Desde el de junio de 2005 hasta julio de 2007, el diario Página/12 editó semanalmente, los números de las series de suplementos de escritores argentinos (Historia de la Literatura Argentina) y latinoamericanos (Grandes Escritores Latinoamericanos).
El proyecto estuvo a cargo del Departamento de Castellano y Literatura del Colegio Nacional Buenos Aires, dirigido por la Profesora Silvina Marsimian, quien, con la mejor predisposición, y haciendo un espacio entre sus numerosas actividades, se refirió a este trabajo en el marco de la 3ra. Feria del Libro, Mar del Plata, Puerto de lectura.
En la obra participaron como redactoras, las profesoras Paula Croci, María Inés González y Sylvia Nogueira.
Cuerpos marcados
Silvina Marsimian es autora –y coautora- de libros de texto, artículos, antologías, prólogos y Suplementos didácticos de Literatura, como “Catálogo”, publicado en la revista “Todo es Historia”, profesora titular de Literatura Hispanoamericana del Colegio Nacional Buenos Aires, y maestranda en Análisis de discurso, en la UBA, maestría para la cual ha investigado profundamente la obra de Niní Marshall (Marina Esther Traveso, 1903-1996), tema que, por muchas de sus implicancias, significa una cuestión literaria y de género.
Situada en este marco, piensa desde el conocimiento crítico, la divulgación, y lo específicamente literario.
La distancia entre el lector y los objetos culturales, dice, es a veces demasiado grande, y cita la anécdota de Salvador Sammaritano, director del Cineclub Núcleo, quien respondía a preguntas tales como si “Ladrón de bicicletas”, era un estreno, diciendo “¿Usted la vio? Si no la vio, es un estreno para usted”.
De lo que se trata entonces, es no de hacer una historia de los objetos, sino de restaurar su vigencia, encontrar cuánto tienen para decirnos, y también nuestra propia relatividad en tal descubrimiento. En la medida en que podamos releerlos –reformulando a su vez la época-, esos textos que se supone conocidos, evidencian estar más vivos en la medida en que pongamos en crisis esa suposición.
La literatura argentina, señala, siguiendo a Ricardo Piglia, está jalonada, en la constitución de su identidad, con cuerpos heridos, marcados: Sarmiento, que sufre la aplicación de tormentos, Echeverría, que huye al exilio, y “Muere joven, como los héroes románticos, tísico, emigrado. Sus restos nunca hallados inauguran en la historia nacional la triste saga de la desaparición de los cuerpos” –pág.103.
Si hay algo que atraviese a la literatura argentina, y a la hispanoamericana, es el exilio, que hace que la subjetividad deba construirse huyendo y buscando un idioma, o preguntas por responder, cuya formulación nos inscribe a nosotros mismos –como a esos objetos- en un eje temporal. Pero el exiliado de ayer, una vez devuelto a la tierra, ve en los diferentes espacios de barbarie, y busca fundar una nacionalidad importando cultura.
La pregunta por lo nacional me recuerda a la que, hace años, se formulaba todos los sábados a las once de la mañana el musicólogo Napoleón Cabrera, en su programa de LS 1, Radio Municipal de Buenos Aires –cuando era una verdadera radio- “¿Qué significa lo argentino musical?”. Descubría que las formas atribuidas al folclore, derivaban en muchos casos de ritmos e instrumentos españoles, y que faltaban huellas para responder al interrogante inicial, o que encontrar esos rastros implicaba una determinada actitud, diferente a asumir por tales a aquellos que tomaban ese lugar. También Alejo Carpentier (1904-1980) señala algo parecido, al describir a un arpista, en “Los pasos perdidos”, que se presentó a tocar en un bar, por un vaso de maguey: “Había en sus escalas, en sus recitativos de grave diseño, interrumpidos por acordes majestuosos y amplios, algo que evocaba la festiva grandeza de los preámbulos de órgano de la Edad Media” (Losada, 2005, pág.98).
Es necesaria una experiencia, grata y fluida, de exploración de los textos para que esos objetos pueden ser reformulados.
