domingo, 3 de enero de 2010

La Sacra Ceremonia de la Escritura




(Una resignificación de Marco Denevi en el campo cultural)

“Es la máscara para una representación; el juego de las partes; lo que desearíamos o deberíamos ser; lo que parece a los demás que somos, mientras que lo que somos no lo sabemos, hasta cierto punto de vista, ni nosotros mismos” (Luigi Pirandello El difunto Matías Pascal)

El escritor y profesor en letras Juan José Delaney (Buenos Aires, 1954) es el autor de Marco Denevi, y La Sacra Ceremonia de la escritura - una biografía literaria (Corregidor, 2005) la primera obra del género sobre el gran escritor (1920-1998).
Varias cuestiones suscita este detallado trabajo en el cual la producción de Marco Denevi es abordada a partir de la génesis de sus creaciones, además de sus fuentes, y desde este punto de vista, resultan filiadas, operación previa a la de repensarlas como producción en un campo intelectual en el que suelen estar ausentes.
El velo de la ignorancia
Juan José Delaney (que lleva publicadas, en el país y en el exterior, numerosas obras, en español y en inglés, entre ellas, artículos sobre la diáspora irlandesa, ha sido colaborador, a su vez, de distintos medios, como el diario The Buenos Aires Herald, y fue becado por la fundación Antorchas para el Writing program de la Universidad de Iowa) abordó su proyecto con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes, y la colaboración de muchas personas, entre ellas, inicialmente, el autor, quien luego se negó a volver sobre su vida anterior a 1955.
La obra deneviana, tan rica y desigual, suscita determinadas lecturas, en ocasiones esquemáticas, sin muchas posibilidades de generar una reflexión sobre ese universo, ni sobre el trabajo propiamente estilístico, tan apropiado, por otra parte, para el examen crítico. En otros –como en los agudos trabajos de la Dra. Sandra Jara- motiva la producción de lecturas analíticas que la redefinen. Sin embargo, no parecieran merecer la atención, en general, de la crítica, ni del público.
¿Es una omisión de la cultura? ¿Es pérdida de vigencia? ¿Forma parte del relegamiento de lo verdaderamente literario por parte de la industria cultural? ¿Ayudaría el contacto con la filiación de esta obra o el conocimiento de su autor? ¿Existen prejuicios sobre el autor que releguen a la obra? ¿O por el contrario, ésta es autónoma y la biografía, una referencia?
La imagen de John Rawls del velo de la ignorancia (las grandes ideas de hoy están destinadas a una posteridad inimaginable, y a una variedad de situaciones, también inimaginable y deben resistir inimaginables ataques) parece válida para involucrar en la lectura una genealogía desconocida, sobre la que imperaba el velo de la ignorancia ¿Éramos más felices tras él? ¿Necesitábamos descorrerlo para acceder completamente a esta literatura? ¿No es suficiente la sola propuesta literaria en sí misma?
A diferencia de la de Oscar Hermes Villordo sobre Manuel Mujica Láinez, la mirada de Juan José Delaney sobre Marco Denevi no es indulgente, idealizada, ni esquemática; sin embargo redescubre al autor como ninguna otra. Ha prescindido de toda frivolidad para descorrer ese velo de la ignorancia, y aportar una arqueología luego de la cual, ni el autor, ni su obra, serán lo mismo.
La máscara para una representación
La propuesta de Rosaura a las diez, es al mismo tiempo un símbolo de este universo que se hace más comprensible visto desde la filiación pirandelliana de su primera novela. La idea de una realidad aparente abarca al autor y lo caracteriza. En él, no siempre sabemos qué es verdadero y qué no lo es.
Este proceso tiene que ver con muchas cosas, de las cuales el biógrafo da cuenta, en una implacable exhumación de textos. Finalmente, como lo propone el título del libro de conversaciones con Juan Carlos Pellanda (Conversaciones con Marco Denevi, ese desconocido, Corregidor, 1995) terminamos por asumir que aquello que pensábamos una imagen completa del escritor, era sólo una parte, y que sus operaciones escriturales fueron mas vastas y extrañas de lo que podíamos imaginar.
El trabajo está concebido en capítulos que abarcan épocas (1920-1954; 1955-1967; 1968-1979; 1980-1982; 1983-1998) además de la lista de las obras del autor, textos sobre él y sus trabajos, libros y artículos de consulta general, y una referencia de todas las obras, teatrales y cinematográficas, llevadas a cabo a partir de sus textos. Esta simple disposición temporal sirve para pautar su producción y situarla, pero hace algo más: se estructura a partir de los acontecimientos significativos de una vida que fue generando literatura, y que a la vez fue moldeada por ella, y a la expectativa por cosas que la consagración como escritor pareció poder dar, y que, por cuestiones sociales, y en gran medida personales, no dio.
