viernes, 2 de abril de 2010

Amores de Lejos - Corregidor, 2009 - Primer Capítulo











A mi esposa Silvina, a nuestros hijos, Mariano y María José, por todo lo que otrnos hicieron, y que debimos sobrellevar prácticamente solos.
A su madre Susana

A Noemí Gil de Castro (que me propuso cambios, que hice) y a Rafael De Diego, que son del núcleo entrañable de las personas interesadas en mi escritura, y que la valoran (las otras son Alfredo Fernández, Carlos Elbert, Carlos Novotny, Fabian Iriarte, Luzma Morales Salazar, Silvina Marsimian, y Tani Kessler)

A los amigos invariables

A Washington Castro (1909-2004)
Amores de Lejos – Índice
Cap.I. Alza tu fuego, mágica llama pág.6
Maderos
En un mapa sin astrolabios ni brújulas, felizmente perdido
El polvo de la simpatía
De la costilla de Eva
Imaginaciones y realidades ¿cuáles elegir?
El fin de la inocencia
Una vida generosa y violenta

Cap.II No toda la gente errante anda perdida pág.23
Ancient evenings, distant music
Un bello sueño, muy lúcido
El poema de nuestras vidas

Cap.III El mar y el barco de Simbad pág.43
El amor, cuentos, noches
El arte de construir la verdad
Estar al final de un largo viaje sin haberlo comenzado

Cap.IV De huéspedes y anfitriones pág.57
Deseos indefinidos
Cuadernos de imágenes

Cap.V El sentido profundo pág.75
El arte de destruir la verdad
Noche transfigurada
Regiones de sombra y de luz
Las alas de un ángel

Cap.VI Rodea la roca con fuego pág.94
Cuánto por desvelarse ante nuestra mirada
La nada de un silencio infernal

Cap.VII. Buenos muchachos pág.113
De las hadas del bosque
Quién te puso en mi camino
Beberse en una copa

Cap.VIII Lugares antes del tiempo pág.131
Festividades de la tierra
Itinerarios

Cap.IX De los faros y las leyes de la luz pág.146
Partes un verso
Rehén de la hermosura

Cap.X. Orfeo y Eurídice pág. 163
Cosas destacables que le sucedieron en el curso del seminario
Cosas destacables que le sucedieron mientras dictaba el seminario, y después
Para que no me olvides

Cap.XI Diturna pág.175




I. Alza tu fuego, mágica llama

”…And she murmured, softly, breathlessly ‘Oh Robert…Robert…I am losing myself…I think we´re both inside of another being we have created called ‘us’. Well, we´re really not inside of that being. We are that being. We have lost ourselves and created something else, something that exists only and interlacing of the two of us” (Robert James Waller The bridges of Madison County, The highway and the peregrine)[1]



(Noviembre de 2002)
A la salida del baño se encuentra súbitamente con su propia desnudez en el espejo del pasillo, y le gusta.
Esa soy yo, se dice. Todo eso soy yo. Eso y lo que va por dentro. Se ve alta y delgada pero fibrosa, los fuertes hombros, sus perfectos pechos; la piel es un lienzo sutil, brillante y muy suave, convocando a esas manos siempre ausentes y el vello, negro y tupido, cerrada hojarasca de un húmedo o un seco bosque y piensa: a qué cimas o a qué abismos ha de llevarme este cuerpo.
Un rostro potente la observa, de ojos profundos y oscuros sobre los que se alza una alta frente. No parece su propia cara sino una desconocida. Siempre es así cuando decidimos hacer algo reñido con nuestra naturaleza, nuestro destino, o nuestra realidad y de pronto nos vemos al espejo. Es como si fuera otro quien nos mira, aquel que sabe los secretos, el que demanda las razones verdaderas por las cuales nos disponemos a esa divina locura.
Qué sucederá ahora que el sueño está por hacerse real. Su mano se posa en el vello del pubis y luego sube y ella piensa que él pronto explorará este territorio cuyas sorpresas nunca cesan.
No obstante, el ensueño dura poco. No hay mucho tiempo y el toallón frota el pelo negro y el resto del cuerpo y las manos trepan por él y lo cubren. Luego es arreglarse el pelo, vestirse rápidamente, cerrar las valijas, revisar las cosas y finalmente, llamar el taxi y salir.
Qué rara le parece su voz al decir la dirección.
La relojería se ha puesto en marcha, aquello que no se mencionaba se transformó en una frase, la primera del mundo real, la que dice San Luís 2715.
El momento ha llegado.










Maderos
(Octubre de 2001)

“El tiempo es al reloj lo que la mente al cerebro. En cierto modo, el reloj contiene al tiempo, y sin embargo el tiempo se niega a que lo embotellen como a un genio encerrado en una lámpara. Tanto si fluye cual la arena como si gira sobre unas ruedas dentro de otras ruedas, el tiempo se escapa irremediablemente mientras nosotros sólo sabemos observar”
(Dava Sobel , Longitud, Cap. 4, El tiempo en una botella)

En la vida no decidimos las cosas –piensa- simplemente las empujamos, colaboramos con ellas. La vasta relojería se arma sola, a partir a veces de nuestros aportes, es cierto, pero, después de todo sola, y nos arrastra.
Por qué no pensar que a ella podía sucederle algo como descubrir un nuevo continente y lograr que el tiempo que fluye como arena al menos no lo hiciera en vano. Cómo será mi navegación y a dónde me llevará, se preguntaría, y también si el hechizo podría ser roto, si sería posible escapar de las ruedas dentro de otras ruedas y que la vida fuera otra cosa.
La relojería había comenzado a funcionar casualmente, con un libro de ella que por supuesto, nadie quería publicar. Es que nunca terminaba por encajar en nada. Lo que la hacía ser original sin embargo le significaba salirse del molde, y siempre y en todo era así.
Buscó en la red y mandó un mensaje que fue contestado:


Invitación
Profesora Juantorena
Licenciada: hemos recibido el índice de su libro. Nos gustaría conocer su parte medular, si es posible.
La página tiene una sección el la revista Avances de la doctrina penal, de tiraje en Hispanoamérica. Le invitamos a escribir un artículo para ser editado en ella, que cuenta con un comité de evaluación.
Quisiéramos que nos enviara un resumen de su currículum.
Atentamente
Cuahtemoc Quinteros Camacho

No era del país se dijo, con razón habían contestado. Ella se apresuró a responder:

