viernes, 30 de septiembre de 2022

Ensayo sobre la novela Patria, de Fernando Aramburu


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Ensayo sobre la novela Patria de Fernando Aramburu

Editado como parte de la colección sobre Teoría y Crítica de la Editorial Biblos, La metáfora del pájaro pintado (Patria de Fernando Aramburu, un ensayo de análisis estructural)  aborda el estudio de la novela de referencia a partir de la forma en la cual fue concebida y escrita.

Dicha novela se refiere, desde una perspectiva intimista, a la violencia de la agrupación terrorista ETA (Euskadi Ta Askatasuna: Patria vasca y libertad) a partir de la historia de los personajes de dos familias: la de la víctima y la del terrorista que interviene en el atentado, que es el centro de la novela; ambas familias estuvieron vinculadas por una larga amistad. 

Dos cosas me movieron a escribir el ensayo: la empatía con la víctima y la disposición de determinados elementos narrativos de la novela en la miniserie. De hecho, esto último fue lo que disparó la escritura.

 

Forma y contenido

La novela guarda una relación muy estrecha entre la estructura formal  elegida y aquello que cuenta y, en este equilibrio, cada imagen, cada hecho y cada personaje forman parte de un mecanismo que hace que el tema central no pueda ser abordado, con efectividad,  de otro modo.

En este mecanismo –cuya finalidad es plantear la dimensión del dolor que los 52 años de actividad de ETA, con sus 864 asesinatos significaron en el tejido social- es posible distinguir un marco y distintas piezas que funcionan con el fin de que dicho mecanismo pueda plasmar su propósito, cosa que no podría lograr prescindiendo de alguna de esas piezas; sin embargo, el mecanismo permite disponerlas con algunas variantes.

Forma y contenido se encuentran una en función del otro y el ensayo enumera los recursos y la forma en que trabajan en la escritura.

 

El análisis estructural

Es posible distinguir en el texto dos caminos (o partidas, como les llama Claude Levi Strauss): uno de ida y otro de regreso. El primero, por medio del acoso, el control social y la traición, lleva al atentado y a la muerte del Txato. El segundo consiste en el regreso de Bittori, su esposa, al pueblo, con el propósito de averiguar quién lo asesino, saber si Joxe Mari, hijo de un amigo de la familia y miembro de ETA que participó en ese atentado, fue quien disparó y luego que le pida perdón.

Ello coincide con la forma del cuento tradicional, según lo analiza Claude Levi Strauss (La lectura y la forma: reflexiones sobre la obra de Vladimir Propp), donde a la acción ejecutada por parte del traidor, sucede el exilio y el regreso a fin de, mediante el aporte de ayudantes del héroe, sea posible volver al equilibrio perdido.

Hay además otra variedad de elementos: la disposición de la acción mediante núcleos principales, momentos retardatarios, indicios que plantean una intriga, así como otros, que cambian de la novela a la miniserie.

Dos son las metáforas principales planteadas en la novela: la del encierro y la de la libertad. La primera es la predominante: los personajes son cautivos de la lógica de un mundo regido por la imposibilidad, la amenaza y la violencia. Otros pugnan por un espacio de libertad, una que consiste en pequeños actos de resistencia, en el esfuerzo por salir del mundo narrado y el de ayudar.

Este punto de vista hace a la clasificación de los personajes en recluidos, encerrados, y libres. Los primeros son los que no conciben un mundo sujeto a otros valores que no sean los suyos y sostienen un pensamiento único y violento. Los encerrados son aquellos capaces de una apertura que el entorno no les permite concretar y se subdividen en los interiormente libres (que no renuncian a sus convicciones y establecen un mecanismo de resistencia sin posibilidad de triunfar) y aquellos otros que, que pese a no renunciar a sus convicciones son incapaces de asumir una actitud de resistencia.

La lluvia es uno de los símbolos centrales, tanto de la novela como de la miniserie: el Txato es asesinado un día de lluvia, de esos que “borran los contornos de las cosas y hacen que sea lo mismo la mañana que la tarde”; ese  núcleo central de la novela –el asesinato- es narrado desde varias perspectivas a lo largo tanto de la versión literaria como de la miniserie, con lo cual la lluvia se establece como una atmósfera opresiva que marca fuertemente la obra y ante la cual el auspicio de un día soleado –con su sensación implícita de energía y optimismo- es excepcional.

Arantxa, uno de los personajes –un personaje encerrado interiormente libre, es decir, que obedece a sus propias convicciones pero no puede salir del mundo narrado- es hermana del Joxe Mari, el terrorista. Sufre un violento ictus que paraliza prácticamente todo su cuerpo y sólo puede comunicarse tecleando con un dedo mensajes en el teclado de un dispositivo con pantalla. Sin embargo, desde su inmovilidad mueve los hilos de la narración y persuade a su hermano de que pida perdón a Bittori, con lo cual la novela se encamina a un cierre.

En el texto se hace un paralelo entre Arantxa y Tiresias, el personaje de Edipo Rey, de Sófocles –el ensayo de refiere, en forma recurrente, a aspectos de la influencia de la cultura griega en la literatura- : Tiresias es ciego, está sumergido en la noche, a la inversa de Apolo, que lo está en el sol, pero es el único capaz de discernir el enigma. Arantxa vive en la inmovilidad, origina sin poder desplazarse y persuade sin poder hablar. Tiresias es ciego pero desde la sombra de su ceguera es capaz de ver la realidad de las cosas y le dice a Edipo “Fuiste tú quien mató a Layo”; lo mismo que Arantxa, que siendo rechazada por su marido y sometida a la inmovilidad, es capaz de actuar más allá de ese mundo cerrado por la lluvia que es el de la acción y del cual parece imposible alejarse. Arantxa es el reverso de Joxe Mari, que vive en la sombra hasta recibir el pedido-mensaje que dese la luz le manda la mujer que vive la vida “oscura”, la que fue desechada, la que quedó inmóvil pero puede adivinar y actuar.

Aspectos como este nos hacen reflexionar acerca de que la cultura griega y el relato tradicional son los que establecen las formas más efectivas para contar lo que Aristóteles llama la fábula.

Cada unidad de la narración  lleva sensaciones y significados; ello trabaja permanentemente en el texto, particularmente aquellas que, en el recuerdo de Joxe Mari en prisión van imponiendo la nostalgia a la justificación de la lucha.

La narración, postula el estructuralismo, trabaja en un sentido horizontal: al contar la historia y pasar de uno de sus núcleos a otro, y vertical porque trabaja sobre los niveles de la historia y pasa de un plano a otro, del camino de ida al de vuelta a partir de aquello que impulsa la narración: necesidad de romper el encierro, volver y saber la verdad.

En este proceso, el narrador lleva a cabo operaciones evidentes y otras que no lo son; en gran parte de los pasajes cede la función de llevar la historia y deja dialogar a los personajes, en otras los muestra desde afuera o bien nos permite acceder a lo que piensan. El narrador es como una ventana que se nos concede hacia la intimidad del dolor, del odio y de los hechos trágicos y pone en un marco determinados diálogos y les da un significado.   

 

Las marcas

El “relato de ida” transcurre en el pasado, en la década de los 80 o 90 y “el de vuelta” luego de 2011. En esta organización, la trama de la novela alterna ambos relatos y ambos tiempos –pasado y presente de la narración- . El argumento es aquello de lo que trata una novela y la trama la forma en que los elementos del argumento son organizados. El tiempo es central en esta organización.