El arte por el arte
Por un lado Denevi significó la literatura por la literatura misma. Escribir es ya una finalidad a la que todo –historias, construcción y lenguaje- debe servir. También Brahms se propuso la pureza de un ideal sonoro. Es este ideal, y su materialización, lo que despierta sensaciones, y no su subjetividad.
Cabe preguntarse, entrando en el terreno de lo meramente especulativo, si una escritura puede ser tan neutral, si el acto de la belleza por la belleza misma no se transforma, finalmente, en un acto de aislamiento.
Si pensamos que lo es, al cabo del tiempo, probablemente nos encontraremos de nuevo con obras como Ceremonia Secreta, que seguirán siendo una cumbre de la literatura en idioma español cuando todas las cosas que pensamos comprometidas hoy, hayan perdido vigencia, y que seguirá, al más puro estilo de John Rawls, hablando a las generaciones futuras.
Pero el propósito del arte puro no puede justificarlo todo, no convierte a un autor en un ente por encima de los demás, ni lo absuelve del dolor de vivir.
Ser o no ser
La sustitución de identidades, o las falsas identidades, han sido algo central en la tópica deneviana. Juan José Delaney, al citar las fuentes de Rosaura a las diez, hace referencia a Luigi Pirandello, La Dama de blanco, y La Piedra Lunar, ambas novelas de William Willkie Collins.
Si asumiéramos esta centralidad como un modo absoluto de descifrar a Denevi (quien “mentía como loco”) y decir que esta resonancia de su obra en su vida explica su vida, o que la de su vida en su obra, explica a su obra, nos encontraríamos con otra vuelta de tuerca.
Esa continuidad hace densa a su literatura, pero no la agota. Es imposible pensarla sin el juego pirandelliano, pero es insuficiente pensarla sólo a partir de él. La significación de Denevi como escritor permite hacer todos los reparos por parte de quienes lo conocimos (y conservamos algún recuerdo inevitablemente amargo), y seguir fieles a una escritura que fue mucho más allá de él. El problema es contar con herramientas críticas que puedan dar cuenta de esto y redefinirlo, pensarlo en un contexto, en una función, y en una serie de anhelos insatisfechos (“él hubiera querido tener éxito como dramaturgo” me señalaba Juan Carlos Pellanda, amigo y compañero suyo en la Caja de Ahorro).
En otras obras (como Redención de la mujer caníbal relato de un gran valor simbólico y descriptivo) hay un desplazamiento del eje de la identidad a una especie de viaje que lleva al personaje a lo desconocido, desde algo que era conocido pero ajeno. Aquí, como en Carta a Gianfranco (donde en realidad es muy poco lo que sucede), el centro es el propio lenguaje. Denevi es el lenguaje en sus mejores obras y cuando ese lenguaje intenta divorciarse de su cualidad de ser una estética y un fin en sí mismo, y es desplazado de su centralidad, el autor canibaliza a sus propios textos, o instala una operación discursiva que intenta justificar la función secundaria que ese lenguaje pasa a tener.
La sacra ceremonia
John Gielgud, en el papel de un viejo escritor, en la película Providence, afirmaba: “dicen que mi estilo no tiene sensibilidad, necios, el estilo es la sensibilidad”.
El lenguaje es la sensibilidad de un escritor que sólo parece haberla tenido en su ámbito.
Quizás podamos pensar que en Ceremonia Secreta confluyen muchas metáforas: La experiencia de lo crucial de la vida como soledad, como una acción íntima, inexplicable, que sucede más allá de la deliberación, en un ámbito espeso y cerrado, en la cual, sin nadie como testigo, se cumple un propósito cuya comprensión está más allá de nosotros. Pero, yendo más lejos, también podemos pensar que esa es tan sólo una experiencia de ese lenguaje: “La señorita Leónides cruza en tranvía una ciudad desconocida. ¿Qué hora es? No lo sabe. Nadie lo sabe. Quizá sean las once de la noche, quizás las cuatro de la madrugada. La impaciencia la carcome. Mira por la ventanilla y no reconoce nada de lo que ve. El tranvía llega a una esquina que copia, con varios trastos viejos, la esquina de Sarmiento y Suipacha. La señorita Leónides desciende. Ahora corre por un largo zaguán abandonado. Desde lejos