martes, 27 de abril de 2010

Los niños de Morelia: el exilio infantil en la Guerra Civil Española


La guerra de los inocentes
Explorar el tema del exilio infantil en la guerra significa percibirla desde el punto de vista no de la política ni de los acontecimientos sino de las vidas infantiles que atravesó con su cicatriz, cruel e imborrable.
En la Europa de los años 30, la Guerra Civil Española fue un conflicto que se internacionalizó rápidamente. Muchos de los niños a los que les tocó vivirla debieron atravesar luego los avatares de la Segunda Guerra Mundial (el caso por ejemplo de exiliados en Rusia, que vivieron los primeros meses del sitio de Leningrado durante el invierno de 1941-42).
Durante la contienda murieron 138.030 niños –sobre el total de 275.000 bajas de adultos por muertes violentas- y se produjo una caída de la natalidad de 557.185 nacimientos. Los hogares rápidamente se deshicieron al incorporarse los adultos a la guerra, haber sido prisioneros o fusilados, y al producirse súbitos desplazamientos de población por el rápido avance de las tropas franquistas. Hubo 564 colonias de niños en España, de las cuales 158 eran colectivas, que acogían a 45.248 niños arrancados de sus hogares. La velocidad del conflicto significó el hacinamiento y la pérdida del objetivo con el que habían sido creadas por el gobierno republicano (las cifras constan en la página web de la Fundación Largo Caballero).
Una película vasca (con Carlos Elorriaga) cuya acción transcurre inmediatamente después del ataque a Gernika –26 de abril de 1937- da cuenta de un embarque de niños vascos, en ese caso, a campamentos en Inglaterra (el primero de los contingentes de exiliados se embarcó el 20 de marzo de 1937 con destino a Francia), proceso que se acentuó tras la caída de Bilbao y del gobierno vasco. El exilio de un total de 30.000 niños se produjo a partir de ese año. Los países receptores fueron Inglaterra, Francia, Bélgica (que facilitaron luego el regreso) Rusia, que recibió un total de 3000 exiliados, y México, habían colaborado con el gobierno republicano y luego no tuvieron relaciones diplomáticas con el franquismo, con lo cual, el regreso sólo fue posible, en el caso de exiliados a Rusia, por mediación de la Cruz Roja Internacional en los años 50. Hubo grupos pequeños que fueron a Suiza, Holanda y Dinamarca.
Rusia puso una gran dedicación en educar a los exiliados, formándolos especialmente en carreras técnicas. Sin embargo, tras la victoria franquista, fueron vistos con recelo y menospreciados en su tierra y en muchos casos, optaron por volver a Rusia.
Los niños de Morelia
Morelia, fundada en 1524, antigua Capital del Virreynato de Nueva Sevilla, hoy, cabeza del Estado de Michoacán, es una ciudad bellísima; ha sido declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO; un acueducto de piedra del siglo XVIII –que la abasteció de agua hasta los años 40- la cruza como una fantástica divinidad representando al tiempo que pretende reivindicar la ciudad para sí y que lo logra. Sus edificios, son de piedra rosada (su catedral Barroca, Gobernación, Palacio de Justicia y tantas otras muestras de su riqueza arquitectónica) y la restauración de su casco antiguo le ha devuelto un esplendor sencillo y plácido que invita a caminarla por la Avenida Madero sin detenerse nunca, a conocer sus mercados o a tomar un café en la primera casa de la ciudad, hoy centro de exposición y venta de artesanías, a comer tacos en los puestos y a hablar con la gente.
Hasta allí llegaron, durante la presidencia del General Lázaro Cárdenas, 264 niños y 162 niñas. Contaban entre cinco y catorce años. Habían salido de Burdeos en el vapor Mexique y arribado al puerto de Veracruz el 7 de junio de 1937, pasado por ciudad de México y llegado a Morelia el 10 de junio. Emeterio Payá Valera, uno de aquellos niños, en su libro Los niños españoles de Morelia, el exilio infantil así lo recuerda:”Una abigarrada muchedumbre esperaba la llegada de los niños españoles en la vieja estación moreliana: arribaban los huéspedes de la ciudad. Había allí representaciones obreras y campesinas; una pasarela humana, formada por policías y soldados, los niños de todas las escuelas citadinas y el pueblo…Desde la estación hasta la escuela y a lo largo de todo el recorrido por la Avenida Madero (antigua Calle Real) todo el mundo volcado en una actitud que ninguno de nosotros ha podido olvidar nunca”
Habían ido con una valija de cartón, pensando que estarían unos meses y que volverían luego de que se ganara la guerra.
Fueron alojados en dos antiguos seminarios, transformados en Colegios para niños y niñas. Una caricatura de la época muestra a Lázaro Cárdenas sosteniendo en sus brazos a un refugiado mientras otro niño mexicano, hambriento, tira de sus pantalones. En cierto sentido fue así: mientras los niños de Morelia recibían buena comida y ropa, había una gran pobreza en el México de los años 30. Se generó entonces un sentimiento doble hacia los refugiados: por una parte el pensar que venían de hogares deshechos por la guerra y por otra, que eran privilegiados. La disciplina cuartelaria, mezcla de internado e ideales comunistas, parece haber ayudado poco y aumentado la desconfianza con que los residentes españoles veían a estos hijos de la República, que blasfemaban, entonaban cánticos de barricada y odiaban a curas y monjas.
Los habían esperado con frutos que jamás habían visto y dado la mejor comida, platos que desconocían, a ellos, que venían hambreados y que ya habían visto a personas matando a personas, a hileras de fusilados en el suelo al salir de la escuela, y que huían aterrorizados cada vez que pasaba un avión. La muerte fue para los niños algo cotidiano ya desde el comienzo: en su libro de memorias, Maria Luisa Miaja, hija de un general republicano que enfrentó a los rebeldes en Jarama (febrero de 1937) y llevó a cabo una ofensiva, en Brunete, que penetró las líneas rebeldes (julio de 1937), encarcelada, a sus seis años con su familia en Melilla cuando comenzó la sublevación, veía desde su celda retirar prisioneros para su fusilamiento (una forma, además, de saldar deudas y resolver enconos).
No obstante, desvanecido el entusiasmo inicial, fue en el internado donde realmente comenzaron a extrañar a sus familias, padres, madres y hermanos a quienes, en la mayoría de los casos, nunca más volverían a ver.
La convivencia no fue fácil. En una serie de notas para la revista Claridades, de Michoacán, Emeterio Payá Valera recuerda vívidamente las peripecias de aquella vida puritana. El director del Colegio, Lamberto Moreno, fue destituido tras la muerte accidental de un niño. Terminado el sexenio de Lázaro Cárdenas, en 1940, la ayuda del gobierno mermó; en diciembre de 1943 la escuela cerró sus puertas y fueron repartidos en casas hogares, y conventos –algunas de las niñas- y quedaron librados a su suerte, crecieron como pudieron, trataron de regresar o se afincaron definitivamente en México.
No soy de aquí ni soy de allá
Llevaban grabada a fuego a una España que ya no existía y ese fue su mayor exilio, refranes, cantos, el recuerdo idealizado de sus familias.
Cuando finalmente algunos pudieron volver, no encontraron lo que tanto habían extrañado. Ellos eran hijos de la República y para los de allá, hijos de la derrota y en México, en muchos casos, seguían siendo exiliados (a quienes no adoptaron la ciudadanía en la presidencia de Lázaro Cárdenas, les fue muy difícil hacerlo después)
Dorotea Pascual, Dorita, maestra republicana, nacida en Asturias hace 98 años, era uno de los pocos adultos que viajaban en el Mexique. Tenía entonces 29 años y se había ofrecido, junto con su novio, como voluntaria para acompañar el contingente. Una vez desembarcados, las presiones del sindicato de docentes morelianos, no les permitieron ejercer: recién casados, estaban sin trabajo en un país desconocido pero lograron unas clases en la Universidad Obrera y ella, un trabajo en una escuela en Tepito. Sólo volvió a España en los años 50. Hoy, aún porta un llavero con la bandera tricolor de la República
Aurora Correa tenía 11 años cuando fue embarcada con los demás niños, con quienes, más allá de las diferencias de orígenes y de regiones, construyeron una suerte de pequeña España, más unida y solidaria y más española que la que habían dejado. Cuando el resto de su familia pudo huir del franquismo, en 1947, el reencuentro fue también el quiebre de esas ilusiones, ya que, luego de extrañarlos por once años, descubrió que eran incompatibles en todo. Lo mismo le sucedió a Antonio Aranda, de 10 años en 1937, que luego de haber vivido como mendigo en las calles de Morelia, y trabajado en una panadería de Coyoacán, donde muchos pequeños exiliados iban a ganarse duramente unas monedas diarias, pudo regresar a una España gris y desconocida. Aun en la casa de su madre, estaba fuera de lugar. Optó entonces por salir clandestinamente hacia Francia, y volver a México en un carguero, por cinco dólares diarios (de Marcados con fuego, nota de Jacobo García en la Revista Día Siete, nro. 197, México).
Sorprenden sus rostros, marcados tanto por la adversidad como por la fuerza. En ellos se lee lo que pasaron pero se lo lee desde la fuerza que necesitaron para pasarlo.
Mágicos escombros
El cineasta Juan Pablo Villaseñor (Morelia, 1956), ha hecho, sin apoyo oficial y sin presupuesto, un documental tomando la vida de los refugiados que aún viven en Morelia
Busca entender la experiencia de aquellos que han sufrido una guerra que ha fracturado brutalmente y para siempre la vida y creado un estado de destrucción perpetua habitando el alma, y la sensación pavorosa de que vivir es sobrevivir a partir de lo que queda: Escombros, mágicos escombros capaces de dar otra vida posible, de poner distancia, de construir un refugio y crear otra estirpe que viva más allá, en un espacio nuevo y libre.
Como si semejante fractura fuera poco, debieron seguir su lucha y sobrevivir a todo, transitar la vida, el olvido, la indiferencia –en España, por ejemplo, nunca se los reconoció.
Se dio la paradoja –señala- de que mientras el gobierno republicano, y los subsiguientes gobiernos mexicanos, se desentendieron de ellos y los dejaron a la deriva, aquella sociedad, de clara filiación franquista que primero los vio con recelo, fue la que más terminó ayudándolos.
La historia es inabarcable: no hay modo ya de dejar testimonio de lo que en verdad fue, porque, como estrellas en la enorme noche del tiempo, esas luces transitaron la vida muchas veces para perderse: eran hijos de pescadores, campesinos y carpinteros devenidos en combatientes y pasados los primeros años debieron librar otra guerra, dura, silenciosa y quizás inacabable.
Nada que no sea el tiempo, parece capaz de detener a las injusticias cuando se encadenan, indeclinablemente, unas tras otras hasta que ya no es posible volver a lo que había antes de ellas y entonces sólo queda lo que esté por delante. La ruptura de un estilo de vida, la destrucción de un sistema de significados y la irrupción del odio inmanejable, la separación, el sentir que sin que hayan hecho nada, les ha pasado todo.
Pero el tiempo también se detiene en el olvido y en la indeferencia y es ahí donde debemos luchar otra guerra más, igual de silenciosa, esta vez por la memoria y así dar un sentido a sus vidas.

(Un especial agradecimiento a la gente de Morelia que aportó este material: César Payá, Luz María Morales Salazar; el columnista Tocamal, del Diario La Voz, de Michoacán; Alejandro Páez, subdirector de la Revista Día Siete, de México, Jacobo García, Jacqueline Pisano y María Luisa Miaja Isaac)

2004
Eduardo Balestena

martes, 20 de abril de 2010

El exilio como raíz




Los Niños de Morelia, el exilio infantil en la Guerra Civil Española. (I)

A Emeterio Payá Valera (1930-2003) por su lucha incansable a favor de la memoria y de los derechos de los niños de Morelia