En el juego entre los dos planes temporales –el asesinato del Txato, hecho del cual no hay una marca temporal precisa- y el cese de la actividad criminal de ETA (2011) se muestran que la lógica de la violencia que regía en una primera partida ya no es un modo de vida en la segunda, que, como visión del mundo “ha caducado” y ya no se puede sostener.

Lo que el planteo temporal toma como centro, en la segunda partida, es el dolor de quienes sobreviven y han sido marcados para siempre por un asesinato que terminó por convertirse en el eje de sus vidas. A partir del significante dolor surge otra idea del tiempo: que el de los familiares del asesinado se mide en “antes de” o “después de”, también –en relatos como los del libro Los peces de la amargura- el de los heridos a consecuencia de los atentados.

 

La lucha entre el bien y el mal

La novela aborda la violencia de ETA y también alude a la represión ilegal de su actividad.

No obstante, es lucha entre el bien y el mal,  expresado en términos de la muerte de un inocente,  el valor central que impulsa la narración y que involucra a otras cuestiones, como las de la represión ilegal. El tema tradicional (la lucha entre el bien y el mal) envuelve a cuestiones actuales: el terrorismo y su represión.

El capítulo final del ensayo establece un paralelismo entre la víctima señalada para el atentado –que con el aislamiento que sucede apenas es marcada como tal, sufre una verdadera muerte anticipada- con las etapas del genocidio, según las enumera Daniel Feierstein en su extenso estudio El genocidio como práctica social.

El control social, entendido como los mecanismos de presión o coacción para inducir a la conformidad con un estado de cosas, aunque sea injusto, es central en el proceso de señalar a la víctima, aislarla y aislar a su familia.

Si bien podemos ubicar el control social  con mayor intensidad en algunos de los personajes, se encuentra diseminado en toda la comunidad, sometida por la violencia.

 Apenas aparecen pintadas señalando al Txato todo el pueblo los desprecia a él y a su familia y les hacen el vacío a él y su familia; a partir de ese momento quedan aislados. Se produce la ruptura absoluta de la solidaridad.

Feierstein distingue varias etapas a lo largo del proceso del genocidio: la primera es la construcción de una otredad negativa, otra es hostigamiento, que dan por resultado la anulación de todo vínculo social y del para sí del sujeto, convertido en un en sí. En la novela Patria todos dejan de saludarlos y hablarles al Txato y Bittori, que deben hacer sus compras fuera del pueblo y viven encerrados.

Otra de las etapas señaladas por Feierstein es el aislamiento simbólico –“en este mismo momento no hay nadie en el pueblo que mueva un dedo por él”- y otra la del aniquilamiento material que en la novela se traduce primero por no sepultar al Txato en el cementerio de su pueblo y el evitar cualquier marca que lo identifique como un asesinado por la ETA. Bittori dice “más que enterrarlo parece que lo estamos escondiendo”.

En la novela El pájaro pintado de Jerzy Kosinski, el personaje del cazador se interna en el bosque con un pájaro que lleva aprisionado y al cual pinta con colores vivos; aguarda entonces la aparición de la bandada. Cuando ello se produce, el pájaro pintado comienza a cantar llamando a los demás y entonces el cazador lo suelta y vuela, feliz y libre, al encuentro de los otros, que al verlo diferente lo rechazan. El pájaro pintado insiste en entrar a la bandada pero cuánto más lo hace es más violentamente rechazado, hasta que la bandada termina matándolo y cae al suelo, “casi siempre sin ojos”.

Del mismo modo, el Txato intenta convencerse de que su procedencia euskalduna, el hecho de que su padre haya resultado seriamente herido peleando por el país vasco durante la guerra civil y permanecido tres años en la cárcel, harán que sea finalmente reconocido como uno más y que quienes lo amenazan se den cuenta de que él es uno de ellos y de que no se puede pretender liberar al país vasco matando a vascos, así como que los demás dirán “cuidado con éste, que es uno de los nuestros”. Pero el nosotros ya no existe, ha sido anulado en la etapa de establecimiento de la “otredad negativa” y el amenazado y los suyos están absolutamente solos, sin que la estructura social que era su vida vuelva a admitirlos de ningún modo, porque estaría ella misma en riesgo.

En esta ruptura, donde gobierna el miedo, cada uno se vuelve hacia así y se rompe el todo vínculo solidario.

 

Un modo de abordaje

Al comenzar mi trabajo escribí tres veces al autor, a través de la editorial Tusquets, porque me interesaba conocer los factores que habían gravitado en las decisiones estilísticas de la obra. Lamentablemente no obtuve ninguna respuesta, ni del autor ni de la editorial, lo cual es una pérdida bastante sustancial para el trabajo y una prueba de que la producción de la industria cultural no se vincula con la de los escritores independientes, cuya existencia la industria cultural es incapaz siquiera de percibir.

Patria es una novela eficaz para el propósito que motivó su escritura, aunque no sea una gran novela como El señor de las moscas o Espartaco –por citar dos ejemplos- y en ella confluyen la actividad de leer con la de Leer. Una es el reconocimiento de la historia en el plano de los simples hechos y la otra la de la literatura como una experiencia capaz de ir más allá de tales hechos y  suscitar una reflexión más profunda.

El análisis estructural es de utilidad en esta obra y no lo es en otras donde el plano del lenguaje es el central. Tal paradigma puede dar cuenta de una escritura pero no de una obra de arte porque la escritura puede ser asimilada a algo mientras que la obra de arte crea sus propios modos de acceder a ella.

Sin embargo el propósito de su escritura ha sido cumplido: Patria pudo hacer evidente una etapa histórica, desnudar sus motivaciones y convertirla en doloroso pasado enfocándose no en las “razones” de la violencia sino en el dolor de las víctimas.

 

Eduardo Balestena

sábado, 10 de septiembre de 2022

Las llaves de ese secreto - Comienzo


 A modo de introducción

Esta novela es en gran medida una versión libre y ficcional

del volumen El secreto final de Pearl Harbor (La contribución

de Washington al ataque japonés) del contralmirante Robert

Theobald (Círculo Militar-Biblioteca del Oficial, Buenos Aires,

1954); obra original en inglés: “The Final Secret of Pearl

Harbor” (Devin–Adair, Company, Nueva York, abril de 1954).

Las libertades que me tomé acerca de algunas circunstancias

referidas a las personas mencionadas en el texto son varias con

respecto a la historia original, pero ésta no ha sido alterada en

absoluto.

La mayor parte de la información referida en el texto proviene

de dicha investigación. Otra de las fuentes es mi artículo: “A

ochenta años del ataque a Pearl Harbor” (Reviste Élite, México,

diciembre 1, 2021 y sus citas).

La postura revisionista sobre la responsabilidad del presidente

Roosevelt y de su gobierno en el ataque japonés a la base de

Pearl Harbor, Honolulu y los campos aéreos subsidiarios de

la isla Oahu el 7 de diciembre de 1941 ha sido ignorada (una

prueba de ello es que resulta casi imposible contar con el poco

material editado al respecto). No obstante, los elementos de la

historia oficial no son suficientes para explicar los hechos si no

se incluyen aquellos otros que provienen de tal postura revisionista.

Una “verdad” se consolida a punto tal que es aceptada

no obstante no reflejar la verdad.

A pesar de aquello de lo que se nutre de manera más inmediata

toda novela es un mundo y contiene otros elementos.

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Hay hechos inabarcables pero hay otros inesperados pero

abarcables y el juego dirá cuáles habrán de prevalecer.

Lo mismo que la vida, una novela no está formada por una

sola historia.