Libro
Estimado Cuahtemoc Quinteros Camacho
Le adjunto archivos correspondientes al libro y una reseña curricular. Soy graduada en trabajo social, y esta escritura corresponde a mi experiencia como operadora del sistema.
Atentamente
Ainoha Juantorena Mariezcurrena

Esa misma noche, en su bandeja de entrada del Outlook, encontró:

Fractales
Estimada Licenciada: He visto que además del material enviado, tiene ud. publicaciones de poesía y ensayos.
Pienso que la persona que se eleva de ese modo, se abre a una pluridimensionalidad. Entre mis intereses también se encuentran la poesía y el derecho, además de la música clásica.
Se escribe también para vivir.
Pero lo que yo escribo es solamente un artículo semanal en un periódico “Hablemos de…” y un tema que sea de interés para el público. A veces me cuesta encontrarlo.
He descubierto en ud. un puente de convergencia que enriquece nuestra comunicación.
Me gustaría conocer su obra y por supuesto, a ud. En persona.
Un abrazo
Cuahtemoc Quinteros Camacho

Lo primero que sintió al recibir eso se resumía en la pregunta ¿cómo puede alguien interesarse justamente en mí?
Lo segundo fue que, sin saber cómo, ni cuándo, algún día iría a México y conocería a Cuahtemoc Quinteros Camacho, simplemente porque la realidad no podía ser tan lineal toda la vida. En tercer lugar, sintió que esas palabras tenues podían desvanecerse en el éter, o mejor, en el ciberespacio donde todo es posible y a la vez, light, escasamente real y difícil de creer.
Le contestó enseguida, con esa súbita felicidad de participar a alguien de aquello que debemos callar con otros porque no les interesa. Le habló de sus gustos, de la extraña felicidad de compartir (palabra trillada pero siempre vehemente y eficaz), de las sorpresas, de las partituras y de las cosas; le dijo que siempre se sentía incompleta, pensando que lo mejor estaba por llegar.
La contestación de él se llamaba:

Puentes, hilos y soles.
Mi experiencia es una cáscara de nuez comparada con la suya.
La música, otro gajo del corazón, clásica u ópera –Carmen es mi preferida- para trabajar, jazz a veces y melódica otras, Naná Mouskori, Nicola Di Bari, y el Sombrero de Tres picos que ¿de quién es, de Manuel de Falla o Joaquín Rodrigo?
En música, usted va del valle a la cumbre, de Rachmaninoff a las valquirias que la depositarían en la cumbre, como una díscola guerrera.
Nos acompañamos en otra pasión. No es fácil compartir estas cosas con gente tan superficial a veces, pero a través de distancias, se tienden los maderos de un puente capaces de acercarlas.
Estas herramientas tan frías: un teclado, una pantalla, son ese puente que hace reales las cosas invisibles, porque como dice el zorro en el Principito “lo esencial es invisible a los ojos” y esas impersonales herramientas la hacen sin embargo real, apareciendo en la bandeja de entrada, forjando una imagen en el pensamiento.
A diferencia de la suya, yo no tengo una obra, pero gracias a usted, el propio mensaje es una obra que me hace plasmar lo que siento y eso es crearla
Un abrazo
Cuahtemoc Quinteros Camacho

¿Sería cierto todo lo que decía? Decir gente superficial significaba dejar atrás a esa gente y encontrarse en otro espacio, uno hecho de teclas y distancia. Era posible, o las teclas y la distancia son la esperanza de los desesperados pero igual le contestó –qué tenía que perder si, salvo a Rafael, no tenía a nadie. Rafael, durmiendo el sueño de los justos en su cuarto bajo una montaña inmensa hecha de años, sabiduría, experiencia y paz.
Claro que le contestó, allí, en el propio estudio de Rafael, entre libros y libros, bajo esa lámpara, sonando las variaciones Goldberg, con la ventana hacia los árboles de la noche en la calle San Luís, hablándole sobre Falla y su sutileza de orquestación, su ignorancia de todo apuro y su sencillez pensando tengo la oportunidad de hablar de esto pero quizás él, en el fondo, sea un apurado, no sea sencillo, y acaso tampoco talentoso, y pretenda serlo conmigo. Le habló –por qué decía le habló si en realidad le escribió, ¿es que tanta era la necesidad de hablar?- sobre Washington Castro, el querido Washington Castro, que había conocido a Falla, porque la música era un inmenso reino, más allá del sufrimiento, donde siempre iba a refugiarse y pensaba estaré tergiversando esta magia al conferirla así, sin recaudos, por pura soledad.
En la música, creía, se encuentran las cosas perdidas, los nombres, la memoria y las atmósferas. Le habló de Carmen de Saura –con Antonio Gades, sabría él de Antonio Gades, el formidable bailarín, además militante, o quizás simplemente él había puesto Carmen porque fue la primera ópera que se le ocurrió, la más accesible- y más que nada de la atmósfera que él podía crear con su escritura y al hacerlo sabía que estaba comenzando a usar esos placeres tan interiores e íntimos, esos lugares sagrados, como Falla y Washington Castro, ante un desconocido, con un fin incierto, sólo para agradarle, para dar una carnadura a sus vivencias y, lo que era peor, para que él le devolviera una mirada en la cual ella fuese valorada. Qué locura.
Qué sola que estoy para aferrarme a esto, pensaba.
Y en realidad sí estaba sola. Pero al menos en este momento, aparecía algo más, una tierra ignota y salvaje donde para alguien, ella era digna de ser depositada por una valquiria en lo alto de una montaña.

Los mensajes empezaron a fluir, extrañamente. Estados, preferencias, momentos de solitaria y probablemente ficticia intimidad entre desconocidos.
Él le hablaba de los domingos, que, como las nueces y los venados, tienen particularidades que los hacen diferentes. Hablaba de sus tardes que son lentas,

…un buen momento para leer, ver una película independiente, mirar las nubes o patear un bote. El domingo y yo somos cómplices.
La sorpresa que me trajo este domingo es que, liberados ambos de hacer alegatos y buscar jurisprudencia, y a manera de recompensa, regalo o no sé qué, posa en mi bandeja un mensaje lleno de continentes y contenidos, y además de producirme placer y alegría, me retorna un mundo etéreo, ese donde, en las últimas fechas, me gusta arrellanarme.
La imaginación es, quizá, el máximo don que tenemos. Imaginar que estamos allá estando aquí, imaginar verdes y amarillos cuando la realidad es azul o blanca, imaginar que somos, que vamos, que tenemos o carecemos, es la mejor manera de crear un mundo que no por pertenecer al ámbito de la irrealidad, deja de existir. La vida sólo es así cuando las circunstancias lo permiten. Me pregunto si nuestra comunicación se limita a aspectos penales ¿estaríamos aquí y así? Lo mejor de la noche y de los sueños que en ella se construyen o se tejen es que, a plena luz del sol, pueden tener iridiscencias que acompañan. Ese es el regalo que en realidad me ha entregado el placer de conocerle.

