domingo, 26 de diciembre de 2010

John Steinbeck y The wayward bus

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John Steinbeck (1902-1968), premio Nobel de literatura (1962), autor de Viñas de Ira, Al Este del Edén, Tortilla Flat, De ratones y hombres, y muchas otras novelas cumple el destino de otros escritores estadounidenses: haber desempeñado los más variados y rudos oficios, ser a la ver heredero del naturalismo y abordar lo social con dureza y enorme belleza a la vez.
Bajo el título El autobús perdido se ha difundido en castellano, en una pésima traducción, su novela The wayward bus (1947). El diccionario Oxford traduce wayward como algo no fácil de controlar, casi salvaje.
El viejo autobús, reparado y reconstruido una y otra vez contiene tiempo e historias. El vehículo renace de su pasado y sobrevive en los arreglos que le hace Juan Chicoy junto con su ayudante Pimples, convirtiéndose en un escenario que hará evidentes muchas cosas. También las vidas, los deseos, las ilusiones, los destinos son tan difíciles de controlar como difíciles de prever las vicisitudes del autobús y bajo una zona de convivencia tensa y superficial hay impulsos casi salvajes.
Espacio y personajes
El escenario de Rebel Corners, con cuya historia comienza la novela, una historia de violencia, es el lugar donde Juan Chicoy y su compañera Alice atienden un comercio que es parada de autobuses, garage y cafetería. De allí parte el de Juan para que los pasajeros puedan hacer conexiones con los Greyhound que los llevarán a otros lugares. Son esos otros lugares los buscados y anhelados.
La elección de este espacio como ámbito donde nuclear destinos, la mayoría de las veces tan inciertos o itinerantes como el propio viaje y el azar que lo preside, es tan original como efectiva. La tensión irá creciendo en las inesperadas vicisitudes del trayecto con una progresión que recuerda al teatro clásico. La vida, la estabilidad, las certezas, son precarias, aun para quien piensa que su vida es segura, cierta y previsible.
Son destinos que marcan una épica anónima, la de quienes siempre parecen estar saliendo de algo y buscando en un horizonte posible aquello que nunca tuvieron.La captación que hace de sus personajes John Steinbeck es tan sutil como sensible. Su pintura de seres y situaciones, captados interior y exteriormente son el propio estilo de la narración. No hay mayor paisaje que el paisaje humano, siempre inmerso en la soledad, la mezquindad, la tristeza y el erotismo. Sus personajes no son esquemáticos, pese que carezcan de profundidad porque son seres ordinarios; están plasmados en una variedad de matices que hace que la verdadera narración no esté en los hechos externos tanto como en la percepción que cada personaje tiene de los demás.
Otro elemento central es la naturaleza, los grandes espacios, el río que crece, los robles inmemoriales que dan sombra a Rebel Corners; las carreteras; las lluvias.El gran sueño americano no pasa por algunos lugares ni incluye a todos los seres y ellos buscan, atravesando esos lugares, llegar a alcanzarlo, pero el sueño es una ilusión.Siempre hay algo salvaje en esa zona en que los personajes desean y perciben. Siempre hay algo que ocultar, siempre hay un sueño por soñar.
Un viaje de gente ordinaria por una naturaleza que se evidencia indomable puede ser una de las mayores aventuras, las que en este caso nos muestran a un narrador –que va del interior de un personaje a otro y que los ve también exteriormente- capaz de encontrar en las cosas postergadas y no dichas la esencia de lo humano.
Nunca nada puede volver a ser igual cuando el transcurso se ha interrumpido y, en un ámbito casi salvaje, en un camino olvidado, ha ido revelada la verdadera naturaleza de las personas.


Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com



sábado, 25 de diciembre de 2010

Osvaldo Bayer y Bruno Nápoli: crónicas y bibliotecas en la sexta feria del libro






Libros, anécdotas, el latido interno de la historia fueron traídos a la sexta Feria del libro por Osvaldo Bayer, acompañado por Bruno Nápoli, historiador y docente de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo y autor de numerosos trabajos, uno de ellos sobre Bibliotecas Populares, el tema inicial de la charla que brindaron.
El colegio Amuyen
El salón de usos múltiples del Colegio Cooperativo Amuyén lleva el nombre de Osvaldo Bayer. Ese es el lugar donde nuestros hijos hacen música, ciclos de cine debate, actividades del Centro de Estudiantes y construyen su pensamiento hacia lo social en un ámbito educativo que los forma en la participación.
Fue precisamente uno de los padres de alumnos, Leonardo Fernández, e Inés Canale, del personal directivo del colegio quienes posibilitaron el contacto, que fue posible gracias a la predisposición de los ponentes para estar en la feria del libro, haciendo un espacio en una agenda muy nutrida.
El triunfo de la verdad
La colmada sala Rodolfo Walsh, como si el propio nombre fuera un símbolo, fue el escenario donde se habló de bibliotecas, sí, pero también de derechos humanos. Estaban varias Madres de Plaza de mayo y otras personas que trabajan activamente en ese campo.
Osvaldo Bayer habló y leyó fragmentos de algunas de sus obras, uno de ellos escrito en 1992 que tomaba la cita de Adorno quien reflexiona en que luego de Auschwitz ya no es posible la poesía. Sin embargo, en plena fiesta menemista, época de indultos, cuando la ESMA era sólo una presencia urbana más que parecía no importar, las madres (un movimiento sin precedentes en el mundo) eran un recordatorio viviente de los años duros.
Es inevitable pensar en los derechos humanos como un espiral: aquellos nombres de los hábeas corpus en la dictadura, desestimados por la justicia, repetidos en las causas de la CONADEP, luego dejados atrás por las leyes de punto final y obediencia debida y los indultos, hoy también son dichos, pero en marco de causas por delitos de lesa humanidad en las que se aplican las normas del Derecho Internacional de los Derechos Humanos; causas en las cuales los represores están siendo condenados y en las cuales otros, que sirvieron como estructuras paramiltares primero y en inteligencia del ejército después están presos o prófugos.
Es inevitable pensar también en el concepto del triunfo del tiempo y la verdad que es un motivo muy presente por ejemplo en la pintura.
Yendo más allá, recordamos a Gastón Gori y su libro La Forestal, sobre el que se hizo la película Quebracho, y que cuando se publicó Los vengadores de la Patagonia Trágica y fue estrenada la película La Patagonia Rebelde, de la que Bayer fue guionista, hubo voces que justificaron la represión. En aquella oportunidad fue un tema hasta entonces ignorado el que se instaló en el debate público.
Al final del segundo tomo, en la edición de 1974, se lee: “Dijimos en la introducción a la primera parte de esta investigación que la verdad era muy cruda…Todavía el tiempo no ha destruido todo, no perdamos la oportunidad. Puede ser una tarea de las cátedras de historia o de las universidades nacionales, o de la justicia misma…o de uno de los principales involucrados, el Ejército Argentino”.
A estas palabras le sucedió la prohibición de la película, a los pocos meses de su estreno, la destrucción de la edición del libro y el exilio de Osvaldo Bayer. En cuanto al Ejército Argentino, ya sabemos la tarea que le cupo en los años por venir, así como la que tuvo en muchos casos la justicia.
Hoy es un tema histórico, hoy las tumbas masivas están delimitadas y son un recordatorio de la feroz represión, el gallego Outerello y Facón Grande y los fusilados de la estancia la Anita tienen sus monumentos. A veces, gracias a la militancia la verdad a la larga triunfa, aunque el precio sea muy alto.
El intelectual y su compromiso
No fue el único fragmento que leyó. Lo hizo con otros, rescató los nombres de las meretrices que se negaron a atender, en el prostíbulo de Río Gallegos, a los soldados que habían asesinado a centnares de obreros: “Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos. Sólo encontramos esta flor, este gesto, esta reacción de las pupilas del prostíbulo ‘La Catalana’, el 17 de octubre de 1922. El único homenaje a tantos obreros fusilados”.
Osvaldo Bayer dedicó siete años a investigar por primera vez las huelgas patagónicas, el movimiento obrero y la represión. Como en todas las veces, lo hizo consultando documentos, entrevistando a quienes estuvieron vinculados a los hechos históricos. No es la suya precisamente la figura del intelectual solitario y aislado. Es su trabajo, es la historia, es la filosofía, es lo grupal, es lo itinerante su centro, el de su producción, de su actitud ante la vida y ante el saber. Su figura no gira en torno a él, sino a lo que hace; como poca gente, es callado y tiene el don de escuchar. En su actitud, humilde y atenta, no se propone nunca ser el centro de la reunión pero lo es por muchas cosas: por sus anécdotas, por la gracia que tiene para contar ciertas cosas, por su amenidad y porque lleva en sí retazos de historia, siendo, como fue, coetáneo y amigo de escritores como Paco Urondo.
Mucha gente se acercó a él, varios con primeras ediciones de sus libros, libros con páginas amarillentas. Muchas veces los intelectuales imponen distancia, desde la altura de la figura que han construido o ha sido construida con ellos. En el caso de Bayer es lo opuesto: se siente admiración para con él, pero también un entrañable cariño, porque es además el símbolo de una actitud, ética y combativa, en un mundo donde parece no haber valores ni firmes ni seguros. Quizás por eso nos aferremos a él y a lo que significa.
Así como fue un referente para su generación, la de Rodolfo Walsh o Paco Urondo, lo fue para la nuestra y ahora lo es para la de nuestros hijos que leen sus libros con la misma pasión con la que los leímos –y releemos- nosotros. Eso habla de su vigencia.
En un mundo líquido, que fluye y se escurre en la imagen, la presencia de la historia, de la lucha, de los derechos humanos parece no sólo posible sino también algo sólido, un lugar podemos tener la esperanza de que nuestros hijos sigan construyendo su pensamiento crítico con un referente hondo y significativo como Osvaldo Bayer.







Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El último caso de Rodolfo Walsh, novela, de Elsa Drucaroff: Las historias de la Historia




“De todas las historias de la Historia `escribió Jaime Gil´ sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”. La frase, de Soldados de Salamina, de Javier Cercas suscita una reflexión: la Historia se escribe con historias y una y otras terminan mal porque evocan a los que no están, a la muerte: de las personas y de las utopías y a la imposibilidad de transmitir una experiencia a la generación siguiente. Desde ese punto de vista, la Historia de la Argentina es una de las más tristes, porque termina mal. Cercas evoca, unas páginas antes, las palabras de Machado en el exilio: “para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no, humanamente creo que hemos ganado”.
Elsa Drucaroff trata de restaurar y recuperar aquello que nos permita, humanamente, decir que hemos ganado pese a que lo que cuenta sea derrota pura: vidas entregadas a una militancia que impone renuncias y que naufraga como lo hace la organización Montoneros, y dejar constancia literariamente de esa experiencia, la de la pasión y la del naufragio, para que las generaciones post dictadura puedan entender algo de lo que pasó.
Lo que singulariza a su obra es el camino que elige para narrar: despojado de retórica, de aspiraciones, de giros, de poses rígidas, tomando personajes de la ficción de Walsh y haciéndolos participar de la acción y reconstruyendo una época más desde la densidad y el despojamiento de las palabras y desde las acciones que desde la propia violencia.
Es un mundo sombrío, de constante riesgo, de momentaneidad, de vidas puestas en juego por un ideal eternamente inalcanzado que además se revela inalcanzable. Utiliza para plasmarlo una eficaz estructura de intriga y suspenso. Cómo es posible el suspenso, pensamos, si ya conocemos que la historia termina mal. Ese suspenso no parece puesto como un solo elemento para suscitar interés sino que sirve para plasmar ese mundo siempre en riesgo, donde no se sabe qué sucederá al momento siguiente y donde se impone la duda sobre lo real: en definitiva, quién es quién en un mundo de terror y clandestinidad y qué sucederá al momento siguiente.
La memoria construida y reconstruida
“Jaime Gil de Biedma…escribió estos versos desoladores que ponen en escena el imaginario de la memoria bélica…(…elaboran…) una fractura social, al traducir la secuencia temporal con una categoría escindida, entre los hechos oficiales –la Historia con mayúscula- y el minúsculo acontecer cotidiano, subjetivo y en escala doméstica –las historias. La guerra desgarra esa fractura homologándolas en una tensión siempre irresuelta, inscribiendo en el relato mayor la dramaticidad de las historias menores.” (Laura Scarano “Sujetos de la memoria ¿Quién narra hoy el pasado bélico”, en De la letra a la imagen, narrativas posfranquistas en sus versiones fílmicas, Marta Ferrari, editora, EUDEM).
Elsa Drucaroff concibe una trama donde el relato mayor de la Historia aparece reflejado y construido por las otras historias y por lo que, como lectores, sabemos de ese pasado que es el presente de la narración. Ello plantea por una parte la ficcionalidad de ese pasado, su posibilidad de ser redescubierto, resignificado y por otra el rigor de su verosimilitud. En este aspecto es evidente el manejo que, desde la teoría y crítica literaria (es investigadora y docente en ese campo) hace de la lógica y del sociolecto de una época. Hoy vemos las huellas de esa época y de esa lógica: los museos de la memoria, las causas por delitos de lesa humanidad, los nombres: de las víctimas, de los represores, las muestras de esa eterna tensión entre Historia e historias. En la novela ese mundo discurre a la vez visto desde hoy pero también desde ese sentido propio.