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Índice

I. Otoño en Nueva Inglaterra

(Provincetown, octubre de 1970)............................................ 11

II. Una llamada inesperada

(California, 17 de diciembre de 1941).................................... 13

III. Un largo vuelo

(San Diego-Washington, 17 de diciembre de 1941)............. 19

IV. La Comisión Presidencial

(Washington, 18 de diciembre de 1941) ................................ 21

V. La cena con Frank Knox

(Washington, 18 de diciembre de 1941)................................. 27

VI. Tarde en Provincetown

(octubre, 1970)........................................................................... 35

VII. El viaje a la isla Oahu

(Washington-Oahu 20/21 de diciembre de 1941)................. 37

VIII. Conjeturas

(Oahu-Washington, diciembre de 1941)................................ 55

IX. Un capítulo se cierra

(Washington, enero de 1942)................................................... 61

X. Lizzie

(Provincetown, octubre 1970)................................................. 69

XI. ¡Tora!, ¡Tora!, ¡Tora!

(Provincetown, octubre 1970)................................................. 73

10

XII. Mitsuo Fuchida

(septiembre/diciembre de 1941).............................................. 83

XIII. El interés de Tokio por conocer la ubicación exacta

de los buques en Pearl Harbor

(Washington, Departamento de Marina, octubre,

noviembre y diciembre de 1941) ............................................ 89

XIV. Cielo despejado

(Oahu, 7 de diciembre de 1941).............................................. 95

XIV. Palabras no dichas

(Provincetown, octubre de 1970)............................................ 97

XV. Daily News

(Washington, mayo de 1951)................................................... 103

XVI. El “Código de los Vientos”

(Provincetown, octubre 1970)................................................. 113

XVII. El viaje de regreso

(Washington, California, mayo de 1951)....................................121

XVIII. El ataque

(Oahu, 7 de diciembre de 1941)...................................................145

XIX. Tarde de sábado

(San Diego, mayo de 1951)...........................................................153

XX. Un sabot con las cartas

(Provincetown, octubre de 1970).................................................169

Apostilla: en el centro de una novela...................................... 181

11

I.

Otoño en Nueva Inglaterra

(Provincetown, octubre de 1970)

—Sé cómo afectó tu vida pero nunca me contaste cómo

empezó todo.

La miré fingiendo pensar en algo muy serio, hondo y profundo

–acorde con la inminente revelación— pero solo me proponía

contemplarla antes de contestarle, porque la respuesta iba a ser

larga, en muchas partes, con muchas pausas.

Ella a su vez me miró con sus ojos verdes, extraordinariamente

profundos que eran tan diferentes a toda aquella otra oscuridad

que yo tenía para contarle, ahora que nos encontrábamos

finalmente solos. Estaba interesada en lo que iba a decirle y ese

gesto la embellecía todavía más. Sentía que por ese momento

era nada más que para mí, porque solo estaba atenta a mis

palabras.

Su cabello negro y ondeado era como un mar en la noche, meciéndose

pausadamente, en una cadencia solo de ella.

La boca roja y diminuta se contraía levemente y sus manos se

extendieron hacia el manillar del sillón mientras se incorporaba,

expectante, irguiendo su espalda, abriendo levemente su

boca y haciendo sus ojos aun más profundos.

Fuera, los tonos rojizos, ocres y tornadizos de las hojas de los

árboles en el otoño de Nueva Inglaterra se abrían plácidamente.

Por un momento mis ojos se detuvieron en el Ford Gran Torino

en el camino de entrada al garaje de la casa y recordé, en

12

idéntico lugar pero en nuestra casa de California aquel Packard

Club Coupe que tenía aquella mañana del 17 de diciembre

de 1941 en que el teléfono sonó.

—Te contaré como fue.

jueves, 21 de julio de 2022

La metáfora del pájaro pintado (Patria de Fernando Aramburu y su sistema narrativo: un ensayo de análisis estructural)

De próxima aparición: mi libro de ensayo sobre la novela Patria.


 Introducción................................................................................................................

I. El sistema narrativo.................................................................................................

II. El análisis estructural.............................................................................................

III. Estructura y significado.......................................................................................

IV. Sometimiento y partida........................................................................................

V. En pos del relato primordial y sus leyes...............................................................

VI. La lluvia..................................................................................................................

VII. Narrador...............................................................................................................

VIII. Una trama temporal..........................................................................................

IX. La misión y naturaleza de los personajes...........................................................

X. Dos metáforas centrales.........................................................................................

XI. La metáfora del encierro......................................................................................

XII. La disposición de las unidades funcionales de la narración..........................

XIII. El plano de las circunstancias externas...........................................................

XIV. La lucha entre el bien y el mal...........................................................................

XV. Tarde de lluvia......................................................................................................

Bibliografía citada........................................................................................................





La historia de las simples cosas: (Temas, motivos y recursos estilísticos en las dos primeras novelas y cuentos y relatos de Haroldo Conti)

 Éste es un fragmento de mi libro de ensayo sobre Haroldo Conti que publicará Biblos: aborda sus dos primeras novelas (Sudeste y Alrededor de la Jaula) así como sus cuentos y relatos.


VI. Sudeste: el tiempo y la fuerza primordial

VI.I a Sudeste (1962), que alude en su título al viento que significa adversidad en el río,  es la novela inaugural de Haroldo Conti.

La narración es desarrollada sin una estructura de capítulos; las partes de texto se encuentran separadas por un espacio que delimita segmentos de la acción o distintas instancias de sucesos.

           

VI. I. b El Boga es el personaje central o acaso –en términos de una fuerza que da sentido al mundo narrado y lleva la acción- el único personaje en sentido estricto.

Nada sabemos de él. Ni siquiera conocemos su nombre ya que es identificado solamente por medio de un apelativo que corresponde a un pez. En sentido estricto, es una identidad subsumida en un pez.

Los personajes de las novelas de Haroldo Conti de las que nos ocupamos  están planteados en la eternidad de un presente: no hay una remisión al origen (no sabemos quiénes son, de donde vienen y qué será de ellos) y surgen no como una instancia independiente sino como elementos de un entorno al cual, sin embargo, nunca terminan por pertenecer.

La novelística de Haroldo Conti de este período está signada por la ruptura con lo biográfico, el regionalismo romántico y con la concepción tradicional del personaje como héroe, virtuoso o alguien que pugna por llevar adelante un propósito. Este concepto incide también en el de la acción: el personaje carece de una deliberación a mediano y largo plazo y sólo realiza acciones mínimas de supervivencia mientras es llevado por una fuerza desconocida.  

Podemos afirmar de estos itinerarios que son un camino de ida del cual no hay regreso posible.

Lo que sucede al personaje obedeciendo a este designio contradictorio de libertad-fatalidad, como llevado por la corriente del río, lleva a situaciones y lugares irreversibles. El personaje se siente libre de abandonar un lugar y explorar otro pero ello obedece no a su propia deliberación sino a la fatalidad, porque, lo mismo que un pez, está inmerso en ese mundo.

Existen otros “personajes” que más que instancias autónomas son hitos en las experiencias y derroteros del Boga en el Delta. Si debiéramos darles una denominación podríamos caracterizarlos como accionantes subordinados. Sin embargo, los llamaremos personajes: El viejo, la vieja, el viejo Bastos, el hombrecito, el perro (que se aparecen cuando el Boga se instala en la casa en ruinas y posteriormente lo siguen), el largo Fourcade y aquellos otros que encarnan no la fuerza de la supervivencia sino las del mal: el hombre y la rubia.