Él celebraba haberla conocido pero buscaba jurisprudencia y hacía alegatos con alguien, o es que se refería a la actividad que, se figuraba, ellos llevaban a cabo en dos hemisferios distintos.
Ella pensaba cuánto durará.


En un mapa sin astrolabios ni brújulas, felizmente perdido

“Los mundos nuevos tienen que ser vividos antes que explicados. Quienes aquí viven no lo hacen por convicción intelectual; creen simplemente, que la vida llevadera es ésta y no la otra” (Alejo Carpentier Los pasos perdidos, Cap.6, 39)

Una ventana se había abierto y escribía a través de ella. Lo hacía aislando sus mejores cosas de lo que le sucedía diariamente, y de lo que le había sucedido hasta antes de comenzar esas cartas sin cuerpo. Construía escribiendo a aquella que era interiormente, la construía como si pudiera construirse a un ser nada más que con sus mejores materiales y él le respondía como si ella se redujese por entero a esa parte etérea y esos mejores materiales.
Él le hablaba de la noche,

de los libros y de los mapas, distinta a la palabra llanura en cuyo propio sonido se encuentra la suavidad, en cambio la palabra mapas ata en la imaginación pensamientos sobre lo misterioso de recorrerlos. Esta comunicación epistolar ha dado a mi vida un brillo especial. Me encanta la manera que tiene de entrar en mi mundo y regalarme paraísos. Es bueno saberle cerca y, por qué no, pensarle. Debo despedirme y me cuesta.

Ella recordaba entonces una escena de Ceremonia Secreta, aquella en que Leónides aún ignoraba lo que vivía desde su sueño, pero “en alguna parte, alguien caminaba y…cuando las pisadas se detuvieran y el visitante llamara, ella debería despertar, saltar fuera de su sueño y abrir una puerta y salir, y que entonces la puerta se cerraría a sus espaldas y ella ya no podría volver a entrar”.

Del otro lado del espejo la relojería seguía palpitando en sus engranajes secretos, en sus bordes de fuga, en sus rubíes, en la cuerda que cada día y cada noche dos hablantes daban a un mecanismo que parecía no estar dentro de otras ruedas sino discurrir sólo en el curso de su propio tiempo.
Ignoraban todo y sabían todo el uno del otro, al menos ese todo que era en el fondo nada, aquel cerco más inmediato e íntimo de hábitos y preferencias puestos, como una red, a capturar los sueños de otro hablante.

Extraño me sonó saber de la moto (le decía él porque ella, al pasar, le había dicho que andaba en una moto y que amaba sus sensaciones “amo las motos, sus nombres, sus ruidos, el olor a aceite sobre el aluminio caliente y el viento en mi cara y que todo parezca cercano”).

Yo la imaginaba los fines de semana vestida con un sweater por la tarde, uno delgado, con cuello en v, o un chandail y pantalones de mezclilla, lentes, zapatos de suela de goma, caminando por ahí con la familia, en un parque, o leyendo, sentada en un sofá, debajo de una lámpara de piso que derrama luz ambarina, con música clásica de fondo y por las noches con un vestido negro, delgado, un grácil cuello con una gargantilla. Irá a una reunión o una fiesta, o un concierto donde se presenta un cuarteto de cuerdas.
Es interesante saber ese trazo de su mapa. No dejo de sorprenderme. Entonces estamos ante una amante de los caminos.
Sólo tuve tiempo de imprimir el mensaje de ayer y lo puse con mis papeles hasta que hubiese un buen momento para leerlo. No sabe lo que sufrí estando en una cena y cuando debí sacar algo del portafolio, las hojas del mensaje me querían seducir, pero yo, fiel a mi idea de leerlo con intimidad, volteaba hacia otro lado, pero ahí seguían, inquietantes. La curiosidad, la emoción o yo no sé cómo llamar a esto (que se está convirtiendo en normal de un tiempo a la fecha, de pronto hay sensaciones en mi interior que con ninguna de las palabras existentes embonan) estuvo a punto de flecharme, pero yo, haciendo gala de estoicismo, salí airoso de la eventualidad, y hasta que estuve en una zona íntima de la casa, lo leí.
El pasado miércoles me invitaron a una cena en un restaurante argentino. Me quedé leyendo la carta unos minutos, más que pensando en qué ordenar, enterándome de lo que usted regularmente podría comer. La imaginé. Eso de churrascos, chorizos no sé qué, nunca estará descontextualizado para mí.
He retrasado mi cursor y me doy cuenta de que el mensaje de ahora es como una inmensa llanura. Qué manera de ser elocuente con usted. Yo creo, que al contrario de lo que me pasa, prometo no venir tan inspirado para no extenderme tanto, y termino de hecho, no termino, se quedan cientos de comentarios y temas en el tintero. Es la vida.
Un cálido abrazo
Cuahtemoc