Un mundo inédito
“Las acciones relativas a la conquista y colonización de América corren paralelas al trasplante de la lengua castellana, en tierras que pronto se volverán mestizas, y la construcción de una escritura que dé cuenta del proceso de fundación de un mundo inédito”, comienza la primera entrega de la serie de Historia de la Literatura Argentina, que ubica este nacimiento ya en los relatos de viaje, como el del italiano Antonio Pigafetta (1491-1521), cronista de la odisea laberíntica de Magallanes, capaz de descubrir un paso interoceánico, y revelar senderos insospechados en un mundo donde el conquistador es la figura paradojal de un navegante, aventurero y redentor. La Colonia implica, a su vez, otra mixtura, entre géneros literarios y no literarios, híbridos de una realidad mestiza.
¿Qué significa entonces lo argentino literario? ¿Cuál es su eje fundador: los rastros del mundo indígena, los relatos de los viajeros, el lenguaje inspirado por Europa, la tradición romántica?, y ¿qué es ahora, en el mercado global: es la industria cultural, la literatura marginal, o la palabra que, como la primigenia, debe revelar el territorio de la imaginación en un marco donde todo fluye, vertiginosa y superficialmente, en la lógica del mercado?
El viaje por el territorio de la “imaginación desatada” marca desde el inicio la necesidad de una respuesta cuyo desarrollo despliega, a la vez, una identidad que comienza a gestarse en la confluencia entre la imaginación y el descubrimiento.
Perspectivas
Búsqueda y hallazgo desdoblado en diferentes voces, la serie fue organizada con una columna central que presenta las obras, autores y el período, y otras transversales, como Escrituras de Vida, Historia del Arte, Tópicos y motivos de la Literatura Argentina, Lecturas y Lectores, Perfiles, Contrapunto, o Entre- textos, esta última una sección especial que integra desde diversas perspectivas textos literarios distantes en el tiempo o relaciona a la literatura con otros discursos sociales como el cine, la música, la plástica. Por ejemplo, son asociados la fundación de Buenos Aires presentada por el poema de Borges “Fundación mítica de Buenos Aires”, y la novela “El entenado”, de Juan José Saer. Cada número cierra con una muestra de antología, y una ficha de referencias bibliográficas actualizadas sobre el tema.
En la serie de Grandes Escritores Latinoamericanos, algunas secciones cambian: La escena americana, Vida de escritor, Formas y Técnicas, Prácticas Culturales, Entre-vistos, para mantener otras: Entre-textos, la Antología y la ficha bibliográfica. Fueron respetados los estilos individuales y el lenguaje de las columnas, pero sobre ellas fue llevado a cabo, contra reloj, un riguroso proceso de revisión, destinado a darles unidad.
También fue necesario, para completar informaciones, el contacto con escritores, sus descendientes, o sus secretarios.
El lenguaje crítico es entonces, uno de los elementos. Se trata de instalar un campo experiencial en lugar de uno exclusivamente intelectual, en un contexto de hallazgo y no de laboratorio, y la crítica es para eso un medio y no un fin.
Hoy la literatura, debe competir con programas informáticos avanzados, que permiten abrir unos horizontes a la par que cierran otros. Es necesario, entonces, rescatar el valor de lo perdurable, la vigencia de aquello que siempre la tendrá, y la idea de que la mirada crítica no puede focalizarse en sus propias operaciones, sino alumbrar a los textos.
Al proponerle a Silvina Marsimian un paralelismo entre esta cercanía de los objetos culturales y el público, ante la circunstancia, asimismo, del incremento de ventas los días en que se publicaron los números, con el proyecto de Natalio Botana, señaló que ojalá fuera así, ya que Crítica núcleo a escritores como Borges (1899-1986), Ulises Petit de Murat (1907-1983), y Roberto Arlt (1900-1942), en la Revista Multicolor de los Sábados.
