lunes, 1 de enero de 2024

Relato de un náufrago: el espíritu de supervivencia en una obra maestra


                                                             Luís Alejandro Velasco

Cuando estamos perdidos ante algo terrible, que no tenemos ninguna forma de controlar, pueden suceder dos cosas: rendirnos o seguir, aunque no haya un horizonte de salvación a la vista. El optimismo es algo que no se puede explicar y la perseverancia está siempre unida a él.

Relato de un náufrago es mucho  más que una gran crónica, se trata de un libro de enorme sabiduría que se refiere al hecho de  sobrellevar la adversidad; no se agota en solo leerlo sino que nos brinda una enseñanza y una inspiración. 

 

Ximo García Roca

Fue gracias al ensayo La navegación y la fisonomía del naufragio, de Joaquín García Roca (a quien todos conocen con el nombre de Ximo), de la Universidad de Valencia, que conocí Relato de un náufrago, (1970), de Gabriel García Márquez (1927-2014).

Ximo García Roca ha escrito infinidad de artículos y libros y, desde el voluntariado, como Trabajador Social y Doctor en Teología, ha trabajado incesantemente por los más necesitados,  llevando a cabo una incansable lucha en favor de los inmigrantes en España.

Con el tiempo nos haríamos amigos y, como el gran escritor y humanista que es ha sido una gran inspiración para mí

 

Un increíble relato

El 28 de enero de 1955, 8 miembros de la tripulación del destructor Caldas, de la marina colombiana, cayeron al mar. Todos ellos perecieron, a excepción de uno, Luís Alejandro Velasco (1934-2000), que perdido en el mar durante diez días, sin agua ni comida, pudo sobrevivir.

Ximo García Roca reflexionó sobre las razones de ello. ¿Qué piensa un hombre, qué siente en semejante situación y qué lo lleva a actuar de una manera y no de otra?

Según la historia oficial, la tragedia ocurrió debido a una tormenta en el Mar Caribe, por el cual el Caldas, que había partido de Mobile, Estados Unidos, hacia Cartagena, Colombia, navegaba. Sin embargo, la verdadera historia era muy diferente.

Luís Alejandro Velasco había vendido la historia por dinero y hecho publicidad de la marca de su reloj, que no se había detenido ni una vez, y de sus zapatos, tan resistentes que no pudo desgarrarlos para comérselos. De este modo, cuando llegó a El espectador, el diario en el cual Gabriel García Márquez era un joven reportero, la historia que nuevamente buscaba vender ya no era una novedad. En un primer momento, Guillermo Cano, el director del diario, no estuvo interesado en hacer un refrito de la aventura de Velasco y lo envió de regreso por donde había venido, sin embargo, de pronto, a impulso de una corazonada, lo alcanzó en la escalera y lo puso en manos de García Márquez: “Fue como si me hubiera dado una bomba de relojería”, dijo el escritor.

La dictadura de Rojas Pinilla tenía entonces amordazada a la prensa, que buscaba historias no comprometidas para entretener a sus lectores, y ésta no parecía poder ofrecer nada nuevo; sin embargo, no fue así.

La primera impresión de García Márquez fue que Velazco tenía una enorme capacidad de síntesis y una memoria asombrosa; a lo largo de 20 sesiones de seis horas diarias, le brindó un relato “compacto y verídico” del cual, por medio de notas que iba tomando, rescató el nivel del lenguaje del náufrago y supo explotarlo al máximo.

En la cuarta sesión Velasco reveló que no había habido ninguna tormenta en el Mar Caribe sino que, castigado por un oleaje embravecido y un fuerte viento, el buque escoraba a babor peligrosamente, en gran medida debido a las cajas de mercaderías de contrabando estibadas en cubierta. Velasco pensaba que en cualquier momento sería dada la orden de cortar las sogas para que las cajas cayeran al mar. La nave escoraba fuertemente y tardaba en encontrar la posición vertical:

