domingo, 3 de enero de 2010

El Hombre en el Castillo



Phillip Kindred Dick murió a los 53 años en 1982, poco antes de que Ridley Scott, llevara al cine “Blade Runner”, una película de culto (que lo es pese al rol protagónico de Harrison Ford, lo cual habla a las claras tanto de la excepcional puesta y dirección, como de la originalidad de la historia) basada en su relato “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” (1968).
El libro de los cambios
Pero su novela central es “El hombre en el Castillo” (1962).
Lo mismo que Richard Matheson (1926), cuyas novelas “Soy leyenda” (1954) y “El hombre menguante” (1956) constituyen una indagación sobre lo humano y sus límites, más que propiamente obras de ciencia ficción, o en todo caso, confieren a la especie la función de valerse de distintos modos de pensar lo real, “El hombre en el castillo” plantea el escenario de unos Estados Unidos vencidos en la Segunda Guerra Mundial por Alemania y Japón, y divididos en tres zonas: la costa este ocupada por los alemanes, la costa oeste, por los japoneses, y una zona en decadencia, entre ambas.
Como el propio Dick al escribirla, sus personajes tienen en común que permanentemente consultan el I Ching, el libro de los cambios, esencial en toda la propuesta.
Las historias de los personajes, van entrelazándose, y ese mecanismo plantea varias cuestiones como: realidad e identidad, poder, cultura, y verdad.
Realidad e identidad
En la ficción, los personajes leen la novela “La langosta se ha posado”, de Hawthorne Abendsen, un escritor que, al parecer, vive refugiado en el castillo al que alude el título. En esta obra, prohibida en todo el país, pero posible de encontrar en la zona oste, si bien es Estados Unidos el país que ha ganado la guerra, la realidad planteada en el texto dentro del texto, es diferente de la real.
Phillip K. Dick, que vivió una vida dura, breve y difícil, tuvo una hermana gemela que murió (probablemente de desnutrición) a las cinco semanas. El problema de la identidad, de ser uno y a la vez un fantasma, atraviesa su obra. En efecto, en “El hombre en el castillo”, como en “Blade Runner”, nadie es lo que pretende ser, y a la vez todos los personajes dudan de la realidad, refugiándose (en la novela) en los hexagramas del I ching, que remiten a un orden superior que requiere ser descifrado.
No hay una realidad objetiva, sino distintas percepciones e intuiciones de las circunstancias externas, y de los propios personajes frente a ellas, y a sí mismos; salvo los inescrutables Betty y Paul Kassoura, una pareja de japoneses, los personajes siempre están planteándose cosas, reflejándolas, o poniendo en tela de juicio lo que sucede, y terminamos por no creer en las circunstancias reales, o por no saber qué está sucediendo verdaderamente. El escenario, cuando sobrevienen momentos de crisis, es planteado de una manera subjetiva, y calles y lugares tienen una función opresiva, y constituyen un indicador de que, fuera de ciertos límites, la realidad es absolutamente hostil y extraña.
El poder
El problema del poder, se desenvuelve en dos ejes: Hitler, aquejado por una sífilis, ha sido desplazado de la escena política, y Martin Bormann es el canciller. A su muerte, tras distintas intrigas, será nombrado Joseph Goebbels. Una de las facciones del Reich, se propone a su vez, atacar Japón. Por otra parte, impera la política racial, con la consiguiente eliminación sistemática de judíos, y la expulsión de eslavos, a punto tal de comprometer la economía mundial. Los alemanes han exterminado a las poblaciones de África y secado el Mar Mediterráneo para ganarlo como terreno de cultivo.
Dick enuncia de este modo, las consecuencias que la concepción nazi del poder hubiera producido en un mundo (también global) donde Alemania aparece, a su vez, como líder en la técnica; en esta concepción no hay espacio para la democracia, sino para los grupos que lo detentan, y que luchan entre sí, y para las grandes corporaciones japonesas.
El escenario del poder, como un tejido que se produce divorciado de toda necesidad humana, está cambiando permanentemente: el personaje de Wegener, no sabe si a la llegada del cohete de Lufthansa que lo transporta de vuelta a Alemania, será ejecutado o vivirá.
Este escenario, entonces, participa de la idea de irrealidad que todo lo envuelve, porque en él nunca se sabe en qué creer. Sólo se sabe que la violencia, la segregación y la muerte, son un absoluto, y que el propio poder, pese a ser absoluto para quienes lo detentan, es permanentemente erosionado por las fuerzas que se proponen llegar a él.