El canon no canónico
Cuando el canon literario transitaba otras temáticas, Borges escribió, a pedido de Botana, los relatos que conformaron “Historia Universal de la Infamia”, con temas menospreciados: el oeste (a Borges, señala, le gustaban las películas del oeste, y siempre iba al cine a escucharlas), o los relatos de aventuras, y al hacerlo constituiría otro canon. El canon aparece como algo sin origen predeterminado absolutamente. Estas anécdotas, contribuyen a darle una filiación, y a revelar su genealogía “espuria”.
Silvina Marsimian, alumna de Borges, y allegada a él, es sin embargo crítica en algunos aspectos, y esa mirada coincide con la de Oscar Sbarra Mitre y José Edmundo Clemente, (en el libro “Borges, Director de la Biblioteca Nacional. Diálogos entre José Edmundo Clemente y Oscar Sbarra Mitre”, Edit. Página/12). No existió el Borges ingenuo de las entrevistas, sino uno atento a la escena literaria, pero que universalizó rasgos de lo argentino. Después de todo, no sabemos cómo fue Eurípides como persona, señala, y lo que haya sido y no nos guste desde la mirada actual, no invalidará nunca su obra, porque ésta es un ámbito autónomo, y el hombre un territorio propio y subjetivo.
De este modo, se plantea el diálogo con el canon; existe, pero no por sí mismo, sino en aquello que tenga para decir, significar y plantear. Es una referencia, pero no vale por estar instalado, y en este recorrido encontramos realidades que, desde él, son marginales, pero capaces de tener valor por sí mismas, y aun de desplazarlo.
Así, la serie de literatura argentina se internó en el análisis de distintas vanguardias, en escritores marginales, que sin embargo preanunciaron estéticas, como Enrique Wernicke (1915-1968), o presentó a otros, como Antonio Di Benedetto (1922-1986), desde el lugar anticipatorio que tuvieron, en este caso en el objetivismo, y no desde su carácter de escritores reconocidos.
De tal manera, desde un formato de difusión, fue propuesto un juego de criterios diferentes a la manera cómo se lee a determinados autores, sólo para reconocer que éste es un canon posible hoy, y que dentro de diez años, habría que escribir toda la serie de nuevo.
La resignificación de revistas de vanguardia, como Letras, dirigida por Arturo Cambours Ocampo (1908-1996), autor teatral, crítico, poeta comprometido, quien caracterizaba al intelectual como quien “tiene disciplina y vocación”, asocian a lo creativo con una práctica de cambio, una postura a la vez crítica, actitud muy válida para la realidad de hoy.
Una travesía por géneros: Teatro, poesía, crítica, ensayo, o subgéneros, como el sainete o el grotesco, evidencia el rostro múltiple de lo literario, y el modo en que sigue los avatares de la historia.
Cada forma tiene un contenido de verdad para quienes creen en ella, o están inmersos en la realidad donde son gestadas: así, la política marcó fuertemente la producción literaria: a veces tomando partido, otras, buscando, como diría el poeta Fabián Iriarte, “Guaridas para huir el mundo”.
Vistos en un transcurso, los rostros de lo literario son absolutos y a la vez relativos. Absolutos porque contienen una percepción de lo social y lo estético que sólo ellos pueden deparar, y relativos porque, igual que nosotros, sus lectores, fluyen en algo que puesto así, como un transcurso, nos revela provisionales, inmersos en ese fluir, y solamente parte de él.
El canon es tan paradójico como lo literario en sí mismo: es leído desde lo que es y no desde su institucionalización, y esta lectura, siempre depara algo nuevo. El número 25 dedicado a Juan Rulfo (1918-1986), por ejemplo, lo revela no sólo como un vanguardista por la ruptura de la realidad, un esteticista por el uso del lenguaje, y un escritor comprometido por sus temas, sino que postula a “No oyes ladrar los perros” (de “El llano en llamas”, 1953), como una reescritura del canto II de La Eneida, de Virgilio, en un trabajo de Mónica Dupuy, especialista en literatura clásica.