El frío de las noches me hace pensar en una palabra suave y cálida como edredón y convocar a otras como llanuras o mapas, que también deparan suavidad y distancia –escribía ella-, como decir estrecho de Bering, que no tiene nada que ver pero me gusta. Sí, cuarteto de cuerdas, quinteto de vientos y la orquesta. Estudié música, años de piano con Elena Rozental. Los músicos son mis amigos, pero voy así nomás, en zapatillas y vaqueros a donde sea. También estudio inglés, son mis refugios.
A veces estoy por ceder al sueño y como a vos, o como a ti, me brotan frases y asociaciones de cosas. Largas e inspiradas cartas que se desvanecerán en la mañana. Las palabras caminan por una inconciencia y si las seguimos, nosotros nos volvemos inconcientes, pero cómo no seguirlas, si a veces son la única esperanza.
Motos. Mi padre tuvo motos y ahora yo también tengo una Honda Nighthawk 250 negra, con alas a los costados de su tanque. Un anterior dueño le puso, en los extremos del manillar, unas insignias que dicen Born to ride, es grácil y ligera y a la vez muy suave y me recuerda a esas motos británicas que siempre hubo en casa.
Me sucedió algo terrible hace muy poco. Muy terrible. Sólo atiné entonces a sacar mi moto y salí sin rumbo. Las motos nos conducen por paisajes paralelos. Son parecidos a los que se ve desde detrás del parabrisas de un auto (salimos en el auto con Rafael, a la playa, a hacer las compras), pero no son los mismos. La ciudad extraña de un día de semana a la mañana, me llevó por secretos caminos vecinales. Iba fuera del tiempo, fuera del espacio, arrancada, por la pura fuerza del dolor y la sorpresa, de mis coordenadas, de todo lo que había sido sólido y creíble. Ahora ya no hay prácticamente cosas creíbles más que la moto, la música y quizás el teclado.
De pronto me encontraba en andurriales extraños, en busca de una casa en la cual vivieron mis abuelos, donde una vez me llevaron de niña y que nunca pude volver a encontrar. La vida me parece eso, la pista fantasmal de algo que no se puede volver a encontrar.
El recuerdo evocaba un camino bordeado de árboles, pero sólo encontré casillas de chapas en esos andurriales donde la ciudad se disgrega y deshace, miserablemente. Calles de mejorado donde vagan perros flacos y existen otras formas de vida, formas que no podemos imaginar hasta que las vemos.
En la moto sucede que al detenernos en una esquina, ya no existen los ruidos de la marcha sino los del puro paisaje, su respiración, sus palabras o sus silencios. Las escenas que uno contempla son entonces como una rara galería de cuadros sucesivos, porque apenas la marcha se reanuda, el cuadro desaparece y, al volver a detenernos, uno nuevo está allí.
En una esquina, por la 39, eran unos muchachos que hablaban, sentados en el cordón de la vereda. En otra, un hombre cortaba el césped. En otra, unas vecinas conversaban y podía sentir sus palabras.
Más luego volví a mi barrio y todo estaba casi igual. Verás, en las horas de la mañana, las horas “hábiles”, aquellas en las cuales todos han llegado a los sitios a los que iban, impera en las calles y en las puertas de las casas una extraña calma. Allí permanecen sólo los que no tienen nada que hacer, los que ya lo hicieron todo, o los expulsados.
Era tan extraño. Aquellas personas sencillas, atadas al barrio, permanecían en el mismo lugar, más allá del dolor, de la fugacidad y del tiempo, en las puertas de sus casas. Me decía: yo crecí y me fui de aquí pensando que me aguardaban muchas cosas y regreso ahora en busca de una ligazón a ese orden extinto, y ellos no se han ido.
Ellos están en el mismo lugar, como si el tiempo no hubiera transcurrido, no han perdido su paz, ellos sí son sabios. Son más libres porque no necesitaban el mundo que yo salí a buscar y que pensé haber encontrado. No tienen la escritura porque no la necesitan en cambio yo, lo único que tengo es la escritura, además de la moto y Rafael y la música y acaso el teclado.
Todo eso lo sé recién ahora. Entiendo que nunca me fui del todo, porque en la medida en que siga atada a estas imágenes, algo en mí habrá que seguirá siendo niña y esperando. Yo era chica y miraba, por la ventana de atrás de casa, arboledas que no existen y tenía una mirada de ingenuidad y esperanza y la he perdido y busco esa ingenuidad de viejas fotos y entiendo que la vida es eso: la certeza de que hay otras cosas por mirar, cosas que uno no quisiera ver.
Ahora la que escribió largo fui yo y con la última nota de Schubert cierro este mensaje, quizás demasiado profundo. Schubert escribía mientras iba muriendo. Escribió la bella molinera en la cama de un hospital y sus temas se suceden, inagotables. Ellos son la música por la música. Ellos son el bálsamo de la música. Ojalá las letras fueran el bálsamo de la vida o que algo, convocado por las letras, lo fuera.
La historia de La bella Molinera (Die Schöne Müllerin) tiene tres momentos, el de la descripción y el optimismo; el cazador, el rival en el amor de la molinera, y la resignación del joven molinero. ¿Serán estas las etapas ineludibles de todos los amores?
Un beso (te he mandado por correo una novela con una pintura de Hopper como portada, que he publicado tiempo ha)
Ainoha

Ellos habían intercambiado direcciones con la promesa de mandarse cosas, pequeñas y entrañables, objetos que cruzarían el espejo, que pasarían de un mundo a otro y que sabrían lo que cada uno deseaba saber del otro pero que no podrían decirlo.

Muchos kilómetros más lejos, más al norte, tanto que no era otro país sino otro mundo, él veía posarse un mensaje en su bandeja y lo leía y de pronto se extrañó de esa mujer capaz de montar una moto que va por el tiempo y le decía esas cosas a él, cosas que no terminaba de entender, que le chocaban y de pronto se preguntó quién es ella en realidad, qué le sucede. Qué fue lo terrible: una separación, un problema de trabajo, un hijo y quién sería ese Rafael. Después de todo ¿importaba eso?
Pensó en mensajes pesados, destinados a poner una carga en la sustancia etérea y sin compromisos del teclado y la pantalla. Lo imprimió para releerlo más tarde en el estudio de su casa y revisó la agenda con citas pendientes.
La puerta se abrió y una secretaria entró preguntándole “se le ofrece algo Licenciado” mientras él pensaba en qué le pondría en el siguiente mensaje.

Sensatez y sentimientos era el titulo del mensaje. Era nocturno. Por la hora sí, pero más que nada por el ritmo de la escritura.