           

VI. I. c Esta particular concepción de un texto que simplemente discurre, igual que el río, no obstante nos permite distinguir que la novela se encuentra “estructurada” en varias partes, marcadas básicamente por las dos características centrales señaladas del personaje del Boga que mueven la narración pero que en sí mismas resultan contradictorias: (1) la necesidad imperiosa de partir y (2) la sumisión fatalista a los designios del río a los cuales no se puede escapar. Alternativamente, el río representa la libertad, lo inescrutable y el mal. Este último es el elemento que termina por imponerse.

           

VI. I. d De este modo, podemos dividir la novela en: (1) la vida con el viejo y la vieja; (2) la primera partida hacia un lugar incierto, jalonado de estaciones (Punta Morán, el Bajo del Temor, hasta  El Sueco)[1]; (3) la pesca como actividad, la búsqueda del dorado como símbolo y el hallazgo de la casa y del hombrecito; (4) el hallazgo del Aleluya, un barco encallado que está muriendo, que encarna el centro de la fuerza misteriosa que lo impulsa siempre a partir; (4) la aparición del mal bajo la forma de los hombres que se apropian del barco, (5) el enfrentamiento y  6) El regreso al Aleluya y la muerte.

 

               VI. I e La novela es inaugural en el modo de proponer el texto: el narrador no intenta presentarnos (ni menos todavía explicar) el mundo náutico, la pesca, las mareas o los recodos del río como escenario de la obra: simplemente los da por naturales y conocidos y se vale de términos necesariamente desconocidos para el lector. Este par conocido-desconocido, surgido como al pasar, es uno de los primeros recursos de los que se vale y, tal como surge, es un elemento tácito pero central en la estética con la que aborda esta novela: como lectores asistimos a un doble enigma, el iniciático de los términos náuticos y lo que eso significa en el curso de los hechos.

Quizás su primera operación como autor sea ésta: sumergirnos en algo inusual para nosotros pero natural para los personajes, haciendo que el primer contacto con el mundo narrado sea la conformación que conduce al arroyo  Anguilas y los términos náuticos: es decir un mundo en el cual el narrador nos interna de un empujón.

 

VI.I. f En cuanto al escenario, se trata no de un lugar donde suceden las cosas sino de un sustrato, suerte de espacio vivo, esquivo y en alto grado impredecible, que las origina. El Delta es como un organismo sin límites claros, informe, inaprehensible, cuyas implicancias son siempre desconocidas y que permanentemente se encuentra al acecho.

La novela, según la postula el autor, consiste en ese secreto que siempre debe permanecer latiendo sin poder ser revelado. Acerca de él, todas las explicaciones e ideas resultan insuficientes porque la novela misma es una suerte de Corazón de las tinieblas.

 

VI. I. g El mundo conocido por nosotros no es el único posible y el que parece imposible es precisamente el que comenzará a desplegarse delante de nosotros como un mapa del cual no terminamos de conocer las referencias.

Si en Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier el río y sus recodos contienen una clave de acceso a un mundo primitivo y al origen de la música; una vía que es preciso encontrar por medio de una observación muy detenida y sólo ante determinados estados de la marea, ya que se trata de hallar una rama que indica la entrada al mundo a la vez mágico, primordial y despiadado donde el personaje encuentra la inspiración y responde a la pregunta por el sentido y el origen de la obra de arte; en Sudeste el sentido parece ser el opuesto: de lo que se trata es de encontrar no la entrada sino la salida, pero eso es imposible para el personaje.[2]

Los lectores que desconocemos las reglas de ese mundo queremos salir de él y no sólo eso: que los personajes pudieran salir y redimirse y ellos no conciben que exista algo de lo que deban salir, porque obedecen a leyes que para nosotros sólo significan un estado marginal donde sólo imperan el mal y la fuerza[3].

El del delta y sus habitantes es un mundo autónomo, con sus propias reglas en un entorno de precariedad y violencia del que da cuenta un texto lírico que presenta con belleza un mundo desalmado. No es materia de reflexión sino de supervivencia.

Se trata de un relato itinerante en el cual la identidad del personaje no importa tanto como el derrotero en sí, uno que no lleva a ninguna parte. A diferencia de la Odisea o la Eneida no está animado por el propósito de un héroe o el espíritu de un lugar (Itaca) o una ciudad (Roma), sino por una fuerza ciega.

En el relato itinerante no hay unidad en el espacio y sí hay progresión en el tiempo y es gobernado por secuencias de llegada-impulso-partida-nueva llegada que coincide con la idea de hacer algo (pescar, cazar nutrias o arreglar el bote y mejorarlo o acondicionar un refugio) que luego queda trunco. Las partidas se producen bajo la representación imaginaria de otro lugar al cual llegar, de pescar el dorado –símbolo de lo inalcanzable- y terminan en la rendición a la fuerza del río en cuanto representa finalmente el mal.

Sudeste es innovadora en la concepción del personaje, la acción –o su falta- y el escenario y “tradicional” en la progresión del tiempo: no existen rupturas ni idas y vueltas sino una sola, simple y sombría navegación rumbo a la nada.

El “realismo óptico” [4]en el cual es planteada esa navegación es el fin en sí mismo: nos revela que ese organismo vivo, sin rostro y con muchos rostros, sin piedad pero con alma, un alma perversa, y de una belleza que es posible descifrar, que es el delta, termina siendo lo que impone su brutal designio. 

 

VI.II Tiempo/Espacio

Tiempo y espacio trabajan en el texto como algo no separable; el personaje del Boga tampoco es escindible de esa ecuación en la cual el todo se presenta como algo relativo, atravesado y configurado por el tiempo, las estaciones y las mareas.

Podemos entender al primero de los elementos mencionados como el devenir en el cual los hechos introducidos por la narración son presentados y discurren. El segundo es el ámbito físico en el cual la disposición –temporal y espacial- se abre, presenta los hechos y éstos son resueltos. 

A poco que lo analicemos, hay dos modos de plasmar el tiempo y el espacio: el del narrador y el del personaje.

La sensación que se presenta con referencia al tiempo doble: (a) todo parece inmóvil y eterno; quieto, detenido y (b) al mismo tiempo, en medio de esa sensación de eternidad, las cosas cambian a veces repentinamente, generando la impresión de que aquello que parecía quieto es igual de cambiante y peligroso (ya que los cambios se encaminan casi siempre hacia un peligro nuevo).

 

VI.II a En orden al abordaje del problema de la naturaleza y la función narrativa del tiempo sigo a Enrique Anderson Imbert.[5]

En lo que nos resulta de interés para reflexionar sobre el referido elemento en esta novela, lo primero que indica este autor es que utilizamos la misma palabra “tiempo” para referirnos a los procesos físicos como a los psíquicos y que, en este contexto, el término temporalidad es más preciso. Los filósofos metafísicos griegos formularon la idea del cambio y el devenir, que es la raíz de la experiencia humana.

La vivencia del tiempo es irracional: el pasado ya no es; el futuro no es todavía y el presente tiende a no ser:

[…] el pasado es un presente abolido y el futuro es un presente esperado. (pág.258)

 Pensamos entonces que de manera distinta a la experiencia perceptiva humana el río parece ser indicativo del principio de la inmovilidad de Parménides. Durante el siglo XVII y XVIII la edad de la razón introdujo básicamente dos concepciones nuevas: (1) según el racionalismo (Descartes, Leibniz, Spinoza) el tiempo es sólo una característica de los fenómenos; la temporalidad de los fenómenos es atribuible a la experiencia humana; (2) según el empirismo (Locke, Berkeley, Hume) sólo experimentamos una sucesión de impresiones e ideas. El tiempo es algo que experimentamos[6].