Rulfo invierte el relato: Eneas carga a su padre sobre sus hombros y lleva a los dioses penates, para salvarlos del incendio de Troya, y “con su hijo de la mano, emprende el viaje”. “En el cuento de Rulfo, se narra la última noche de Ignacio. Su padre lo carga sobre sus hombros a duras penas. Ignacio es un criminal…”. Le pregunta, una y otra vez de si oye ladrar a los perros del pueblo a donde se dirigen para pedir auxilio; es el indicador de que reina la oscuridad absoluta. Ignacio muere “El padre lo ayuda para cumplir con su esposa, fallecida, porque para él su impiadoso hijo ya había muerto el día en que asesinó a su padrastro. Virgilio habla de la piedad, Rulfo de la impiedad; aquel produjo un paradigma de la época literaria que conecta a dioses y héroes; en el cuento, no hay divinidades que conduzcan a las acciones, no hay héroes” (pág.393).
La trama del libro
También cuando Municipal era una verdadera radio, el escritor y erudito Luís Alberto Ballester, autor de “Techos de Buenos Aires” (Torres Agüero, 1988), entre muchos otros libros, tenía, además de “Literatura Argentina”, y “Literatura fantástica Argentina”, un programa llamado “La trama del libro”.
Posiblemente podamos pensar a la literatura como una trama, donde nos conectamos con realidades e irrealidades insospechadas, pero también como lo contrario, como una navegación, donde hay puntos que nos orientan, pero donde todo es nuevo e incierto, y requiere, incesantemente, ser revelado, posibilitarnos instalar un núcleo de perplejidad en medio del laberinto oscuro donde no ladran los perros. Así, la noche como metáfora de la vida, nos dice también que sin arte habrá oscuridad, y sin pensamiento para discernirlo, no habrá arte, porque el arte es, además de un resultado estético, una permanente interpelación a sí mismo, y a quienes participamos de él.
Este quizás sea el mensaje que deja un corpus que supo cumplir con ese sentido paradojal de mostrar y a la vez plantear que aquello que muestra es una posibilidad de algo que nunca terminaremos de ver; lo que reformula a la función literaria también como múltiple: creación, experimentación, pensamiento, “Guarida para huir el mundo “, y escena donde hacer jugar las ideas que pretendan hacer de ese mundo, un lugar de navegación posible.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
El proyecto estuvo a cargo del Departamento de Castellano y Literatura del Colegio Nacional Buenos Aires, dirigido por la Profesora Silvina Marsimian, quien, con la mejor predisposición, y haciendo un espacio entre sus numerosas actividades, se refirió a este trabajo en el marco de la 3ra. Feria del Libro, Mar del Plata, Puerto de lectura.
En la obra participaron como redactoras, las profesoras Paula Croci, María Inés González y Sylvia Nogueira.
Cuerpos marcados
Silvina Marsimian es autora –y coautora- de libros de texto, artículos, antologías, prólogos y Suplementos didácticos de Literatura, como “Catálogo”, publicado en la revista “Todo es Historia”, profesora titular de Literatura Hispanoamericana del Colegio Nacional Buenos Aires, y maestranda en Análisis de discurso, en la UBA, maestría para la cual ha investigado profundamente la obra de Niní Marshall (Marina Esther Traveso, 1903-1996), tema que, por muchas de sus implicancias, significa una cuestión literaria y de género.
Situada en este marco, piensa desde el conocimiento crítico, la divulgación, y lo específicamente literario.
La distancia entre el lector y los objetos culturales, dice, es a veces demasiado grande, y cita la anécdota de Salvador Sammaritano, director del Cineclub Núcleo, quien respondía a preguntas tales como si “Ladrón de bicicletas”, era un estreno, diciendo “¿Usted la vio? Si no la vio, es un estreno para usted”.
De lo que se trata entonces, es no de hacer una historia de los objetos, sino de restaurar su vigencia, encontrar cuánto tienen para decirnos, y también nuestra propia relatividad en tal descubrimiento. En la medida en que podamos releerlos –reformulando a su vez la época-, esos textos que se supone conocidos, evidencian estar más vivos en la medida en que pongamos en crisis esa suposición.