Cultura
Los Estados Unidos de la novela, no han podido superar la gran depresión, ya que Franklin Delano Roosevelt, fue asesinado en Miami, en un atentado en 1933, y tras la fracasada gestión de un presidente demócrata (Garner) que lo sucede, es elegido un republicano (Bricker) que sostiene una postura aislacionista. Los japoneses, luego de conquistar el archipiélago de las islas Haway, invadieron la costa oeste norteamericana, y la guerra finalizó en 1947.
La propuesta marca una situación de inferioridad social y cultural estadounidense. Los estadounidenses son los nativos sojuzgados, y los japoneses, que muestran un alto grado de refinamiento, se encuentran interesados en las antigüedades anteriores a la Guerra de Secesión, y a los productos de la cultura masiva (comics, juguetes y tarjetas) anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
En un mundo tan relativo, dominado brutalmente por quienes detentan el poder, (donde no deja de ser una ironía que los japoneses llamen aborígenes a los estadounidenses) sin embargo adquiere valor lo histórico, y lo pequeño.
A la vez que es creado un mercado de bienes simbólicos, se hace objeto de él a la cultura, invistiéndose a los japoneses como “colonizadores”, pues son ellos quienes, tanto desde su refinamiento como desde su capacidad económica, tienen el poder de reformular los objetos culturales, y coadyuvar a que sea generado un pasado eternamente en estado de descubrimiento, ya que cada objeto es supuestamente portador de huellas remotas, producidas cuando el mundo era diferente (algo semejante podemos apreciar en un pasaje de “1984”, de Orwel). De este modo, un pasado apócrifo empieza a surgir: el pasado sigue, como la cultura, las leyes de una realidad elusiva.
Es muy rico el diálogo entre Robert Childan, dueño de la tienda “Artesanías americanas”, con Paul y Betty Kassoura, cuya postura ante las producciones del arte, Childan considera fría y superficial. En el mundo narrado, los empresarios japoneses son dueños tanto de los códigos de la empresa como de los de la sabiduría oriental que encarnan, y es desde esa postura de superioridad que valoran a todo lo que ven.
A la vez, aparece muy claro el hecho de un presente no productor de cultura, ya que no parece haber nada propio ni nuevo por plasmar.
Sin embargo dos personajes, Ed y Frank (los únicos, junto a Juliana, prácticamente rescatables desde un punto de vista humano), comienzan a hacer una nueva clase de artesanías, objetos pequeños, de formas sencillas. Es la originalidad lo que los distingue: no remiten a una cultura anterior, sino a algo nuevo, pero difícil de definir, que es como una pequeña luz en el fondo de un abismo. Así, estos objetos sin tradición, simbolizan por eso mismo, y por su propia belleza, un sentido diferente que debe ser descubierto en ellos, y esa cualidad los dota de un estado de armonía con el cosmos.
La novela se convierte así, en una suerte de lucha entre la aspiración por la armonía del todo, y la permanente hostilidad y fragilidad de lo real.
La verdad
Ante la alternativa de que las cosas hubieran sucedido como en “La langosta se ha posado”, o de cualquier otro modo, surge el problema de que no hay otra verdad que aquella que pueda surgir del libro de los cambios, y saberlo es aceptar un destino, que si bien es desconocido, puede ser descifrado, y del cual no es posible huir. La verdad, dice el personaje de Juliana, al final, es tan terrible como la muerte.
No obstante, algunos indicios y el final parecen negar esta cosmovisión fatalista.
Vivimos así entre dos fuerzas, la armonía, de la cual son testimonio algunas cosas (como las artesanías) y la duda sobre lo real, y acerca de aquello que, dentro de lo real, es asumido como verdad.
Que actual parece esta formulación, en un mundo donde nada parece profundo ni definitivo, cuyo afán desmedido por el consumo, tanto como su individualismo, sacuden sus mismas bases, y que parece condenado a dos cosas: la fugacidad y la destrucción.
En este mundo, a la vez tan complejo y elemental, sólo nos cabe buscar aquellos mensajes que provienen de las cosas acaso más simples, y, como Luciana, Ed y Frank, simplemente resistir, mientras buscamos nuestro camino a través de la oscuridad.


Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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