Para Anderson Imbert (259: 1979) Kant superó esta dualidad al considerar al tiempo como una forma de la sensibilidad. No podemos percibir y configurar algo que esté fuera de nuestra conciencia. Son sus “formas a priori” las que configuran a aquello que percibimos y hace posible la experiencia:

Las categorías sin contenido intuitivo son vacías; los datos empíricos sin categoría son ciegos. (pág.259).

El conocimiento no es una recepción pasiva sino una elaboración, la de algo que antecede a la experiencia.

De este modo:

 

El tiempo es la forma de la intuición de los hechos subjetivos, pero también de los objetivos. ¿Por qué? Porque la percepción de los objetos exteriores a nosotros ordenados en forma del espacio) ocurre en nuestra intimidad (que es ordenada en forma de tiempo). El Tiempo, pues, comprende al Espacio. La forma del tiempo relaciona una multiplicidad de percepciones, las ordena y afirma la unidad del espíritu humano. (pág.259).

 

            De las concepciones surgidas durante el siglo XX –a las que enumera- es dable destacar la de Henry Bergson: el tiempo real es una sucesión percibida y vivida por una conciencia, es una duración individual, íntima, continua, indivisible y la de Edmund Husserl: el presente, que huye hacia el pasado es retenido por la conciencia, que nos permiten reconocer el pasado.

 

VI.II b. Esta breve referencia a la revisión del maestro Anderson Imbert a las teorías sobre el tiempo nos permite advertir que a diferencia de otras narraciones no existe un tiempo lineal, o fragmentado en raccontos, sino distintas acepciones de tiempo que se reflejan en diferentes instancias de la novela y que trabajan simultáneamente. El Boga  pertenece a algo: un espacio y un transcurso determinados en los cuales su vida se inscribe y de los cuales forma parte. La forma en que ello es enunciado y el personaje lo percibe es uno de los elementos más distintivos de la novela: el tiempo es ciclos, recuerdos, riesgos, imperativo de partir, días bochornosos en el bote y más tarde la clara conciencia del final.

A partir de estas ideas nos resulta posible advertir varios planos: (1) el del tiempo que parece detenido, referente al río, el cielo y las islas, de los cuales surge una sensación de eternidad; (2) el de los ciclos de las cosas;  (3) el del personaje, atento a sus llamados internos a desplazarse; (4) el lineal y cíclico de las acciones y (5) el de las referencias sobre barcos, motores y la casa.

Podemos establecer una relación de cada uno de estos ítems con las teorías expuestas por el maestro Anderson Imbert.

 

VI.II. c (1) La novela comienza con este tiempo que parece detenido pero que transcurre sujeto a leyes propias. De este modo, el mundo narrado se nos presenta como un discurrir:

Entre el Pajarito y el río abierto, curvándose bruscamente hacia el norte, primero más y más angosto, casi hasta la mitad, luego abriéndose y contorneándose suavemente hasta la desembocadura, serpea, adulto en las primeras islas, el arroyo Anguilas. Después de la última curva, el río abierto aparece de pronto, rizado por el viento. A pesar de su inmensidad, allí las aguas son poco profundas. Desde la desembocadura del San Antonio hasta la desembocadura del Luján es todo un banco. El Anguilas vuelca en la mitad de ese banco, entre una llanura de juncos. Según se mire, el paraje resulta desolado y en un día gris, de mucho viento, sobrecoge a cualquiera. (Haroldo Conti, Sudeste, pag.7. Emece, Buenos Aires, 2015)

 

 El salto al vacío, de la nada al texto, no está marcado por la aparición de un personaje que lleva a cabo acciones sino por un pasaje descriptivo que otorga al tiempo un relieve: lleva tiempo reconocer los accidentes de un paisaje que no es el mismo en un día claro que en uno gris: el narrador nos dice que ese paisaje es cambiante según el momento: el protagonismo del espacio y del tiempo muestran un mundo y ese mundo que muestran es enigmático y desolado y requiere de muchas miradas para poder ser reconocido.   

La primera impresión que recibimos es la de eternidad e inmovilidad: parece un escenario bochornoso y estático:

 

El río se extiende ancho y silencioso, y sobre los bancos parece más desolado. (pág. 22).

 

            El narrador nos indica que esa desolación puede ser todavía mayor que aquella que está mostrándonos.

 

Una hora del día era igual a otra hora del día. Entre la mañana y la tarde no existían diferencias apreciables. La noche los alcanzaba rápidamente, sin los matices ni el largo preludio del verano. (pág. 170)

           

Invierno y verano son opuestos pero tienen en común que el transcurso parece detenido.

Estamos en el primer plano del tiempo (1) que podemos también tomar como el círculo exterior dentro del cual se encuentran los demás círculos de este sistema temporal concéntrico:

 

Aquí ya anochece. No así en el río abierto que acaba de abandonar. El río abierto está ahí atrás, como a mil años. (pág.70).

           

El río es ese organismo donde todo fluye y contra el que todo se enfrenta y está como a mil años, es el primer círculo en el cual las cosas suceden sin que alcancen a perturbarlo.

            Todo allí es un accidente que dura un momento mientras el río continúa su fluir.   

            Sin embargo, la quietud suscita otra impresión: la de que todo es eterno y desierto.

Sintió el silencio y la humedad y algo después esa especie de rumor que brota de los lugares mucho tiempo deshabitados. Todo eso brotaba de las penumbras del monte en el medio mismo de estas islas y le salía al encuentro, y hasta ahora era lo único que se había sobrepuesto al rumor del agua y al viento que soplaba desde el río. (Haroldo Conti, ob. cit., pág.83)

 

            En este mundo, que Carpentier llamaría de falsa apariencia, todo lo que parece estático y eterno en realidad fluye y está en acecho y el paisaje no es descubierto sino que sale al encuentro como si se tratase de un ser vivo. 



[1] Se trata de referencias desconocidas para la mayor parte de los lectores, lo cual subraya el carácter itinerante del relato y su navegación hacia algo cada vez más incierto.

[2] “De pronto, me despierta un grito del Adelantado: `¡ Ahí está la puerta!` Había a dos metros de nosotros, un tronco igual a todos los demás: ni más ancho, ni más escamoso. Pero en su corteza se estampaba una señal semejante a tres letras V superpuestas verticalmente, de tal modo que una penetraba dentro de la otra….Junto a ese árbol se abría un pasadizo abovedado, tan estrecho, tan bajo, que me pareció imposible meter la curiara por ahí. Y, sin embargo, nuestra embarcación se introdujo en ese angosto túnel…” (Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, Cap. IV, parte 19, pág. 207, Edit. Losada, Buenos Aires, 2005).

Detengámonos en este punto: la navegación es el medio por el cual el personaje de Carpentier emprende un viaje por la selva y se interna en otro mundo, uno que es primordial y donde imperan los impulsos y las acciones y en el que encuentra la vida y la música primitiva y todo lo de primitivo que hay en él. Se trata de un mundo de incitaciones, sensualidad y descubrimiento que lo lleva a un origen soterrado por la civilización. El amor físico es igual de fuerte que el viaje al interior de la música.

El de Haroldo Conti es un mundo también primitivo pero violento; también gobernado por la acción pero por parte de hombres tan marginales como desalmados. En ninguno de ellos está la respuesta al interrogante esencial y los dos son una especie de laberinto misterioso que los personajes deben atravesar.