En 2004 nos ocupamos, en un artículo, del exilio infantil en la Guerra Civil Española. No obstante, los aportes de dos libros: Un capítulo de la memoria oral del exilio. Los niños de Morelia, de un equipo de investigación de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo y la Comunidad de Madrid (Consejería de Artes de la Comuna de Madrid-Secretaría de Difusión Cultural de la Universidad Michoacana, 2002), así como Los niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México (El Colegio de Jalisco, tercera edición, 2002), de Emeterio Payá Valera (uno de aquellos niños) significan dos aportes decisivos para el tema, a los que podemos agregar el testimonio de Rosa Laguarda (Experiencias, 2003).
Vamos a abordar esta historia primero desde la cronología y el desarrollo de los hechos, y luego desde su significación y desde quienes los vivieron. El relato de Emeterio Payá es muy valioso desde este aspecto, y la segunda parte de Un capítulo de la memoria… transcribe numerosas entrevistas. Personalmente llegué a hablar con uno de los exiliados, quien, por motivos enteramente circunstanciales, no quiso ser entrevistado.
El 10 de junio se cumplen setenta años de la llegada de los niños españoles a Morelia. Por distintos motivos, que trataremos de ver, su experiencia fue muy diferente a la del resto de los exiliados.
México y la Guerra Civil Española
El filme Morir en Madrid (1963) de Fredèric Rossif (Montenegro, 1922-París, 1990) permite tener una idea del aislamiento en que quedó la República Española luego de la rebelión del 17 de julio de 1936, y de la crudeza –que surge de la mirada terrible y poética del documental- de un conflicto que fue el preanuncio de la Segunda Guerra Mundial, y cuyos alcances futuros, muy pocos pudieron ver entonces.
Tanto las democracias europeas como Estados Unidos dieron la espalda a la República bajo la forma de un comité de no intervención formado en septiembre de 1936 por 27 países. Roosevelt, tan evocado como un gran demócrata en distintos filmes, no sólo negó la entrada a Estados Unidos al buque Saint Louis, en 1939, sino que tampoco contribuyó en nada a frenar el avance del fascismo sobre España, antesala de la escalada europea. El Saint Louis llevaba a 937 exiliados judíos alemanes, salidos del puerto de Hamburgo, a quienes no se les permitió obtener refugio en Estados Unidos, con lo cual debieron volver a Europa, donde la mayor parte murió durante la Segunda Guerra Mundial (la película El viaje de los condenados –The Voyage of the Damned-, de 1976, dirigida por Stuart Rosemberg, abordó este hecho histórico). Mientras tanto, Italia y Alemania intervenían activamente en la guerra civil. Leonardo Sciascia (Sicilia, 1921-1989), el gran escritor italiano, rememora ello en su relato “El antimonio”, evocativo de la circunstancia de que Mussolini envío a España a pelear a los desocupados de Italia. Campesinos contra campesinos. Mineros contra milicianos. Pobres contra pobres.
Muchos gobiernos pronto reconocieron a los sublevados. En América lo hicieron varios países, como Perú, Uruguay y Costa Rica. México, en cambio, apoyó a la República, material y diplomáticamente, y rechazó la representación ofrecida por el gobierno rebelde con asiento en Burgos. Ello significó a la gestión del presidente Lázaro Cárdenas (1895-1970, que participó de la Revolución Mexicana en 1913) abrir un frente interno, ya que vastos sectores de la sociedad mexicana estaban de parte de los sublevados.
El apoyo diplomático se materializó, entre otras cosas, en las gestiones llevadas a cabo en la Liga de las Naciones, donde la República Española carecía de representación. Gracias a ello se frustró la iniciativa del gobierno chileno tendiente al retiro de las legaciones extranjeras tras el asalto a Madrid, así como la iniciativa uruguaya de formar un comité de mediación iberoamericano, que habría reconocido las aspiraciones de los golpistas.
La Guerra Civil no sólo significó la instalación violenta de un gobierno surgido de las armas ante otro legítimo y un millón de muertos sino también el aniquilamiento, a favor de los sectores agrario y militar, así como de los intereses vinculados al extranjero, de las reservas materiales y financieras y la infraestructura, e implicó la disminución de la población activa y el nivel de ingresos.
El exilio infantil antecedió a la diáspora que se produciría a partir de 1938 –la “Operación inteligencia”- que significó el virtual vaciamiento de la intelectualidad española, y su exilio en México y Argentina, países beneficiados con tal aporte.
Las razones del exilio infantil
No es posible establecer dónde se originó la iniciativa para el traslado del contingente de niños a Morelia. No fue del Comité Mexicano, organismo que desarrollaba distintas actividades de apoyo a la República, fundado por la esposa del presidente Lázaro Cárdenas, junto con esposas de ministros y miembros del Gobierno. Posiblemente el proyecto haya sido concebido por el Ministerio de Sanidad y Acción Social republicano, ya que el primer registro es la solicitud de este organismo al Comité de México para el traslado de huérfanos de guerra.
Una razón para ello fue el bombardeo sistemático a poblaciones civiles -por la Legión Cóndor, de la Luftwaffe, formada en octubre de 1936 como apoyo a Franco-, con el objeto de desmoralizar a los republicanos, lo que significó el consiguiente desplazamiento a otras poblaciones, y a centros de refugiados. El rápido avance de las tropas rebeldes hizo que las autoridades tratasen de limitar la incidencia del conflicto en la población infantil, para ello se creó el Departamento de la Infancia Evacuada. Acontecimientos como el bombardeo de Guernika, el 26 de abril de 1937, la derrota de Brunete, en julio, y la caída de Bilbao en junio, con el consiguiente dominio rebelde en el País Vasco son contemporáneos de la partida del contingente.
Pero la razón de más peso era propagandística ante la opinión pública internacional, pues la iniciativa serviría para evidenciar el aislamiento de la República ante el embate del fascismo.
La organización y el viaje
El Misterio de Sanidad republicano y la embajada de México en España comenzaron con la organización del embarque en Valencia, sede del gobierno, en 1937. Los costos serían sufragados por México.
El gobierno español lanzó una convocatoria masiva por medio de anuncios, y en Valencia y Barcelona pudo reunirse una cifra cercana al cupo de 500 inicialmente pensado.
Hubo varios problemas en la negociación debido a que, sin consulta con el gobierno, el embajador De Negri aceptó las condiciones de los negociadores españoles, por las cuales el gobierno mexicano se encargaría del pago de los salarios de los docentes y personal médico que acompañarían a los niños. Otro problema fue que dejar la península desde el puerto de Valencia significaría pasar el estrecho de Gibraltar, en poder de los rebeldes, por lo que se decidió la partida desde Francia. Una posibilidad para el traslado era la Hamburg Amerika Line, desechada porque la Alemania nazi apoyaba a los rebeldes, por lo cual se optó por la Compañía Trasatlántica Francesa
El contingente de 464 niños fue reunido en Barcelona, desde donde salió el 20 de mayo en tren hasta Port Bou, y desde allí hasta Cerbere, en Francia. El 21 de mayo llegó a Burdeos, y el 26 se embarcó en el vapor Mexique (hundido durante la Segunda Guerra Mundial), que, tras hacer una escala en La Habana, donde el régimen de Batista no permitió bajar a los exiliados, desembarcó en Veracruz el 7 de junio. El contingente, que recibió una bienvenida apoteótica, se trasladó al Distrito Federal y de allí a Morelia, donde llegó el 10 de junio. Se había dispuesto día festivo en la ciudad cabecera del Estado natal de Cárdenas, y el recibimiento fue un gran acontecimiento masivo.
Las divisiones en la sociedad
Los diarios conservadores Excelsior y El Universal atacaron la iniciativa. Este último señalaba “estos pobres niños son simplemente carne de publicidad para poder decir ¡Mira, los huérfanos fabricados por Franco!”. De la serie de entrevistas realizadas en Veracruz por la periodista Magdalena Mondragón, de El Universal, surgió que la mayor parte de los niños no eran huérfanos. El debate sirvió para instalar los ataques a la gestión cardenista respecto a la república y acentuar el resquemor con que los sectores más tradicionales asumían a llegada de estos niños. No obstante, otros señalaban que el aporte de sangre blanca, estaría destinado a mejorar la raza.
Uno de los planteos era la clase de educación que se impartiría. La colonia española en Morelia quiso hacerse cargo de los niños, iniciativa rechazada por el Gobierno.
La Escuela Industrial España-México
Hoy en día ya no existe la antigua escuela España México. Allí se alza el populoso mercado de San Juan. En 1937 ocupaba los inmuebles de dos antiguos colegios religiosos que habían sido expropiados un año antes. El más grande, que había correspondido al Colegio María Auxiliadora, albergaría a las niñas. El otro, del colegio de Salesianos de Morelia, a doscientos metros, a los niños.
El gobierno intentó llevar a cabo una experiencia modelo, de acuerdo al programa aprobado por la Secretaría de Instrucción Pública en 1935, que, de conformidad al art. 3 de la Constitución, tendría un carácter socialista y laico. El establecimiento fue dotado de un presupuesto mayor al de las restantes escuelas estatales. Contaba con seis talleres: electricidad, carpintería, mecánica, costura y zapatería, con menor interés hacia contenidos teóricos, lo que no impidió que la prensa criticara el carácter marxista del modelo.
La embajada de España protestó por el rechazo del gobierno mexicano de las condiciones inicialmente pactadas por De Negri, distinta de las experiencias de contingentes enviados a otros países, y la educación de los niños fue confiada a maestros mexicanos. Sin embargo posteriormente se incluyó a parte de los maestros españoles en el personal educativo, con sueldos pagados por la República, posiblemente por las dificultades en la disciplina, y con mayores contenidos teóricos y de cultura española. Más tarde, ante la inminencia de la derrota, la República dispuso repatriar a los docentes, lo cual no pudo llevarse a cabo por falta de fondos. Aunque permanecieran en el país, debieron dejar la escuela España-México. En muchos casos, el estallido de la Segunda Guerra Mundial frustró el regreso.
“Comenzaba de este modo la difícil adaptación de estos primeros refugiados a la realidad mexicana” (Un capítulo de la memoria…, pág.44).
Ciertamente, fue una experiencia difícil por varias razones: una de ellas era la heterogeneidad de las edades del contingente, otra, probablemente la incapacidad de verbalizar el trauma de la guerra y del desarraigo, lo que se traducía en una mayor agresividad, y otra, la actitud de los docentes, que no estuvieron a la altura de la situación.
El apedreamiento de varias iglesias, el hecho de entonar canciones contra el clero con el puño izquierdo en alto fueron rápidamente sobredimensionadas por la prensa y generaron un clima hostil con la sociedad moreliana. Ello, unido a los cuestionamientos sobre el propio modelo educativo, motivó a llevar a cabo una campaña a favor del proyecto y a inspeccionar la escuela.
Gonzalo Sánchez Vela, Secretario de Educación, junto con Roberto Reyes Pérez, Jefe del Departamento de Educación Obrera, hicieron la inspección, acompañados por periodistas de los diarios Excelsior y El Nacional. Reyes Pérez la rememoraba de este modo: “fuimos sorprendidos súbitamente por una rabiosa pelea entre dos jovenzuelos, alumnos del plantel, que parecían dispuestos a aniquilarse…el propio Sánchez Vela…tuvo que intervenir para apartar a los luchadores…a poco caminar, una amplia terraza ocupada por una maestra y varias niñas distrajo nuestra atención…invitando a las niñas…a cantar algunas coplas de su país…ellas (…lo…) hicieron con toda desenvoltura ¡ y era cada coplita de un sabor tan picaresco! que mal entonaba con los pocos años de sus actorcillas” (ob.cit, pág.49). Ello, y la muerte accidental de uno de los niños en el mes de agosto, provocaron la destitución del director Lamberto Moreno, y el propio Reyes Pérez se hizo cargo de la dirección. Sus primeras medidas fueron dividir a la población por edades y nivel de conocimiento y despedir a gran parte del plantel de maestros mexicanos. Se estableció una disciplina militarizada y un plan educativo de carácter técnico.
La disciplina se consiguió al precio de tolerar el alto grado de arbitrariedad del “comité disciplinario” formado por los alumnos mayores, hacia los niños de menos edad, siendo que los más conflictivos eran precisamente los mayores. Asistimos así, a algo absolutamente presente siempre en la vida institucional: la consolidación de situaciones injustas con el dominio de quienes las producen, en nombre de ese orden que se debe sustraer al control. Orden y sometimiento son inevitables en este contexto, ya que las instituciones nunca protegen al débil, sino que lo sacrifican.
El fin de la experiencia
Distintas variables comenzaron a jugar en este punto (1940/41): el fin del gobierno de Cárdenas, y la consiguiente asfixia presupuestaria de la escuela; el crecimiento de los alumnos, a quienes se destinó a las Casas-Hogar, en unos casos, y al Convento de Trinitarias de Puebla, en el de muchas niñas; así como el fin de la Guerra Civil y distintos pedidos de repatriación, por parte de familiares y del gobierno franquista. No se accedió en éste último caso por la resistencia que ello generó en la propia sociedad mexicana. La colonia española terminó aceptando a los niños, independientemente de la ideología, y en muchos casos ellos recordaron haber hecho distintas salidas de fin de semana por invitaciones de miembros de esa comunidad. Ésta también se ofreció a sufragar los gastos del regreso, mas el destino incierto de una repatriación en masa, frenó esta alternativa. Otros, con la ayuda de la propia colonia española, directamente se fugaron de la escuela.
Finalmente, los niños que no habían concluido la escuela primaria, fueron trasladados a la Escuela Madrid, de la capital mexicana, y la Escuela España-México se cerró.
Se marcan, con este cierre, el fin de la experiencia educativa, el de la infancia y el de la guerra, y la experiencia pasa a discurrir en otros escenarios. Ya no existía un ámbito aglutinante y dador de sentido, sino la propia lucha por sobrevivir.
Las Casas-Hogar
En 1938 ya se había dispuesto separar a los niños mayores y más problemáticos, enviándolos al internado España-México nro.2, en el Distrito Federal, la ciudad capital de México. Ese es el primer antecedente de las Casas-Hogar, el del internado que, inicialmente concebido para funcionar como escuela secundaria, sólo lo hizo como una residencia conde los jóvenes comían y dormían. De este modo, paulatinamente fueron abandonándolos para buscar en la calle otros medios de vida.
El fracaso del Internado España-México nro.2, hizo que otros contingentes fueran derivados a distintos centros educativos, en Oriozaba y Coatzacoalcos (Veracruz), Tepic (Nayarit), Zamora (Michoacán) y Ciudad Lerdo (Durango), con lo cual, el grupo fue atomizándose, se perdieron lazos identitarios, y se multiplicaron, en los restantes centros educativos, los efectos del fracaso del internado España-México 2.
Con el tiempo, perdida la guerra, con sus familiares en campos de concentración en Francia, o prisioneros del franquismo, ignorados por los refugiados que llegaban a México, con una nueva administración, la de Ávila Camacho, sin el mismo interés que la de Cárdenas, quien seguía ocupándose del grupo de manera personal, y que tuvo un importante papel en la fundación de las Casas-Hogar, subsistieron con las estrategias adaptativas que pudieron encontrar, la mayor parte de las veces subempleándose, y en casi todos los casos librados a sus propios medios, siendo objeto de explotación en empleos no calificados, que perdían al ser frecuentemente despedidos por sus empleadores, por la explotación de que eran objeto, y también debido a su carácter rebelde.
La concentración de muchos jóvenes en el Distrito Federal y las condiciones en que vivían motivó que las autoridades republicanas debieran finalmente ocuparse de ellos, a la vez para tratar de evitar la intervención –y consiguiente administración- por parte del gobierno mexicano de los fondos del gobierno de la república, uno de cuyos organismos, terminó por financiar parcialmente las Casas-Hogar, que lo hacían, además, con el aporte de los jóvenes que trabajaban.
Las Casas-Hogar fueron seis: cuatro de varones y dos de mujeres. Al frente estaban maestros del primitivo contingente, jóvenes docentes que vivían en una situación bastante precaria, y que buscaban insertarse en el sistema educativo mexicano.
A diferencia de la Escuela España-México, no contribuyeron a reforzar los lazos identitaros, pero sí a mantener unido al grupo.
Son muy distintas las distintas evocaciones de esta experiencia: las jóvenes la recuerdan con un sentimiento hogareño y de gratitud. Los jóvenes lo evocan, en mayor grado, negativamente.
Una de las causas que marcó el fracaso del proyecto fue el problema de la indisciplina, que terminó haciendo que docentes preparados y con la mejor buena voluntad terminaran renunciando, vencidos además por las limitaciones presupuestarias. No obstante, lo peor fue su cierre repentino, tres años después de su creación, por el gobierno republicano, lo que dejó a los jóvenes que vivían en ellas en la calle y librados a sus propios medios.
Este fue uno de los momentos más duros, ya que se trataba del mismo gobierno republicano que los había sacado de España, y que en general usó de los fondos para ayudar a los exiliados que llegaron luego de la guerra a instalarse en México, y se desentendió de los niños.
Ello y la falta de reconocimiento por España, que recién les adjudicó una pensión gracias a la lucha de Emeterio Payá Valera (quien no llegó a cobrarla), hacen que el exilio infantil sea en si mismo una herida, que a 70 años, no ha podido cerrarse.


Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

El exilio como raíz


Los Niños de Morelia, el exilio infantil en la Guerra Civil Española. (II)
En el artículo interior hicimos una aproximación a la cronología del exilio infantil a Morelia, que sirve como breve marco de algo que, en la pluralidad de historias de vida documentadas en Un Capítulo de la memoria oral del exilio, los Niños de Morelia (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Comunidad de Madrid), es muy profundo, y tiene tantas resonancias como actores.
Una cosa es narrar esa cronología y otra muy distinta detenerse, aun someramente en lo que significó la experiencia en quienes la vivieron.
Significados
Es difícil poner en palabras algo en lo cual sentimos que todo lo que pueda ser dicho es incompleto y relativo. Intentaremos, en ese camino, tratar de establecer una tópica del exilio y dividirlo en varios “tropos”, o motivos, que lo atraviesan.
Basta, por ejemplo, entrar en la página altavozdelfrente, que Juan Laguarda, uno de los exiliados, residente hoy en Estados Unidos, me indicó, para darse cuenta de que el exilio es la pérdida de un mundo y una utopía, que aquella España republicana, idealizada y añorada, es muy distinta a la actual, y a la real, y que la experiencia del exilio se origina precisamente en el derrumbe violento de ese mundo, que la película Morir en Madrid tan claramente plasma.
La propia experiencia, la identidad, la nacionalidad, el regreso, son otros de los motivos, y todos tienen que ver con esa pérdida primordial, y con los lazos que pudieron ser constituidos a partir de ella.
La experiencia
Emeterio Payá Valera viajó con sus otros tres hermanos. Fue el destino de muchos a quienes bajo la consigna “o todos o ninguno” sus padres buscaban proteger de la guerra, esperando reencontrarse con ellos tras un exilio de un año, o hasta que la guerra terminara. Cuesta pensar en esa posibilidad en una contienda ya por entonces tan adversa a la causa republicana. En Los Niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México (El Colegio de Jalisco, tercera edición, 2002) Emeterio Payá Valera recuerda la despedida en Barcelona: “un chiquitín de escasos cinco años se aferraba a las piernas de su padre, hombre humilde. Transido de dolor y con el rostro angustiado; húmedos los ojos por la impotencia, era incapaz de convencer a su hijito de la necesidad de una separación que él mismo no alcanzaba a comprender…Arrancado de las piernas de su padre por manos piadosas, se aferró entonces a un pilar, asiéndose desesperado a su casa, a la patria, al amor paterno…’¡Que no se vayan mis hijos…que no se vayan’ Mi padre, que se había mantenido estoico, estalló finalmente en sollozos” (pág.33). Los hermanos Payá Valera jamás volverían a ver a su padre, muerto de pulmonía en un campo de concentración alemán en 1941.
Quizás no pueda pensarse una ruptura más absoluta y violenta que separarse de los hijos. Seguramente, si algo dio sentido a esas vidas fue la posibilidad de un reencuentro que no siempre se produjo o que al producirse significó una desilusión.
El internado
La escuela fue el hogar de los niños durante más de seis años el escenario que los mantuvo cohesionados, y un ámbito significativo en su identidad. Sin embargo la experiencia distó mucho de la formulación teórica con la que había sido concebida.
Eran dos viejos edificios, en uno de los cuales había habido un cementerio que debió ser pavimentado para transformarlo en patio de juegos, ya que era frecuente encontrar huesos en tumbas ruinosas. Emeterio Payá Valera recuerda los grandes dormitorios colectivos, con ventanales sin vidrios en sus extremos, por donde entraban murciélagos, las plagas –pulgas, piojos, ratas- y la desatención sistemática del personal, que tenía mejores sueldos que el del resto de las escuelas públicas.
Ellos poco hicieron ante el trauma de la guerra, que sufrían niños que habían visto asesinatos, o cómo eran extraídos cadáveres de las cloacas, y para quienes el paso de un avión era algo terrorífico. En muchos, este trauma se evidenció en agresividad, en otros, en enuresis, lo cual los convirtió más que en objeto de ayuda, en blanco de castigos medievales y escarnio.
Quizás lo más desafortunado hayan sido los directores. En el caso de Lamberto Moreno, por su hispanofobia y por la desatención en cuestiones básicas, y en el de Reyes Pérez por el autoritarismo que lo llevó a poner en práctica la idea de que los alumnos más conflictivos pueden ser neutralizados dándoles poder.
Generalmente se menciona una muerte, la primera, la de Luís Dáder García, de 5 años, que costó su cargo a Lamberto Moreno. Sin embargo, Emeterio Payá Valera, hace una cronología de todas las muertes de niños entre cinco y trece años, que fueron unas ocho, debido a la negligencia de las autoridades, tanto por enfermedades como por accidentes evitables. Ello es tan terrible como el hecho de los secuestros, las separaciones y la acción de pandilleros sin ningún control, pese a la disciplina militar. Sin embargo, tanto Rosa Laguarda como Emeterio Payá Valera, recuerdan los cuidados que recibieron en la enfermería del internado cuando estuvieron enfermos de fiebre tifoidea.
Payá Valera, que enumera el listado completo de los exiliados, su origen, sus ocupaciones y destinos posteriores, señala que si bien la convocatoria fue para niños de entre seis y doce años, había menores y mayores de esa edad. En el segundo caso, por lo que sucedió en el internado, daba la impresión de que los padres de estos últimos, habían aprovechado el llamado para sacarse a los hijos problemáticos de encima (Los niños Españoles de Morelia… pág.81). Los más pequeños debían soportar a los mayores que robaban, mantenían aterrorizados al resto, y los agredían, a veces con navajas.
Si bien la aceptación de la colonia hispana fue difícil en un principio, por el apedreamiento de iglesias y los cánticos hostiles al clero, los niños fueron luego aceptados y cuidados incluso por hogares franquistas. En muchos casos, esta acción fue más allá, porque parte de esta colonia buscó redimir a los “rojos”, por ejemplo secuestrando a las niñas para internarlas en conventos. De este modo, al 23 de septiembre de 1938 hubo: 4 niñas perdidas, 21 niños entregados a familiares, 16 al cónsul de España, 42 enviados a la Escuela España-México nro.2, 7 fugados que se refugiaron en esta escuela, 3 entregados a particulares en Morelia, una alumna casada y 4 muertos. (Los niños españoles de Morelia… pág.110). Es decir que había niños que eran entregados, contra la oposición de sus familias, a quienes eran enemigos de ellas. De ese modo, muchas veces los hermanos, confiados unos al cuidado de otros, eran separados.
Había una suerte de organización para sustraer niñas que, escondidas en casas de familias españolas reaccionarias, terminaban luego en conventos en Puebla y el Distrito Federal. Hubo la adopción de una niña sin el consentimiento de sus padres, y un grupo fue enviado a un convento por haber ido a bailar a la casa de una familia.
En otros casos las condiciones de vida en la escuela eran tan duras que los niños escapaban para buscar refugio en cualquier casa que los recibiera (ob.cit. pág.114).
Rosa Laguarda, no obstante, tiene un registro distinto, tanto del internado como posteriormente de la Casa-Hogar en la que vivió (Experiencias, 2003).
El vínculo con nativos mexicanos, ya fuera en las vacaciones, o en épocas de clase, fue profundo e imborrable, favorecido ello con la afluencia a la escuela de niños mexicanos. También lo fue el establecido con los maestros de taller, obreros como la mayoría de los padres de los niños.
Un punto de inflexión
El fin de la guerra significó que aquel exilio “por un tiempo” sería más extenso, o acaso definitivo. Se produjo entonces el pedido de repatriación por el franquismo, y la negativa por parte de sectores de la sociedad mexicana, que llegaron a medidas de resistencia activa, ya que niños refugiados en Francia, habían terminado en asilos y seminarios españoles tras su envío a España por los nazis.
Esto es marcado por otra experiencia: el envío a las Casas-Hogar, en el DF, manejadas por autoridades del gobierno republicano en el exilio, con una disciplina diferente, con muchas privaciones, pese a que contaban por ejemplo con agua caliente y otras comodidades de las que carecían en el internado. Sin embargo, era muy fácil ser expulsado de ellas, de las cuales salían para trabajar, las más de las veces, en condiciones de explotación.
No todos tienen el mismo recuerdo de las Casas Hogar, que fueron repentinamente cerradas a los tres años por el gobierno republicano en el exilio, dejándolos en la calle. Emeterio Payá Valera señala que algunos niños mexicanos fueron con ellos a las Casas Hogar, y que ante la extrañeza de un director, por su tez morena y el acento, le dijeron que eran marroquíes. Ello evidencia que no hubo siempre una posibilidad efectiva de control.
Los niños tienen de algunos directores, como Adolfo Sánchez Vázquez o Martín Navarro Flores, un recuerdo imborrable. En otros casos cristalizan en ellos el descontento de su abandono por parte de las autoridades republicanas.
Las niñas tienen un mejor recuerdo de las Casas Hogar, no hablan de la indisciplina sino de la familiaridad y del sentido de hogar.
Todos viven como terrible el hecho de que, con una anticipación de sólo días, hayan quedado en la calle con la suma de cincuenta pesos cuando el gobierno republicano en el exilio decidió cerrarlas. Funcionaron desde mediados de 1943, a mediados de 1945.
“No vinimos, nos trajeron"
El internado España-México no sólo fue un ámbito físico, sino también simbólico, que unió lo individual, lo colectivo, el acervo común, y “los referentes de hogar, amigos, escuela” (Un capítulo de la memoria oral…pág. 62).
Los Niños de Morelia fueron los primeros exiliados, pero dejaron de serlo cuando llegaron quienes huían del franquismo, al fin de la guerra, período en el cual el internado se encaminaba hacia su cierre. Existe una línea divisoria entre unos y otros exiliados. Los primeros fueron utilizados, primero por la República, y luego por el franquismo, y por profesores y políticos, que buscaron acceder a los fondos republicanos. Los segundos, llegaron como defensores de la democracia, luchadores que aun en la derrota conservaban la sensación de una victoria moral.
“Este sentimiento de haber sido utilizados y abandonados por todos se extiende a casi todos los niños de Morelia” (“Un capítulo…”, pág. 76)
Un ochenta por ciento del total de exiliados tenía menos de catorce años (ob.cit., pág.79). Es decir que para esta población, de aproximadamente diecisiete mil personas, el exilio se produjo en un momento de formación de la identidad y de su mundo circundante. En el caso de Los Niños de Morelia, ello se agrava por varias razones: ellos debieron separarse de sus padres, fueron puestos bajo cuidados ineficientes en los cuales naufragaron las buenas intenciones con las que se los llevó a México, para terminar por ser librados a su suerte.
Ello, unido a un proyecto educativo en el cual no les fue posible ni dar importancia al papel del saber en la determinación de su proyecto de vida, ni a su formación integral, los confinó a la dimensión de un eterno presente.
En efecto, cuándo volverían, qué encontrarían si efectivamente pudieran volver, qué harían si no pudieran volver. Llegaron por un período breve, que se prolongó irremediablemente. Sujetos a esta dimensión del tiempo, su única certeza fue el puro presente, la peripecia cotidiana, la supervivencia, más allá hay un marco invencible de incertidumbre. A la posibilidad incierta del eterno retorno, se contraponía un ir quedándose.
Por detrás, el naufragio de un proyecto, el de la República, la pérdida de contención, afecto y cuidado. Por delante la incertidumbre, dada en parte por el hecho concreto de que nadie se había preocupado seriamente por ellos. Emeterio Payá Valera, pese al recuerdo agradecido a Lázaro Cárdenas, que tanto hizo por los más postergados, y su esposa, señala el lugar lateral que el tema ocupó en sus memorias al ser publicadas luego de su muerte, en 1970.
Ellos vivieron la dimensión de la pérdida: la de lo conocido y la de lo posible. No es así uno, sino varios exilios: del hogar, de un sistema de sentido, y de uno de cuidados.
“Una de las frases que suelen repetir mucho para que se les entienda es la de: ‘No vinimos, nos trajeron.’ “ (ob.cit., pág.79).
El regreso
El regreso es otro de los nudos discursivos y está implícito en la idea de exilio: la ilusión siempre presente de volver a aquello que violentamente se había dejado, y reencontrarse con un contexto, familiar y social, que se había perdido. Sin embargo, pocas veces el regreso implicó esta recuperación.
En muchos casos se produjo por repatriación, por medio de las autoridades portuguesas, que representaban al gobierno franquista en México. Varios niños regresaron en la década de 1940. Otros no regresaron, en gran parte aconsejados por sus propios familiares, dado que en algunos casos estaban presos o exiliados, y que las condiciones de vida de la posguerra eran muy duras.
A diferencia de los otros exiliados, los niños no dependían de amnistías, no habían tenido un papel activo en la guerra y sólo habían sido víctimas. No obstante, fueron objeto de distintas represalias, como persecución policial y hacerles hacer el servicio militar. En otros, encontraron un país distinto al que habían dejado, sus padres habían tenido otros hijos, y ellos se convertían en extraños en su propio hogar y en su propio país, con lo cual, algunos optaron por regresar a México. En otros casos, fueron familiares quienes emigraron de España para vivir en México con sus hijos.
No obstante, quienes pudieron regresar, aquellos de los cuales no existen ya registros, pudieron recuperar el sentimiento de su nacionalidad española, que permaneció dividido en el resto, aquellos que mantienen la idea de España no como central, sino como un origen remoto, y parte de aquello que también son, ya que lo nodal lo tienen en México.
Emeterio Payá Valera relata en su libro (pág. 253) el llanto incontenible que se apoderó de él al sentir, en 1976, el anuncio de que el avión en que viajaba aterrizaría en instantes en Barcelona, y lo que le significó la recuperación de los lugares de su primera infancia. No obstante, por su propio derrotero y por razones ideológicas, había hecho su vida en México.
Soy del exilio como de un país”
Mario Ruzzo, un querido profesor de Sociología en Servicio Social, decía, refiriéndose precisamente a los exiliados de la guerra civil española, que “habían salvado, como dice el criollo, sólo el pellejo”. Lo decía al hablar de cultura, aquello que, en la clásica definición de Ralph Linton, es lo que queda cuando todo lo demás ha desaparecido. Esos exiliados no tenían nada más que a sí mismos, a su bagaje, a sus valores.
En los Niños de Morelia hay una especie de segundo exilio (“Un capítulo…”, pág.81) por ser privados del país, y por estar en una etapa de formación, donde no existen referentes poderosos para mantener la identidad: “Los Niños de Morelia, por su parte, tuvieron que cargar con sus pocos y raquíticos recuerdos y enfrentarlos en un medio hostil, sin la ayuda, experiencia y consejos de nadie. España es un deseo que atrae porque significa no sólo patria y origen colectivo sino las raíces individuales, los padres, el hogar. Sin embargo España suscita al mismo tiempo un cierto rechazo”, el del abandono, el de la destrucción que se dejó atrás. Es allí donde a la dimensión colectiva se suma la dimensión individual. Es allí donde se han desplazado las raíces, donde el sujeto ha pasado a ser él mismo pero dentro de un grupo de pertenencia producido por el propio exilio.
Ellos no habían podido formar ese “pellejo” que fue lo que muchos exiliados sólo pudieron salvar. Su “pellejo” fue el propio exilio, el que los definió como grupo.
El lenguaje los revelaba como españoles y a la vez como mexicanos, por ser reconocibles los modismos de uno y otro idioma, fijándolos en un territorio limítrofe del cual es un indicador la documentación. Llegaron con una ficha, muchas veces con errores, y muy pocos tramitaron documentación mexicana, con lo cual, transitaron la vida en una suerte de limbo.
Es desolador sentir que aquello que a nosotros nos ha atravesado, marcado y cambiado la vida, aquello que se ha llevado muchos de los mejores momentos; que ese tiempo que la adversidad nos ha robado (como aquella exiliada que dijo a Emeterio Payá “me han robado cuarenta años de mi vida”) no signifique nada para los demás. Es lo que sucede en una España que no tiene casi ningún registro de los Niños de Morelia. Aquella patria que los exilió, luego los abandonó y más tarde los ignoró.
Ello hace que la historia no haya podido cerrarse, que hayan vivido fijados a un pasado al cual evocan como una verdadera dimensión existencial, y que quienes los vemos desde afuera, los veamos más que por lo que son como personas, por aquello que les sucedió. Se los ha conceptualizado no como sujetos de su historia, sino como objetos de la historia. No obstante, pese a todo eso, siguieron sus vidas y dejaron algo que va más allá de la circunstancia que los llevó a México.
“Nos decía José de la Colina: ‘Me acuerdo de unas líneas de Saint Exupèry: ‘Yo soy de mi infancia como se es de un país’ y las he hecho mías parafraseándolas: Soy del exilio como se es de un país’ “ (“Un capítulo de la memoria”…pág.89)
El exilio es no sólo ser apartado, sino saber que aquello de donde antes éramos puede seguir sin nosotros, sin percatarse siquiera de que nos hemos ido, o sin que le importe. Pero también es no rendirse y afirmarse en la adversidad de esa carencia de referentes, apoyarse en las acciones propias, y sostenerse en ellas.
Esa es la dimensión vital de un exilio donde se vive como en un país, pero valga, al mismo tiempo la enseñanza de otros que nos han demostrado que se puede vivir pese a ello.