El buque pareció suspendido en el aire un segundo. Saqué la mano para mirar la hora, pero en ese instante no vi el brazo, ni la mano, ni el reloj. No vi la ola. Sentí que la nave se iba del todo  y que la carga en que me apoyaba se estaba rodando. Me puse en pie, en una fracción de segundo, y el agua me llegaba al cuello […] Entonces el agua me cubrió por completo y empecé a nadar hacia arriba por espacio de uno, dos, tres segundos. Seguí nadando hacia arriba. Me faltaba aire. Me asfixiaba. Traté de agarrarme de la carga, pero ya la carga no estaba allí. Ya no había nada alrededor. Cuando salí a flote no vi en torno mío nada distinto del mar. Un segundo después, como a cien metros, el buque surgió entre las olas, chorreando agua por todos los lados, como un submarino. Sólo entonces me di cuenta de que había caído al agua.

(Gabriel García Márquez, Relato de un náufrago, ediciones Oveja Negra, México 1994, pág. 25)  

La sobrecarga del buque le impidió maniobrar para recoger a los náufragos y siguió navegando como si nada hubiera pasado.

La historia fue publicada por capítulos durante quince días, a lo largo de los cuales los lectores hacían una cola frente al periódico, cuya tirada se duplicó,  buscando comprar los números atrasados.

Sin embargo, no era esa la versión que la dictadura del general Rojas Pinilla, deseaba que se conociera.

El diario terminó siendo clausurado, Velasco se vio forzado a dejar la marina y García Márquez debió comenzar un exilio que también lo convirtió a él mismo en náufrago navegando en una balsa a la deriva.

 

El arte de la supervivencia

Más allá de los hechos, el arte de la supervivencia, donde en gran medida interviene al azar, es el verdadero y profundo significado de la historia y lo que interesó a Ximo: “En el origen de todo naufragio está la fatiga con la desesperación” y agrega “Decidí que lo único con lo que podía contar para salvarme era mi voluntad y el resto de mis fuerzas.”  (La Navegación y…en “Ética: ¿Un discurso o una práctica social?”, colección Tramas Sociales, Edit. Paidós, Bs.As., 2000, p.33).

De pronto el náufrago se encuentra solo en el mar, supone que será rescatado y sigue mentalmente el viaje del destructor. Presume que, conociéndose la posición de la caída de los tripulantes, alguien vendrá a salvarlo.

Los minutos eran largos e intensos. El sol me abrasaba el rostro y la espalda y los labios me ardían, cuarteados por la sal. Pero en ese momento no sentía ni sed ni hambre. La única necesidad que sentía era la de ver aparecer los aviones.

(p. 33)

La esperanza primero obedece a una causa: la expectativa del rescate. Pero en estas contingencias no funcionan la razón, ni las expectativas. Un hecho terrible, inesperado, desborda a la razón y las expectativas pero no siempre puede quebrar la esperanza. En un punto descubrimos que la esperanza puede sostenerse por sí misma, aunque no haya referencias ni posibilidades.

Pero yo sabía que cuando el viento aúlla en el mar, cuando las olas se rompen contra los acantilados, uno sigue oyendo las voces que recuerda.

                            (p.34)

Yo había sido también un náufrago de otra clase de naufragio: a mí me habían arrojado por la borda y pensaba en que todo había sucedido de pronto y que, siendo inocente, había sido arrastrado a una injusticia y escuchaba la voz de mi madre y pensaba que sufriría de saber lo que me estaban haciendo y que ella no me había cuidado y entregado su vida para que otros me sacrificaran. Entonces oía su voz y pensaba en que sola se sentiría allá en la muerte.

Como un diamante amarillo aparece la primera estrella en un cielo del color de las violetas oscuras y luego sobreviene la noche, la primera solo en el mar.

Mi primera impresión, al darme cuenta de que estaba  sumergido en la oscuridad, de que ya no podía ver la palma de mi mano, fue la de que no podría dominar el terror.

(p.35)

El filo del terror refulge como un rayo cuando no sabemos qué sucederá y no tenemos nada a lo cual acudir, pero luego cede si es que estamos atentos a otra voz, una más interna que nos pueda consolar.

