viernes, 1 de enero de 2010

Variaciones sobre Edipo, el poder y la verdad

Todos estamos inmersos en situaciones de poder. Generalmente, el poder es algo que tenemos que sufrir, de otro modo el problema de pensarlo sería secundario.
Hay dos textos, muy diferentes entre sí, que permiten pensar en qué cosas saben y qué otras ignoran, aquellos que lo detentan.
Uno es “Variación del perro” de Marco Denevi, y otro el análisis de Michel Foucault sobre Edipo Rey (“Edipo y la verdad”), en “La verdad y las formas jurídicas”.
Tomaremos unos pocos elementos de cada uno de ellos.
Un perro en el bosque wagneriano
“Variación del perro” es un relato escrito en el estilo de la corriente de la conciencia. Forma parte de la “Antología de la Literatura Fantástica Argentina, narradores del siglo XX”, Kapelusz, 1973, compilado y comentado por Alberto Manguel. Toma, como motivos, textos e imágenes de la Edad Media, y a partir de ellos elabora, de un modo tan agudo como bello y original, una rica metáfora sobre el saber y el poder.
El autor se inspira en el grabado de Durero “El caballero, la muerte y el diablo”. El caballero vuelve de la guerra, o mejor dicho, de un viaje a través de uno de los territorios de la guerra, el que le ha tocado en suerte. Ha hecho la guerra que no han hecho Papas y Emperadores (que lo recompensarán con títulos y territorios) y que tampoco han hecho los campesinos. Asimismo, quizás Dios lo absuelva de sus crímenes en gracia a sus privaciones, su frío y su hambre. Piensa que así como a él se le escapan sus verdaderas claves, cuya posesión está en mano de Papas y Emperadores, a los campesinos les está negado conocer la faena de la guerra, que habrá sido para ellos, a lo más, una noticia difusa, un resplandor en el horizonte, y el perro que le ladra no habría sabido distinguir el trueno de la tormenta del trueno del cañón.
No obstante, el perro ya ha descubierto que la muerte y el diablo esperan al caballero más allá de una colina. El perro se ha detenido donde el caballero pasa de largo, así como éste se ha detenido donde los Papas y Emperadores pasan de largo (porque tampoco conocen la faena de la guerra), y ellos a su vez se detendrán donde Dios pasa de largo.
“…pero el caballero no lo sabe y ya asciende por la colina rumbo al castillo, feliz con la esperanza de que su valor haya entretejido la red en que caiga la mosca Papa, la mosca Emperador, y que su dolor haya entretejido la otra red más sutil en que caerá la mosca Dios, mientras allá abajo, en el camino, el perro que confunde el trueno de la guerra con el trueno de la tempestad sigue y sigue entablando otra guerra en la que el caballero confunde el ladrido de la muerte con el ladrido de un perro.”
El perro propone que hay otra guerra, una invisible, desconocida para los guerreros, entre fuerzas que ellos ignoran. Una mirada (la de Dios) ve todo y otra mirada (la del perro) ve a través de todo. Advierte la realidad más concreta e inminente pero menos real, aquella que está por ser.
Las miradas que parecen originar y controlar las cosas son aquellas que sin embargo las perciben distorsionadamente, porque creen que las cosas son como las ven, pero el perro y Dios saben que son distintas.
Veamos como trabajan estas ideas en el texto de Foucault.
Edipo Rey
Este análisis es una de las conferencias de Río de Janeiro (1973) que componen el libro “La verdad y las formas jurídicas” (Gedisa, 2005). Aborda la tragedia de Sófocles no desde el tradicional sentido del psicoanálisis, sino como reflexión general sobre el poder y el saber.
La historia de Edipo, dice Foucault, es una totalidad separada en mitades, que a su vez son separadas en mitades. Los personajes tienen, cada uno, un fragmento de una de esas mitades.
La peste que asola Tebas es el castigo por una falta y un asesinato, el que un hijo ha cometido sobre el Rey, su padre. Edipo se ha convertido en Rey y ocupado el trono de Layo luego de responder los enigmas de la esfinge.
Edipo manda a consultar a Apolo, quien dice “El país está amenazado por una maldición” (primera mitad). La causa es un asesinato (segunda mitad). “¿Quién fue asesinado?” (primera mitad). La respuesta es Layo. “¿Quién es el asesino?” (segunda mitad). Apolo guarda silencio y Tiresias, el adivino ciego responde a Edipo “Prometiste que desterrarías a quien hubiese matado; ordeno que cumplas tu voto y te destierres a ti mismo”. Toda esta parte es en sí, otra mitad. La segunda, involucra al descubrimiento de la verdad.