La autora hace una reconstrucción pero al mismo tiempo utiliza imágenes, como por ejemplo una escena en que dos personajes (un general y un soldado) hablan sobre el mito de la caverna de La República, de Platón, cuyo sentido es opuesto para cada uno de ellos, aunque coincidan en un plano superficial.
Como en Soldados de Salamina, la narración capitaliza este no saber si lo que se nos cuenta sucedió tal como se nos cuenta. Sea o no así, lo que se nos dice es posible, es esta posibilidad lo que sostiene al género y lo que le da una de sus mayores virtudes: poder entrar al pasado con un sentido de curiosidad propio del presente, como si estuviéramos viviéndolo; nos lleva a asumirlo de un modo vívido y re vivirlo. Ese pasado, aparentemente conocido, revela que contiene muchos secretos. En efecto, es poco conocida esa etapa de la vida de Walsh, la de la clandestinidad como cuadro de la organización Montoneros, una etapa que Elsa Drucaroff conoce evidentemente bien: quizás uno de los mejores pasajes sea el de la discusión de los miembros de la organización, ignorantes del hecho –del que era conciente Walsh- de que la clase trabajadora les daba la espalda y de que militarmente no había posibilidades de éxito.
“Esos días azules y ese sol de infancia”
En la película Silencio roto, obra maestra de Montxo Armendariz, la guerra de guerillas de los maquis es vista desde las mujeres: esposas, madres, hermanas, que sufren las consecuencias de esa lucha imposible: son el blanco de la represión y a la vez interpelan a esos hombres empeñados en sacrificarlo todo, incluso a ellas. Del mismo modo, la figura de Walsh es también cuestionada por su ex esposa Marta, quien, como las mujeres de Silencio roto, ante la muerte de su hija Vicky, interpela y se pregunta por la magnitud de ese sacrificio, por su justificación y por sus posibilidades.
El pasaje de la discusión de los Montoneros, en el que Walsh reprocha a la cúpula el haber enviado a Paco Urondo a Mendoza, donde murió, sitiado por sus enemigos, pone en primer plano que lo que se juega es la vida y si no existe un sentido, el precio será en vano: ”Yo no quiero morirme si esto no sirve para nada!.. ¡Yo estoy dispuesta a morir si esto tiene sentido!¡Y nosotros dos tenemos que defender algo!” (pág.62).
La dictadura es inenarrable, no es susceptible de ser reducida a ninguna palabra, pero sí hay puntos de vista que nos aproximan al horror. La película Kamchatka, de Marcelo Pineyro, por ejemplo, donde la mirada infantil a la vez que no alcanza a discernir el mundo adulto sí es conciente de la magnitud de ese horror y lo plantea a la vez como presente y como recuerdo. Elsa Drucaroff eligió un punto de vista distinto y una mirada: narrar no desde la actividad terrorista del Estado sino desde la organización Montoneros y a la vez ser crítica hacia todo lo que esa organización negó, y en ese sentido examina a ese mundo pasado como tal pero a la vez lo piensa desde hoy: ·”en ese ayer –dice- había sentimientos que no tenían legitimidad ni espacio, y que nos enseñaban a ahogar, yo traté de reivindicarlos y de darles el espacio que la militancia les negaba pero que el presente no.”
A la muerte del poeta, el hermano de Antonio Machado encuentra en el bolsillo de su gabán un verso: “Estos días azules y este sol de infancia”. Las historias son muerte y son pérdida; son dolor, exilio, crónica de días robados y de sueños perdidos. En este designio la literatura puede adquirir la misión de recobrar, de hacernos sentir que hemos podido salvar al menos algo de aquellos distantes días azules y de ese sol de infancia, para decirles a las generaciones que no lo vivieron qué fue lo que sucedió y cómo nos resuena aún hoy.


Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com