La literatura argentina, señala, siguiendo a Ricardo Piglia, está jalonada, en la constitución de su identidad, con cuerpos heridos, marcados: Sarmiento, que sufre la aplicación de tormentos, Echeverría, que huye al exilio, y “Muere joven, como los héroes románticos, tísico, emigrado. Sus restos nunca hallados inauguran en la historia nacional la triste saga de la desaparición de los cuerpos” –pág.103.
Si hay algo que atraviese a la literatura argentina, y a la hispanoamericana, es el exilio, que hace que la subjetividad deba construirse huyendo y buscando un idioma, o preguntas por responder, cuya formulación nos inscribe a nosotros mismos –como a esos objetos- en un eje temporal. Pero el exiliado de ayer, una vez devuelto a la tierra, ve en los diferentes espacios de barbarie, y busca fundar una nacionalidad importando cultura.
La pregunta por lo nacional me recuerda a la que, hace años, se formulaba todos los sábados a las once de la mañana el musicólogo Napoleón Cabrera, en su programa de LS 1, Radio Municipal de Buenos Aires –cuando era una verdadera radio- “¿Qué significa lo argentino musical?”. Descubría que las formas atribuidas al folclore, derivaban en muchos casos de ritmos e instrumentos españoles, y que faltaban huellas para responder al interrogante inicial, o que encontrar esos rastros implicaba una determinada actitud, diferente a asumir por tales a aquellos que tomaban ese lugar. También Alejo Carpentier (1904-1980) señala algo parecido, al describir a un arpista, en “Los pasos perdidos”, que se presentó a tocar en un bar, por un vaso de maguey: “Había en sus escalas, en sus recitativos de grave diseño, interrumpidos por acordes majestuosos y amplios, algo que evocaba la festiva grandeza de los preámbulos de órgano de la Edad Media” (Losada, 2005, pág.98).
Es necesaria una experiencia, grata y fluida, de exploración de los textos para que esos objetos pueden ser reformulados.
Un mundo inédito
“Las acciones relativas a la conquista y colonización de América corren paralelas al trasplante de la lengua castellana, en tierras que pronto se volverán mestizas, y la construcción de una escritura que dé cuenta del proceso de fundación de un mundo inédito”, comienza la primera entrega de la serie de Historia de la Literatura Argentina, que ubica este nacimiento ya en los relatos de viaje, como el del italiano Antonio Pigafetta (1491-1521), cronista de la odisea laberíntica de Magallanes, capaz de descubrir un paso interoceánico, y revelar senderos insospechados en un mundo donde el conquistador es la figura paradojal de un navegante, aventurero y redentor. La Colonia implica, a su vez, otra mixtura, entre géneros literarios y no literarios, híbridos de una realidad mestiza.
¿Qué significa entonces lo argentino literario? ¿Cuál es su eje fundador: los rastros del mundo indígena, los relatos de los viajeros, el lenguaje inspirado por Europa, la tradición romántica?, y ¿qué es ahora, en el mercado global: es la industria cultural, la literatura marginal, o la palabra que, como la primigenia, debe revelar el territorio de la imaginación en un marco donde todo fluye, vertiginosa y superficialmente, en la lógica del mercado?
El viaje por el territorio de la “imaginación desatada” marca desde el inicio la necesidad de una respuesta cuyo desarrollo despliega, a la vez, una identidad que comienza a gestarse en la confluencia entre la imaginación y el descubrimiento.
Perspectivas
Búsqueda y hallazgo desdoblado en diferentes voces, la serie fue organizada con una columna central que presenta las obras, autores y el período, y otras transversales, como Escrituras de Vida, Historia del Arte, Tópicos y motivos de la Literatura Argentina, Lecturas y Lectores, Perfiles, Contrapunto, o Entre- textos, esta última una sección especial que integra desde diversas perspectivas textos literarios distantes en el tiempo o relaciona a la literatura con otros discursos sociales como el cine, la música, la plástica. Por ejemplo, son asociados la fundación de Buenos Aires presentada por el poema de Borges “Fundación mítica de Buenos Aires”, y la novela “El entenado”, de Juan José Saer. Cada número cierra con una muestra de antología, y una ficha de referencias bibliográficas actualizadas sobre el tema.