(Agradecimiento: a Luz María Morales Salazar, César Payá, y Rosa y Juan Laguarda)

Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

lunes, 19 de abril de 2010

El día en que la Argentina voló al espacio


a Pinche Dory


Por un problema de tolerancia de la realidad sólo leo dos revistas, la española Motor Clásico —el magazín actual del auto y la motocicleta de colección— y Aviation Heritage. Al lado de la angustia cotidiana me parecen paraísos de perseverancia, ingenio, soluciones mágicas y sencillas y aventuras tan inverosímiles como las del corazón.
Aviation tiene secciones fijas: historias de marcas, modelos y líneas aéreas, biografías, efemérides, travesías, rarezas... Fue en estas páginas, o más bien en una subsección —Joke Oddities— que encontré lo que hoy me desvela.
En Joke Oddities estaba la historia del carnicero volador —The Flying Butcher— quien en una bicicleta con alas y con cohetes a sus espaldas, había pretendido volar. Un súbito desequilibrio acabó con él en el piso incendiándosele el trasero, tal como lo documenta una vieja película.
Más abajo había una fecha y esta inscripción: "Argentine rocket 'Spacial Rastrojero' reached the moon" —argentine navigator lost in space in the early eighties— se titulaba. La firmaba un tal Nan Siegel y se contaba una historia que desconocemos aquí.
Según la revista, a principios de los años 80 había llegado un cohete argentino a la Luna pero el fracaso de la expedición hizo que no se hablase más de ella y fue ignorada hasta que un alumno de una escuela técnica había investigado el fallido proyecto. Pero el alumno luego desapareció, así como sus notas.
En la historia de la aviación hay muchos relatos con un lado de misterio, por ejemplo Paul Redfern, perdido en Brasil, que habría sobrevivido en la selva; o Amelia Earhard —que cayó el 2 de julio de 1937, con Frederick Noonan, su navegante, hombre valiente, afecto tanto a volar como a beber—: algunos dicen haberla visto prisionera en Japón. Su bellísimo Lockheed Electra nunca fue encontrado. Tienen ese final abierto e intrigante.
Esta nota no era la excepción, sólo destacaba que la nave había sido construida con partes de varios F-86 de rezago de la guerra de Corea que el gobierno argentino había comprado pagándolos a razón de dieciocho veces más el valor que tenían.
Sobre los aspectos "políticos" no se abundaba demasiado —en realidad se dedicaba a la nota un recuadro en la penúltima página, al lado de los clasificados.
Para salir de la curiosidad escribí a Nan Siegel.
Semanas más tarde me respondió. Un volovelista argentino —Claudio "Pinche" Dory, que cruzó los Andes en planeador— le había referido la historia y mandado un cuaderno de notas del alumno desaparecido, del cual Siegel transcribía algunas frases. Pinche tenía miedo de tener semejante material encima pero deseaba que el mundo se enterase —los que desean cambiar las cosas son los que no pueden y viceversa.
En síntesis la historia era ésta:
El gobierno militar había concebido el plan de llegar a la Luna. Eso daría mayor credibilidad a la Argentina a los ojos de los inversores internacionales y uniría al pueblo en una empresa común dando una sensación de logro como nunca antes. Posibilitaría además tanto nuevas licitaciones como privatizaciones y concesiones. En este terreno, todo lo terminado en "ción" parecía bueno y redituable.
Fue diciendo y haciendo.
Se ultimaron todos los detalles: el lugar de lanzamiento —en La Rioja—, la fecha estimada, lo referido a la televisación y la ceremonia inaugural.
Faltaban algunas cuestiones de tipo técnico: conceptos aeronáuticos a emplear, propulsores, diseño y configuración de la nave, materiales, pruebas, coeficientes...
Se pagaron millones a una consultora y se dedicó una partida sacada del fondo educativo para el soporte económico del proyecto en sí: lo de los materiales, planos, y todo eso. Los técnicos de la fuerza aérea aprendieron lo que Robert Goddard había averiguado en los años 20 y 30 en Rosswell, Nuevo México: que los cohetes explotan, se caen, queman —si uno los toca o está muy cerca de donde caen, lo cual es muy frecuente— y que, en fin, son algo más bien difícil de manejar, por no decir imposible. Apelaron, igual que los americanos, no a Goddard sino a algún nazi importado —como Von Braun que había hecho experiencia diseñando bombas para la Luftwaffe. Pero sólo encontraron en Argentina a capataces de campos de exterminio y no a técnicos, que vivían en Estados Unidos y que lo último que deseaban era venir. Esto fue focalizando la búsqueda centrada ahora en las ferias de ciencias de las escuelas técnicas del interior, tanto como para no levantar mucha polvareda.
Los resultados fueron desalentadores hasta que la Reserva Naval americana sacó a subasta un lote de F-86 que en los años 50 habían peleado contra los temibles Mig rusos en Corea: se destinó un par de unidades al Weeks Air Museum de Miami. Como no había lugar para las restantes se ofrecieron al tercer mundo en el contexto de un plan de entrenamiento para pilotos —cuyos nietos volarán algún día los Tomcat que hoy surcan los cielos.
Esto, dice Nan Siegel, dio aire al gobierno argentino que pensó en este concepto: el motor de turbina, en lugar del cohete, con desempeño en otro escenario bajo un mínimo suministro de oxígeno proveniente de ventiladores laterales en el cuerpo de la nave. Estarían montados a partir de un generador de flujo de aire —14 turbinas de Citroën trabajando en serie y solidarias por medio de cadenas de bicicleta. El suministro iba a ser suficiente para el empuje en una condición de escasa resistencia al avance, lo que facilitaría el desempeño y la economía operativa de los propulsores en una densidad menor y en un medio distinto, aunque haría lento el despegue. Confiabilidad por velocidad —en aeronáutica, como en la vida, se gana a costa de lo que se pierde, aunque pensándolo bien, creo que en la vida, después de todo, siempre se pierde.
Diseño probado por diseño experimental. Fidelidad por ligereza. Lento pero seguro. Pobre pero honrado.
Esta idea fue la que definitivamente ganó la confianza de los mandos a quienes se había encomendado el proyecto. Era, dijeron, una cuestion de idiosincrasia con el ser nacional.
Cuando este concepto ganó la calle estaba próxima la fecha de lanzamiento: vendrían grandes figuras del espectáculo, políticos, deportistas...
Así, el grupo responsable argumentó que debían obtenerse los motores de F-86 a cualquier precio, que se trataba de la última posibilidad de concretar la empresa por lo cual el trato con la Naval debía llevarse a cabo en los términos que se exigiesen.
Los motores fueron recibidos y ni siquiera se le pidió boleta al gobierno americano, a quien se hizo figurar como responsable no inscrito, IVA exento o algo así. También se aprovechó el instrumental, que aunque no sirviese de mucho vestía bien la nave. A esta altura, la gente en las calles miraba al cielo y decía "lo vamo a reventar" en abierta alusión a las otras superpotencias que se disputaban el dominio del espacio —en realidad a las superpotencias ya no les interesaba el espacio por el que habían rivalizado en los años 60, pero acá eso no se sabía.
No fue hasta que la fecha estaba próxima que empezaron a "meterle pata". Como no hubo tiempo para hacer unas instalaciones adecuadas, igual que en Locura en el Oeste, se hizo una especie de pueblo de madera pintada, imitando hangares y laboratorios ya que sólo se verían las fachadas desde lejos. Se pasó un momento angustioso cuando el viento derribó una fachada pero la cámara rápidamente se desvió.
En cuanto al regreso, se pensó que si podía despegar de la Tierra podría hacerlo de la Luna, donde la gravedad es menor. El problema sería que los motores se detuviesen, ya que no podría dárseles pala como a un Piper. Eso, y el traje presurizado —un mameluco de hule pintado y un casco de zorro gris con estrellas—, se perfilaban como las fallas potenciales del proyecto que contaba sin embargo con otro seguro: una estampita de la Virgen del Valle en la carlinga.
La navegación fue otro problema. Se optó por otro criterio tradicional: navegar por las estrellas que, incluso, estarían más cerca. Si vascos y vikingos habían llegado al Nuevo Mundo por ese método, por qué no pensar, mil años más tarde, que los argentinos podríamos ganar el espacio del mismo modo.
Se dijo que el astronauta había sido elegido entre miles de postulantes. Lo cierto es que se trataba de un soldado de infantería a quien le habían dicho "soldado, un paso al frente"; se le dedicaron, eso sí, varias horas de simulador en juego electrónico.
Pronto los medios especularon con las instalaciones que podrían construirse en la Luna argentina: estadios deportivos, paseos de compras, restaurantes...
Nan Siegel no describe la ceremonia de lanzamiento, que deberíamos buscar en los archivos de Gente o Siete Días, pero debe haber sido una fiesta argentina.
Fue un suceso del que los medios hablaron durante semanas. Sacando que los motores no encendían y que hubo que apelar a una manivela, un alambre y una caja de fósforos, no hubo mayores complicaciones.
Durante los primeros días se siguieron los avatares del transbordador —parecido al Challenger pero más pequeño y de cinc corrugado, con los colores azul y amarillo de la Fórmula Uno. Cuando se hizo evidente la pérdida de contacto ya había fecha para el Mundial de Fútbol. Pronto, nadie habló más del proyecto en ese secreto compartido que no se menciona nunca y cuya ausencia termina por ser una verdad silenciosa. Esa idea de la Argentina como un lugar donde no se puede preguntar y donde no se puede explicar, donde no se puede denunciar y tampoco se puede volar, me pareció muy congruente.
Algunos me dicen que no es posible pero yo le creo a Nan Siegel y la historia del cohete trucho. Dónde apoyo esta verosimilitud es lo que constituye, hoy por hoy, uno de los motivos de mis desvelos.
Los argentinos acatamos esos pactos de silencio donde se asume como verdad sólo a una mentira que cierra, ya que como verdad es humilde e intolerable y nosotros no somos ni humildes ni tolerantes.
El otro motivo de desvelo es que, en un país donde nadie responde por nada, donde las víctimas son culpables y los culpables son los que arman el escenario para crear víctimas que purgan sus culpas de poderosos, en un lugar así no me siento tan seguro como viviendo en un valle donde llueven cohetes.
Me gustaría un destino como el de Goddard: construir saetas que arden en el medio de la nada. Sé que él también se refugió en alguna parte, que sólo un monolito recuerda su trabajo —a Von Braun, sin embargo, todos lo conocen. Me gustaría partir a ese lugar para ser un olvidado, sí, pero más que nada para estar seguro, sin ilusionarme por nada —aunque a ese destino ya llegué, porque, por más que tratase, ya no puedo, ni podría, ilusionarme absolutamente con nada. Al menos, Goddard creía en su trabajo.
Deseo más que nada estar lejos, muy lejos y sólo sentir la abierta posibilidad del cielo bañando mi rostro vuelto hacia arriba y esa intraducible proposición que susurra el sol en nuestra piel besándola como unos impalpales labios, mientras pienso en ese solitario astronauta a quien enviaron a un abismo helado con materiales de rezago (su muerte se habrá "investigado hasta las últimas consecuencias").
Qué será ahora de aquellos que lo mandaron: traficarán armas, serán gobernadores o parlamentarios con fueros e inmunidad.
Como agregaría Nan Siegel: everything is possible.
PD. Cualquiera que desee consultar a Nan Siegel sobre esta historia, igual que yo, puede escribirle a 741 Miller Dr. E, Suite C-1 Leesburg VA 20075, e-mail: mailto:aviationhistory@thehistorynet.com

domingo, 18 de abril de 2010

El buscón




“Don Francisco, en igual peso/veras y burlas tratáis;/acertado aconsejáis,/ y a Don Pablo hacéis travieso;/con la Tenaza, confieso/ que será buscón de traza;/ al llevarla no embaraza/para su conservación; /que será espurio buscón/si anduviera sin tenaza.”
(Francisco de Quevedo Historia de la vida del buscón, llamado Don Pablos; exemplo de vagamundos y espejo de tacaños)