  

[3] Un fragmento de Carpentier es revelador en orden a esta idea. Hay mundos que son pensados, a otros solamente se pertenece, lo cual marca la diferencia entre ser de allí y no serlo. El Boga: observa al mundo más allá del río pero no pertenece a él y es capaz de descifrar los signos del mundo del río, pero tampoco termina de pertenecer a él: “La verdad, la agobiadora verdad –lo comprendo yo ahora- es que las gentes de estas lejanías nunca ha creído en mí. Fui un ser prestado. Rosario misma debe haberme visto como un Visitador, incapaz de permanecer indefinidamente en el Valle del Tiempo Detenido. Recuerdo ahora la rara mirada que me dirigía, cuando me veía escribir febrilmente, durante días enteros, allí donde escribir no respondía a necesidad alguna. Los mundos nuevos tienen que ser vividos antes que explicados. Quienes aquí viven no lo hacen por convicción intelectual; creen simplemente, que la vida es ésta y no otra.” (Alejo Carpentier, ob. cit., pág.353). La pertenencia está pensada en la falta de la representación de otro mundo posible o deseable.

[4] Tomo el término del rico estudio preliminar de Lourdes Carriedo en su edición de la novela La modificación, de Michel Butor (Cátedra, Madrid, 1988). Es necesario hacer la salvedad acerca de que si bien tal concepto es aplicado al objetivismo francés, resulta válido para designar la percepción de la luz y los paisajes en las novelas de Haroldo Conti, cuyo lirismo parte de percibir y plasmar paisajes reales y conferirles un trabajo central en la construcción del universo narrado que se apoya, precisamente, en observaciones realistas, certeras y reconocibles cuyas posibilidades estéticas explora y agota en el magistral uso que hace de la metáfora. En esto también se vincula, salvando las diferencias, a Michel Butor.

Vitor Manuel Aguiar e Silva señaló en Teoría de la Literatura (Gredos, Madrid, 1982, pág.239): ”Generalmente, el novelista francés tiene estudios superiores, es inteligente, lee a Heidegger, aprecia a Mozart, y sus personajes participan  de su cultura, de sus gustos y de su inteligencia. De ahí que la novela francesa revele propensión incontenida al análisis psicológico. Por el contrario, los grandes novelistas norteamericanos de nuestros días han tenido una vida dura y una formación bastante accidentada: Faulkner fue mecánico, pintor de paredes, carpintero; Caldwell, motorista, futbolista,  cocinero…No nos asombra que sus personajes sean rudos y groseros”. Del mismo modo una novela (La modificación) se encuentra concebida y escrita en una clave intelectual, existencial y cultural mientras que las novelas de Haroldo Conti están escritas desde una urgencia: por captar, por decir, por establecer un discurso nuevo donde todo lo que se debe mostrar se vea más claramente, se difunda, se haga tan urgente como su necesidad de escribir.

[5] Teoría y Técnica del Cuento, Cap. 15 “Tiempo y Literatura”, pág. 257; Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1979

[6] Ello resulta muy claro en numerosos pasajes de la novela respecto al Boga, su personaje central: el tiempo es experimenta en cuanto a los ciclos, a lo que demandan o las sensaciones que producen  en el personaje.

Un acto de amor

 





                

           

“[…] persona conocida en todo París como el genio culinario más grande de  su tiempo, que- sorprendentemente- ¡era una mujer!, ´y en efecto´, había añadido el coronel Gallifet, ´esta mujer está convirtiendo una cena en el Café Anglais en una especie de aventura amorosa…¡en una aventura sentimental de esa noble y romántica categoría en la que uno ya no distingue entre el apetito  corporal o espiritual y la saciedad!

(Isak Dinesen El festín de Babette Nordica Libros, 10ª edición, Madrid, 2007, pág. 87)

 

            La película La fiesta de Babette (dirigida por Gabriel Axel, 1987) está basada en una nouvelle de Isak Dinesen, seudónimo literario de Karen Blixen (1885-1962).

            La historia es en apariencia llana: Babette llega a la pequeña aldea de Berlevaag, donde viven Martine y Philippa, hijas de un deán luterano, huyendo de la feroz represión de la Comuna de París, en 1871.

El deán hizo que sus hijas se dedicaran a él, diciendo que ellas eran sus manos y que nadie podía despojarlo de ninguna de ellas.

           

En la película y la nouvelle el tiempo se organiza de este modo: 1883/Martine y Philippa jóvenes/1854/1855/1871 y 1883 (que es el presente de la narración). Todo lo que sucede en ese lapso está marcado por lo no dicho, por las diferencias y los lazos, por el encuentro forzoso entre dos mundos y por lo que cada habitante de cada uno de esos mundos puede captar o no sobre el otro. Podemos dividir al texto en tres partes: la presentación del mundo narrado y sus personajes, la cena y el cierre.

Habrá sin embargo un mágico puente capaz –al menos en parte- de atravesar las diferencias entre esos dos ámbitos: la comida.

Este universo narrado entra en funcionamiento con la llegada de Babette  durante una lluviosa noche de 1871; precedida por la aparición de dos personajes, el general Lorens Löewenhielm y el cantante Achille Papin. Si bien ellos son centrales en la organización narrativa el elemento nodal  es Babette.

 

El amor de Martine  

Lorens Löewenhielm era un joven oficial que había contraído deudas de juego. Su padre lo envía entonces a pasar un mes con su tía en su casa de campo de Fossum, muy cerca de Berlevaag, para que meditara sobre sus costumbres. Al ver a Martine en uno de sus paseos a caballo es deslumbrado por su belleza y se enamora de ella. Las veces que se vean será en casa del deán y Lorens permanecerá siempre en silencio ante la hermosa muchacha y la belleza pura y absoluta que representa, hasta finalmente despedirse para siempre. Ante ese ideal de pureza él se siente ser nada.

Desde entonces llevará una vida ejemplar que a la larga le significará el triunfo y el acceso a la realeza, algo que hará de él un hombre de mundo, aunque introspectivo y consciente de la banalidad de ese mundo en el que vive.

Casi treinta años después, antes de salir para la fiesta se dirige al joven teniente que una vez fue y le dice que ha  conseguido en la vida todo lo que ese joven deseaba, pero que se trata de cosas fútiles y se pregunta en qué sentirá al ver a Martine de nuevo durante la fiesta. (Babette 7)

Al despedirse le dirá que ha pensado en ella cada día de su vida y que habrá de recordarla y estar con ella espiritualmente por el resto de días que le sean concedidos.

 

El amor de Philippa

            Achille Papin, un famoso cantante que había cantado en la Ópera Real de Estocolmo, llega a Berlevaag en busca de paz y silencio, sintiendo que comienza a envejecer y que su carrera se acerca al ocaso, pero al entrar en la capilla donde se celebra un oficio escucha cantar a Philippa: de pronto se siente lleno de esperanzas y rejuvenecido al encontrarse ante la revelación de una voz excepcionalmente dotada, que contiene las cumbres nevadas, los prados y las flores silvestres;  un instrumento capaz de llevarla a lo más alto del arte lírico. Pide permiso para darle lecciones de canto. Sin embargo, luego de cantar ambos la escena de la seducción de Zerlina, de Don Giovanni, a cuyo final él la abraza y besa su mano, Philippa le indica a su padre que haga saber a Monsieur Papin que ya no quiere recibir sus lecciones.

            Desolado, Papin parte en el primer barco que salía de Berlevaag.

 

            Babette Hersant

            Sofocada a sangre y fuego la rebelión de La Comuna de París, muertos su esposo y su hijo, Babette huye para salvarse y trae a Berlevaag una carta de Achille Papin que refiere lo que ella ha debido sufrir, apelando a Martine y Philippa como buena gente capaz de darle abrigo, y a la vida sencilla como algo más verdadero, muy diferente de la gloria mundana que lo ha abandonado. Termina su carta transcribiendo los dos primeros compases del dúo de Don Giovanni y Zerlina.