Yo no quiero pensar en si deba dosificarme en mis mensajes para tener por 4 semanas, 2 meses o 73 días algo que decir. La sensatez viene bien en muchos aspectos de la vida, pero en aquel donde uno descubre que es pleno y se vivifica, no creo que deba imperar. La espontaneidad no admite bozales pues ahí deja de ser. Qué tal si mañana me decida a ir a vivir a la sierra tarahumara y ahí no existiera internet ¿cómo podría comunicarme con usted? Pues nada, que seria imposible. O bien que el martes pase una nave y me lleven sus tripulantes a vivir a Saturno (mandaría palomas mensajeras o botellas al mar o inventaría un lenguaje diferente, le diría ella, buscaría tu escritura donde quiera que estuviese, sin importar si no pudiera conseguirla, en ese caso, la imaginaría).
Muchas situaciones en la vida pueden ocurrir, de ahí que seguiré en tanto.
Además, existen tantas y tantas cosas que se pueden charlar con usted que difícilmente se agotaría la palabra. A veces recién acabo de enviar un mensaje cuando digo, cáspita, me olvidé de comentar éste o aquél punto.
Millas y Vincent han devenido en mis escritores favoritos. Presiento que un nombre más viene en camino. Sólo es cuestión de que traspase andenes, trepe al aire, salte a tierra y llegue a mi espacio. Ya incluso está dispuesta la mesa para que en cuanto arribe a tierras de Comala, sea el platillo principal y sin ninguna conmiseración sea engullido hasta la médula. No, no, esas ideas la van a asustar y puede que decida quedarse en otro buzón. Será mejor que sepa que hay una cama blanda, una luz ambarina y una copa de vino tinto dispuestos para que, descansadas sus alforjas en el piso y tendidos sus largos minutos trashumantes, le susurren que se le esperaba.
Y sí, ello será verdad, como lo es, Hainoa, que yo también a ti te esperaba, no sé por qué, cómo, de dónde ni desde cuando.
Me despido así, con una sonrisa delineada, con un sonrojo en creciente, como de luna, que desde arriba es cómplice de esta locura…divina.


El polvo de la simpatía
(noviembre 2002)
Bajó a la calle y subió con sus valijas al taxi. Ya sea cuando vamos salir de viaje o cuando regresamos las calles no parecen ser las de la ciudad de siempre. Antes o después de un viaje se desenvuelve otra geografía que parece la copia de aquella que conocemos. Además del hecho de que, sacando los conciertos, y alguna vez ir a comer afuera con alguien, era rara la vez que andaba de noche -las locuras las hacía en cualquier otro momento, pero la noche era tranquila y ensimismada-, se sumaba esta otra ruptura: la de una historia y un modo de vida. Iba a hacer algo no sólo absolutamente nuevo sino también absolutamente loco, algo que pretendía dejarlo todo atrás, romper una maldición o inaugurar una nueva era entonces, con esta carga, las calles de la noche parecían aun más oníricas, como si en realidad estuviera transitando por los arrabales de un sueño.
El taxi salió por San Luís –cuando vuelva seré otra, pensó, si es que vuelvo- dobló por Castelli y luego por Yrigoyen. Qué distintas son estas calles a cuando las recorro de día con la moto, o caminando y se dijo también que una oscura ciudad, simétrica con la ciudad diurna, la copiaba, imitando sus calles y sus casas. Ella caminaba esta misma calle, desde la esquina de la Plaza Mitre, yendo al Teatro Colón. En esas oportunidades salía de su vida para entrar a otro mundo: el de la música, donde todo, igual que ahora pero con menos ansiedad, quedaba atrás. La fascinaba la cocina de la música y en su palco, Washington Castro, un siglo musical, con sus ojos que habían visto a De Falla. Pero era otra calle Yrigoyen, una parecidísima a esta aunque más nítida. De pronto el taxi dobló en Moreno, cruzó Independencia y se detuvo. Había llegado a Tienda León.
Qué raro estar ahí a esa hora en que debería estar en la computadora o escuchando música o leyendo. En la fría y desierta noche había allí personas reunidas, algunas despidiéndose y piensa, quién puede viajar a Ezeiza ahora con el cambio de tres a uno, no me lo imagino, entonces la gente que había allí, era gente inimaginable. El mundo parece eso, cosas inimaginables que coexisten sin verse y que de pronto se cruzan, quizás sólo un momento para luego separarse y no verse más.
Vio a una mujer de enormes pechos, atractiva y gorda, con un hombre, más pequeño, cómo harán el amor, pensaba, ella encima de él, o acostada, a la manera más clásica, con sus enormes pechos derramándose, uno hacia cada lado.
Pronto llegó la hora de abordar el micro, colocar las valijas y subir y esperar sola en un asiento. Ya no hablaré con nadie más que para preguntar o responder, se dijo, tanteando el portavalores con sus pocos dólares.
Desde esa ventanilla y desde esa altura las calles parecían más raras y solas. Vio formas de vida desconocidas, esos cafés con un ventanal, un televisor en una esquina y una mesa ocupada, o los travestis de la Avenida Luro antes de Champagnat, caminando con ese aire desafiante y esas curvas en falsa escuadra con el tamaño del cuerpo y de pronto el micro se sumergió en otro sueño, el de una ruta de luces amarillentas. Pensaba, mi moto, Rafael, con su sombrero blanco, su blanca barba y su chaleco con infinidad de bolsillos, recordando cuando entre el Colegio Nacional y la plaza Mitre sólo había un baldío donde jugaban al fútbol y pensaba en los ensayos, donde la música estaba naciendo, así, tan cerca.
Dormitaba hasta que su sueño se detenía en luces y peajes, cuando el pequeño autobús disminuía la marcha: En un momento de la vaga noche llegó a un aeropuerto no menos onírico que la ciudad y que la ruta.
En la duermevela pensaba en el polvo de la simpatía, el método de calcular la longitud subiendo al barco a un perro herido. En el puerto, todos los días, al mediodía, alguien de confianza debía sumergir en el polvo de la simpatía, que era milagroso, una venda del perro herido, y éste, a bordo del barco, se quejaría. Con eso iba a poder calcularse la hora a bordo y obtenerse la diferencia horaria por la inclinación del sol y así, calcular la longitud. A veces, cuando nos alejamos de casa, la mente se da a divagar por esos lugares propios, y esa operación es como una réplica del polvo de la simpatía. Yo estoy tan perdida como lo estaban entonces porque desconozco mis coordenadas, pensaba ella y entreabriendo los ojos veía una estación de peaje que la hacía preguntarse dónde estaré.
En el aeropuerto no reinaba la noche sino un día artificial hecho con la pura intensidad de las luces. Fue a la ventanilla de Lan Chile y con la contraseña, le dieron el pasaje. Que raro era eso, que sólo diciendo un número le dieran un pasaje, sin pagarlo. Un pasaje capaz de llevarla a otro mundo y a otra vida, a otro hemisferio y a otro hombre y pensó los pasajes son ventanas que nos enseñan reinos posibles y lejanos.
Se puso a deambular por un dédalo de salas, todas iguales. En una de ellas dormía la mujer de grande pechos, al lado de su acompañante.