Yo sabía que en el piso de la balsa estaría a salvo de animales, porque la red que protege el piso les impide acercarse. Pero eso se aprende en la escuela […] cuando el instructor hace la demostración en un modelo reducido de la balsa […] Pero cuando se está solo en el mar, a las ocho de la noche y sin esperanzas, se piensa que  no hay ninguna lógica en las palabras del instructor.

(p.36)

Al sufrir una injusticia en nuestro ámbito de trabajo el sistema en el que funcionaba nuestra vida se quiebra y nunca recuperará su forma original. Todos saben que es una injusticia pero nadie nos apoya. Las personas dejan de ser lo que uno creía que eran, pero que, en realdad,  íntimamente, nunca habían sido: el material de que estaban hechas se partió al primer esfuerzo al que fue sometido y la razón ya no explica las cosas, estamos solos y ya no hay ninguna lógica en las palabras del instructor. El mundo ha perdido su forma y su consistencia. Después de todo, nada es lo que parecía ser.

¿Cómo habremos de sobrevivir? No lo sabemos, aunque a la deriva, seguimos a flote. La noche de la desesperación es interminable y nos deposita en un día, igual de interminable, sin que pase nada

Es imposible que la noche sea tan larga como el día. Se necesita haber pasado una noche en el mar, sentado en una balsa y contemplando el reloj, para saber que la noche es desmesuradamente más larga que el día. Pero de pronto empieza a amanecer, y entonces uno se siente demasiado cansado para saber que está amaneciendo.

(p.38)

La pregunta es si somos capaces de construir nuestras estrategias de supervivencia o si ellas aparecen allí por sí mismas.

No tenemos nada a qué aferrarnos pero la vida igual empuja en nosotros.

De pronto se aproxima un avión que pasa cerca. Supone que lo han descubierto porque ve, claramente, a un hombre asomado a la ventanilla con prismáticos. Sin embargo el avión regresa por donde vino y, en las horas siguientes nadie viene a rescatarlo. Lo invade el desasosiego más profundo. Otro peligro se presenta: los tiburones que, invariablemente, vienen a las cinco. Aun así, busca el rumbo de la Osa Mayor para remar.

Llevaba casi cuarenta horas sin agua ni alimentos y más de dos noches y dos días  sin dormir; pues había estado en vigilia toda la noche anterior al accidente. Sin embargo, yo me sentía capaz de remar.

(p.45)

En el naufragio todo el esfuerzo pesa sobre nosotros porque aun aquello que debería ayudarnos ha fallado.

 

Renovadas fuerzas para resistir

Sin pensarlo demasiado, las únicas acciones que lleva a cabo el náufrago son las de supervivencia:

Ahora no esperaba la salvación por ningún lado y sentía deseos de morir. Sin embargo, algo extraño  me ocurría cuando sentía deseos de morir: inmediatamente empezaba a pensar en un peligro. Ese pensamiento me infundía renovadas fuerzas para resistir. (p. 52).

Ni de los barcos ni los aviones que divisa lo ven. Le arde la piel, le duele todo el cuerpo y no ha podido dormir pero así, descorazonado y abandonado, se aferraba siempre a algo.

“El naufragio nos arroja a un abismo” pero “Siempre encontraba un recurso para sobrevivir, un punto de apoyo, no importa cuán insignificante” (La navegación…p.34).

Hay un instante  en que ya no se siente la sed ni el hambre. Un momento en que no se sienten ni los implacables  mordiscos del sol en la piel ampollada. No se piensa. No se tiene ninguna noción de los sentimientos. Pero aún no se pierden las esperanzas. (p.53).

En medio de todo eso hay un punto de inflexión:

Necesitaba masticar algo […] Entonces fue cuando me acordé de las tarjetas de almacén de Mobile.

Estaban  en uno de los bolsillos de mi pantalón, casi completamente deshechas por la humedad. Las despedacé, me las llevé a la boca y empecé a masticar. Aquello fue como un milagro: la garganta se alivió un poco y la boca se me llenó de saliva. Lentamente seguí masticando […] al primer mordisco me dolieron las mandíbulas. Pero a medida que masticaba […] me sentí más fuerte y optimista […] Sentí bajar la papilla de cartón molido  y desde ese instante tuve la sensación de que me salvaría.

