lunes, 30 de enero de 2012

De los bestiarios al eros ludens




El 12 de febrero se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de Julio Cortázar.



Sus obras aparecen ineludiblemente ligadas al goce de la lectura –por su plenitud estilística- y a la reflexión sobre la naturaleza de la realidad y el papel de la escritura como instrumento para experimentar y cuestionar lo visible.



Había nacido accidentalmente en Bruselas, en 1914, pues su padre era agregado comercial de la embajada argentina; al regreso de Europa éste abandona el hogar familiar, en Banfield, y Cortázar se cría con su madre y tías, en un ámbito que luego ficcionalizará, y se encierra en un mundo de lecturas.



Mucho más tarde, luego de dejar su cargo como profesor de Literatura francesa y de Europa septentrional en la Universidad de Cuyo, por su actitud de rechazo al peronismo, triunfante en las elecciones de 1946, obtiene una beca del gobierno francés y se radica en París, donde durante largo tiempo será traductor para la UNESCO (recordemos que le pertenece la traducción de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que está a años luz de las que suelen “padecer” la mayoría de las ediciones en español de casi todas las obras).



La escena argentina estaba en los años ‘40 y ‘50 dividida entre una estética -como la de la generación neorromántica del 40- de introspección, influida por Rilke y los simbolistas franceses, y otra, como la de Marechal, de legitimación de lo nacional y los derechos populares, en el marco de opresión intelectual del peronismo del cual son testimonio exilios como el de Cortázar o el de Juan José Castro, o el escarnio que sufrió Borges. No obstante las diferencias ideológicas, fue Cortázar quien valorizó la obra de Marechal, marginado posteriormente del campo intelectual por su proximidad al peronismo. También contribuyó a la relectura de Arlt, también marginado de la escena literaria de entonces.



La política exterior norteamericana durante los años 50, favorecida por la victoria aliada, fue produciendo polos de resistencia entre intelectuales que pugnaron por una unión latinoamericana, que signaría el campo de las ideas y la lucha durante la década siguiente, a la que sucedería la brutal represión de las dictaduras de los años ‘ 70.



Nos detendremos, brevemente, en dos de los ejes de una producción en permanente replanteo de sí misma.



Bestiarios



“Hacia 1947 (…) nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito…Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que (…) el manuscrito estaba en la imprenta; (…) el cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula ‘Casa tomada’ “ señala Borges (“Grandes escritores latinoamericanos”, diario pág. 12- Nro. 28, Julio Cortázar, pág. 436).



Es el gran escritor quien lo descubre como narrador en una concepción nueva del relato fantástico. Cortázar es muy conciente de la novedad de su propuesta. No obstante, Bestiario (1951), resulta un fracaso inicial y sólo alcanza la consagración posteriormente.



A la manera de los bestiarios medievales, poblados de “Seres de naturaleza ambigua, cuyos cuerpos invadidos por fuerzas demoníacas han sido infectados de una naturaleza incompatible: humanos donde asoman cuernos de cabrío; lenguas bífidas en rostros angelicales” (obra citada, pág. 438 “Los bestiarios propios”) en los relatos de Cortázar aparecen personajes que se muestran de una manera pero encarnan fuerzas no visibles: Delia es en realidad la diosa Circe que pretende atraer a sus pretendientes y víctimas con extraños bombones. En Casa tomada se introduce un elemento invasor que se instala en el espacio y la cotidianidad de los hermanos; un elemento presente pero invisible e innombrable, narrado siempre desde sus implicancias. La literatura no participa de la ilusión de un mundo cognoscible. La realidad no es unívoca, sino que precisamente es más allá de lo visible. La remisión a bestiarios medievales sugiere que esto fue siempre así y sólo algunos pudieron percatarse de ello, y que la creencia en el mundo tangible –en la que todos vivimos- es ficticia.



La ficción es así ruptura de lo real. El estilo instala una duda sobre lo que es. Va más allá de sí: “Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que servirán para nada” (“Las babas del diablo”, de Las armas secretas, 1959). La escritura abandona una concepción realista; al hacerlo suceden dos cosas: instala un núcleo de perplejidad y vuelve central el protagonismo del lenguaje. No hay coerción posible para un discurso que no se propone reflejar las cosas sino algo diferente.