De la costilla de Eva
(octubre de 2001)
Al recibir aquel mensaje perdió un poco ese eje, esa simetría que nos mantiene, para bien o para mal, fijos al mundo. De pronto se detuvo a mirar la foto de De Falla en la cubierta de un disco mientras esa secreta voz, en un segundo plano, le decía que, tarde o temprano, algo pasaría, pero era imposible saber qué.
Y contestó. A veces debemos mantenernos en nuestro eje para no ceder a una impresión súbita y contestar mesuradamente, no sea que digamos algo de lo cual podamos arrepentirnos. Se aprende a desconfiar de estas aceleraciones tan abruptas y la mente, de manera automática, acciona unos frenos de emergencia. Pero otras, nos rendimos. Ella se había rendido. Algo la contenía, pero ella lo había desoído porque las reglas del juego imponían jugarlo así, apostando a lo último, hasta el final, para ver qué sucedería. Hacer que sucediera era más importante que el riesgo de que sucediera algo de lo cual quizás habría que arrepentirse.
Los mensajes de él estaban impregnados de un misterio, calmo y fluido. Un misterio de palabras suaves. Quién era. Qué hacía. Era un hombre mayor con mucho tiempo para escribir, un seductor con algo de tiempo para perder, un visitante de la noche y la escritura o él mismo era su escritura.

Anoche me quedé pensando en cuántas frases e ideas se quedan flotando sin que sobre ellas se vierta un comentario. Es porque seguramente se convierten en maderos (esto incluso lo anoté en una servilleta de papel que no encuentro).
En esta comunicación epistolar existen muchas cosas que se leen, que fueron hechas para eso, para beberlas, sin que exista la necesidad de hacer una acotación al respecto. Son materia. Otras, en cambio, dejan la puerta abierta para que uno se introduzca en los intersticios de su piel.
Para lograr que cada día sea un reducto de luz, he tenido que asentir que dependo de un haz de sensaciones, seres e impulsos eléctricos. Cuahtemoc acepta y canta que Ainoah lo ha cautivado, que depende de sus mensajes, incluso para hacer sus días y sus noches más brillantes. Negarlo sería deshonesto consigo mismo. De hecho, en el acto de admitirlo y sonreír por ello, se sustenta la magia de saberse vivo y permeable. ¡Es el –divino- riesgo de vivir con el balcón abierto!
Saberme cautivado no representa, en este caso, estar en una mazmorra oscura, en un ambiente enrarecido. Sentirme cautivado es, paradójicamente, sentirme libre y disfrutar cada gota que este contacto haga brotar, sin pensar en tiempos, que sea eterno mientras dure.
Le regalo este poema de Gioconda Belli
“…cosas quiero como que andes mi cuerpo,
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera luna del invierno
dejándose caer despacio
y luego en aguacero,
cosas quiero como una gran ola de ternura
deshaciéndome,
el paso del tiempo,
la guerra, los peligros de la muerte”

(“De la costilla de Eva”)

Y terminaba así, sin besos ni abrazos y entonces advirtió que él, que ponía las palabras “recorrer mi cuerpo” nunca se había despedido con un beso, que le había dicho que sus amigos y amigas eran pocos, pero incondicionales y que decía esa frase de que sea eterno mientras dure. Una frase que lo sintetizaba todo, porque negaba la naturaleza de lo eterno para reducirlo a lo que durara: entonces no podía ser eterno sino simplemente copiar, o valerse de las propiedades de aquello que sí lo es.
Qué frase engañosa pensaba ella al apagar la máquina porque toma del amor –pero qué palabra estoy pensando- aquello que conviene no para el amor sino para el momento. Una frase egoísta, que aceptaba que algo, por un instante, abarcador y único, todo lo ocupara, pero sin profundidad porque si la tuviera, no renunciaría al atributo de un gran amor, que es precisamente el de ser eterno o al menos intentarlo. Este amor –por así llamarlo- renunciaba a la profundidad como un requisito para poder ser lo que era: nada.


Imaginaciones y realidades ¿cuáles elegir?
De pronto recibió dos mensajes juntos. El título de uno era Imaginaciones o realidades, ¿cuáles elegir? Y el del otro decía Peligro, abrir solamente luego de recibido el anterior mensaje, en caso de no recibirlo, no abrir.
Tejemos maderos a través de nuestras palabras, puentes colgantes, construimos sólidas llanuras extensas y edredones blandos, en todo ello la imaginación vuela sobre los montes, como las valquirias lo hacen en busca de guerreros heridos, así ese placer de imaginar al otro se funde con la emoción de recorrer mapas de a poco a poco, como se bebe el tinto.
La imaginación es la idea. Al hombre no le es dado ningún mundo ya terminado. Sólo le son dadas las penalidades y las alegrías de su vida. Orientado por ellas, tiene que inventar el mundo.
Si la imaginación inventa, uno, al hacer uso de ella, crea sus propios mundos. Esto entonces nos lleva a pensar que, por ejemplo, al yo imaginarte a ti, Ainoa, te invento y no sólo eso, creo incluso un mundo en tu derredor (Ese que por cierto se transformó –levemente- cuando supe que no hay suéter en V ni luz ambarina).
La imaginación, siguiendo esta idea, nos lleva a crear fantasías y aunque haya fantasías exactas, como las matemáticas, hay otras que, como pompas de jabón, se rompen a gotas, cuando la realidad llega. Este tipo de fantasías, frágiles a los vientos de la realidad, explotan a gotas porque simplemente lo que imaginábamos, lo que esperábamos que así fuera, no lo fue, no lo es o no lo será.
¿Qué pasaría si esa fantasía, que puede llamarse así porque pertenece al mundo de la imaginación que estás modelando, creando o construyendo sobre mí, fuera barrida por la realidad, la cual no tuviese nada o casi nada que ver con el Cuahtemoc que existe en tu mundo?
Ah, que buena pregunta ¿Qué ocurriría Ahinoa, si de tajo quedara revelado ante ti como es físicamente Cuahtemoc, su edad, estado civil, etc.?
¿Sería la comunicación que hasta ahora hemos tenido igual, o cambiaría?
¿De qué depende?
¿Y si la realidad no fuera el puente?
Uf, cuántas preguntas podrían hacerse cuando uno juega con realidad y la fantasía
¿y si ponemos en el filo de la navaja la curiosidad y nos zambullimos en el reto?
En un mensaje titulado “Peligro, abrir únicamente después de leer el mensaje l, en caso de que no llegue, por favor no abrir”, se revela cómo soy y alguna información que seguramente te has preguntado.
Si tu curiosidad es grande lo abrirás. Si tu sensatez es grande, no lo abrirás.
Si lo abres y lo que descubres no es lo que imaginabas, puede ser que también nuestra comunicación sufra esos estragos.
Si lo abres y prefieres que siga yo sin alteraciones en el mundo que te has construido, puede que sigamos en una feliz burbuja.
Con el solo hecho de abrirlo puede variar esto de manera importante.
Pero ¿y si lo abres y lo que descubres no te desagrada, o si sí?
La magia que envuelve esta sui generis comunicación puede hacerse añicos. De abrirlo, no habrá más misterios.
Nuestra comunicación y su química etérea, decidirán si seguimos tendiendo maderos y corazones al sol
Suerte y un abrazo


