El afiche de la Feria del Libro de Bogotá muestra el abrazo de las letras.
Qué certera imagen.
Las letras, y la música, están cuando hay un horizonte, pero más están cuando no lo hay.
En ellas no existe nada, pero está todo. Siempre llegan a donde lo demás no puede llegar, y permanecen luego de que todo se ha marchado.
Cuando la vida nos niega, ellas nos afirman; cuando sobreviene el dolor, nos muestran otro mundo, invisible para los demás, pero firme para nosotros, que vivimos el naufragio.
Que distintas serán las letras para los que no conocen el arte de naufragar y sobrevivir. Para ellos serán órdenes, o mensajes.
Para nosotros, son mundos.
Ellos ignorarán ese abrazo.
Nosotros sólo vivimos en él.
¿Pero somos nosotros quienes, con el resto de nuestra lucidez, y lo que queda de nuestras fuerzas, lo pedimos, o ellas nos lo dan?
¿Son las letras las que contienen una profundidad que sólo el dolor puede descubrir, o nosotros damos a las letras la profundidad que encontramos en ellas?
El gozo nos hace disfrutarlas. El dolor nos hace necesitarlas.
En el gozo, las letras iluminan. En el dolor, abrazan.
Si la vida nos lleva, las letras nos informan. Si la vida nos desafía, nos orientan. Si la vida nos hace perder el norte, ellas nos toman en sus brazos, no para informarnos u orientarnos, sino para que sepamos que seguimos vivos, y que hay algo más allá del inmenso mar donde se nos arrojó, sin brújula, sin comida, y sin agua.
Las letras hacen resonar zonas ocultas de lo que dejamos, lo que esperamos y lo que ignoramos ser.
La vida nos impone el desafío y ellas nos dicen eso que podemos ser, la eterna y vaga posibilidad que sobreviene cuando resistimos y resistimos, sin saber cómo, ni para qué, ni hasta cuándo.
Abrazo, resistencia, luz, sombra, rumbo, horizonte.
Brazos hechos del blanco de la página, de la escritura, del gesto de ofrecimiento y del de entrega.
Qué más puede haber.
Posiblemente, nada.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
Concierto de la Orquesta Sinfónica Municipal
Hace 2 meses
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