domingo, 31 de enero de 2010

Juan Moreira y la literatura gauchesca



Eduardo Gutiérrez (Buenos Aires en 1851-1889) es un escritor de la generación del 80, hermano de Ricardo, poeta y médico; provenía de una familia vinculada a la política y a las profesiones liberales, modelo que no siguió al optar por inscribirse en la Dirección General de Milicias y actuar en la línea de fortines, y por ejercer el periodismo, cosa que hizo en forma profesional.
El excelente prólogo de Bernardo Verbitsky para la edición de la colección Siglo y Medio de Eudeba de Juan Moreira (1961) señala la vigencia de este texto y las circunstancias de su autor cuya producción, signada por la urgencia, las implicaciones sociales y las cuestiones políticas, se inscribe en el proceso de una verdadera revolución lectora en el cual medios, como Caras y Caretas, y modalidades como el folletín son elementos esenciales en la producción de una literatura destinada a un público creciente.
Fiel a la imagen del escritor que abandona la seguridad de un origen acomodado para dedicarse a las letras, asumidas, como en Francis Bret Harte (Albany 1836-1902), en su sentido más vinculado a la aventura, murió de una cruel enfermedad a los 37 años de edad.
El universo múltiple
La novela Juan Moreira –la más conocida de las muchas obras del escritor, que incluye un poemario sobre Santos Vega- fue publicada por entregas en La Patria Argentina, entre noviembre de 1879 y enero de 1880. El personaje concebido por Gutiérrez, no obstante su decisión deliberada de producir un texto como una reseña novelada de hechos reales, asume una estatura épica y no elude ciertos sentimentalismos del héroe de folletín. No obstante, aparecen otros elementos que determinan su vigencia: la relación entre la libertad y el poder, la justicia como opresión y juego de intereses, la libre elección de un modo de vida, y el fatalismo.
Agregaríamos lo que un sector de la sociología (Howard Becker) llama la carrera de la desviación: el héroe, contra su propia voluntad, es empujado al crimen, primero por la autoridad, luego por quienes lo desafían, y va configurando un derrotero del cual no puede regresar. El gesto de reivindicación –no tolera ya ser objeto de injusticia- es el que desencadena el mecanismo del destino.
Ello establece una interesante separación: la maquinaria de la ley estatuye la injusticia, mientras que la marginalidad connota a la verdadera ley, la universal, la del hombre. Moreira –que nunca ataca a sus oponentes y que ayuda a su adversario cuando lo persigue en razón de un cometido legal y pelea limpiamente- es un hombre de ley y por eso está fuera de la ley.
Ley y justicia se contraponen pero a la vez se mezclan: los vocablos designan de igual modo al teniente alcalde (que intenta quedarse con su esposa y para ello lo castiga una y otra vez) y a las partidas, como al imperativo moral que sigue Moreira. Así, cuando Chirino lo asesina por la espalda Moreira le dice “justicia tenías que ser”. No obstante, hay otra ley y otra justicia inaccesible a quien utiliza el poder para sus propios fines.
Otro eje del universo múltiple es el espacio: el medio rural, la estancia, el alambrado, la frontera, que delimitan la libertad, lo ajeno, la opresión y el progreso.
El diálogo de las culturas
Hay otros aspectos que hacen al gauchesco como género: la ida y vuelta de la oralidad a la escritura, el modo en que el lenguaje oral –en este caso los modos del habla del medio rural de la Provincia de Buenos Aires- trabaja en el lenguaje culto-urbano, y el establecimiento de un universo discursivo que es a la vez, como en Juan Moreira, una ética, un sistema de creencias y un modo de actuar. La palabra es esencialmente acción, pero también es portadora de códigos.
De este modo, no se trata de una literatura gaucha –no son los gauchos quienes escriben literalmente en el lenguaje que usan- sino gauchesca, en la cual el escritor letrado cita “lo que los autores orales dicen, o mejor, cantan” (Historia de la literatura Argentina, nro. 13, La literatura gauchesca I, pág. 195, diario Pág.12). Ello hace al aspecto señalado por Verbitsky: Gutiérrez no toma literalmente los modismos del lenguaje de Moreira, los elabora e inserta en un texto literario destinado a un público que no es el de la literatura tradicional, y que, como señala dicho escritor, le valen el desprecio de ciertos círculos, tanto como una enorme popularidad. El esfuerzo de retratar al gaucho es también una delicada operación discursiva, necesaria para universalizarlo como símbolo de resistencia de la libertad ante la injusticia.
El progreso, al par que impone los alambrados, difunde los textos, produce lectores y esta circulación hace que los relatos sean oralizados y que episodios de estas obras sean conocidos por quienes no las leyeron. Es decir, las folkloriza: paradoja de un discurso épico del gaucho que se difunde ampliamente gracias al progreso que signa su desaparición: “La creación de la voz del gaucho en la literatura, que reproduce su oralidad y fija las costumbres de un grupo social destinado a perderse, marca el paso de la cultura popular a la cultura letrada…después de Martín Fierro, el género gauchesco se inscribirá definitivamente en la estética culta y urbana; otros oídos y nuevas voces, la de Obligado, la de Güiraldes, la de Borges, lo transformarán; para ese momento, el gaucho auténtico, el de tierra adentro, ya habrá también desaparecido” (ob. cit., pág. 195).