Peligro, abrir sólo en caso de que….
Estarás aquí sólo si has abierto el mensaje anterior. Aún puedes cerrar éste.
Aún estás a tiempo.

Cuahtemoc Quinteros Camacho, nació en Comala, el 16 de julio de 1971. Su padre, Lorenzo, fue hijo de un emigrado asturiano que tentó suerte en América, donde conoció a una Mexicana de Jiquilpan, con la que se casó y tuvo 7 hijos, el menor de los cuales es Cuahtemoc, que es Licenciado en Derecho, Secretario del Ministro de justicia y que, pese a que ha conocido el amor, no ha encontrado aquella a la que haya de llevar al altar.
La foto es de hace poco, era a la escalinata del palacio de justicia, yo me colé.
Y, tras el fondo de un mural y una escalinata de hierro trabajada, aparecía la foto de un hombre joven y moreno que sonreía. Un rostro mofletudo, de cejas pobladas y grandes ojos. Eso era todo.
¿Que cosa, pensó, ahora que le pongo?


El fin de la inocencia

“…and in the middle of them, with filthy body, matted hair, and unwiped nose, Ralph wept for the end of innocence, the darkness of man´s heart…” ( William Golding Lord of the flies)[2]

Ainoha Juantorena Mariezcurrena Bazterrica es mi nombre. Mis abuelos eran baskos y mis padres argentinos, murieron, ella en 1977 y él en l981. Mi hermano desapareció durante la dictadura. Me casé y perdí dos embarazos y mi marido me dejó. Vive en Buenos Aires y yo vivo con un tío suyo –Rafael-, que es médico.
Nací en Mar del Plata el 29 de julio de 1960, estudié trabajo social y ahora sigo derecho –me faltan 7 materias. Hasta hace poco trabajaba en una corte de justicia, estoy desde 1979 en el Poder Judicial, pero desde hace un año me suspendieron responsabilizándome por algo que sucedió por culpa de los jueces y el secretario. Desde entonces todos mis antiguos amigos y compañeros me han dado la espalda, todos, menos Rafael, la música y la escritura, que me han mostrado su rostro más genuino. Sólo tengo fe en algo: yo misma.
Eso es todo

Al fin lo dije, pensó.
Sintió un enorme alivio en poder contarlo y en terminar con la fantasía. Quién querría seguir escribiéndome luego de semejante mensaje, pensaba. Libre. Sola pero libre. O libre, pero sola. Ser libre siempre es más que todo.
Se puede vivir de una fantasía, pero sólo un tiempo, luego aparecen las grietas, las manchas de aceite del submarino hundido en la superficie del mar celeste.
Ya está, se dijo. Fin del frenesí por venir a ver los mensajes. Fin de las especulaciones y como un inmenso calidoscopio, la mente se deslizaba entre la música, esas letras que, mal o bien, habían sido para ella, y las escenas de la pesadilla que vivía, todas girando igual.

El paso de una vida común a una pesadilla es tan sencillo, pero tan sencillo, tan de un momento a otro. Qué tendría que haber hecho cuando descubrí que faltaba esa plata secuestrada, que debería estar depositada en el Banco. No es lo que debería haber hecho o lo que tendría que haber dicho, sino que yo soy yo.
Qué fácil que les resultó. Qué cómodo es echarle la culpa a alguien, si es una mujer, y si es retobada, mejor, y todas esas carreras que quedan a salvo.
Cómo uno termina por acostumbrarse.
La causa, el amparo. Rafael y sus jubilaciones, Rafael y su amor de abuelo, que pone dinero en el portavalores que usaba en los viajes. El alquiler del departamento.
Me echan la culpa. Me suspenden. Pataleo. Me reincorporan. Me mandan de nuevo con ellos, digo yo ahí no puedo volver, me mandan a una junta médica.
La junta médica. Avenida de los Inmigrantes, cerca de Retiro. Me tomaba en tren a las doce de la noche. Una pesadilla. Todos los caminos conducen a Roma. Todos los caminos conducen a la pesadilla.
Y esos edificios de un libro de arquitectura que cuenta cómo habían sido las construcciones fascistas. El hall había viejos vitrales con imponentes figuras atléticas, con el alto de dos pisos y con algo en sus manos: haces de espigas, herramientas o laureles. Un laberinto de ruinas irradiaba desde aquellos pasillos. Baños desvencijados y ascensores llenos de gente y en el pasillo de los consultorios, un pasillo muerto en un piso muerto, bancos donde esperaba gente pero no era gente, era lo que quedaba de lo que había sido gente.Se abrían puertas. Miraban, esperando que los llamaran. Los llamaban. Entraban como yendo al matadero. Iban al matadero.
En el medio del pasillo, en un sillón de dentista viejo, un joven parece dormir y una mujer de cara leudada me pregunta la hora cada cinco minutos. Horas después la mujer de cara leudada sale feliz, de tener más meses de licencia por depresión.
El tiempo desaparece bajo la luz de pecera de las altas ventanas. Estamos fuera del tiempo. Estamos en un tiempo muerto. Estamos muertos. Nos empeñamos en revivir, pero ya nos han declarado muertos.
Resucitaré.
Voy con una pila de papeles. Intento explicarles. No me escuchan. Es como en las películas, el que habla ante el comité y que no lo dejan hablar, lo desprecian, le gritan. Uno se me rió en la cara.
Tres veces. Tres semanas seguidas. Perdí las cursadas. Hice dibujos. Interpreté manchas. Nadie escuchó. Nadie entiende.
Quién me iba a decir que cuando lograra encarrilar las cosas, de esta época lo que más iba a recordar serían aquellas mañanas en Speakeasy, leyendo para el TOEFL. El sol que entraba en el jardín de invierno. El Té. Valeria. La calma limpia e inocente. El laboratorio de Multimedia: las vidas itinerantes de Ken. Michelle o Stuart, Natalia, esa sensación de belleza no herida, y esa otra de refugio.