Que El Secreto de sus ojos ni El secreto de sus ojos, para saber verdaderamente lo que es un juzgado penal había que estar en la loma y trabajar con el buscón.
Como los turistas y algunas enfermedades él había llegado de la capital, con su pulóver verde desbocado que le caía como una pollera, el pelo de nido de caranchos, la barba sin afeitar, los ojos de ranura, ese tono pedagógico que tienen los porteños y un archivo de mañas que, como el personaje de Quevedo, iba desplegando en la vida forense.
Si bien el juzgado siempre se nutrió de una fauna de recorridos anteriores inciertos y un pasado del cual sólo parecía asomar aquella parte apta para ver, al principio era peor: ex policías que habían trabajado en el camarón, sujetos desterrados de oscuras fraguas donde se habían machacado vaya a saber qué cosas y, entre el opus dei y la foto del caudillo, una eterna nostalgia de esos antros que echaban de menos.
Que inocentes son ahora aquellos hurtos de línea telefónica o de gas, esa galería de personajes como aquel policía que detenía, con su voz aguardentosa, a un taxi en el medio de la loma de Colón y hablaba admonitariamente en esa sabiduría alcohólica en el taxi al que habíamos subido todos. Un rato antes yo los excarcelaba, ahora, iba con ellos. Entre el mundo de ley y el de la trampa hay nada más que dos diferencias: son sólo dos dialectos y un mundo es frontal y el otro no.
Visto con los ojos de hoy, el juzgado de hace veinte años me parece una mezcla del lejano oeste con un conventillo: el habilitado bajando la loma en un ciclomotor con un pesado cajón con libros y conmigo en el asiento trasero y al descender vertiginosamente la loma y llegar al semáforo confesaba: “no me anda el freno de atrás” a la vez que gritaba un “ay ay ay” digno de un cantaor flamenco, ante el cual la señora mayor que iba a cruzar se detuvo, intimidada por ese bólido conducido por un gigante barbudo igual a Hagrid: “siempre da resultado”, decía riéndose. Que hubiera pasado de haber sido un auto, pensé.
Como todos nosotros, el buscón iba atendiendo a sus presos, los que en los turnos caían en medio de ese caos en el cual nos iban tocando en suerte. Luego le explicaba al juez: “porque la mina estaba acá y el man estaba ayá y a la mina le encontraron falopa y al quía no”.
En otra oportunidad había remontado alturas peligrosas con sus alas de Ícaro, en esa su alegada amistad con el hijo de César, que era un ministro. Ese hecho lo transformó en una especie de divinidad a la que acudían todos los que querían un favor político, juez incluido, y él empezó a repartir futuros cargos. Eso es lo más argentino de todo: alguien propone una cosa absurda que todos creen y no sólo la propone sino que en la cosa absurda hay gran parte de verdad. Pero ese globo se desinfló pronto, sus alas se derritieron y él dejó los misteriosos viajes a Buenos Aires para volver a los presos.
Fue así que cierta vez le cayó uno que, como él, venía de Buenos Aires. Se llamaba Quevedo y estaba por una estafa con un documento falsificado. De pronto con Quevedo se estableció una extraña relación: al buscón le molestaba pero le fascinaba atenderlo. Lo retaba, lo aleccionaba. El otro mantenía silencio. Parecía burlarse secretamente. Eso es lo bueno. Algunas veces se los encarcela, les tomamos declaración y ellos están jugando un juego que nosotros ignoramos, hasta que en un momento hacen su jugada, esa que nunca nos hubiéramos imaginado.
Así, lo llamaba, le tomaba la indagatoria, la ampliaba, le mostraba esto, le preguntaba lo otro. Como un maravilloso cajón de sastre el código viejo permitía todo eso: el tiempo no existía, el apuro no existía, y si los presos estaban ahí seria por algo. Nada como el código viejo para hacer reales todas las más retorcidas mañas forenses. Cuando vino el nuevo descubrimos, a poco de andar, que aunque tuviera alguno que otro plazo para cumplir, si no se lo cumplía no pasaba nada, y que también, con alguna que otra limitación, era otro cajón de sastre, un poco más chico, pero lleno de posibilidades (años después, leyendo a Binder y a Cevasco entendería el verdadero nombre de aquellas avivadas: violaciones al debido proceso legal; en ese entonces eran sólo la realidad).
Como casi todos los porteños (y muchos marplatenses, es cierto) el buscón faltaba cada dos por tres, por extrañas y nunca probadas dolencias que en él adquirían manifestaciones gravísimas, y lo hacía en los turnos, aunque hubiera declaraciones para tomar y oficios para hacer, pero como esos dolores profundos que se activan con la humedad, siempre regresaba para regalarnos este chisme de aquel, eso tan feo que alguien había dicho de nosotros, ese piso que otro alguien nos quería serruchar, y un largo etcétera.
Cuando llegó la planilla de antecedentes de Quevedo resultó que estaba procesado en media docena de juzgados con distintos nombres y por distintas cosas, a grado tal que casi no se sabía quien era. Ese descubrimiento de que el dominado era el hombre de las mil caras y con eso que no era dominado sino una especie de dominador molestó mucho al buscón y le dio una oportunidad de citar a Quevedo y hacerle reconocer la planilla de antecedentes, igual que uno castiga a un perro que ha hecho algo indebido refregándole su propia porquería.
Estaba en la delegación, donde teníamos a uno que cumplió toda su condena allí y fue un modelo de preso, como lo son también los más peligrosos, que suelen convertirse en los mejores detenidos, siempre dispuestos a prestar algún servicio y no ocasionar problemas.
El buscón lo sentó frente a su silla y enfurecido le dio un fuerte impulso al carro de la máquina de escribir que, con un hondo ruido metálico, se atascó en el lado derecho de la Remington. El buscón desenrolló una serie de gruesas palabrotas y finalmente liberó el carro de un golpe. Entre la espesa nube de su cigarrillo particulares negros sin filtro miró amenazadoramente a Quevedo y como quien pronuncia una consigna mágica, relativa a algún secreto que el otro no podría sospechar conocido, le escupió: “¿Quevedo, Bricoco, Sticotti, Manfedini…?” Y tras una media docena de apellidos finalmente se detuvo, como inquiriendo cuál de todos esos era en realidad. Pasó lo que era esperable: Quevedo ensayó una explicación convincente para cada nombre y sobrellevó las filípicas del buscón como quien escucha una molesta lluvia. Finalmente agradeció que lo hubiéramos atendido tan bien en el juzgado. No se sabía si era sincero, si se trataba de una ironía o si estaba despidiéndose.
Al otro día recibimos la noticia de que se había escapado. Al enterarse, el buscón desplegó una retahíla de insultos similares a los que les dedicó a la máquina e escribir, pero bastante más extensa.
No sé en qué momento el buscón salió de mi vida o yo de la de él, lo que sí sé es que se perdió en ese ancho y generoso mundo de pasillos palaciegos, donde unos son premiados y otros castigados según suba o baje el pulgar de uno de los tantos dioses escondidos que rigen el destino de los judiciales según las extrañas conveniencias de una logia secreta. Para mí, una nueva etapa estaba por empezar, una en que viviría un horror que no imaginaba que pudiera existir, y aquello que era materia de la queja de todos los días se convertiría, al paso de los años y contra toda lógica, en un recuerdo entrañable, prueba de que el mundo alberga una maldad oculta, que aunque seamos incapaces de imaginar, existe, y también que, si sabemos cómo, podemos sobrevivir igual que Quevedo.
En la película Kamchatka, el chico más grande, que es también la voz del narrador, decía “Houdini no era un mago, era un escapista”, así nosotros podríamos decir también que Quevedo no era un preso ni un mago, era un escapista y que, de alguna rara manera, ya sea para sortear la adversidad o tratar de alcanzar la suerte, quizás también nosotros lo seamos y me pregunto, yendo más lejos, que habrá sido de Quevedo, de que podrá ser ahora Ministro o Subsecretario.



Eduardo Balestena

viernes, 2 de abril de 2010

Amores de Lejos - Corregidor, 2009 - Primer Capítulo











A mi esposa Silvina, a nuestros hijos, Mariano y María José, por todo lo que otrnos hicieron, y que debimos sobrellevar prácticamente solos.
A su madre Susana

A Noemí Gil de Castro (que me propuso cambios, que hice) y a Rafael De Diego, que son del núcleo entrañable de las personas interesadas en mi escritura, y que la valoran (las otras son Alfredo Fernández, Carlos Elbert, Carlos Novotny, Fabian Iriarte, Luzma Morales Salazar, Silvina Marsimian, y Tani Kessler)

A los amigos invariables

A Washington Castro (1909-2004)
Amores de Lejos – Índice
Cap.I. Alza tu fuego, mágica llama pág.6
Maderos
En un mapa sin astrolabios ni brújulas, felizmente perdido
El polvo de la simpatía
De la costilla de Eva
Imaginaciones y realidades ¿cuáles elegir?
El fin de la inocencia
Una vida generosa y violenta

Cap.II No toda la gente errante anda perdida pág.23
Ancient evenings, distant music
Un bello sueño, muy lúcido
El poema de nuestras vidas

Cap.III El mar y el barco de Simbad pág.43
El amor, cuentos, noches
El arte de construir la verdad
Estar al final de un largo viaje sin haberlo comenzado

Cap.IV De huéspedes y anfitriones pág.57
Deseos indefinidos
Cuadernos de imágenes

Cap.V El sentido profundo pág.75
El arte de destruir la verdad
Noche transfigurada
Regiones de sombra y de luz
Las alas de un ángel

Cap.VI Rodea la roca con fuego pág.94
Cuánto por desvelarse ante nuestra mirada
La nada de un silencio infernal

Cap.VII. Buenos muchachos pág.113
De las hadas del bosque
Quién te puso en mi camino
Beberse en una copa

Cap.VIII Lugares antes del tiempo pág.131
Festividades de la tierra
Itinerarios

Cap.IX De los faros y las leyes de la luz pág.146
Partes un verso
Rehén de la hermosura

Cap.X. Orfeo y Eurídice pág. 163
Cosas destacables que le sucedieron en el curso del seminario
Cosas destacables que le sucedieron mientras dictaba el seminario, y después
Para que no me olvides

Cap.XI Diturna pág.175




I. Alza tu fuego, mágica llama

”…And she murmured, softly, breathlessly ‘Oh Robert…Robert…I am losing myself…I think we´re both inside of another being we have created called ‘us’. Well, we´re really not inside of that being. We are that being. We have lost ourselves and created something else, something that exists only and interlacing of the two of us” (Robert James Waller The bridges of Madison County, The highway and the peregrine)[1]



(Noviembre de 2002)
A la salida del baño se encuentra súbitamente con su propia desnudez en el espejo del pasillo, y le gusta.
Esa soy yo, se dice. Todo eso soy yo. Eso y lo que va por dentro. Se ve alta y delgada pero fibrosa, los fuertes hombros, sus perfectos pechos; la piel es un lienzo sutil, brillante y muy suave, convocando a esas manos siempre ausentes y el vello, negro y tupido, cerrada hojarasca de un húmedo o un seco bosque y piensa: a qué cimas o a qué abismos ha de llevarme este cuerpo.
Un rostro potente la observa, de ojos profundos y oscuros sobre los que se alza una alta frente. No parece su propia cara sino una desconocida. Siempre es así cuando decidimos hacer algo reñido con nuestra naturaleza, nuestro destino, o nuestra realidad y de pronto nos vemos al espejo. Es como si fuera otro quien nos mira, aquel que sabe los secretos, el que demanda las razones verdaderas por las cuales nos disponemos a esa divina locura.
Qué sucederá ahora que el sueño está por hacerse real. Su mano se posa en el vello del pubis y luego sube y ella piensa que él pronto explorará este territorio cuyas sorpresas nunca cesan.
No obstante, el ensueño dura poco. No hay mucho tiempo y el toallón frota el pelo negro y el resto del cuerpo y las manos trepan por él y lo cubren. Luego es arreglarse el pelo, vestirse rápidamente, cerrar las valijas, revisar las cosas y finalmente, llamar el taxi y salir.
Qué rara le parece su voz al decir la dirección.
La relojería se ha puesto en marcha, aquello que no se mencionaba se transformó en una frase, la primera del mundo real, la que dice San Luís 2715.
El momento ha llegado.










Maderos
(Octubre de 2001)

“El tiempo es al reloj lo que la mente al cerebro. En cierto modo, el reloj contiene al tiempo, y sin embargo el tiempo se niega a que lo embotellen como a un genio encerrado en una lámpara. Tanto si fluye cual la arena como si gira sobre unas ruedas dentro de otras ruedas, el tiempo se escapa irremediablemente mientras nosotros sólo sabemos observar”
(Dava Sobel , Longitud, Cap. 4, El tiempo en una botella)

En la vida no decidimos las cosas –piensa- simplemente las empujamos, colaboramos con ellas. La vasta relojería se arma sola, a partir a veces de nuestros aportes, es cierto, pero, después de todo sola, y nos arrastra.
Por qué no pensar que a ella podía sucederle algo como descubrir un nuevo continente y lograr que el tiempo que fluye como arena al menos no lo hiciera en vano. Cómo será mi navegación y a dónde me llevará, se preguntaría, y también si el hechizo podría ser roto, si sería posible escapar de las ruedas dentro de otras ruedas y que la vida fuera otra cosa.
La relojería había comenzado a funcionar casualmente, con un libro de ella que por supuesto, nadie quería publicar. Es que nunca terminaba por encajar en nada. Lo que la hacía ser original sin embargo le significaba salirse del molde, y siempre y en todo era así.
Buscó en la red y mandó un mensaje que fue contestado:


Invitación
Profesora Juantorena
Licenciada: hemos recibido el índice de su libro. Nos gustaría conocer su parte medular, si es posible.
La página tiene una sección el la revista Avances de la doctrina penal, de tiraje en Hispanoamérica. Le invitamos a escribir un artículo para ser editado en ella, que cuenta con un comité de evaluación.
Quisiéramos que nos enviara un resumen de su currículum.
Atentamente
Cuahtemoc Quinteros Camacho

No era del país se dijo, con razón habían contestado. Ella se apresuró a responder:

Libro
Estimado Cuahtemoc Quinteros Camacho
Le adjunto archivos correspondientes al libro y una reseña curricular. Soy graduada en trabajo social, y esta escritura corresponde a mi experiencia como operadora del sistema.
Atentamente
Ainoha Juantorena Mariezcurrena

Esa misma noche, en su bandeja de entrada del Outlook, encontró:

Fractales
Estimada Licenciada: He visto que además del material enviado, tiene ud. publicaciones de poesía y ensayos.
Pienso que la persona que se eleva de ese modo, se abre a una pluridimensionalidad. Entre mis intereses también se encuentran la poesía y el derecho, además de la música clásica.
Se escribe también para vivir.
Pero lo que yo escribo es solamente un artículo semanal en un periódico “Hablemos de…” y un tema que sea de interés para el público. A veces me cuesta encontrarlo.
He descubierto en ud. un puente de convergencia que enriquece nuestra comunicación.
Me gustaría conocer su obra y por supuesto, a ud. En persona.
Un abrazo
Cuahtemoc Quinteros Camacho

Lo primero que sintió al recibir eso se resumía en la pregunta ¿cómo puede alguien interesarse justamente en mí?
Lo segundo fue que, sin saber cómo, ni cuándo, algún día iría a México y conocería a Cuahtemoc Quinteros Camacho, simplemente porque la realidad no podía ser tan lineal toda la vida. En tercer lugar, sintió que esas palabras tenues podían desvanecerse en el éter, o mejor, en el ciberespacio donde todo es posible y a la vez, light, escasamente real y difícil de creer.
Le contestó enseguida, con esa súbita felicidad de participar a alguien de aquello que debemos callar con otros porque no les interesa. Le habló de sus gustos, de la extraña felicidad de compartir (palabra trillada pero siempre vehemente y eficaz), de las sorpresas, de las partituras y de las cosas; le dijo que siempre se sentía incompleta, pensando que lo mejor estaba por llegar.
La contestación de él se llamaba:

Puentes, hilos y soles.
Mi experiencia es una cáscara de nuez comparada con la suya.
La música, otro gajo del corazón, clásica u ópera –Carmen es mi preferida- para trabajar, jazz a veces y melódica otras, Naná Mouskori, Nicola Di Bari, y el Sombrero de Tres picos que ¿de quién es, de Manuel de Falla o Joaquín Rodrigo?
En música, usted va del valle a la cumbre, de Rachmaninoff a las valquirias que la depositarían en la cumbre, como una díscola guerrera.
Nos acompañamos en otra pasión. No es fácil compartir estas cosas con gente tan superficial a veces, pero a través de distancias, se tienden los maderos de un puente capaces de acercarlas.
Estas herramientas tan frías: un teclado, una pantalla, son ese puente que hace reales las cosas invisibles, porque como dice el zorro en el Principito “lo esencial es invisible a los ojos” y esas impersonales herramientas la hacen sin embargo real, apareciendo en la bandeja de entrada, forjando una imagen en el pensamiento.
A diferencia de la suya, yo no tengo una obra, pero gracias a usted, el propio mensaje es una obra que me hace plasmar lo que siento y eso es crearla
Un abrazo
Cuahtemoc Quinteros Camacho

¿Sería cierto todo lo que decía? Decir gente superficial significaba dejar atrás a esa gente y encontrarse en otro espacio, uno hecho de teclas y distancia. Era posible, o las teclas y la distancia son la esperanza de los desesperados pero igual le contestó –qué tenía que perder si, salvo a Rafael, no tenía a nadie. Rafael, durmiendo el sueño de los justos en su cuarto bajo una montaña inmensa hecha de años, sabiduría, experiencia y paz.
Claro que le contestó, allí, en el propio estudio de Rafael, entre libros y libros, bajo esa lámpara, sonando las variaciones Goldberg, con la ventana hacia los árboles de la noche en la calle San Luís, hablándole sobre Falla y su sutileza de orquestación, su ignorancia de todo apuro y su sencillez pensando tengo la oportunidad de hablar de esto pero quizás él, en el fondo, sea un apurado, no sea sencillo, y acaso tampoco talentoso, y pretenda serlo conmigo. Le habló –por qué decía le habló si en realidad le escribió, ¿es que tanta era la necesidad de hablar?- sobre Washington Castro, el querido Washington Castro, que había conocido a Falla, porque la música era un inmenso reino, más allá del sufrimiento, donde siempre iba a refugiarse y pensaba estaré tergiversando esta magia al conferirla así, sin recaudos, por pura soledad.
En la música, creía, se encuentran las cosas perdidas, los nombres, la memoria y las atmósferas. Le habló de Carmen de Saura –con Antonio Gades, sabría él de Antonio Gades, el formidable bailarín, además militante, o quizás simplemente él había puesto Carmen porque fue la primera ópera que se le ocurrió, la más accesible- y más que nada de la atmósfera que él podía crear con su escritura y al hacerlo sabía que estaba comenzando a usar esos placeres tan interiores e íntimos, esos lugares sagrados, como Falla y Washington Castro, ante un desconocido, con un fin incierto, sólo para agradarle, para dar una carnadura a sus vivencias y, lo que era peor, para que él le devolviera una mirada en la cual ella fuese valorada. Qué locura.
Qué sola que estoy para aferrarme a esto, pensaba.
Y en realidad sí estaba sola. Pero al menos en este momento, aparecía algo más, una tierra ignota y salvaje donde para alguien, ella era digna de ser depositada por una valquiria en lo alto de una montaña.

Los mensajes empezaron a fluir, extrañamente. Estados, preferencias, momentos de solitaria y probablemente ficticia intimidad entre desconocidos.
Él le hablaba de los domingos, que, como las nueces y los venados, tienen particularidades que los hacen diferentes. Hablaba de sus tardes que son lentas,

…un buen momento para leer, ver una película independiente, mirar las nubes o patear un bote. El domingo y yo somos cómplices.
La sorpresa que me trajo este domingo es que, liberados ambos de hacer alegatos y buscar jurisprudencia, y a manera de recompensa, regalo o no sé qué, posa en mi bandeja un mensaje lleno de continentes y contenidos, y además de producirme placer y alegría, me retorna un mundo etéreo, ese donde, en las últimas fechas, me gusta arrellanarme.
La imaginación es, quizá, el máximo don que tenemos. Imaginar que estamos allá estando aquí, imaginar verdes y amarillos cuando la realidad es azul o blanca, imaginar que somos, que vamos, que tenemos o carecemos, es la mejor manera de crear un mundo que no por pertenecer al ámbito de la irrealidad, deja de existir. La vida sólo es así cuando las circunstancias lo permiten. Me pregunto si nuestra comunicación se limita a aspectos penales ¿estaríamos aquí y así? Lo mejor de la noche y de los sueños que en ella se construyen o se tejen es que, a plena luz del sol, pueden tener iridiscencias que acompañan. Ese es el regalo que en realidad me ha entregado el placer de conocerle.

Él celebraba haberla conocido pero buscaba jurisprudencia y hacía alegatos con alguien, o es que se refería a la actividad que, se figuraba, ellos llevaban a cabo en dos hemisferios distintos.
Ella pensaba cuánto durará.


En un mapa sin astrolabios ni brújulas, felizmente perdido

“Los mundos nuevos tienen que ser vividos antes que explicados. Quienes aquí viven no lo hacen por convicción intelectual; creen simplemente, que la vida llevadera es ésta y no la otra” (Alejo Carpentier Los pasos perdidos, Cap.6, 39)

Una ventana se había abierto y escribía a través de ella. Lo hacía aislando sus mejores cosas de lo que le sucedía diariamente, y de lo que le había sucedido hasta antes de comenzar esas cartas sin cuerpo. Construía escribiendo a aquella que era interiormente, la construía como si pudiera construirse a un ser nada más que con sus mejores materiales y él le respondía como si ella se redujese por entero a esa parte etérea y esos mejores materiales.
Él le hablaba de la noche,

de los libros y de los mapas, distinta a la palabra llanura en cuyo propio sonido se encuentra la suavidad, en cambio la palabra mapas ata en la imaginación pensamientos sobre lo misterioso de recorrerlos. Esta comunicación epistolar ha dado a mi vida un brillo especial. Me encanta la manera que tiene de entrar en mi mundo y regalarme paraísos. Es bueno saberle cerca y, por qué no, pensarle. Debo despedirme y me cuesta.

Ella recordaba entonces una escena de Ceremonia Secreta, aquella en que Leónides aún ignoraba lo que vivía desde su sueño, pero “en alguna parte, alguien caminaba y…cuando las pisadas se detuvieran y el visitante llamara, ella debería despertar, saltar fuera de su sueño y abrir una puerta y salir, y que entonces la puerta se cerraría a sus espaldas y ella ya no podría volver a entrar”.

Del otro lado del espejo la relojería seguía palpitando en sus engranajes secretos, en sus bordes de fuga, en sus rubíes, en la cuerda que cada día y cada noche dos hablantes daban a un mecanismo que parecía no estar dentro de otras ruedas sino discurrir sólo en el curso de su propio tiempo.
Ignoraban todo y sabían todo el uno del otro, al menos ese todo que era en el fondo nada, aquel cerco más inmediato e íntimo de hábitos y preferencias puestos, como una red, a capturar los sueños de otro hablante.

Extraño me sonó saber de la moto (le decía él porque ella, al pasar, le había dicho que andaba en una moto y que amaba sus sensaciones “amo las motos, sus nombres, sus ruidos, el olor a aceite sobre el aluminio caliente y el viento en mi cara y que todo parezca cercano”).

Yo la imaginaba los fines de semana vestida con un sweater por la tarde, uno delgado, con cuello en v, o un chandail y pantalones de mezclilla, lentes, zapatos de suela de goma, caminando por ahí con la familia, en un parque, o leyendo, sentada en un sofá, debajo de una lámpara de piso que derrama luz ambarina, con música clásica de fondo y por las noches con un vestido negro, delgado, un grácil cuello con una gargantilla. Irá a una reunión o una fiesta, o un concierto donde se presenta un cuarteto de cuerdas.
Es interesante saber ese trazo de su mapa. No dejo de sorprenderme. Entonces estamos ante una amante de los caminos.
Sólo tuve tiempo de imprimir el mensaje de ayer y lo puse con mis papeles hasta que hubiese un buen momento para leerlo. No sabe lo que sufrí estando en una cena y cuando debí sacar algo del portafolio, las hojas del mensaje me querían seducir, pero yo, fiel a mi idea de leerlo con intimidad, volteaba hacia otro lado, pero ahí seguían, inquietantes. La curiosidad, la emoción o yo no sé cómo llamar a esto (que se está convirtiendo en normal de un tiempo a la fecha, de pronto hay sensaciones en mi interior que con ninguna de las palabras existentes embonan) estuvo a punto de flecharme, pero yo, haciendo gala de estoicismo, salí airoso de la eventualidad, y hasta que estuve en una zona íntima de la casa, lo leí.
El pasado miércoles me invitaron a una cena en un restaurante argentino. Me quedé leyendo la carta unos minutos, más que pensando en qué ordenar, enterándome de lo que usted regularmente podría comer. La imaginé. Eso de churrascos, chorizos no sé qué, nunca estará descontextualizado para mí.
He retrasado mi cursor y me doy cuenta de que el mensaje de ahora es como una inmensa llanura. Qué manera de ser elocuente con usted. Yo creo, que al contrario de lo que me pasa, prometo no venir tan inspirado para no extenderme tanto, y termino de hecho, no termino, se quedan cientos de comentarios y temas en el tintero. Es la vida.
Un cálido abrazo
Cuahtemoc

El frío de las noches me hace pensar en una palabra suave y cálida como edredón y convocar a otras como llanuras o mapas, que también deparan suavidad y distancia –escribía ella-, como decir estrecho de Bering, que no tiene nada que ver pero me gusta. Sí, cuarteto de cuerdas, quinteto de vientos y la orquesta. Estudié música, años de piano con Elena Rozental. Los músicos son mis amigos, pero voy así nomás, en zapatillas y vaqueros a donde sea. También estudio inglés, son mis refugios.
A veces estoy por ceder al sueño y como a vos, o como a ti, me brotan frases y asociaciones de cosas. Largas e inspiradas cartas que se desvanecerán en la mañana. Las palabras caminan por una inconciencia y si las seguimos, nosotros nos volvemos inconcientes, pero cómo no seguirlas, si a veces son la única esperanza.
Motos. Mi padre tuvo motos y ahora yo también tengo una Honda Nighthawk 250 negra, con alas a los costados de su tanque. Un anterior dueño le puso, en los extremos del manillar, unas insignias que dicen Born to ride, es grácil y ligera y a la vez muy suave y me recuerda a esas motos británicas que siempre hubo en casa.
Me sucedió algo terrible hace muy poco. Muy terrible. Sólo atiné entonces a sacar mi moto y salí sin rumbo. Las motos nos conducen por paisajes paralelos. Son parecidos a los que se ve desde detrás del parabrisas de un auto (salimos en el auto con Rafael, a la playa, a hacer las compras), pero no son los mismos. La ciudad extraña de un día de semana a la mañana, me llevó por secretos caminos vecinales. Iba fuera del tiempo, fuera del espacio, arrancada, por la pura fuerza del dolor y la sorpresa, de mis coordenadas, de todo lo que había sido sólido y creíble. Ahora ya no hay prácticamente cosas creíbles más que la moto, la música y quizás el teclado.
De pronto me encontraba en andurriales extraños, en busca de una casa en la cual vivieron mis abuelos, donde una vez me llevaron de niña y que nunca pude volver a encontrar. La vida me parece eso, la pista fantasmal de algo que no se puede volver a encontrar.
El recuerdo evocaba un camino bordeado de árboles, pero sólo encontré casillas de chapas en esos andurriales donde la ciudad se disgrega y deshace, miserablemente. Calles de mejorado donde vagan perros flacos y existen otras formas de vida, formas que no podemos imaginar hasta que las vemos.
En la moto sucede que al detenernos en una esquina, ya no existen los ruidos de la marcha sino los del puro paisaje, su respiración, sus palabras o sus silencios. Las escenas que uno contempla son entonces como una rara galería de cuadros sucesivos, porque apenas la marcha se reanuda, el cuadro desaparece y, al volver a detenernos, uno nuevo está allí.
En una esquina, por la 39, eran unos muchachos que hablaban, sentados en el cordón de la vereda. En otra, un hombre cortaba el césped. En otra, unas vecinas conversaban y podía sentir sus palabras.
Más luego volví a mi barrio y todo estaba casi igual. Verás, en las horas de la mañana, las horas “hábiles”, aquellas en las cuales todos han llegado a los sitios a los que iban, impera en las calles y en las puertas de las casas una extraña calma. Allí permanecen sólo los que no tienen nada que hacer, los que ya lo hicieron todo, o los expulsados.
Era tan extraño. Aquellas personas sencillas, atadas al barrio, permanecían en el mismo lugar, más allá del dolor, de la fugacidad y del tiempo, en las puertas de sus casas. Me decía: yo crecí y me fui de aquí pensando que me aguardaban muchas cosas y regreso ahora en busca de una ligazón a ese orden extinto, y ellos no se han ido.
Ellos están en el mismo lugar, como si el tiempo no hubiera transcurrido, no han perdido su paz, ellos sí son sabios. Son más libres porque no necesitaban el mundo que yo salí a buscar y que pensé haber encontrado. No tienen la escritura porque no la necesitan en cambio yo, lo único que tengo es la escritura, además de la moto y Rafael y la música y acaso el teclado.
Todo eso lo sé recién ahora. Entiendo que nunca me fui del todo, porque en la medida en que siga atada a estas imágenes, algo en mí habrá que seguirá siendo niña y esperando. Yo era chica y miraba, por la ventana de atrás de casa, arboledas que no existen y tenía una mirada de ingenuidad y esperanza y la he perdido y busco esa ingenuidad de viejas fotos y entiendo que la vida es eso: la certeza de que hay otras cosas por mirar, cosas que uno no quisiera ver.
Ahora la que escribió largo fui yo y con la última nota de Schubert cierro este mensaje, quizás demasiado profundo. Schubert escribía mientras iba muriendo. Escribió la bella molinera en la cama de un hospital y sus temas se suceden, inagotables. Ellos son la música por la música. Ellos son el bálsamo de la música. Ojalá las letras fueran el bálsamo de la vida o que algo, convocado por las letras, lo fuera.
La historia de La bella Molinera (Die Schöne Müllerin) tiene tres momentos, el de la descripción y el optimismo; el cazador, el rival en el amor de la molinera, y la resignación del joven molinero. ¿Serán estas las etapas ineludibles de todos los amores?
Un beso (te he mandado por correo una novela con una pintura de Hopper como portada, que he publicado tiempo ha)
Ainoha

Ellos habían intercambiado direcciones con la promesa de mandarse cosas, pequeñas y entrañables, objetos que cruzarían el espejo, que pasarían de un mundo a otro y que sabrían lo que cada uno deseaba saber del otro pero que no podrían decirlo.

Muchos kilómetros más lejos, más al norte, tanto que no era otro país sino otro mundo, él veía posarse un mensaje en su bandeja y lo leía y de pronto se extrañó de esa mujer capaz de montar una moto que va por el tiempo y le decía esas cosas a él, cosas que no terminaba de entender, que le chocaban y de pronto se preguntó quién es ella en realidad, qué le sucede. Qué fue lo terrible: una separación, un problema de trabajo, un hijo y quién sería ese Rafael. Después de todo ¿importaba eso?
Pensó en mensajes pesados, destinados a poner una carga en la sustancia etérea y sin compromisos del teclado y la pantalla. Lo imprimió para releerlo más tarde en el estudio de su casa y revisó la agenda con citas pendientes.
La puerta se abrió y una secretaria entró preguntándole “se le ofrece algo Licenciado” mientras él pensaba en qué le pondría en el siguiente mensaje.

Sensatez y sentimientos era el titulo del mensaje. Era nocturno. Por la hora sí, pero más que nada por el ritmo de la escritura.

Yo no quiero pensar en si deba dosificarme en mis mensajes para tener por 4 semanas, 2 meses o 73 días algo que decir. La sensatez viene bien en muchos aspectos de la vida, pero en aquel donde uno descubre que es pleno y se vivifica, no creo que deba imperar. La espontaneidad no admite bozales pues ahí deja de ser. Qué tal si mañana me decida a ir a vivir a la sierra tarahumara y ahí no existiera internet ¿cómo podría comunicarme con usted? Pues nada, que seria imposible. O bien que el martes pase una nave y me lleven sus tripulantes a vivir a Saturno (mandaría palomas mensajeras o botellas al mar o inventaría un lenguaje diferente, le diría ella, buscaría tu escritura donde quiera que estuviese, sin importar si no pudiera conseguirla, en ese caso, la imaginaría).
Muchas situaciones en la vida pueden ocurrir, de ahí que seguiré en tanto.
Además, existen tantas y tantas cosas que se pueden charlar con usted que difícilmente se agotaría la palabra. A veces recién acabo de enviar un mensaje cuando digo, cáspita, me olvidé de comentar éste o aquél punto.
Millas y Vincent han devenido en mis escritores favoritos. Presiento que un nombre más viene en camino. Sólo es cuestión de que traspase andenes, trepe al aire, salte a tierra y llegue a mi espacio. Ya incluso está dispuesta la mesa para que en cuanto arribe a tierras de Comala, sea el platillo principal y sin ninguna conmiseración sea engullido hasta la médula. No, no, esas ideas la van a asustar y puede que decida quedarse en otro buzón. Será mejor que sepa que hay una cama blanda, una luz ambarina y una copa de vino tinto dispuestos para que, descansadas sus alforjas en el piso y tendidos sus largos minutos trashumantes, le susurren que se le esperaba.
Y sí, ello será verdad, como lo es, Hainoa, que yo también a ti te esperaba, no sé por qué, cómo, de dónde ni desde cuando.
Me despido así, con una sonrisa delineada, con un sonrojo en creciente, como de luna, que desde arriba es cómplice de esta locura…divina.


El polvo de la simpatía
(noviembre 2002)
Bajó a la calle y subió con sus valijas al taxi. Ya sea cuando vamos salir de viaje o cuando regresamos las calles no parecen ser las de la ciudad de siempre. Antes o después de un viaje se desenvuelve otra geografía que parece la copia de aquella que conocemos. Además del hecho de que, sacando los conciertos, y alguna vez ir a comer afuera con alguien, era rara la vez que andaba de noche -las locuras las hacía en cualquier otro momento, pero la noche era tranquila y ensimismada-, se sumaba esta otra ruptura: la de una historia y un modo de vida. Iba a hacer algo no sólo absolutamente nuevo sino también absolutamente loco, algo que pretendía dejarlo todo atrás, romper una maldición o inaugurar una nueva era entonces, con esta carga, las calles de la noche parecían aun más oníricas, como si en realidad estuviera transitando por los arrabales de un sueño.
El taxi salió por San Luís –cuando vuelva seré otra, pensó, si es que vuelvo- dobló por Castelli y luego por Yrigoyen. Qué distintas son estas calles a cuando las recorro de día con la moto, o caminando y se dijo también que una oscura ciudad, simétrica con la ciudad diurna, la copiaba, imitando sus calles y sus casas. Ella caminaba esta misma calle, desde la esquina de la Plaza Mitre, yendo al Teatro Colón. En esas oportunidades salía de su vida para entrar a otro mundo: el de la música, donde todo, igual que ahora pero con menos ansiedad, quedaba atrás. La fascinaba la cocina de la música y en su palco, Washington Castro, un siglo musical, con sus ojos que habían visto a De Falla. Pero era otra calle Yrigoyen, una parecidísima a esta aunque más nítida. De pronto el taxi dobló en Moreno, cruzó Independencia y se detuvo. Había llegado a Tienda León.
Qué raro estar ahí a esa hora en que debería estar en la computadora o escuchando música o leyendo. En la fría y desierta noche había allí personas reunidas, algunas despidiéndose y piensa, quién puede viajar a Ezeiza ahora con el cambio de tres a uno, no me lo imagino, entonces la gente que había allí, era gente inimaginable. El mundo parece eso, cosas inimaginables que coexisten sin verse y que de pronto se cruzan, quizás sólo un momento para luego separarse y no verse más.
Vio a una mujer de enormes pechos, atractiva y gorda, con un hombre, más pequeño, cómo harán el amor, pensaba, ella encima de él, o acostada, a la manera más clásica, con sus enormes pechos derramándose, uno hacia cada lado.
Pronto llegó la hora de abordar el micro, colocar las valijas y subir y esperar sola en un asiento. Ya no hablaré con nadie más que para preguntar o responder, se dijo, tanteando el portavalores con sus pocos dólares.
Desde esa ventanilla y desde esa altura las calles parecían más raras y solas. Vio formas de vida desconocidas, esos cafés con un ventanal, un televisor en una esquina y una mesa ocupada, o los travestis de la Avenida Luro antes de Champagnat, caminando con ese aire desafiante y esas curvas en falsa escuadra con el tamaño del cuerpo y de pronto el micro se sumergió en otro sueño, el de una ruta de luces amarillentas. Pensaba, mi moto, Rafael, con su sombrero blanco, su blanca barba y su chaleco con infinidad de bolsillos, recordando cuando entre el Colegio Nacional y la plaza Mitre sólo había un baldío donde jugaban al fútbol y pensaba en los ensayos, donde la música estaba naciendo, así, tan cerca.
Dormitaba hasta que su sueño se detenía en luces y peajes, cuando el pequeño autobús disminuía la marcha: En un momento de la vaga noche llegó a un aeropuerto no menos onírico que la ciudad y que la ruta.
En la duermevela pensaba en el polvo de la simpatía, el método de calcular la longitud subiendo al barco a un perro herido. En el puerto, todos los días, al mediodía, alguien de confianza debía sumergir en el polvo de la simpatía, que era milagroso, una venda del perro herido, y éste, a bordo del barco, se quejaría. Con eso iba a poder calcularse la hora a bordo y obtenerse la diferencia horaria por la inclinación del sol y así, calcular la longitud. A veces, cuando nos alejamos de casa, la mente se da a divagar por esos lugares propios, y esa operación es como una réplica del polvo de la simpatía. Yo estoy tan perdida como lo estaban entonces porque desconozco mis coordenadas, pensaba ella y entreabriendo los ojos veía una estación de peaje que la hacía preguntarse dónde estaré.
En el aeropuerto no reinaba la noche sino un día artificial hecho con la pura intensidad de las luces. Fue a la ventanilla de Lan Chile y con la contraseña, le dieron el pasaje. Que raro era eso, que sólo diciendo un número le dieran un pasaje, sin pagarlo. Un pasaje capaz de llevarla a otro mundo y a otra vida, a otro hemisferio y a otro hombre y pensó los pasajes son ventanas que nos enseñan reinos posibles y lejanos.
Se puso a deambular por un dédalo de salas, todas iguales. En una de ellas dormía la mujer de grande pechos, al lado de su acompañante.


De la costilla de Eva
(octubre de 2001)
Al recibir aquel mensaje perdió un poco ese eje, esa simetría que nos mantiene, para bien o para mal, fijos al mundo. De pronto se detuvo a mirar la foto de De Falla en la cubierta de un disco mientras esa secreta voz, en un segundo plano, le decía que, tarde o temprano, algo pasaría, pero era imposible saber qué.
Y contestó. A veces debemos mantenernos en nuestro eje para no ceder a una impresión súbita y contestar mesuradamente, no sea que digamos algo de lo cual podamos arrepentirnos. Se aprende a desconfiar de estas aceleraciones tan abruptas y la mente, de manera automática, acciona unos frenos de emergencia. Pero otras, nos rendimos. Ella se había rendido. Algo la contenía, pero ella lo había desoído porque las reglas del juego imponían jugarlo así, apostando a lo último, hasta el final, para ver qué sucedería. Hacer que sucediera era más importante que el riesgo de que sucediera algo de lo cual quizás habría que arrepentirse.
Los mensajes de él estaban impregnados de un misterio, calmo y fluido. Un misterio de palabras suaves. Quién era. Qué hacía. Era un hombre mayor con mucho tiempo para escribir, un seductor con algo de tiempo para perder, un visitante de la noche y la escritura o él mismo era su escritura.

Anoche me quedé pensando en cuántas frases e ideas se quedan flotando sin que sobre ellas se vierta un comentario. Es porque seguramente se convierten en maderos (esto incluso lo anoté en una servilleta de papel que no encuentro).
En esta comunicación epistolar existen muchas cosas que se leen, que fueron hechas para eso, para beberlas, sin que exista la necesidad de hacer una acotación al respecto. Son materia. Otras, en cambio, dejan la puerta abierta para que uno se introduzca en los intersticios de su piel.
Para lograr que cada día sea un reducto de luz, he tenido que asentir que dependo de un haz de sensaciones, seres e impulsos eléctricos. Cuahtemoc acepta y canta que Ainoah lo ha cautivado, que depende de sus mensajes, incluso para hacer sus días y sus noches más brillantes. Negarlo sería deshonesto consigo mismo. De hecho, en el acto de admitirlo y sonreír por ello, se sustenta la magia de saberse vivo y permeable. ¡Es el –divino- riesgo de vivir con el balcón abierto!
Saberme cautivado no representa, en este caso, estar en una mazmorra oscura, en un ambiente enrarecido. Sentirme cautivado es, paradójicamente, sentirme libre y disfrutar cada gota que este contacto haga brotar, sin pensar en tiempos, que sea eterno mientras dure.
Le regalo este poema de Gioconda Belli
“…cosas quiero como que andes mi cuerpo,
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera luna del invierno
dejándose caer despacio
y luego en aguacero,
cosas quiero como una gran ola de ternura
deshaciéndome,
el paso del tiempo,
la guerra, los peligros de la muerte”

(“De la costilla de Eva”)

Y terminaba así, sin besos ni abrazos y entonces advirtió que él, que ponía las palabras “recorrer mi cuerpo” nunca se había despedido con un beso, que le había dicho que sus amigos y amigas eran pocos, pero incondicionales y que decía esa frase de que sea eterno mientras dure. Una frase que lo sintetizaba todo, porque negaba la naturaleza de lo eterno para reducirlo a lo que durara: entonces no podía ser eterno sino simplemente copiar, o valerse de las propiedades de aquello que sí lo es.
Qué frase engañosa pensaba ella al apagar la máquina porque toma del amor –pero qué palabra estoy pensando- aquello que conviene no para el amor sino para el momento. Una frase egoísta, que aceptaba que algo, por un instante, abarcador y único, todo lo ocupara, pero sin profundidad porque si la tuviera, no renunciaría al atributo de un gran amor, que es precisamente el de ser eterno o al menos intentarlo. Este amor –por así llamarlo- renunciaba a la profundidad como un requisito para poder ser lo que era: nada.


Imaginaciones y realidades ¿cuáles elegir?
De pronto recibió dos mensajes juntos. El título de uno era Imaginaciones o realidades, ¿cuáles elegir? Y el del otro decía Peligro, abrir solamente luego de recibido el anterior mensaje, en caso de no recibirlo, no abrir.
Tejemos maderos a través de nuestras palabras, puentes colgantes, construimos sólidas llanuras extensas y edredones blandos, en todo ello la imaginación vuela sobre los montes, como las valquirias lo hacen en busca de guerreros heridos, así ese placer de imaginar al otro se funde con la emoción de recorrer mapas de a poco a poco, como se bebe el tinto.
La imaginación es la idea. Al hombre no le es dado ningún mundo ya terminado. Sólo le son dadas las penalidades y las alegrías de su vida. Orientado por ellas, tiene que inventar el mundo.
Si la imaginación inventa, uno, al hacer uso de ella, crea sus propios mundos. Esto entonces nos lleva a pensar que, por ejemplo, al yo imaginarte a ti, Ainoa, te invento y no sólo eso, creo incluso un mundo en tu derredor (Ese que por cierto se transformó –levemente- cuando supe que no hay suéter en V ni luz ambarina).
La imaginación, siguiendo esta idea, nos lleva a crear fantasías y aunque haya fantasías exactas, como las matemáticas, hay otras que, como pompas de jabón, se rompen a gotas, cuando la realidad llega. Este tipo de fantasías, frágiles a los vientos de la realidad, explotan a gotas porque simplemente lo que imaginábamos, lo que esperábamos que así fuera, no lo fue, no lo es o no lo será.
¿Qué pasaría si esa fantasía, que puede llamarse así porque pertenece al mundo de la imaginación que estás modelando, creando o construyendo sobre mí, fuera barrida por la realidad, la cual no tuviese nada o casi nada que ver con el Cuahtemoc que existe en tu mundo?
Ah, que buena pregunta ¿Qué ocurriría Ahinoa, si de tajo quedara revelado ante ti como es físicamente Cuahtemoc, su edad, estado civil, etc.?
¿Sería la comunicación que hasta ahora hemos tenido igual, o cambiaría?
¿De qué depende?
¿Y si la realidad no fuera el puente?
Uf, cuántas preguntas podrían hacerse cuando uno juega con realidad y la fantasía
¿y si ponemos en el filo de la navaja la curiosidad y nos zambullimos en el reto?
En un mensaje titulado “Peligro, abrir únicamente después de leer el mensaje l, en caso de que no llegue, por favor no abrir”, se revela cómo soy y alguna información que seguramente te has preguntado.
Si tu curiosidad es grande lo abrirás. Si tu sensatez es grande, no lo abrirás.
Si lo abres y lo que descubres no es lo que imaginabas, puede ser que también nuestra comunicación sufra esos estragos.
Si lo abres y prefieres que siga yo sin alteraciones en el mundo que te has construido, puede que sigamos en una feliz burbuja.
Con el solo hecho de abrirlo puede variar esto de manera importante.
Pero ¿y si lo abres y lo que descubres no te desagrada, o si sí?
La magia que envuelve esta sui generis comunicación puede hacerse añicos. De abrirlo, no habrá más misterios.
Nuestra comunicación y su química etérea, decidirán si seguimos tendiendo maderos y corazones al sol
Suerte y un abrazo


Peligro, abrir sólo en caso de que….
Estarás aquí sólo si has abierto el mensaje anterior. Aún puedes cerrar éste.
Aún estás a tiempo.

Cuahtemoc Quinteros Camacho, nació en Comala, el 16 de julio de 1971. Su padre, Lorenzo, fue hijo de un emigrado asturiano que tentó suerte en América, donde conoció a una Mexicana de Jiquilpan, con la que se casó y tuvo 7 hijos, el menor de los cuales es Cuahtemoc, que es Licenciado en Derecho, Secretario del Ministro de justicia y que, pese a que ha conocido el amor, no ha encontrado aquella a la que haya de llevar al altar.
La foto es de hace poco, era a la escalinata del palacio de justicia, yo me colé.
Y, tras el fondo de un mural y una escalinata de hierro trabajada, aparecía la foto de un hombre joven y moreno que sonreía. Un rostro mofletudo, de cejas pobladas y grandes ojos. Eso era todo.
¿Que cosa, pensó, ahora que le pongo?


El fin de la inocencia

“…and in the middle of them, with filthy body, matted hair, and unwiped nose, Ralph wept for the end of innocence, the darkness of man´s heart…” ( William Golding Lord of the flies)[2]

Ainoha Juantorena Mariezcurrena Bazterrica es mi nombre. Mis abuelos eran baskos y mis padres argentinos, murieron, ella en 1977 y él en l981. Mi hermano desapareció durante la dictadura. Me casé y perdí dos embarazos y mi marido me dejó. Vive en Buenos Aires y yo vivo con un tío suyo –Rafael-, que es médico.
Nací en Mar del Plata el 29 de julio de 1960, estudié trabajo social y ahora sigo derecho –me faltan 7 materias. Hasta hace poco trabajaba en una corte de justicia, estoy desde 1979 en el Poder Judicial, pero desde hace un año me suspendieron responsabilizándome por algo que sucedió por culpa de los jueces y el secretario. Desde entonces todos mis antiguos amigos y compañeros me han dado la espalda, todos, menos Rafael, la música y la escritura, que me han mostrado su rostro más genuino. Sólo tengo fe en algo: yo misma.
Eso es todo

Al fin lo dije, pensó.
Sintió un enorme alivio en poder contarlo y en terminar con la fantasía. Quién querría seguir escribiéndome luego de semejante mensaje, pensaba. Libre. Sola pero libre. O libre, pero sola. Ser libre siempre es más que todo.
Se puede vivir de una fantasía, pero sólo un tiempo, luego aparecen las grietas, las manchas de aceite del submarino hundido en la superficie del mar celeste.
Ya está, se dijo. Fin del frenesí por venir a ver los mensajes. Fin de las especulaciones y como un inmenso calidoscopio, la mente se deslizaba entre la música, esas letras que, mal o bien, habían sido para ella, y las escenas de la pesadilla que vivía, todas girando igual.

El paso de una vida común a una pesadilla es tan sencillo, pero tan sencillo, tan de un momento a otro. Qué tendría que haber hecho cuando descubrí que faltaba esa plata secuestrada, que debería estar depositada en el Banco. No es lo que debería haber hecho o lo que tendría que haber dicho, sino que yo soy yo.
Qué fácil que les resultó. Qué cómodo es echarle la culpa a alguien, si es una mujer, y si es retobada, mejor, y todas esas carreras que quedan a salvo.
Cómo uno termina por acostumbrarse.
La causa, el amparo. Rafael y sus jubilaciones, Rafael y su amor de abuelo, que pone dinero en el portavalores que usaba en los viajes. El alquiler del departamento.
Me echan la culpa. Me suspenden. Pataleo. Me reincorporan. Me mandan de nuevo con ellos, digo yo ahí no puedo volver, me mandan a una junta médica.
La junta médica. Avenida de los Inmigrantes, cerca de Retiro. Me tomaba en tren a las doce de la noche. Una pesadilla. Todos los caminos conducen a Roma. Todos los caminos conducen a la pesadilla.
Y esos edificios de un libro de arquitectura que cuenta cómo habían sido las construcciones fascistas. El hall había viejos vitrales con imponentes figuras atléticas, con el alto de dos pisos y con algo en sus manos: haces de espigas, herramientas o laureles. Un laberinto de ruinas irradiaba desde aquellos pasillos. Baños desvencijados y ascensores llenos de gente y en el pasillo de los consultorios, un pasillo muerto en un piso muerto, bancos donde esperaba gente pero no era gente, era lo que quedaba de lo que había sido gente.Se abrían puertas. Miraban, esperando que los llamaran. Los llamaban. Entraban como yendo al matadero. Iban al matadero.
En el medio del pasillo, en un sillón de dentista viejo, un joven parece dormir y una mujer de cara leudada me pregunta la hora cada cinco minutos. Horas después la mujer de cara leudada sale feliz, de tener más meses de licencia por depresión.
El tiempo desaparece bajo la luz de pecera de las altas ventanas. Estamos fuera del tiempo. Estamos en un tiempo muerto. Estamos muertos. Nos empeñamos en revivir, pero ya nos han declarado muertos.
Resucitaré.
Voy con una pila de papeles. Intento explicarles. No me escuchan. Es como en las películas, el que habla ante el comité y que no lo dejan hablar, lo desprecian, le gritan. Uno se me rió en la cara.
Tres veces. Tres semanas seguidas. Perdí las cursadas. Hice dibujos. Interpreté manchas. Nadie escuchó. Nadie entiende.
Quién me iba a decir que cuando lograra encarrilar las cosas, de esta época lo que más iba a recordar serían aquellas mañanas en Speakeasy, leyendo para el TOEFL. El sol que entraba en el jardín de invierno. El Té. Valeria. La calma limpia e inocente. El laboratorio de Multimedia: las vidas itinerantes de Ken. Michelle o Stuart, Natalia, esa sensación de belleza no herida, y esa otra de refugio.


Una vida generosa y violenta

“-La moto es mía –… dijo Rébecca-…que siente una vida generosa y violenta en todos los puntos de su cuerpo” (Andre Pieyre de Mandiargues La Motocicleta)

(Noviembre de 2002)
La eternidad se había estacionado en la sala de espera y de pronto terminó, de pronto era la hora mágica del pre- embarque.
Los aeropuertos son como la vida, tienen esa sensación de cosa profunda y cómoda, pero son superficiales y uno no termina de saber dónde está, ni si ese avión que se ve desde los enormes vidrios, es el que nos está destinado. Puede suceder que se marche por escaleras y pasillos, por otras salas, y que el avión termine siendo ese que se pensaba que no era y que estaba ahí, detrás de un vidrio.
Ahora también estaba fuera del tiempo, en ese tiempo de tránsito donde ya no estamos pero aún no nos fuimos, en el cual nos parece que hace un siglo que faltamos de nuestra casa, y donde no hay nada para apoyarse, nada conocido, simplemente esos asientos anónimos, esas salas unas iguales a otras, esa marea de desconocidos.
Qué distinto es este viaje, pensaba, que me lleva de una falta de certeza a otra. Sin embargo este tránsito es lo único real ahora.
De pronto había presentado su tarjeta de embarque y estaba en la cola.
En la marcha en declive por la manga que llevaba al avión sentía ese vértigo donde somos poseídos por la divinidad que gobierna los viajes, cuyo poder se duplicaba en éste.
Pronto estaba en su asiento, respirando ese aire frío y artificial y rodando en la pista.
Estoy en el aire porque me lo he ganado, pensaba. Nada que no sea yo me trajo hasta aquí.
Casi dos horas después fue el cruce de Los Andes. Hasta donde alcanzara la vista era una extensión enorme de picos nevados, con hondonadas profundas donde se veían casas o un camino y pensaba en Saint Exupèry y los aviones de la Aeroposta Argentina, en aquellas crestas inocentes que de pronto “empezaban a vivir, como un pueblo” y de su aparente calma derivaban hacia una danza frenética alrededor del avión y lo izaban en un hervor, terrible, enorme y desconocido, los picos y sus aristas se hacían más agudos, se animaban, enfurecidos, enormes navíos de nieve navegando hacia el combate y Pellerin, el personaje, que ascendía en el paroxismo de la tormenta diciendo “estoy perdido” pero a diferencia de Vuelo nocturno, fácilmente, sin sentir el pulso de los elementos, ya llegada a Santiago de Chile, para esperar el vuelo a México, Distrito Federal y transitaba nuevos pasillos, nuevos mostradores en nuevas salas que eran la misma.
Faltaban horas. En la misma sala confluían muchas personas, al parecer todas de regreso a México y pensó, pronto estaré con ellas en ese país misterioso y desconocido, que es mi meta y su hogar.
Consiguió un asiento y se sentó y en la duermevela, en la ansiosa vigilia que era sueño, deslizaban esas mañanas en Speakeasy, Natalia, Julieta, Michelle, Cintia, cuya delicadeza y finura eran algo tan natural en ellas como el contraste lo era con sus antiguas amigas y compañeras del juzgado y la cámara y pensó que las idealizaba, que ellas simbolizaban esa pureza que el mundo ya no tenía para ella, que no tenían las personas que había conocido y querido y en las cuales habían confiado, que le habían dado la espalda de seguro sin imaginarse que ella fuera capaz de esta aventura.
Pensaba en Washington Castro, a quien, desde que ella tenía diecisiete años recordaba dirigiendo la orquesta (pues en aquella época y por otros motivos, también se había refugiado en él y en la música), que una vez le había dicho que si lo conociera en realidad, ya no tendría la misma impresión de él y se le ocurría que no era así, que él era en verdad todo lo humilde y generoso que parecía pero también pensaba que en él construía a un hombre de pura bondad y talento, diferentes a muchos a quienes conocía del trabajo, pura maldad o pura mediocridad.
Y pensaba en esa otra fauna de aquellos de los avisos del diario, tan necesarios al deseo. Muchachos que se presentaban hoy con un nombre y mañana con otro. Para todo guardaba y apilaba las monedas y los billetes pequeños que sobraban, hasta para el sexo: solos/solas. Eso la sintetizaba absolutamente: solas. Ella estaba sola. Sola en la vida, sola en la cama, sola en la mesa, sola en la moto.
La primera vez había sido sin embargo soberbia y como remedio, muy efectiva. Era por la zona de tribunales, un departamento, a la hora de la siesta. Estaban lavando el piso cuando ella llegó. Lo hizo con esa decisión automática que nos acomete cuando perdemos el control de nuestros actos y algo, bastante oscuro y poco explicable, nos empuja, más allá de la voluntad. Un joven bajó a abrirle, la llevó con toda seriedad en el ascensor al departamento y la condujo a una habitación donde otros tres –mis primos, había dicho él- habían aparecido, uno a uno, a presentarse, ceremoniosamente, inclinando la cabeza. No tenían nada fuera de lo corriente. Cuando el primero de ellos regresó, ella optó por uno, que se presentaba como Rodolfo.
Pronto volvió Rodolfo. Bajó algo más la persiana con lo cual el pequeño cuarto adquirió una penumbra en todo reñida con el día de pleno sol, como si fuese un escondrijo y tras pactar las condiciones le dijo “ponéte cómoda”, enseguida vuelvo. Ponéte cómoda significaría desnudarse o simplemente tenderse en esa cama estrecha a la espera del desconocido. Optó por desnudarse y apilar la ropa en un banquito (qué estoy haciendo yo acá). Una suprema paz la embargó entonces: ya está, se dijo, no hay vuelta.
Pronto entró él, supuso que luego de lavarse algo o de hacerse buches o de ponerse un chicle de menta en la boca y se le ocurrió pensar en eso: a dónde van y que hacen ellos luego de decir enseguida vuelvo, era un misterio insoluble que la biología planteaba y que no planteaba el amor regular, porque de un marido uno sabe a donde va antes de hacer el amor. Venía sin remera y en unos slips que pronto se sacó.
Era muy hermoso y tendido suavemente a su lado, en la cama sintió que tocar una piel con la propia piel desnuda es lo mismo que si el aire más puro y excitante se hiciera materia, una capaz de transportar los misterios más vehementes y los más sutiles. Es en esa sensación cuándo uno se da cuenta de que durante mucho tiempo no se la ha vivido y sobreviene una especie de hambre atrasada.
Entonces él empezó a recorrerla con sus labios y sus manos, con una enorme delicadeza que no parecía nada profesional sino espontánea y entendió que la verdadera profesionalidad es hacer parecer espontáneo lo que no lo es y de golpe la besó en la boca y suavemente acarició su largo cabello negro.
Tenía esa firmeza del cuerpo de un hombre que, en los de su edad, suele ser macizo y rematar en la suavidad de un sexo que es como un lienzo que por un milagro se convirtió en lo más firme de todo.
Pronto lo sintió por encima, en toda la extensión de su cuerpo y lo abrazó mientras la boca de él desataba esa electricidad, en el cuello, en los labios, bajo las orejas en una comunión de cavidades, dureza y piel.
Ella se dejó hacer mientras él la daba vuelta y acariciaba su espalda le dijo te gustará y cubrió su sexo con una protección igual que se guarda un instrumento virtuoso en un lienzo, qué lástima pensaba ella, no beber tu humedad ni tus fluidos hacia el interior de mi sediento cuerpo pero contrariamente a lo esperado sus dedos húmedos bajaron no hacia entre sus piernas sino hacia atrás, pero le gustó porque los dedos de la otra mano se quedaban adelante y empezaban una danza sobre esas regiones de vello donde se ocultan las cuerdas misteriosas de la sensación de ser mujer y así, cuando el sexo de él la tomó por detrás, mientras sus dedos lo hacían por delante, sintió algo muy difícil de decir, pero que continuamente se expandía.
Era un instante, vertiginoso y eterno, donde la piel y las secretas oquedades del cuerpo actualizaban un misterio y lo asumían en una formidable expansión. Esa dureza la invadía, penetrante, decidida, horadándola y en la danza que ahora puestos de lado emprendieron, una que era como un oleaje de dos olas, una superpuesta a otra y que sigue su ritmo, llevándola, sentía sobre la piel de sus glúteos el vello de él mientras dos dedos que eran todos los dedos, la exploraban por delante, se hundían, salían y volvían a entrar incesantemente, como si se multiplicaran y en un momento él dijo a su oído estoy por llegar, querés que termine…y ella le contestó sí y él le dijo entonces son diez pesos más y la socavó más duramente y besó su espalda y luego cuando salió, ella podía sentirlo todavía adentro, mientras él se alejaba al baño, colgando en el extremo de su sexo, el condón como la manga de un aeródromo donde ha cesado el viento.
Aun pagando había sido el David quien, convertido en amante la había tomado porque pensaba qué me queda, un hombre usado, uno de segunda, con su juicio de divorcio, con adiposidades y acaso poca imaginación. Es paga, sí, pero es perfección y yo sigo siendo libre.
Un aviso la sacó del sopor, llamaban a embarcar. Pronto todos se pusieron de pie e hicieron la fila. De nuevo la manga, de nuevo el equipaje de mano y de nuevo el aire irreal.
Tras el despegue el avión viró y tomó altura, entonces la cordillera se vio en el crepúsculo, en el costado derecho, como una fantástica extensión de enormes picos nevados llegando hasta donde diera la vista y hacia el otro lado, el Océano Pacífico. Los picos se alejaban gradualmente, se empequeñecían mientras el mar iba extendiéndose.
El horizonte de la cordillera a su derecha y el creciente mar le deparaban el inescrutable interrogante del futuro y la sola certeza de ir hacia lo desconocido.

[1] “…Y ella murmuró suavemente, sin respiración, Oh Robert, estoy perdiéndome….Bien, creo que ambos estamos dentro de otro ser que hemos creado, llamado nosotros. Somos ese ser. Nos hemos perdido a nosotros mismos y creado algo más, algo que existe sólo para entrelazarnos a los dos” (Robert James Waller Los puentes del Condado de Madison, La carretera y el peregrino)
[2] “Y en medio de ellos, con el cuerpo sucio, el pelo enmarañado y la nariz goteando, Ralph lloró por la pérdida de la inocencia, las tinieblas del corazón del hombre…” (William Golding El Señor de las moscas)