distingue la mole de la iglesia. Y enfrente la casona. Y en la puerta Cecilia. Cecilia está acurrucada en el umbral de la puerta como una mendiga. Tiene brazos y piernas anudados como en un abrazo consigo misma. Mira hacia Rivadavia. Mira hacia el vasto sur donde, hace horas, se internó Guirlanda Santos. Es muy tarde, la ciudad se ha ido a dormir, pero Cecilia sigue esperando. Guirlanda Santos le prometió volver. Y ella espera” (Ceremonia Secreta, pág. 395, Obras Completas, tomo I, Corregidor, 1984). La ceremonia surge de la propia concentración, de la progresión de ese lenguaje que borra el tiempo y los lugares, que reduce el mundo a esa intimidad, a esa esencialidad, que sin él no existirían. Todo se ha ido, todo está lejos, sólo hay algo importante y ese algo es un misterio cuya naturaleza no puede ser enteramente discernida.
Qué es Denevi sino esto, y que es lo otro de Denevi sino una estación para llegar aquí. Cuando el príncipe Salina muere, en Il Gatopardo piensa que tiene 73 años y se pregunta cuánto ha vivido en verdad, cuánto sumarán los instantes absolutos ¿tres años como mucho, en toda esa vida? ¿Cuánto ha escrito Denevi, y cuánto suman sus páginas absolutas? En ellas hay, una y otra vez, una ceremonia en la que la realidad exterior desaparece y surge otra cosa, en cuyo dominio, como el príncipe, nos preguntemos cuánto hemos leído en realidad que valga la pena, con que nos quedaríamos en la mesa de noche, o si tuviéramos que partir a un exilio.
Las manos que se dibujan a sí mismas
La noticia del sabio japonés Katsaburo Miyamoto, que en 1959, en Rosario “intentó defender a la mujer amada de los embates del tiempo mediante el recurso de la taxidermia” (Marco Denevi y…pág. 107), suscitó la novela Los asesinos de los días de fiesta (Emecé, 1972), reeditada por el Ateneo como Asesinos de los días de fiesta, con algunas modificaciones, que es una de sus obras más logradas, con un narrador en primera persona del plural, correspondiente a una suerte de personaje colectivo, entidad constituida por varios extraños hermanos, obra que recupera el sentido de lo ceremonial, en el discurso de una acción incesante, visual, y humorístico, que es, como en Ceremonia Secreta, una relojería de precisión.
El original texto tiene cruces con otras obras, como Distintos y extraños ( primer capítulo de una novela que no fue proseguida), y El autor de la caza del lobo, en las que ulteriormente se funde para alumbrar Música de amor perdido, reeditada con algunos cambios, estableciendo un mecanismo de vasos comunicantes entre distintos personajes, que aparecen y desaparecen de una en otra obra.
Es la biografía literaria la que revela estos pasajes, imposibles de rastrear desde la pura lectura individual.
Como esa imagen de dos manos, de Escher, cada una de las cuales dibuja a la otra, la escritura parece engendrarse a sí misma. Cabe entonces la pregunta de si el autor gira sobre los mismos temas porque no puede encontrar la misma originalidad y densidad en otros, o si, como en el caso de Beethoven con la célula rítmica que construye su quinta sinfonía, que encontramos en el cuarteto nro. 10 y en la sonata Appasionata, simplemente trabaja una obsesión, y al hacerlo le aporta elementos biográficos.
Otra vertiente de gran riqueza es la de muchos de sus cuentos y relatos (como Michel, Hierba del Cielo, Redención de la Mujer Caníbal, o Charlie) que merecerían una extensa referencia. También merecerían una mención su novelística ulterior (trabajada por Sandra Jara), los artículos periodísticos y libros como Falsificaciones, o Parque de Diversiones.
Los testimonios del propio autor sobre su obra, no pasan de una referencia generalista a las circunstancias de su gestación. No hay elementos hondos y reflexivos –salvo en el cuento Misterios de la creación literaria- que permitan ir más allá de ciertos lugares comunes culturales.
En este sentido, la obra de Juan José Delaney permite que seamos nosotros quienes, con amor y detenimiento, podamos celebrar nuestra propia ceremonia, la de entender una obra que en sus expresiones más logradas (Ceremonia Secreta, Asesinos de los días de Fiesta, Un pequeño café, Redención de la Mujer Caníbal, Variación del perro…) nos permite la experiencia de un lenguaje por su valor en sí misma, y las de la soledad, la entrega, el refugio de ciertos lugares y la añoranza de una plenitud imposible.






Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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