            Babette se ofrece a trabajar sin recibir nada a cambio. Se convertirá en una presencia fuerte y silenciosa, pero algo en ella, una fuerza, la hará la conquistadora de los corazones de los habitantes de la aldea y así habrían de transcurrir los años, hasta que algo  sucede.  

           

Vida callada

Martine y Philippa asociaban a Babette con la idea del lujo y el derroche franceses, pero renunciaron a catequizarla en los principios luteranos, por no estar muy seguras de su francés y por pensar que, más que hablar, debían  predicar con el ejemplo. Babette se hace un lugar en la aldea, regatea con los vendedores en los mercados, examina las mercancías, se gana el amor de pobres y enfermos como si tuviera un poder desconocido.

Sólo las hermanas le veían un rasgo misterioso y alarmante: nunca hablaba de su pasado, aceptaba todos los quehaceres pero su presencia era sólida, firme y enigmática.

 

Y ocurría que cuando Martine o Philippa le hablaban a Babette, no obtenían ninguna respuesta, y se preguntaban si oía siquiera lo que ellas le decían. La encontraban en la cocina, con los codos en la mesa y las manos en las sienes, enfrascada en el estudio de un libro que sospechaban que era un devocionario papista. O permanecía inmóvil en la silla de tres patas de la cocina, con sus fuertes manos en el regazo y sus ojos negros muy abiertos, enigmática y fatal […]. En esos momentos se daban cuenta de que Babette era profunda; y en los sondeos que hacían de su ser notaban pasiones, y que había recuerdos y anhelos de los que no sabían nada en absoluto.

Un frío estremecimiento las sacudía […]

(Isak Dinesen, obra citada, pp. 42/43)

 

            El sencillo mundo parece estar separado por una silenciosa e imaginaria barrera: ¿Será así?

            La suerte de Babette

            Dos elementos marcan el paso de la primera a la segunda parte: el festejo por el  centenario del nacimiento del deán y el premio de lotería que gana Babette, quien, año a año, renovaba su billete.            

            Primero la carta y luego el anuncio de que había ganado la lotería produjeron una sorpresa tan grande en las hermanas que no pudieron pronunciar palabra alguna por un minuto entero. Pensaron que Babette regresaría a París porque los pájaros vuelven a sus nidos.

            Entonces sucedió algo: ella les pidió que le permitieran preparar una cena francesa para la celebración del centenario del natalicio del deán.

            La vida de renunciamiento que su fe imponía a las hermanas hizo que no les gustara la idea, pero Babette insistió, les dijo que durante doce años no les había pedido nada y sus ojos eran tan suplicantes que Martine y Phillippa terminaron por aceptar.

            Les solicitó entonces permiso para ausentarse durante unos días a la capital para encargar los elementos para la cena. Aquella ausencia fue vivida como un preanuncio de la definitiva.

            Al cabo de diez días Babette regresó: su sobrino, que era tripulante de un barco que iba a París, había conseguido todos los ingredientes necesarios para la cena y pronto los recibiría.

           

             La tortuga y el himno

            Las hermanas, vivían la inminencia de la llegada de la comida francesa como una invasión profana.

            Sin embargo, cuando primero llegó una carretilla cargada de botellas y luego otra con un bulto indefinido, que resultó ser una enorme tortuga, Martine quedó literalmente horrorizada e maginaba que la celebración tan importante amenazaba con convertirse en un aquelarre.

            Confió sus temores a los hermanos de la congregación; como las intenciones de Babette eran buenas y sinceras y nada malo podría provenir de ellas aunque la comida fuera algo pecaminoso, acordaron no decir nada sobre lo que comían y pasar la cena como una prueba.

            Se dieron las manos y, llegado el día, cantaron un par de himnos.

           

Las diferencias

            Mientras que en el texto literario la cena transcurre enteramente en el comedor de la casa, en la película el escenario principal es la cocina: ese lugar es el verdadero escenario donde Babette se muestra como quien verdaderamente es.

            Al llegar el trineo con el general y su tía el cochero es invitado a la cocina, donde el sobrino de Babette la asiste y sirve primero el vino  amontillado y luego la cena, con sus todos sus platos y sus vinos y champagne, en una mesa especialmente decorada por Babette.

            Es en esa cocina con sus fuegos, en los rostros, en los claroscuros, en el trabajo de la chef donde el milagro verdaderamente transcurre y se desata la alquimia mágica capaz de unir –al menos en ese instante-  aquellos mundos diferentes.

            Es allí que Stépane Audran compone lo mejor, lo más auténtico de Babette: en la forma de indicar los vinos, disponer la cristalería y, después de la sopa de tortuga, elaborar primero el Blinis Demidoff, y luego las Cailles en sarcophage, además de disponer el orden de los vinos: el amontillado del comienzo, el champagne Veuve Cliquot de 1860 o el vino Clos Vougeot, 1846.

            El general Löeweinhielm asiste maravillado y sorprendido a ese festín que le recuerda al Café Anglais y refiere la historia de la chef de ese lugar. Maravillado, hace comentarios a otros comensales que le responden con referencias totalmente desvinculadas de dicho comentario y de los platos y los vinos.

            El punto más desafortunado de ambos, el texto literario y el filme, es que el general se marche sin pedir ser presentado a quien preparó aquella cena como las del Café Anglais, y conocer y felicitar a la chef, o que ella no sea presentada a los comensales: quizás debamos ver en ello que al artista no siempre, o no necesariamente, recibe algo a cambio de aquello que entregó poniendo su vida en ello. Después de todo, los mundos en los que la comida suscita sensaciones y eleva a algo donde no se puede distinguir el apetito terrenal del espiritual, no pueda, después de todo, terminar de unirlos.

            Es en este punto en que Isak Dinesen plantea que su texto no obedece a una clave de lectura realista sino que más bien es una suerte de fábula donde lo central, la deliberación de los personajes, permanece en el misterio: de allí el tono sencillo y al mismo tiempo la apelación a la virtud, a la verdad, a la sencillez.

            En la película los planos –cocina y comedor- se alternan y complementan: el cochero ayuda, muele café, prueba los manjares y los vinos y una alegría inusitada ilumina su rostro igual que los candiles, mientras Babette y su sobrino trabajan aceleradamente.

            Desde la llegada de los ingredientes las hermanas renunciaron a entrar a la cocina para no verlos y el lugar pasó a ser el ámbito de Babette, su reino, su escenario, el lugar de la magia: eso no es así en el texto.

            En el comedor, mientras las hermanas y los fieles se empeñan en renunciar al placer, ignorar la comida y hablar del deán, empiezan a ser atravesados por un sentimiento nuevo y ellos, distanciados por antiguas diferencias y viejos rencores, se los confiesan el uno al otro. Un hombre y una mujer, enamorados en la juventud, vuelven a besarse y el general da un discurso que nadie comprende, en el cual anuncia que “la misericordia y la verdad se han abrazado”. Lo pronuncia con un sentimiento desconocido en él.

            Dos planos, dos mundos y una magia pero los mundos no se unen. Cada uno vive la plenitud separadamente.