(p. 61)

En un momento nos sentimos en la parte más honda de un abismo del cual nos parece imposible poder salir, pero basta algo mínimo para darnos la sensación de que podremos superar la contingencia. A veces, cuanto más grande es el dolor más pequeño es aquello que puede aliviarlo. Es todo tan malo que el simple destello de algo bueno basta.

La lucidez debe saber interpretar las cosas y la voluntad de  sobrevivir llevar a cabo las acciones:

La cosa ocurrió tan violentamente que no me di cuenta en qué momento el tiburón saltó fuera del agua. Dio un fuerte coletazo, y la balsa, tambaleando, se hundió  en la espuma brillante. […] estaba seguro de que el tiburón se había metido en la balsa. Pero en un instante vi la aleta que sobresalía por la borda y me di cuenta de lo que había pasado. Perseguido por el tiburón, un pez brillante y verde, como de medio metro de longitud, había saltado dentro de la balsa.

(p.65)

El náufrago lucha con el tiburón cuando este le arrebata su presa y la bestia le come parte del remo: la lucha por la supervivencia es denodada, irracional y violenta y en ella a veces no se miden los riesgos.

 

La vida misma

Una noche, durante una tormenta la balsa se volcó y el náufrago cayó al mar nuevamente. Un momento después no divisaba la balsa, hasta que, de pronto, la vio detrás de él y, con un gran esfuerzo, pudo volver a subir. Sin embargo, la balsa se dio vuelta de nuevo y de pronto se dio cuenta de que estaba empezando a ahogarse. Estaba atado por su cinturón y, desesperadamente, empezó a abrir la hebilla para poder liberarse, salir de debajo de la balsa y subir nuevamente al otro lado.  

La reacción debe ser rápida, hecha sin pensar y guiada por un fuerte deseo.

“La musculatura de la resistencia es vida ella misma. La fortaleza es el medio, la vida es el fin”, dice García Roca (La navegación…p. 41)

Cuando vivimos determinadas circunstancias sólo sabemos que debemos dejarlas atrás lo antes posible y continuar hacia adelante. Es algo no deliberado. Es una fuerza, pero para que pueda salvarnos debe ser poderosa.

A veces podemos ver claramente la salida, otras no, pero igualmente es preciso seguir.

Ximo cita un poema de Fernando Pessoa “De todo quedaron tres cosas: La certeza de que estaba siempre comenzando,/la certeza de que había que seguir/ la certeza de que sería interrumpido antes de terminar/. Hacer de la interrupción un camino nuevo,/de la búsqueda un encuentro”.

La vida es algo tan valioso que impone respeto y ese respeto hace que nos aferremos a ella y que busquemos una salida aun allí donde pensamos que no la hay. Buscamos defenderla hasta el límite de nuestras fuerzas y más.

Esa mañana  había decidido entre la vida y la muerte. Había escogido la muerte, y sin embargo seguía vivo […] dispuesto a seguir luchando por la vida. A seguir luchando por lo único que ya no me importaba nada.

(p.83)

 La vida termina por imponerse.

 

“Una resurrección en tierra extraña”

Al comienzo la tierra que ve a lo lejos le parece una nueva alucinación pero luego surge la evidencia de que es real y, con el único remo partido a la mitad por la mordida del tiburón, intenta remar hacia la orilla:

Calculé que habría dos kilómetros desde la balsa hasta la orilla. Tenía las manos deshechas y el ejercicio me mataba la espalda. Pero no había resistido nueve días –diez con el que estaba empezando- para renunciar ahora que estaba frente a la tierra.

(p.89)

Dos cosas pueden suceder: que sucumbamos ante el desánimo y el esfuerzo o que de pronto nos percatemos de que nuestro espíritu de resistencia fue capaz de hacernos avanzar y llegar a un punto del cual no es posible volver.

