Carlos Alberto Elbert, es escritor, doctor en derecho y ciencias sociales, y un prestigioso criminólogo que lleva a cabo actividades en foros de distintos países. Ha hecho estudios e investigaciones en Alemania, dos veces becado por la Fundación Von Humbolt, es docente de la Universidad de Buenos Aires, director de la Colección Memoria Criminológica, de la Editorial B de F, y autor de numerosos libros y artículos sobre su especialidad. Ha sido defensor oficial y juez de cámara en la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal.
Ha escrito la novela El tratamiento en la cual, por un mecanismo de intriga, se revela, en una investigación, una historia cuya génesis podemos encontrar en los proyectos de pureza “racial” y social de corrientes positivistas, que se prolongan en la doxa de tolerancia cero hacia distintas poblaciones, que tan bien han plasmado autores como Löic Wacquant.
En el cuento, el manejo de un lenguaje nunca centrado en sí mismo sino en lo que quiere narrar sirve para plantear historias en las cuales existe una duda sobre la realidad, lo visible, sobre los vínculos entre las personas y donde, al igual que en la novela, el propio destino del mundo, como el de las relaciones humanas, es incierto, al consolidarse tanto su autodestrucción como la dinámica excluyente.
Su narrativa descansa en la precisión del lenguaje dentro de situaciones muchas veces absurdas, y rompe, en algunos trabajos, con convenciones del “buen gusto”. En uno de sus mejores relatos, el personaje atraviesa una surte de pesadilla en un mundo donde no puede asirse a nada, ya que todo se transforma aceleradamente, y que finaliza con una situación abierta, en un universo sin certezas ni posibilidades (acaso nuestro propio mundo).
Elbert ha novelado la destrucción y ha retratado un mundo donde no hay certezas. Al hacerlo, paradójicamente, consolidó una, la de un punto de vista y un lenguaje propio.
Los siguientes (Accidentes, El viejo y mi vida, y Mi amigo Juan), son tres de sus cuentos.
Ha escrito la novela El tratamiento en la cual, por un mecanismo de intriga, se revela, en una investigación, una historia cuya génesis podemos encontrar en los proyectos de pureza “racial” y social de corrientes positivistas, que se prolongan en la doxa de tolerancia cero hacia distintas poblaciones, que tan bien han plasmado autores como Löic Wacquant.
En el cuento, el manejo de un lenguaje nunca centrado en sí mismo sino en lo que quiere narrar sirve para plantear historias en las cuales existe una duda sobre la realidad, lo visible, sobre los vínculos entre las personas y donde, al igual que en la novela, el propio destino del mundo, como el de las relaciones humanas, es incierto, al consolidarse tanto su autodestrucción como la dinámica excluyente.
Su narrativa descansa en la precisión del lenguaje dentro de situaciones muchas veces absurdas, y rompe, en algunos trabajos, con convenciones del “buen gusto”. En uno de sus mejores relatos, el personaje atraviesa una surte de pesadilla en un mundo donde no puede asirse a nada, ya que todo se transforma aceleradamente, y que finaliza con una situación abierta, en un universo sin certezas ni posibilidades (acaso nuestro propio mundo).
Elbert ha novelado la destrucción y ha retratado un mundo donde no hay certezas. Al hacerlo, paradójicamente, consolidó una, la de un punto de vista y un lenguaje propio.
Los siguientes (Accidentes, El viejo y mi vida, y Mi amigo Juan), son tres de sus cuentos.
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