En la serie de Grandes Escritores Latinoamericanos, algunas secciones cambian: La escena americana, Vida de escritor, Formas y Técnicas, Prácticas Culturales, Entre-vistos, para mantener otras: Entre-textos, la Antología y la ficha bibliográfica. Fueron respetados los estilos individuales y el lenguaje de las columnas, pero sobre ellas fue llevado a cabo, contra reloj, un riguroso proceso de revisión, destinado a darles unidad.
También fue necesario, para completar informaciones, el contacto con escritores, sus descendientes, o sus secretarios.
El lenguaje crítico es entonces, uno de los elementos. Se trata de instalar un campo experiencial en lugar de uno exclusivamente intelectual, en un contexto de hallazgo y no de laboratorio, y la crítica es para eso un medio y no un fin.
Hoy la literatura, debe competir con programas informáticos avanzados, que permiten abrir unos horizontes a la par que cierran otros. Es necesario, entonces, rescatar el valor de lo perdurable, la vigencia de aquello que siempre la tendrá, y la idea de que la mirada crítica no puede focalizarse en sus propias operaciones, sino alumbrar a los textos.
Al proponerle a Silvina Marsimian un paralelismo entre esta cercanía de los objetos culturales y el público, ante la circunstancia, asimismo, del incremento de ventas los días en que se publicaron los números, con el proyecto de Natalio Botana, señaló que ojalá fuera así, ya que Crítica núcleo a escritores como Borges (1899-1986), Ulises Petit de Murat (1907-1983), y Roberto Arlt (1900-1942), en la Revista Multicolor de los Sábados.
El canon no canónico
Cuando el canon literario transitaba otras temáticas, Borges escribió, a pedido de Botana, los relatos que conformaron “Historia Universal de la Infamia”, con temas menospreciados: el oeste (a Borges, señala, le gustaban las películas del oeste, y siempre iba al cine a escucharlas), o los relatos de aventuras, y al hacerlo constituiría otro canon. El canon aparece como algo sin origen predeterminado absolutamente. Estas anécdotas, contribuyen a darle una filiación, y a revelar su genealogía “espuria”.
Silvina Marsimian, alumna de Borges, y allegada a él, es sin embargo crítica en algunos aspectos, y esa mirada coincide con la de Oscar Sbarra Mitre y José Edmundo Clemente, (en el libro “Borges, Director de la Biblioteca Nacional. Diálogos entre José Edmundo Clemente y Oscar Sbarra Mitre”, Edit. Página/12). No existió el Borges ingenuo de las entrevistas, sino uno atento a la escena literaria, pero que universalizó rasgos de lo argentino. Después de todo, no sabemos cómo fue Eurípides como persona, señala, y lo que haya sido y no nos guste desde la mirada actual, no invalidará nunca su obra, porque ésta es un ámbito autónomo, y el hombre un territorio propio y subjetivo.
De este modo, se plantea el diálogo con el canon; existe, pero no por sí mismo, sino en aquello que tenga para decir, significar y plantear. Es una referencia, pero no vale por estar instalado, y en este recorrido encontramos realidades que, desde él, son marginales, pero capaces de tener valor por sí mismas, y aun de desplazarlo.
Así, la serie de literatura argentina se internó en el análisis de distintas vanguardias, en escritores marginales, que sin embargo preanunciaron estéticas, como Enrique Wernicke (1915-1968), o presentó a otros, como Antonio Di Benedetto (1922-1986), desde el lugar anticipatorio que tuvieron, en este caso en el objetivismo, y no desde su carácter de escritores reconocidos.
De tal manera, desde un formato de difusión, fue propuesto un juego de criterios diferentes a la manera cómo se lee a determinados autores, sólo para reconocer que éste es un canon posible hoy, y que dentro de diez años, habría que escribir toda la serie de nuevo.
