismo de sus obras, sino en la forma en que las observa, las define, las acuna y se las apropia” dice Pablo Gorlero (pág. 235).
Si bien la literatura –cimentada por las tempranas lecturas y por una tradición oral- es un sustracto de lo escénico, la mención de las muchas actividades de perfeccionamiento –en lenguaje corporal, danza, análisis, puesta en escena y muchas otras de este autor, actor y director- que llevó a cabo Mariano Moro (que a la vez obtuvo el título de licenciado en psicología, en la UNMDP) en diferentes países, son indicativas de que su concepción teatral se vale de muchas herramientas. Esas herramientas están puestas a trabajar en una obra “atravesada por ejes problemáticos que se manifiestan en forma recurrente desde la primera pieza estrenada. Esa coherencia conceptual y creativa revela que el soporte estético está constituido por una vasta enciclopedia en la que conviven elementos del universo intelectual junto con otros e raigambre popular” señalan Gaciela Fiadino y Marta Villarino (pág. 201).
Este patrimonio discursivo basado en la lectura, más que nada de los clásicos, se imbrica, como lo señala el autor, con lo que en la infancia y la adolescencia era una propensión a la soledad y a la fantasía, hoy reconvertida en “algo profesional” (pág. 241) y alterna con giros propios de la cotidianidad, lo cual hace reconocibles a sus textos por el público.
Moro produce a un espectador competente, aunque existan aspectos de su obra que no requieran de esa competencia; en ese sentido, parecen tener algo que decir a todos.
La intertextualidad
Los textos están trabajados en parte por variaciones sobre los mitos griegos clásicos (“Matarás a tu madre”; “Edipo y Yocasta”; “Fedra, una mujer ardiendo”) o los clásicos españoles (“La suplente”; “Quien lo probó, lo sabe”), y la temática psicológica (“Egalité”, “Guantánamo” y “Porque soy psicóloga”).
“La obra de Moro da cuenta de una escritura intertextual –técnica que nos pone canciones, obras teatrales- que aparecen engastados en su escritura dramática según lo requiere el trabajo de escritura original y creativa. En ocasiones, el texto de los otros autores se respeta en forma literal, como un homenaje literario; otras veces, el dramaturgo utiliza su propia versión” dicen Graciela Fiadino y MartaVillarino (pág. 204).
Desde este punto de vista, se alternan por una parte procedimientos propios del teatro español, como el hecho de citar un texto y parodiarlo –que también sucede por otra parte en uno de los actos de Don Giovanni, de Mozart- que implica tomar un modelo, ponerlo en función del texto y con ello reformular el propio texto, al hacerlo objeto de una reflexión irónica. De este modo, la escritura se vuelve sobre sí misma gracias a la cita de otra escritura, una anterior, tomada no en su sentido original, sino en aquel que requiere el texto teatral. Esto sucede por ejemplo en “La Suplente” donde el personaje de Azucena alude a un antiguo novio con un lenguaje procaz dicho en una versificación española, lo cual implica la exigencia de saber decir un texto expresivo y sonoro, de otro modo el recurso perdería toda fuerza, y hacerlo en una doble clave: expresiva y humorística.
No obstante ser uno de los elementos más importantes, este lenguaje alterna, sin solución de continuidad, con elementos radicalmente distintos, como la danza o la comedia musical, o diferentes registros actorales.
Otro elemento es la música, que subraya climas y situaciones, y que muchas veces brinda al espectador un clima previo, todo lo cual habla de una libertad estética, la de recurrir a cualquier herramienta que sirva para desarrollar una creatividad que si bien se apoya en lenguajes y formas, parece en gran medida algo intuitivo, y trabajar no apoyándose sobre la ilusión de verosimilitud sino precisamente quebrándola introduciendo elementos líricos, narrativos, musicales y meta teatrales.
Los ejes temáticos
El estudio descompone el espectro temático: si bien existen elementos que no son homogéneos en toda la producción, sí lo son el amor y el poder.
El amor filial se expresa en varias formas, padres desmesurados o que se anulan a sí mismos, hermanos unidos por vínculos en los que juega la envidia, la anulación o la vampirización. El amor de pareja expone la pulsión erótica, la seducción y a la vez la imposibilidad. Tras el enamoramiento inicial, las relaciones (como en “De hombre a hombre”) implican desafíos que impiden que sean sostenidas y son breves, para finalmente conducir a sus opuestos, “el dolor y la soledad” (pág. 203).
Otro de los ejes es la educación, que permite hacer jugar relaciones de poder y a la vez exponer un trabajo con el lenguaje, que es elemento de seducción (“De hombre a hombre”) de desafío y refugio de la soledad (“La suplente”). Pero la transformación que implica el proceso educativo en sí mismo adquiere otras implicancias y el orden del aprendizaje se transforma, revelando otras cosas.
El elemento psicológico es otra vertiente temática que atraviesa esta dramaturgia, en obras como “Porque soy psicóloga” y “Azucena en cautiverio”, en personajes como Freudón y Lacanotes, en obvia alusión a Freud y Lacan (“Matarás a tu madre”).
En una propuesta múltiple, donde la palabra está tomada en la función comunicativa pero más que nada desde sus resonancias puramente literarias, Mariano Moro parece haber podido poner en escena el universo solitario de su infancia y adolescencia, y al hacerlo también ha dicho algo sobre los grandes temas de la vida: la soledad, el amor, las relaciones y la creación.



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar