-Resiliencia: la paradoja de un trauma y un descubrimiento-
A María Paula Otero
“..estoy del lado de aquellos que viven en lo más allá de los márgenes y que se aferran a algo que sólo ellos ven Sólo yo veo mi esperanza y mi fuerza, aunque no pueda definirlas ni decir en qué se apoyan, porque precisamente, no tengo nada” (“Amores de Lejos”, Cap. IV. “De huéspedes y anfitriones”)
Hace muchos años, en un curso, el Profesor Paco Bretones se refería a Víktor Frankl, el psiquiatra austriaco, sobreviviente del holocausto, que desarrolló la logoterapia, con su idea de encontrar sentido a la vida.
Sintetizaba ese pensamiento en una frase: “Teniendo un porqué se puede soportar cualquier cómo”.Si se tiene un sistema de valores, decía, nos permitirá aferrarnos a algo que siempre estará más allá de aquello que nos toque vivir, y nos ayudará a soportarlo.
Si a ese concepto agregamos una afirmación, y a la vez una pregunta, del escritor español Juan José Millás: “Qué has hecho con lo que han hecho contigo”, tendremos la clave de la resiliencia, esa estrategia que nos hace explorar potencialidades antes ignoradas, en el contexto de la mayor adversidad, y poder, como diría Frankl, reconstruir, con hebras de vida, una vida entera.
¿Qué harás con lo que te han hecho?
El 7 de junio de 2007 Página 12 publicó un artículo de la Lic. Ana Rozenfeld, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina, extracto de la ponencia “Psicoanálisis de la relación entre el trauma, el perjuicio y la resiliencia”, a partir del trabajo terapéutico con tres mujeres: una víctima de un incesto, otra, madre de una joven muerta en el atentado de la AMIA, y una tercera, expulsada de su hogar por sus padres debido a su sexualidad, que pudieron no sólo sobreponerse, sino también explorar ámbitos nuevos, hacer un aporte en ese espacio que pudieron abrir, y re-significarse profundamente a sí mismas. Una escribió varios libros, otra hizo estudios y otra abordó la musicología.
“El término resiliencia –dice Ana Rozenfeld- proviene del latín, donde el verbo resilio significa saltar hacia atrás, rebotar. En inglés, resilience evoca robustez corporal, resistencia de carácter. El Dictionnaire de la Langue Française define resilience como resistencia al choque. Como concepto, fue utilizado por la ingeniería civil y la metalurgia para describir la capacidad de algunos metales para recuperar su forma original después de ser sometidos a una presión deformadora. La biología utiliza esta noción para referirse a especies vegetales que se fortalecen después de los incendios”.
En el diálogo que tuvimos con Ana Rozenfeld, surgieron algunas otras ideas sobre ese trabajo y su experiencia, académica y profesional, con la resiliencia.
Señala que es una nueva subjetividad, inesperada, frente a un hecho traumático que produce el descubrimiento de una potencia ignorada, y de recursos desconocidos. Cada hecho traumático genera una tramitación distinta, que no parece producto de decisiones deliberadas, ni solamente una estrategia de adaptación, o el triunfo de los más aptos, sino algo más sutil y creador.
No se trata de una propuesta voluntarista, pero entraña un acto de voluntad. Es más bien un resultado: el de distintas estrategias no del todo concientes, ni enunciadas, que empujan, como una marea.
Ante el cómo y el porqué, debemos encontrar el para qué.
Palabras
Antes de hablarse del término resiliencia, esta actitud era conocida como factor fénix.
Para quienes hemos sufrido hechos injustos, prolongados, traumáticos y de segregación, es relativo el valor de una palabra.
Ninguna palabra sirve para englobar ni circunscribir lo que hemos vivido, el modo solitario de hacer frente a la adversidad, y todo lo que quedó después.
Una palabra es una aproximación, algo que sirve para que otros puedan ver esta actitud, y a la vez una metáfora.
Para algunos, el mundo funciona con la metáfora de la mente, y es algo que puede ser conocido, percibido, discernido. Dada una acción se produce un efecto. En ese mundo es posible estudiar, trabajar, esforzarse, progresar.
Algunos, asumimos otra metáfora, la del naufragio y la resistencia. El mundo es un escenario, rico y violento, donde se descubre y se resiste.
El acoso moral
La psiquiatra Marie-France Hirigoyen habla, en su libro “El acoso moral” da cuenta, detalladamente, de los mecanismos en los cuales las instituciones, las empresas o la propia familia, se focalizan para acosar y negar a alguien sentido como divergente, o distinto, o que tan sólo, debe responder por aquello por lo que debería responder otro.
La víctima, entonces, es puesta en un lugar del cual le cabe moverse o quedarse y luchar. Generalmente al luchar se reafirma como víctima, se vuelve molesta para los que permanecen incluidos en el ámbito de segregación del que ella es excluida, y es blanco ya sea de renovados ataques, o de la indiferencia general, porque hace visible aquello que los otros no toleran ver, y lentamente, se la deja más sola. Se recluye en su núcleo de intimidad sólo habitado por aquellos más amados.
No obstante, señala Ana Rozenfeld, hay quienes pueden desplazarse de ese espacio, generar estrategias para mantenerse, y lentamente establecer un centro de intereses nuevo, asumir una nueva subjetividad con otros referentes; lo cual no implica cejar en la lucha, simplemente se trata de no permanecer en sus redes.
La metáfora del naufragio
Joaquín García Roca, Doctor en Ciencias Sociales, Profesor de la Universidad de Valencia, escribió, para la recopilación del siempre recordado Natalio Kisnerman (Ética, ¿un discurso o una práctica social?, Paidós, 2000 Natalio Kisnerman Compilador. Iñaki Aguirre Zabala, Eduardo Balestena, Joaquín García Roca, Jesús Hernández Aristu) el trabajo “La navegación y la fisonomía del naufragio. El aspecto moral de las profesiones sociales”).
Entre otras cosas, trabaja el clásico y rico texto de García Márquez “Relato de un náufrago” (1970) que narra lo vivido por Luís Alejandro Velazco, un marinero del destructor Caldas, parte de cuya tripulación (ocho miembros) cayó al agua en el Mar de las Antillas, el 28 de febrero de 1955. La memoria y la habilidad de narrar de Velazco, fueron dos hallazgos inesperados para García Márquez, y hacen su relato vívido y fascinante. Sólo el marinero, de 20 años se salvó, luego de permanecer diez días en una balsa, sin comida ni agua.
Qué hace que alguien pueda sobrevivir en esas circunstancias.
Son varias cosas.
En el núcleo está la resistencia, pero ella no es deliberada, se alimenta de percepciones, instinto, sensaciones e impulsos. La resistencia a veces decide sin pensar, pero otras, piensa, se detiene y, en pocos segundos, considera profundamente sus alternativas con una extraña lucidez. Es como un instinto nuevo que se despierta.
Días antes los tripulantes habían visto “El motín del Caine” (ob.cit. pág.13, Editorial La Oveja Negra, 18ª edición, Colombia, 1994), con Humphrey Bogart, y José Ferrer. Desde entonces, desde la historia de ese barco y el motín desatado por la necesidad de una maniobra en la tormenta, Velazco había tenido un presentimiento, incierto, pero profundo.
Se dio cuenta de que estaban navegando por el Caribe, por cómo se movía el barco (ob. cit. pág.20). Un buen marinero sabe reconocer dónde está por el modo de moverse el barco. Nosotros podemos reconocer donde estamos, es decir, sabemos que ese suelo que para todos parece seguro, no es firme, que puede abrirse, que podemos caer, y que si lo hacemos, a nadie le interesará rescatarnos. La negación pasa por la actitud de los otros, por su indiferencia, por la aceptación del estado de cosas, aunque sea injusto: son las tácitas premisas de “El acoso moral” (Paidós, 2000).
Una vez barrido por la ola, vio una balsa:”Antes de que hubiera tenido tiempo de tomar una determinación, me encontré nadando hacia la última balsa visible…Por un instante dejé de ver la balsa, pero procuré no perder la dirección” (ob. cit. pág.28). La dirección que se intuye es la sabiduría del náufrago. Descubrirla es algo propio, entraña saber orientarse cuando no hay certezas, y seguir nadando hacia una oportunidad de salvación, alta la cabeza sobre la superficie, y trepar por la borda, aun lastimado y sangrando.
Velazco vio hundirse en el mar a sus compañeros, que no pudieron alcanzar la balsa. Concluyó que lo rescatarían y se aferró a esa idea: “El sol me abrazaba el rostro y la espalda y los labios me ardían, cuarteados por la sal. Pero en ese momento no sentía sed ni hambre. La única necesidad que sentía era que aparecieran los aviones” (ob. cit. pág.33).
Ante algo terrible, las coordenadas desaparecen, pero uno no se nubla por la angustia si, sin saber bien cómo ni cuándo, cambia la figura –lo terrible- por el fondo –la esperanza- y consigue hacer fondo la figura, y figura el fondo.
Las certezas desaparecen y deben ser remplazadas por una esperanza, aunque sea vaga e incierta. Uno no sabe que existe la esperanza hasta que la necesita, y la tiene, aun no sabiendo que eso, tan tenue, es precisamente una esperanza.
Imposible de describir
Sólo podemos aludir al sufrimiento, porque es imposible de describir. Saber que todo ha naufragado, que nuestro mundo ya no existe como lo conocimos, y que nosotros ya nunca seremos los mismos: “Es imposible describir una noche en una balsa, cuando nada sucede y se tiene terror de los animales” (ob. cit. pág.37) no obstante, luego del frío del amanecer, viene el día resplandeciente: “pero de pronto empieza a amanecer, y entonces uno se siente demasiado cansado para saber que está amaneciendo…y me sentí profusamente acompañado en la balsa. Por primera vez en los 20 años de mi vida me sentí perfectamente feliz”(ob. cit.. pág.38): Sobreviene una inmensa calma ante la revelación de que las únicas fuerzas con las que se cuenta son las propias.
“Solo esa noche, decidí que con lo único que contaba para salvarme era con mi voluntad y con los restos de mis fuerzas.” (ob. cit. pág.45).
No había sido visto desde los aviones que lo habían sobrevolado, y el único barco, había pasado muy lejos.
Cuando sobreviene el desastre nos dicen que hay que hablar con uno y con otro (eso nos hace sentir más a la deriva, aventurándonos a mundos desconocidos), pero nadie parece escuchar, o todo parece ser inútil. Nadie puede entrar en nuestro dolor más que nosotros, pero nosotros, que estamos adentro, no podemos quedarnos, debemos salir.
El náufrago, sin saber hacia dónde, remó hasta que no tuvo más fuerzas.
“Ahora no esperaba la salvación por ningún lado y sentía deseos de morir. Sin embargo, algo me ocurría cuando sentía deseos de morir: inmediatamente empezaba a pensar en un peligro. Ese pensamiento me infundía renovadas fuerzas para resistir” (ob. cit. pág.52).
Los datos de la realidad le niegan toda esperanza, pero, pese a que está a punto de sucumbir, surge algo que, siendo fantástico, lo sustrae de esa realidad: piensa en el terror de caer en una isla infestada de caníbales. El riesgo no es real, la situación sí lo es, pero él se aferra al riesgo irreal que sólo le genera más fuerzas para resistir.
“La vida es un río que nace de la nada, pero que fluye” siente el personaje de Ainoha, en mi novela “Amores de lejos”: no hay un propósito, simplemente se flota a la deriva y la mente y el cuerpo se mantienen, sin saber cómo ni porqué, un instante más, y otro, y otro.
Algo que sucede es que hay sencillas reglas que se instalan: “lo que no me destruye me fortalece”, “esto pasará”, o “no hay mal que dure cien años” (lo que no me destruye me fortalece, pero también deja heridas, hondas, que no se pueden ignorar). No hay ninguna certeza que permita sustentar esas frases, pero están ahí.
También el náufrago se aferra a las recomendaciones del instructor, dadas en un contexto muy diferente. Era imposible para él imaginar en qué circunstancias le servirían, pero parte de esa sabiduría fue la que le salvó la vida.
Es decir, que hay sencillos enunciados que pautan lo que es correcto, y ayudan a organizar el caos de estar abandonado sin rumbo.
“Hay un instante en que ya no se siente dolor…Había escogido la muerte, y sin embargo seguía vivo, con el pedazo de remo en la mano, dispuesto a seguir luchando por la
Vida. A seguir luchando por aquello que ya no me importaba nada” (ob.cit. pág.83)
Los ojos del náufrago le duelen, fijados en el horizonte. Nuestros ojos, de pronto, no sólo se fijan en el horizonte en busca de algo que nos rescate, sino que empiezan a ver las cosas de una manera absolutamente distinta. Todo parece obedecer a un imperativo no deliberado, pero que se impone.
La idea de la continuidad
Podríamos seguir trabajando el texto de García Márquez muchísimo más.
Algo es cierto, que así como la madre cuya hija murió en el atentado descubrió la escritura, así como las otras pacientes descubrieron la posibilidad de la educación, el reconocimiento, y la música, se hace cierto aquello de que, llegado un momento, hay que buscar en los cajones de todo lo que dejamos pendiente, y llegaremos a decirnos: cómo es que no había descubierto esta habilidad antes. Qué he estado haciendo hasta ahora; y sentir como si hubiésemos vuelto a nacer.
Entonces, ese baúl de todo lo que siempre estaba ahí, abandonado se revela como algo de lo que empiezan a salir cosas, aquellas que nos guían y nos dicen que es en ese otro posible que hasta ahora no fui, donde debo encontrar las fuerzas para salir de lo que me han hecho y, como dice Millás, hacer algo con ello.
Pero hay otro descubrimiento: el mundo ha dejado de ser lo que era. Se ha producido una revelación que nos enseñó la vacuidad, la falacia, la poca certeza de ese mundo que nos era familiar, y que ahora ya no lo es.
Es el mundo en el que siguen creyendo muchos otros con los cuales optamos por mantener una distancia prudente, y debemos vivir con eso, abrigados en la certeza de que hemos encontrado algo que nos ha hecho crecer, y que lo hemos hecho en la intemperie, y que ese resultado es lo que perdurará.
En el final del ciclo de lieder “La bella molinera”, no se sabe si el personaje, desilusionado por la indiferencia de la molinera, seguirá tras ella o si, bien a la usanza romántica, buscará la muerte, o la soledad, pero cinco estrofas finales dan un ritmo estable y con él, la idea de que se ha preferido la idea de la continuidad, la de pensar que la vida –como en muchos motivos de Schubert y Mahler-, es un viaje que siempre sigue, y que somos caminantes de ese descubrimiento. La sola idea de seguir caminando es salvadora.
Ainoha piensa, al final de “Amores de lejos” que “No sabía que sería de ella. No sabía que habría de suceder. Sólo sabía que seguiría luchando porque si el hombre más poderoso es el que está más solo, aquel que está más solo debe también, por fuerza, ser el más poderoso, porque obedece a algo en él, que va mucho más allá de él”.
Eso que está más allá de nosotros es también eso que no sólo está adentro de nosotros, sino que puede conducirnos a un espacio nuevo, que está mucho más allá no solo de nosotros sino de lo que conocíamos.
Sólo así sabremos que nuestra voluntad y el resto de nuestras fuerzas nos permitieron, a costa de esfuerzo, escepticismo, lucha y hambre, llegar a tierra y salvarnos.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
A María Paula Otero
“..estoy del lado de aquellos que viven en lo más allá de los márgenes y que se aferran a algo que sólo ellos ven Sólo yo veo mi esperanza y mi fuerza, aunque no pueda definirlas ni decir en qué se apoyan, porque precisamente, no tengo nada” (“Amores de Lejos”, Cap. IV. “De huéspedes y anfitriones”)
Hace muchos años, en un curso, el Profesor Paco Bretones se refería a Víktor Frankl, el psiquiatra austriaco, sobreviviente del holocausto, que desarrolló la logoterapia, con su idea de encontrar sentido a la vida.
Sintetizaba ese pensamiento en una frase: “Teniendo un porqué se puede soportar cualquier cómo”.Si se tiene un sistema de valores, decía, nos permitirá aferrarnos a algo que siempre estará más allá de aquello que nos toque vivir, y nos ayudará a soportarlo.
Si a ese concepto agregamos una afirmación, y a la vez una pregunta, del escritor español Juan José Millás: “Qué has hecho con lo que han hecho contigo”, tendremos la clave de la resiliencia, esa estrategia que nos hace explorar potencialidades antes ignoradas, en el contexto de la mayor adversidad, y poder, como diría Frankl, reconstruir, con hebras de vida, una vida entera.
¿Qué harás con lo que te han hecho?
El 7 de junio de 2007 Página 12 publicó un artículo de la Lic. Ana Rozenfeld, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina, extracto de la ponencia “Psicoanálisis de la relación entre el trauma, el perjuicio y la resiliencia”, a partir del trabajo terapéutico con tres mujeres: una víctima de un incesto, otra, madre de una joven muerta en el atentado de la AMIA, y una tercera, expulsada de su hogar por sus padres debido a su sexualidad, que pudieron no sólo sobreponerse, sino también explorar ámbitos nuevos, hacer un aporte en ese espacio que pudieron abrir, y re-significarse profundamente a sí mismas. Una escribió varios libros, otra hizo estudios y otra abordó la musicología.
“El término resiliencia –dice Ana Rozenfeld- proviene del latín, donde el verbo resilio significa saltar hacia atrás, rebotar. En inglés, resilience evoca robustez corporal, resistencia de carácter. El Dictionnaire de la Langue Française define resilience como resistencia al choque. Como concepto, fue utilizado por la ingeniería civil y la metalurgia para describir la capacidad de algunos metales para recuperar su forma original después de ser sometidos a una presión deformadora. La biología utiliza esta noción para referirse a especies vegetales que se fortalecen después de los incendios”.
En el diálogo que tuvimos con Ana Rozenfeld, surgieron algunas otras ideas sobre ese trabajo y su experiencia, académica y profesional, con la resiliencia.
Señala que es una nueva subjetividad, inesperada, frente a un hecho traumático que produce el descubrimiento de una potencia ignorada, y de recursos desconocidos. Cada hecho traumático genera una tramitación distinta, que no parece producto de decisiones deliberadas, ni solamente una estrategia de adaptación, o el triunfo de los más aptos, sino algo más sutil y creador.
No se trata de una propuesta voluntarista, pero entraña un acto de voluntad. Es más bien un resultado: el de distintas estrategias no del todo concientes, ni enunciadas, que empujan, como una marea.
Ante el cómo y el porqué, debemos encontrar el para qué.
Palabras
Antes de hablarse del término resiliencia, esta actitud era conocida como factor fénix.
Para quienes hemos sufrido hechos injustos, prolongados, traumáticos y de segregación, es relativo el valor de una palabra.
Ninguna palabra sirve para englobar ni circunscribir lo que hemos vivido, el modo solitario de hacer frente a la adversidad, y todo lo que quedó después.
Una palabra es una aproximación, algo que sirve para que otros puedan ver esta actitud, y a la vez una metáfora.
Para algunos, el mundo funciona con la metáfora de la mente, y es algo que puede ser conocido, percibido, discernido. Dada una acción se produce un efecto. En ese mundo es posible estudiar, trabajar, esforzarse, progresar.
Algunos, asumimos otra metáfora, la del naufragio y la resistencia. El mundo es un escenario, rico y violento, donde se descubre y se resiste.
El acoso moral
La psiquiatra Marie-France Hirigoyen habla, en su libro “El acoso moral” da cuenta, detalladamente, de los mecanismos en los cuales las instituciones, las empresas o la propia familia, se focalizan para acosar y negar a alguien sentido como divergente, o distinto, o que tan sólo, debe responder por aquello por lo que debería responder otro.
La víctima, entonces, es puesta en un lugar del cual le cabe moverse o quedarse y luchar. Generalmente al luchar se reafirma como víctima, se vuelve molesta para los que permanecen incluidos en el ámbito de segregación del que ella es excluida, y es blanco ya sea de renovados ataques, o de la indiferencia general, porque hace visible aquello que los otros no toleran ver, y lentamente, se la deja más sola. Se recluye en su núcleo de intimidad sólo habitado por aquellos más amados.
No obstante, señala Ana Rozenfeld, hay quienes pueden desplazarse de ese espacio, generar estrategias para mantenerse, y lentamente establecer un centro de intereses nuevo, asumir una nueva subjetividad con otros referentes; lo cual no implica cejar en la lucha, simplemente se trata de no permanecer en sus redes.
La metáfora del naufragio
Joaquín García Roca, Doctor en Ciencias Sociales, Profesor de la Universidad de Valencia, escribió, para la recopilación del siempre recordado Natalio Kisnerman (Ética, ¿un discurso o una práctica social?, Paidós, 2000 Natalio Kisnerman Compilador. Iñaki Aguirre Zabala, Eduardo Balestena, Joaquín García Roca, Jesús Hernández Aristu) el trabajo “La navegación y la fisonomía del naufragio. El aspecto moral de las profesiones sociales”).
Entre otras cosas, trabaja el clásico y rico texto de García Márquez “Relato de un náufrago” (1970) que narra lo vivido por Luís Alejandro Velazco, un marinero del destructor Caldas, parte de cuya tripulación (ocho miembros) cayó al agua en el Mar de las Antillas, el 28 de febrero de 1955. La memoria y la habilidad de narrar de Velazco, fueron dos hallazgos inesperados para García Márquez, y hacen su relato vívido y fascinante. Sólo el marinero, de 20 años se salvó, luego de permanecer diez días en una balsa, sin comida ni agua.
Qué hace que alguien pueda sobrevivir en esas circunstancias.
Son varias cosas.
En el núcleo está la resistencia, pero ella no es deliberada, se alimenta de percepciones, instinto, sensaciones e impulsos. La resistencia a veces decide sin pensar, pero otras, piensa, se detiene y, en pocos segundos, considera profundamente sus alternativas con una extraña lucidez. Es como un instinto nuevo que se despierta.
Días antes los tripulantes habían visto “El motín del Caine” (ob.cit. pág.13, Editorial La Oveja Negra, 18ª edición, Colombia, 1994), con Humphrey Bogart, y José Ferrer. Desde entonces, desde la historia de ese barco y el motín desatado por la necesidad de una maniobra en la tormenta, Velazco había tenido un presentimiento, incierto, pero profundo.
Se dio cuenta de que estaban navegando por el Caribe, por cómo se movía el barco (ob. cit. pág.20). Un buen marinero sabe reconocer dónde está por el modo de moverse el barco. Nosotros podemos reconocer donde estamos, es decir, sabemos que ese suelo que para todos parece seguro, no es firme, que puede abrirse, que podemos caer, y que si lo hacemos, a nadie le interesará rescatarnos. La negación pasa por la actitud de los otros, por su indiferencia, por la aceptación del estado de cosas, aunque sea injusto: son las tácitas premisas de “El acoso moral” (Paidós, 2000).
Una vez barrido por la ola, vio una balsa:”Antes de que hubiera tenido tiempo de tomar una determinación, me encontré nadando hacia la última balsa visible…Por un instante dejé de ver la balsa, pero procuré no perder la dirección” (ob. cit. pág.28). La dirección que se intuye es la sabiduría del náufrago. Descubrirla es algo propio, entraña saber orientarse cuando no hay certezas, y seguir nadando hacia una oportunidad de salvación, alta la cabeza sobre la superficie, y trepar por la borda, aun lastimado y sangrando.
Velazco vio hundirse en el mar a sus compañeros, que no pudieron alcanzar la balsa. Concluyó que lo rescatarían y se aferró a esa idea: “El sol me abrazaba el rostro y la espalda y los labios me ardían, cuarteados por la sal. Pero en ese momento no sentía sed ni hambre. La única necesidad que sentía era que aparecieran los aviones” (ob. cit. pág.33).
Ante algo terrible, las coordenadas desaparecen, pero uno no se nubla por la angustia si, sin saber bien cómo ni cuándo, cambia la figura –lo terrible- por el fondo –la esperanza- y consigue hacer fondo la figura, y figura el fondo.
Las certezas desaparecen y deben ser remplazadas por una esperanza, aunque sea vaga e incierta. Uno no sabe que existe la esperanza hasta que la necesita, y la tiene, aun no sabiendo que eso, tan tenue, es precisamente una esperanza.
Imposible de describir
Sólo podemos aludir al sufrimiento, porque es imposible de describir. Saber que todo ha naufragado, que nuestro mundo ya no existe como lo conocimos, y que nosotros ya nunca seremos los mismos: “Es imposible describir una noche en una balsa, cuando nada sucede y se tiene terror de los animales” (ob. cit. pág.37) no obstante, luego del frío del amanecer, viene el día resplandeciente: “pero de pronto empieza a amanecer, y entonces uno se siente demasiado cansado para saber que está amaneciendo…y me sentí profusamente acompañado en la balsa. Por primera vez en los 20 años de mi vida me sentí perfectamente feliz”(ob. cit.. pág.38): Sobreviene una inmensa calma ante la revelación de que las únicas fuerzas con las que se cuenta son las propias.
“Solo esa noche, decidí que con lo único que contaba para salvarme era con mi voluntad y con los restos de mis fuerzas.” (ob. cit. pág.45).
No había sido visto desde los aviones que lo habían sobrevolado, y el único barco, había pasado muy lejos.
Cuando sobreviene el desastre nos dicen que hay que hablar con uno y con otro (eso nos hace sentir más a la deriva, aventurándonos a mundos desconocidos), pero nadie parece escuchar, o todo parece ser inútil. Nadie puede entrar en nuestro dolor más que nosotros, pero nosotros, que estamos adentro, no podemos quedarnos, debemos salir.
El náufrago, sin saber hacia dónde, remó hasta que no tuvo más fuerzas.
“Ahora no esperaba la salvación por ningún lado y sentía deseos de morir. Sin embargo, algo me ocurría cuando sentía deseos de morir: inmediatamente empezaba a pensar en un peligro. Ese pensamiento me infundía renovadas fuerzas para resistir” (ob. cit. pág.52).
Los datos de la realidad le niegan toda esperanza, pero, pese a que está a punto de sucumbir, surge algo que, siendo fantástico, lo sustrae de esa realidad: piensa en el terror de caer en una isla infestada de caníbales. El riesgo no es real, la situación sí lo es, pero él se aferra al riesgo irreal que sólo le genera más fuerzas para resistir.
“La vida es un río que nace de la nada, pero que fluye” siente el personaje de Ainoha, en mi novela “Amores de lejos”: no hay un propósito, simplemente se flota a la deriva y la mente y el cuerpo se mantienen, sin saber cómo ni porqué, un instante más, y otro, y otro.
Algo que sucede es que hay sencillas reglas que se instalan: “lo que no me destruye me fortalece”, “esto pasará”, o “no hay mal que dure cien años” (lo que no me destruye me fortalece, pero también deja heridas, hondas, que no se pueden ignorar). No hay ninguna certeza que permita sustentar esas frases, pero están ahí.
También el náufrago se aferra a las recomendaciones del instructor, dadas en un contexto muy diferente. Era imposible para él imaginar en qué circunstancias le servirían, pero parte de esa sabiduría fue la que le salvó la vida.
Es decir, que hay sencillos enunciados que pautan lo que es correcto, y ayudan a organizar el caos de estar abandonado sin rumbo.
“Hay un instante en que ya no se siente dolor…Había escogido la muerte, y sin embargo seguía vivo, con el pedazo de remo en la mano, dispuesto a seguir luchando por la
Vida. A seguir luchando por aquello que ya no me importaba nada” (ob.cit. pág.83)
Los ojos del náufrago le duelen, fijados en el horizonte. Nuestros ojos, de pronto, no sólo se fijan en el horizonte en busca de algo que nos rescate, sino que empiezan a ver las cosas de una manera absolutamente distinta. Todo parece obedecer a un imperativo no deliberado, pero que se impone.
La idea de la continuidad
Podríamos seguir trabajando el texto de García Márquez muchísimo más.
Algo es cierto, que así como la madre cuya hija murió en el atentado descubrió la escritura, así como las otras pacientes descubrieron la posibilidad de la educación, el reconocimiento, y la música, se hace cierto aquello de que, llegado un momento, hay que buscar en los cajones de todo lo que dejamos pendiente, y llegaremos a decirnos: cómo es que no había descubierto esta habilidad antes. Qué he estado haciendo hasta ahora; y sentir como si hubiésemos vuelto a nacer.
Entonces, ese baúl de todo lo que siempre estaba ahí, abandonado se revela como algo de lo que empiezan a salir cosas, aquellas que nos guían y nos dicen que es en ese otro posible que hasta ahora no fui, donde debo encontrar las fuerzas para salir de lo que me han hecho y, como dice Millás, hacer algo con ello.
Pero hay otro descubrimiento: el mundo ha dejado de ser lo que era. Se ha producido una revelación que nos enseñó la vacuidad, la falacia, la poca certeza de ese mundo que nos era familiar, y que ahora ya no lo es.
Es el mundo en el que siguen creyendo muchos otros con los cuales optamos por mantener una distancia prudente, y debemos vivir con eso, abrigados en la certeza de que hemos encontrado algo que nos ha hecho crecer, y que lo hemos hecho en la intemperie, y que ese resultado es lo que perdurará.
En el final del ciclo de lieder “La bella molinera”, no se sabe si el personaje, desilusionado por la indiferencia de la molinera, seguirá tras ella o si, bien a la usanza romántica, buscará la muerte, o la soledad, pero cinco estrofas finales dan un ritmo estable y con él, la idea de que se ha preferido la idea de la continuidad, la de pensar que la vida –como en muchos motivos de Schubert y Mahler-, es un viaje que siempre sigue, y que somos caminantes de ese descubrimiento. La sola idea de seguir caminando es salvadora.
Ainoha piensa, al final de “Amores de lejos” que “No sabía que sería de ella. No sabía que habría de suceder. Sólo sabía que seguiría luchando porque si el hombre más poderoso es el que está más solo, aquel que está más solo debe también, por fuerza, ser el más poderoso, porque obedece a algo en él, que va mucho más allá de él”.
Eso que está más allá de nosotros es también eso que no sólo está adentro de nosotros, sino que puede conducirnos a un espacio nuevo, que está mucho más allá no solo de nosotros sino de lo que conocíamos.
Sólo así sabremos que nuestra voluntad y el resto de nuestras fuerzas nos permitieron, a costa de esfuerzo, escepticismo, lucha y hambre, llegar a tierra y salvarnos.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
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