Una incertidumbre esencial



La reflexión sobre la novela –señala el crítico Jaime Alazaraki- (Cortázar. Obra crítica/2) ya se encuentra en ensayos anteriores a la consagración como escritor –sustentada en muchas y profundas lecturas- pero se encuentra cristalizada con total madurez en Los premios (1960), su primera novela.



La propuesta narrativa coloca a una serie de personajes que han ganado un premio consistente en la realización de un crucero. El azar establece el mundo ficcional y se convierte en motor de un mundo desconocido e ingobernable. No se sabe en qué barco será llevada a cabo la travesía ni su destino: “Hace rato que he renunciado ya a entender este asunto –dijo Paula- “(Los premios, biblioteca Julio Cortázar, Alianza Editorial, 2010, cap. IX, pág. 36). Persio, un esoterista, personajes peculiar y distante, ve a los demás no como seres sino como constelaciones que forman parte de un orden universal que es incomprensible: “Empieza con la lotería- dijo Persio muy serio-. Un juego de bolillas ha elegido a unos cuantos hombres y mujeres entre varios miles. A su vez los ganadores han elegido sus acompañantes…Nada hay de pragmático ni de funcional en la ordenación de la figura” (cap. X, pág. 41).



Hay pasajes -instancias de reflexión de Persio- que interrumpen el discurrir de los hechos y los comentan, a la manera del coro de las tragedias griegas.



La llegada al puerto se produce en medio de la noche, como si en realidad se penetrara en otro universo, y constituye una muestra acabada de la escritura cortazariana, contenida, precisa y original en su modo de enfocar lo narrado y decirlo: “El autocar se había detenido junto a uno de los galpones de la Aduana. El puerto estaba a oscuras, ya que no podía considerarse como luz a la de uno u otro farol (…).Las cosas se perdían en la sombra unos pocos metros allá (…)- Por aquí, si se molestan- dijo el oficial. La linterna empezó a arrastrar un ojo amarillo por el piso de cemento (…) Cuando Felipe Trejo encendió un cigarrillo…la luz del fósforo hizo bambolearse por un segundo toda la escena” (Cap. XIII, pág. 58/59).



El humor con el que son presentados los personajes refuerza este sentido lúdico.



La explicación es tan inabordable como la oscuridad del puerto: pueden estar todos muertos, pueden estar vivos. La narración se cierra sin una certeza acerca de lo que ha sucedido.



Hay coincidencias con la realidad pero nada termina por encajar del todo en lo real. Cortázar continuará explorando esta narrativa en diversas formas, en obras como Rayuela (1963) o 62, modelo para armar (1968).



Militancia



Luego de su visita a Cuba se consolida una postura ideológica que busca acompañar con una revolución del lenguaje a la revolución del hombre y la realidad continental. Apoya procesos revolucionarios, como el que combate a la dictadura de Somoza en Nicaragua. Varios de sus textos formarán parte del plan de alfabetización que organiza el gobierno posteriormente.



En 1981 es declarado ciudadano francés por el presidente Mitterand.



Uno de sus allegados señalaba que cada vez que, ya enfermo, debía someterse a sesiones de tratamientos médicos contemplaba sus libros y sus discos como si se despidiera.



En 1983, con la restauración democrática, regresa a la Argentina a visitar a su madre y es ampliamente reconocido. No obstante, el presidente electo no lo convoca a la reunión de intelectuales a la que sí invita a Borges y Sábato (escritores que habían convivido sin problemas con la dictadura militar; probablemente la actitud de deba a que Alfonsín llamó traidores a otros exiliados, como Osvaldo Bayer y que así considerara a Cortázar, o puede que nunca lo haya leído) en lo que es un gesto simbólico: aquel que apoyó las luchas por la liberación no parece tener espacio en la nueva etapa, probablemente por considerarlo un extranjero (cultor de modismos porteños de la década del 50, quizás en una lucha por recuperar un tiempo perdido) antes que un exiliado.



Falleció nueve semanas más tarde de dejar la Argentina.



Cortázar pugnó siempre por establecer una relación realizadora con un lector activo y crítico, y más allá de ciertos lugares comunes que suelen estar asociado a su obra, produjo una escritura destinada a mucho más que a dar cuenta de las cosas.











Eduardo Balestena



ebalestena@yahoo.com.ar