Civilización y barbarie
Es la voz de Lucio V. Mansilla (Buenos Aires 1831-1913) la que cuestiona la alternativa de civilización y barbarie (al proponer la asimilación pacífica del indígena) y de algún modo ayuda a inaugurar la idea de que la civilización es, finalmente, la única barbarie.
En la temática gauchesca hay elementos de esta tensión que la configuran, y que a la larga se estereotipan: la politización del gaucho, hecho ferviente unitario o federal, su conversión en desertor o vago, al huir de un servicio impuesto por la cultura dominante o perder su trabajo en la estancia. El género está marcado, desde su origen, por el conflicto con el poder, por la tensión entre “civilización” y “barbarie”.
Confluyen en él varias fuentes: los combates épicos, cuerpo a cuerpo, convertidos en desafíos, los Cielitos y diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo (Montevideo, 1788-1822), la poesía de Luís Pérez e Hilario Ascasubi (Bell Ville, 1807-1875), y, en el caso de Juan Moreira, la tradición el folletín europeo, la novela de aventuras, o los romances de avería, que cantaban las aventuras de héroes fuera de la ley marcados por el destino.
La publicación de la obra se produce en una serie de “dramas policiales” y Gutiérrez la propone como una narración de hechos de los que pueden dar testimonio distintas personas. A partir de esta formulación, sin embargo, construye a un Moreira que se independiza del origen real para convertirse en la base de la construcción de un héroe-real:” Juan Moreira es uno de esos seres (…) que vienen a la vida poderosamente tallados en bronce”.
De este modo, el narrador enfatiza en su belleza física, en la nobleza de los vínculos con quienes se encuentran más próximos a él, en el obligado despojamiento que le impone no andar nada más que con su perro y su caballo, y en su actitud hacia aquellos con quienes lucha. Su Moreira va independizándose así del original, en una operación que como lectores nunca cuestionamos, acerca de un texto que pretende apoyar la vigencia de su símbolo precisamente en el carácter realista. No hay tantos testigos que puedan dar cuenta de tantas cosas en un personaje llevado por el destino a grado tal que la única posibilidad de romper ese cerco y alejarse a Córdoba, con el apoyo de alguien a quien había salvado su vida, no es aprovechada por Moreira, quien se dirige, inexorablemente, a cumplir con ese destino trágico. Pero ello no nos importa porque encontramos en el texto un cuestionamiento tan fuerte y vigente a la autoridad y su poder que lo asumimos como el verdadero tema de la obra, y que para funcionar requiere de las convenciones del folletín, en parte porque cada texto necesita de convenciones.
No hay conciliación posible entre el héroe folletinesco y el mundo al que se enfrenta en una lucha desigual y perdida que lo separa del otro mundo, diferente al de la ley, que es el de la nobleza, la pertenencia a su lugar, la relación con lo suyos y un espacio propio, distinto a la pampa por la que debe huir siempre.
Una vez asumido su propósito el personaje no lo cuestiona, aunque sepa que su elección traerá, indefectiblemente, consecuencias para los suyos. De algún modo, Moreira es un fundamentalista de su justicia, en una elección que, como lectores, nunca cuestionamos. El código del coraje “yo ya no peleo por defender la vida, porque el día que me maten será para mí un beneficio. Si yo peleo lo hago por lujo y para que no digan que me han matado de arriba” está inscripto en las cuestiones sociales y políticas implícitas en ese propósito del protagonista (su “fundamentalismo” no puede divorciarse de la autoridad y su propio “fundamentalismo”).
De allí el poder de un texto que alcanzó popularidad en su tiempo, que se hizo clásico a partir de ser el testimonio de la actitud individual ante el poder, y cuya fama se prolongó al teatro (en una de las primeras puestas de la escena nacional), en el cine (casi un siglo más tarde), muy lejos ya del personaje originario de Matanzas. Siempre vamos a asociar a Moreira con los ejes del coraje, la soledad y la injusticia antes que con los de la historia documental y el crimen. Lo que finalmente nos dice el texto es que pueden cambiar los tiempos y las circunstancias, pero que injusticia y traición son inherentes a la autoridad y que siempre estarán presentes en ella.
Borges lo toma como símbolo de ese coraje “irreal” que erige la memoria: “¿Qué fue de tanto bizarro?/A todos los gastó el tiempo,/ a todos los tapa el barro./(…) Y ya no sé si Moreira/murió en Lobos o en Navarro”.
Paradojas de ese destino en cuya clave narra Gutiérrez, el gaucho, llamado a ir a la línea de fortines, o a ser desertor o vago, pasó convertirse en el símbolo argentino por excelencia

Bibliografía:
Historia de la literatura argentina: nros. 13 La literatura gauchesca I; 14 La literatura gauchesca II; 15 La literatura gauchesca III; 22 La literatura de la generación del 80 VI. Diario Página 12, directora Prof. Silvina Marsimian, redactoras Prof. Paula Croci, María Inés González, Sylvia Nogueira y Silvina Marsimian.

Juan Moreira, Colección Siglo y Medio, Eudeba, 1961, estudio preliminar de Bernardo Verbitsky








Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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