viernes, 1 de enero de 2010

Un largo día

I. No puedo dormir.
Es inútil.
¿Cómo voy a hacer mañana?
El juicio empieza temprano, tengo que llegar desde Pilar a Comodoro Py, y debo estar lúcido.
Si yo estoy así, cómo estará él. Pero él era el más tranquilo. Quizás ahora, tenga más fe que yo. Quizás esté durmiendo. Eso, seguramente duerma.
Aquella primera noche en el Liceo, como yo ahora, muchos no podían dormir. Otros lloraban. Él no.
Era la segunda vez que yo salía de mi pueblo. La primera había sido para hacer el primer año en Ingeniero White. De pronto me había vuelto ingobernable, además de haberme llevado casi todas las materias. No hubo grandes discusiones, simplemente me pusieron en el Liceo Militar. Ahí hay dos alternativas. En la alternativa a, uno se dedica a la carrera de las armas, porque no sirve para otra cosa. En la alternativa b, uno se cura del autoritarismo para toda la vida.
En la promoción hubo uno que se hizo general, otro brigadier, el abanderado, se convirtió en el número dos del ERP, otro, un gordito de anteojos, fue montonero, y lo fusilaron en Trelew. Cuando me secuestraron, me salvó el que llegó a general. Le costó. Él no estaba en la represión, es de esos que uno no entiende cómo es que son milicos.
Que cosa, cuando pasé por eso pensé que ya estaba a salvo. Al superar algo terrible, nos sentimos más allá de la adversidad, pensamos haberla dejado atrás, no imaginamos lo que puede venir, sentimos que la cuota ya está cubierta. Pero no hay cuota, sólo algo que se ramifica. Sin embargo aprendemos a resistir.
La naturaleza del mal puede contener una enorme fuerza.
Tampoco sabemos lo que es posible llegar a soportar. Será que cuando yo nací, en 1943, los rusos peleaban por San Petesburgo. Siempre vinculé el inicio de mi vida con eso: la imagen de los rusos peleando por tres años, sitiados, con frío, con hambre, sin esperanzas.

II. Que tarde es.
En qué es tarde. Es solamente la noche, o es la vida.
Yo dejé de verlos por aquellos años; estudié, me recibí, hice el doctorado, me fui a Alemania con la beca. Volví en 1985, pensando que iba a cambiar el mundo. Todo estaba muy claro, pero como ahora a él, me convirtieron en culpable de algo muy sucio. Era necesario para que los verdaderos culpables pudieran salir indemnes. Todos aceptaron eso. Todos me abandonaron, pero yo seguí, y cuando pude reivindicarme, me fui del Poder Judicial, al estudio de Viamonte. No cambié el mundo, cambié mi vida. Me fue mejor cambiando mi vida que intentando cambiar el mundo.
Culparnos es la distinción que nos hacen a los más inocentes, a los que no imaginamos que uno de los disfraces del mal sea encarnarse a veces en los más insospechados, los más próximos, y por eso nos sorprenden. Cuando reaccionamos es demasiado tarde, y nuestra vida ha cambiado para siempre. Lo bueno es que el cambio hará que no nos detengamos nunca.
Ahora algunos de los que me crucificaron son adalides de los derechos humanos. Son cruzados y en su cruzada el mal más puro, puede representarse como bueno, porque está afiliado a una causa noble.
Yo no había hecho nada. Él había hecho lo correcto, pero vivimos en un escenario en que el mal se apropia de lo correcto, y esa es otra de las manifestaciones de su naturaleza: que todos lo sigan pese a reconocerlo, porque conviene más que el bien, y a la vez es una advertencia a quienes nos saben inocentes, que les dice lo que les aguarda si lo desafían.
El mal promueve afiliación y silencio.
Como Jefe de la unidad, él firmó la orden destrucción de la pólvora. Era una porquería antes de vencerse. Pero cuando se venció y había que destruirla, fue por una orden suya. Los camiones salieron de Río Tercero, sí, pero cuando llegaron al cruce donde tenían que doblar para la guarnición de destino, fueron desviados, y la carga terminó en Perú. No sé que es peor, el contrabando en sí, o haber contrabandeado esa basura. Dijeron que era la primera etapa necesaria de la maniobra, su tramo inicial, y que él era el responsable.
Forma parte de esa naturaleza perversa el decir que algo diferente de aquello que tiene la capacidad de pronunciar, es malo, y hacer que todos lo crean, sin preguntar demasiado, sin distinguir, ni pensar. Es el trazo grueso. Me pasó a mí, tanto como le pasa a él. Por eso lo defiendo, pero no creo ser tan buen abogado como para estar a la altura de tanto mal.

III. Es la vida la que se va en estas luchas estériles.
Ya no veo el horizonte de ideales y de un nuevo mundo, como cuando volví de Alemania. Sólo veo la lucha para salir de una injusticia (una tras otra).
Cuando mi cuñado murió y lo dejamos en la Chacarita, esperando el turno del crematorio, observé hileras de féretros. Eran de aquellos que habían muerto ese día en Buenos Aires, y me di cuenta de pronto de que esas figuras móviles como hormigas, esos puntitos que son la multitud, desaparecen, sin que nadie lo note, a una velocidad pasmosa. Desde entonces todo me parece provisional, y siento que cada cosa va concluyendo y retirándose. Todo menos la lucha.
Antes luchábamos contra la dictadura, una forma absoluta, frontal y visible del mal, un blanco, despiadado y fijo. Ahora son redes invisibles, o visibles y tan extendidas, que es imposible traspasarlas.
Cada vez con más intensidad, siento que todo se va, pero al mismo tiempo, todo vuelve: la calle de cuando era chico, la verdulería de la esquina, la casa de mi tía en Ingeniero White. Voces y palabras intrascendentes, dichas hace tantos años, quedaron como símbolo de aquel mundo lejano, y de aquello que de permanente hay en las cosas más insospechadas. En ese mundo lejano era imposible imaginar lo que vendría.

IV. Es inútil. No puedo dormir.
Al menos empezarán leyendo la acusación, y ya la sé de memoria.
Sé que tengo una defensa sólida, pero lo que no sé es si vivimos en un mundo donde puedan valer las razones, porque de haber valido no habríamos llegado a este punto. Cómo salvarnos, si este lugar es precisamente el del fracaso de las razones, y nosotros, en lo único en que podemos tener fe, es en salvarnos con más razones, es decir, con eso que sabemos que nos condujo al fracaso. Lo que sí sé, es que la lucha contiene a otra, una que pugne por un mundo donde sí valgan las razones y las ideas, una lucha por resistir, librada sin grandes sueños, ni mayores aspiraciones, más que las de no claudicar, y sentir que si triunfamos, habremos impugnado esa condición injusta del mundo, e instalado la vaga promesa de que algo es posible.
No es como el sitio de San Petesburgo, es una lucha lenta, individual, casa por casa, no por grandes destinos sino por pequeñas conquistas. Si triunfamos, nuestra lucha será un mensaje. Mañana habrá que seguir tratando no de instalar una utopía, sino simplemente de no naufragar, pero quizás eso sea tan grande como construir una utopía.
Una vez y otra me viene la imagen de Max von Sidow, como el viejo abogado en Cae la nieve sobre los cedros, cuando decía que a veces, inesperadamente, la humanidad es juzgada en alguna parte. Nosotros mismos podemos estar en esa parte, y a través de nosotros algo que va más mucho allá, es puesto a prueba.
Mejor será tratar de dormir, nos espera un largo día.



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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