Sin embargo los peligros subsisten: sobrevivir es un arte que no da tregua:

Pero luego me sentí agotado, levanté el remo un instante, contemplando la exuberante vegetación que crecía ante mis ojos, y vi que una corriente paralela a la costa impulsaba la balsa hacia los acantilados […]

Traté de calcular mis fuerzas. Necesitaba nadar dos kilómetros para alcanzar la costa. En buenas condiciones puedo nadar dos kilómetros en menos de una hora. Pero no sabía cuánto tiempo  podía nadar después de diez días sin comer más que un pedazo de pescado y una raíz, con cl cuerpo ampollado por el sol y la rodilla herida. Pero aquella era mi última oportunidad. No tuve tiempo de pensarlo. No tuve tiempo de acordarme de los tiburones. Solté el remo, cerré los ojos y me arrojé al agua.

(p.90)

Piensa si la tierra hacia la que estaba nadando con sus últimas fuerzas no sería una nueva alucinación, como las varias que tuvo. Las decisiones deben ser rápidas, intuitivas y al tomarlas se afronta el riesgo que deviene de aquello desconocido, aquello que no fue posible valorar al tomar la decisión.

La decisión fue, afortunadamente, la acertada y la intuición fue certera y le permitirá llegar a tierra y ser salvado por un lugareño que, junto a su familia, lo cuidó con sabiduría y dedicación.

La salvación es el gran medida el resultado de una serie de decisiones pero también de casualidades y no todo depende de nosotros.

Viktor Frankl sobrevive en los campos de concentración nazis porque, como el náufrago, es capaz de leer los signos, ocultarse cuando están por llevar a los prisioneros a otro campo, dándose cuenta de qué debe hacer y del momento de hacerlo.

Se trata de aprovechar los resquicios del azar,  y sacar algo de las fuerzas que están en contra.  

 

Una delgada línea

Resiliencia es la aptitud de un material para mantener su forma ante el impacto de algo que puede destruirlo; significa que en el naufragio prevalezca una actitud hecha de esperanza, voluntad, sabiduría, perseverancia y amor por la vida.

Quizás Relato de un náufrago, de Luis Alejandro Velasco y Gabriel García Márquez sea la mejor manera de poner el concepto de resiliencia en palabras. Es uno de mis libros centrales. Me  acompañó cuando estuve internado en el hospital, antes y después de una operación y me ayudó en aquella travesía en la que nunca perdí la esperanza. Estuvo conmigo antes de eso, cuando debimos vivir cosas que eran inimaginables, sin que existiera no ya una certeza sino alguna remota posibilidad de salvación. Ayudó a mantenernos, a sobrellevar la fatiga, el desánimo, la imposibilidad de todo y la falta de esperanzas y, como el náufrago pudimos salvarnos por el propio azar, por la voluntad y el resto de nuestras fuerzas.

Hay un espacio de convivencia con los otros, uno en el cual las cosas discurren apaciblemente, pero en medio de ese espacio hay una línea que es extremadamente delgada, que es invisible, una de la cual no tenemos noticia hasta que algo sucede y cuando la atravesamos, aquello que parecía bueno revela que no lo era; nos muestra su peor cara, nos abandona y debemos sobrevivir en una balsa, solos, arrastrados por una corriente que ignoramos a donde habrá de llevarnos y que no podemos manejar. Es entonces cuando la lucidez, el resto de nuestras fuerzas, el sentido de la oportunidad, revelan su extraño e increíble poder y sacamos fuerzas no sabemos de dónde para encarar la adversidad y la adversidad hace eso: nos revela de qué éramos capaces y no lo sabíamos.

La maldad en el mundo está agazapada tras esa delgada línea y, tarde o temprano, debemos enfrentarla. Habrá que estar preparados para eso y llevar en nuestras alforjas este libro.

Pero también está la bondad, el gesto de algunos pocos y esta es la mejor parte de la enseñanza que nos depara el naufragio.

 Por último, el Relato de un náufrago me recuerda a Ximo, sus ideas, sus experiencias me permite habitar en el mundo del espíritu de la supervivencia.

Eduardo Balestena

Mar del Plata, Argentina, 1ro, de enero de 2024