 

            Un genio encerrado

            La línea del Ecuador  es una novela corta. La escribí en 2014 y narra el encuentro de Mariana y Aritz, dos amigos que se reúnen a cenar en el Restaurante del Golf Club de Playa Grande, en Mar del Plata. En esa antigua casa de diseño inglés, con la vista del enorme ventanal que da a la zona Este de la ciudad que, desde a loma en la que está emplazada la casa, permite una vista que parece infinita: hacia las luces de la avenida de la costa, el cielo, el mar y el puerto; en ese marco el relato de las vidas de ambos fluye al calor de la comida y del vino.  

                       

El aroma nos envolvía: al arroz, a los mariscos, agolpados allí, como si una marea los hubiera dejado varados en esa especie de arena densa y diferente.

Probamos ese primer bocado: los aromas habían estallado en nuestros sentidos, nos daban sensaciones que borraban todo lo demás y saboreamos ese momento lo mismo que ese primer contacto con los sabores.

Un hilo de humo, muy tenue, se elevaba de los platos, nos abrazaba con su calidez.

            (La línea del Ecuador, Cap. III, pág. 49 “La pintura de Vermeer”, Edit. Mis Escritos, Buenos Aires, 2015, pág. 49. Edición digital, 2022)

 

            La comida abre puertas recónditas que conducen a recuerdos, a conversaciones que rememoran  posibilidades frustradas, posibilidades cumplidas, cuentas pendientes, anhelos y amores.

 

La  señora Marta apareció con los platos acabados de calentar. El arroz parecía haber rejuvenecido, era más brillante y los mariscos parecían haber resucitado, como si estuvieran por tratar de salir abriéndose paso en esa especie de arena en la que habían quedado varados y fueran a desplegar vaya a saber qué habilidades desesperadas, todo en pos de una salvación imposible. El hilo de vapor también había resurgido y se elevaba de nuevo hacia nosotros, impregnaba nuestros sentidos y luego la textura, diferente a la de antes, como con otra personalidad, nos decía ese mensaje intraducible pero muy importante, inolvidable que nos dirigen todas las comidas elaboradas o aquellas que simplemente más nos gustan, porque las asociamos a escenas, imágenes, olores, voces, lugares. Un mensaje sólo nuestro, no destinado a nadie más.

También el vino renacía; el aire había despertado todo eso que reposa en una botella y que se despliega, nunca se sabe si por gracia del propio vino o de lo que nosotros sentimos y descubrimos con él. El vino contenía un genio encerrado que venía de muy lejos y traía sabores a tierras lejanas, a especias, a frutos rojos, a madera de roble y nos envolvía en su misterio, en ese que es cuestión no de un momento o de una botella sino que no es el mismo de sorbo en sorbo, como si ese genio hubiera decidido ser cambiante, transformarse para sorprendernos y  nunca acabara de sorprendernos del todo.

                        (La línea del Ecuador, Cap. V “Hilo y cañas”, pág. 49)

            El espíritu de una comunard podría tener lugar allí y ser una de las historias, porque la magia es la misma.

            Del mismo modo:

De lo que ocurrió más tarde nada puede consignarse aquí. Ninguno de los invitados tenía clara conciencia de ello. Solo recordaban que los aposentos habían estado llenos de una luz celestial, como si diversos halos se combinaran en un resplandor glorioso. Las viejas y taciturnas gentes recibieron el don de lenguas; los oídos, que durante años habían estado casi sordos, se abrieron por una vez. El tiempo mismo se había fundido en eternidad. Mucho después de la media noche, las ventanas de la casa resplandecían como el oro, y doradas canciones se difundían en el aire invernal.

(Isak Dinesen, obra citada, pp. 92/93

           

            La artista

            Terminada la cena, luego de que el general y su tía fueron conducidos por el cochero de vuelta a su casa campestre y los hermanos de la congregación formaran en la calle un círculo tomados de la mano, Martine y Philippa fueron a la cocina a agradecer a Babette.

            La encontraron, entre sartenes, cacerolas y platos, casi igual de extenuada que aquella primera noche de lluvia en que llegó a Berlevaag.

            Se atrevieron entonces a preguntarle cuándo volvería a París:

-No- dijo Babette- ¿Qué haría yo en París? Todos han desaparecido. Los he perdido a todos, Mesdames.

[…] Al final de otro largo silencio, Babette les sonrió súbitamente y dijo:

                        -¿Cómo iba yo  a regresar a París, Mesdames? No tengo dinero.

                        (Isak Dinesen, obra citada, pp. 102/103)

 

            Es entonces que se enteran de que Babette ha gastado todo lo que tenía en esa cena porque una cena como esa, para doce personas, en el Café Anglais hubiera costado diez mil francos.

            Ahora serás pobre para siempre, le dicen y ella contesta que un gran artista tiene algo de lo que los demás no saben nada, tiene el don de hacer feliz a la gente  y  nunca es pobre.    Las hermanas argumentan que entre esa gente a la que hacia feliz estaba el general Gallifet, quien asesinó a su marido y a su hijo, entre muchos otros comuneros. El arte puede hacer felices a personas que no merecen esa felicidad porque son crueles, sería la moraleja, si es que la hay.

            El acto de amor es puro pero también solitario y triste y debe ser capaz de bastarse y de consolarse a sí mismo, porque nada que esté más allá de él podrá hacerlo en su lugar.

            Es quizás en estas últimas líneas donde se produce la unión entre esos dos mundos, el de las hermanas y el de Babette.

Philippa se acercó a Babette y la rodeó con sus brazos. Sintió el cuerpo de la cocinera contra el suyo como un monumento de mármol, pero se estremeció y tembló ella misma de pies a cabeza.

Durante un rato no pudo hablar. Luego susurró:

-¿Sin embargo, esto no es el fin!

Tengo la impresión Babette, de que esto no es el fin. En el paraíso usted será la gran artista que Dios quería que fuese. ¿Ah! Añadió, con las lágrimas corriéndole por las mejillas-. ¡Ah, cómo deleitará a los ángeles!

(Isak Dinesen, obra citada, pág. 109)

 

            No obstante, la propia Philippa renunció al don de la voz excepcional, capaz de contener cumbres nevadas, prados y ríos: todo es y no es al mismo tiempo. Los personajes piensan que son libres pero viven encerrados y quienes tienen un don terminan renunciando a él.

            No es fácil, después de todo, encontrar la moraleja a esta suerte de fábula que se convierte así en una parábola abierta: un don debe soportar las circunstancias de la vida y ser siempre capaz de abrirse paso, podemos pensar eso o simplemente tomar la historia como es. La escritora no nos da un cierre sino que nos impone un interrogante.

            Los personajes asisten a una suerte de revelación pero son al mismo tiempo silenciosos y frustrados y la luz de un momento especial parece iluminarlos poderosamente y hacerlos felices, pero sólo en un lugar y por un instante.

            Quizás, después de todo, la única moraleja posible es que un acto de amor es algo que puede ser efímero y subsistir como el recuerdo de un instante privilegiado, o ser  hondo y misterioso.

            De aquello que no se puede dudar es que en ocasiones muy especiales algo despierta y por un momento reina en toda su luz.

 

Eduardo Balestena

 

https://www.youtube.com/watch?v=H5w9skKcdnA

 

https://www.misescritos.com.ar/index.php?paj=2&libro=458

Vínculo a la novela La línea del Ecuador

 

 

La fiesta de Babette (1987 Gabriel Axel) reparto de  los personales centrales del texto en la película.

Babette: Hersant: Stéphane Audran

Philippa: Bodil Kjer/ joven: Hanne Stensagaard

Martine: Birgitte Federspiel/ joven: Vibete Hardstrup

General Löwenhielm: Jarl Kulle / joven: Gudmar Wiveson

Achille Papin: Jean-Philippe Lafont