La resignificación de revistas de vanguardia, como Letras, dirigida por Arturo Cambours Ocampo (1908-1996), autor teatral, crítico, poeta comprometido, quien caracterizaba al intelectual como quien “tiene disciplina y vocación”, asocian a lo creativo con una práctica de cambio, una postura a la vez crítica, actitud muy válida para la realidad de hoy.
Una travesía por géneros: Teatro, poesía, crítica, ensayo, o subgéneros, como el sainete o el grotesco, evidencia el rostro múltiple de lo literario, y el modo en que sigue los avatares de la historia.
Cada forma tiene un contenido de verdad para quienes creen en ella, o están inmersos en la realidad donde son gestadas: así, la política marcó fuertemente la producción literaria: a veces tomando partido, otras, buscando, como diría el poeta Fabián Iriarte, “Guaridas para huir el mundo”.
Vistos en un transcurso, los rostros de lo literario son absolutos y a la vez relativos. Absolutos porque contienen una percepción de lo social y lo estético que sólo ellos pueden deparar, y relativos porque, igual que nosotros, sus lectores, fluyen en algo que puesto así, como un transcurso, nos revela provisionales, inmersos en ese fluir, y solamente parte de él.
El canon es tan paradójico como lo literario en sí mismo: es leído desde lo que es y no desde su institucionalización, y esta lectura, siempre depara algo nuevo. El número 25 dedicado a Juan Rulfo (1918-1986), por ejemplo, lo revela no sólo como un vanguardista por la ruptura de la realidad, un esteticista por el uso del lenguaje, y un escritor comprometido por sus temas, sino que postula a “No oyes ladrar los perros” (de “El llano en llamas”, 1953), como una reescritura del canto II de La Eneida, de Virgilio, en un trabajo de Mónica Dupuy, especialista en literatura clásica.
Rulfo invierte el relato: Eneas carga a su padre sobre sus hombros y lleva a los dioses penates, para salvarlos del incendio de Troya, y “con su hijo de la mano, emprende el viaje”. “En el cuento de Rulfo, se narra la última noche de Ignacio. Su padre lo carga sobre sus hombros a duras penas. Ignacio es un criminal…”. Le pregunta, una y otra vez de si oye ladrar a los perros del pueblo a donde se dirigen para pedir auxilio; es el indicador de que reina la oscuridad absoluta. Ignacio muere “El padre lo ayuda para cumplir con su esposa, fallecida, porque para él su impiadoso hijo ya había muerto el día en que asesinó a su padrastro. Virgilio habla de la piedad, Rulfo de la impiedad; aquel produjo un paradigma de la época literaria que conecta a dioses y héroes; en el cuento, no hay divinidades que conduzcan a las acciones, no hay héroes” (pág.393).
La trama del libro
También cuando Municipal era una verdadera radio, el escritor y erudito Luís Alberto Ballester, autor de “Techos de Buenos Aires” (Torres Agüero, 1988), entre muchos otros libros, tenía, además de “Literatura Argentina”, y “Literatura fantástica Argentina”, un programa llamado “La trama del libro”.
Posiblemente podamos pensar a la literatura como una trama, donde nos conectamos con realidades e irrealidades insospechadas, pero también como lo contrario, como una navegación, donde hay puntos que nos orientan, pero donde todo es nuevo e incierto, y requiere, incesantemente, ser revelado, posibilitarnos instalar un núcleo de perplejidad en medio del laberinto oscuro donde no ladran los perros. Así, la noche como metáfora de la vida, nos dice también que sin arte habrá oscuridad, y sin pensamiento para discernirlo, no habrá arte, porque el arte es, además de un resultado estético, una permanente interpelación a sí mismo, y a quienes participamos de él.
Este quizás sea el mensaje que deja un corpus que supo cumplir con ese sentido paradojal de mostrar y a la vez plantear que aquello que muestra es una posibilidad de algo que nunca terminaremos de ver; lo que reformula a la función literaria también como múltiple: creación, experimentación, pensamiento, “Guarida para huir el mundo “, y escena donde hacer jugar las ideas que pretendan hacer de ese mundo, un lugar de navegación posible.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
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