Así, Yocasta, afirma que Layo fue muerto por varias personas en una encrucijada (primera mitad) y Edipo dice haber matado a un hombre en una encrucijada (segunda mitad). Lo que se sabe es menos abstracto pero al mismo tiempo, no es del todo concreto.
No obstante, para vincular a Edipo con la profecía es necesario probar que un hijo mató a su padre, y Edipo es hijo de Polibio. Entonces un esclavo viene de Corinto para anunciar la muerte de Polibio. El esclavo sin embargo dice: “Polibio no era tu padre” (primera mitad). Un segundo esclavo es llamado desde las profundidades del bosque de Citerón a atestiguar para decir “hace tiempo di a este mensajero un niño que venía del palacio de Yocasta y que, según me dijeron, era su hijo” (segunda mitad).
El círculo está cerrado: no sólo se arma la totalidad sino que lo que dicen Apolo y Tiresias, cobra sentido, uno que no tendría sin esos testimonios.
Aquello capaz de invalidar el poder de Edipo Rey es el testimonio de dos esclavos, justamente porque es concreto, desinteresado y no se basa en una situación de privilegio, sino sólo en haber visto.
Cada mirada contiene algo diferente y situado a una altura distinta: la profecía (Apolo y Tiresias), la inexactitud (Yocasta y Edipo), y el puro acto de ver (los esclavos).
Detenerse y pasar de largo
Así, podríamos decir que los esclavos no pasan de largo allí donde Edipo pasó de largo, y Edipo también pasó de largo, allí donde Apolo y Tiresias no pasaron. Ellos unieron la profecía de que el Rey Layo sería muerto por su hijo, con la peste.
Es decir que si el saber del dios (Apolo) es más elevado, y el de Edipo tiene que ver con el interés y la ignorancia, pese a que él sea gobernante por haber sabido derrotar a la esfinge, sólo el de los esclavos puede tener una consecuencia concreta y, siendo como es, el más relativo, el menos privilegiado, es también el más verdadero y efectivo.
Eso nos permite trazar una primera reflexión sobre el poder: Quienes lo detentan, como Edipo, piensan que ello es así por su saber, desconociendo que ese saber se encuentra subordinado a contingencias que no puede prever. Ignorar la fatalidad, es decir el designio de los dioses, es tan peligroso como ignorar lo que saben los esclavos. Así, el saber de quienes, como Edipo, detentan el poder, es vulnerable, y lo es más porque se lo supone el mejor y más privilegiado. Así como el saber del caballero no era el único, ni el más concreto, el de Edipo es el más poderoso pero no es infalible, porque basta el testimonio de dos esclavos para quitarle legitimidad.
La segunda reflexión sobre el poder entonces sería: Si los esclavos pueden quitarle legitimidad es porque ese poder carecía de ella, pues si fuera legítimo nada podría habérsela quitado, del mismo modo que el perro no habría ladrado de no haber visto a la muerte.
Saber, no saber, ver, no ver
Esta verdad que es obtenida uniendo mitades, divinas y humanas, pese a desplegarse en partes, es una misma verdad.
Deben unirse todas las partes y establecerse una circulación entre el lenguaje mágico y adivinatorio de los dioses y el del presente. Apolo y Tiresias hablan, pero bajo la forma de prescripciones. Contrariamente, los esclavos sólo dicen lo que vieron.
El saber de Edipo y del caballero es el de quien ha peregrinado y conocido en soledad, las gracias más altas y las mayores derrotas. Ellos se bastan a sí mismos y constituyen el modelo de aquel que confunde lo privado con lo público, es decir, aquel que tiene el manejo de las leyes y las normas y puede utilizarlas según sus deseos.
Pero ese saber entraña una ignorancia: el relegar a aquellos que vieron y que saben justamente porque vieron. El saber que al mismo tiempo ignora, no lo ha salvado porque el juego de las mitades operó pese a Edipo, que nada pudo hacer para evitarlo.
Para Foucault, Edipo es el ejemplo de aquel que por saber tanto, nada sabe, y el poder político, siempre vinculado a la oscuridad y la magia, es tan ciego como Edipo, porque cree saber y vive de ignorar.
Si el poder es ciego, también es ilegítimo, sólo que nuestros ojos, los de quienes estamos desinvestidos de él, no pueden cambiar las cosas, no pueden quitarle el poder a quien lo ejerce ilegítimamente.
Quizás, después de todo, estemos ante algo que no vieron los esclavos ni advirtió el perro: la amarga certeza de que el poder se engendra a sí mismo, y poco podemos hacer más que cuestionarlo, una y otra vez, y entablar nuestra propia guerra, porque nosotros sí podemos distinguir la presencia de esa ética donde los poderosos pueden pasar de largo.


A Natalio Kisnerman (1929-2006) por una amistad eterna

Eduardo Balestena

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