Una vida generosa y violenta

“-La moto es mía –… dijo Rébecca-…que siente una vida generosa y violenta en todos los puntos de su cuerpo” (Andre Pieyre de Mandiargues La Motocicleta)

(Noviembre de 2002)
La eternidad se había estacionado en la sala de espera y de pronto terminó, de pronto era la hora mágica del pre- embarque.
Los aeropuertos son como la vida, tienen esa sensación de cosa profunda y cómoda, pero son superficiales y uno no termina de saber dónde está, ni si ese avión que se ve desde los enormes vidrios, es el que nos está destinado. Puede suceder que se marche por escaleras y pasillos, por otras salas, y que el avión termine siendo ese que se pensaba que no era y que estaba ahí, detrás de un vidrio.
Ahora también estaba fuera del tiempo, en ese tiempo de tránsito donde ya no estamos pero aún no nos fuimos, en el cual nos parece que hace un siglo que faltamos de nuestra casa, y donde no hay nada para apoyarse, nada conocido, simplemente esos asientos anónimos, esas salas unas iguales a otras, esa marea de desconocidos.
Qué distinto es este viaje, pensaba, que me lleva de una falta de certeza a otra. Sin embargo este tránsito es lo único real ahora.
De pronto había presentado su tarjeta de embarque y estaba en la cola.
En la marcha en declive por la manga que llevaba al avión sentía ese vértigo donde somos poseídos por la divinidad que gobierna los viajes, cuyo poder se duplicaba en éste.
Pronto estaba en su asiento, respirando ese aire frío y artificial y rodando en la pista.
Estoy en el aire porque me lo he ganado, pensaba. Nada que no sea yo me trajo hasta aquí.
Casi dos horas después fue el cruce de Los Andes. Hasta donde alcanzara la vista era una extensión enorme de picos nevados, con hondonadas profundas donde se veían casas o un camino y pensaba en Saint Exupèry y los aviones de la Aeroposta Argentina, en aquellas crestas inocentes que de pronto “empezaban a vivir, como un pueblo” y de su aparente calma derivaban hacia una danza frenética alrededor del avión y lo izaban en un hervor, terrible, enorme y desconocido, los picos y sus aristas se hacían más agudos, se animaban, enfurecidos, enormes navíos de nieve navegando hacia el combate y Pellerin, el personaje, que ascendía en el paroxismo de la tormenta diciendo “estoy perdido” pero a diferencia de Vuelo nocturno, fácilmente, sin sentir el pulso de los elementos, ya llegada a Santiago de Chile, para esperar el vuelo a México, Distrito Federal y transitaba nuevos pasillos, nuevos mostradores en nuevas salas que eran la misma.
Faltaban horas. En la misma sala confluían muchas personas, al parecer todas de regreso a México y pensó, pronto estaré con ellas en ese país misterioso y desconocido, que es mi meta y su hogar.
Consiguió un asiento y se sentó y en la duermevela, en la ansiosa vigilia que era sueño, deslizaban esas mañanas en Speakeasy, Natalia, Julieta, Michelle, Cintia, cuya delicadeza y finura eran algo tan natural en ellas como el contraste lo era con sus antiguas amigas y compañeras del juzgado y la cámara y pensó que las idealizaba, que ellas simbolizaban esa pureza que el mundo ya no tenía para ella, que no tenían las personas que había conocido y querido y en las cuales habían confiado, que le habían dado la espalda de seguro sin imaginarse que ella fuera capaz de esta aventura.
Pensaba en Washington Castro, a quien, desde que ella tenía diecisiete años recordaba dirigiendo la orquesta (pues en aquella época y por otros motivos, también se había refugiado en él y en la música), que una vez le había dicho que si lo conociera en realidad, ya no tendría la misma impresión de él y se le ocurría que no era así, que él era en verdad todo lo humilde y generoso que parecía pero también pensaba que en él construía a un hombre de pura bondad y talento, diferentes a muchos a quienes conocía del trabajo, pura maldad o pura mediocridad.
Y pensaba en esa otra fauna de aquellos de los avisos del diario, tan necesarios al deseo. Muchachos que se presentaban hoy con un nombre y mañana con otro. Para todo guardaba y apilaba las monedas y los billetes pequeños que sobraban, hasta para el sexo: solos/solas. Eso la sintetizaba absolutamente: solas. Ella estaba sola. Sola en la vida, sola en la cama, sola en la mesa, sola en la moto.
La primera vez había sido sin embargo soberbia y como remedio, muy efectiva. Era por la zona de tribunales, un departamento, a la hora de la siesta. Estaban lavando el piso cuando ella llegó. Lo hizo con esa decisión automática que nos acomete cuando perdemos el control de nuestros actos y algo, bastante oscuro y poco explicable, nos empuja, más allá de la voluntad. Un joven bajó a abrirle, la llevó con toda seriedad en el ascensor al departamento y la condujo a una habitación donde otros tres –mis primos, había dicho él- habían aparecido, uno a uno, a presentarse, ceremoniosamente, inclinando la cabeza. No tenían nada fuera de lo corriente. Cuando el primero de ellos regresó, ella optó por uno, que se presentaba como Rodolfo.
Pronto volvió Rodolfo. Bajó algo más la persiana con lo cual el pequeño cuarto adquirió una penumbra en todo reñida con el día de pleno sol, como si fuese un escondrijo y tras pactar las condiciones le dijo “ponéte cómoda”, enseguida vuelvo. Ponéte cómoda significaría desnudarse o simplemente tenderse en esa cama estrecha a la espera del desconocido. Optó por desnudarse y apilar la ropa en un banquito (qué estoy haciendo yo acá). Una suprema paz la embargó entonces: ya está, se dijo, no hay vuelta.
Pronto entró él, supuso que luego de lavarse algo o de hacerse buches o de ponerse un chicle de menta en la boca y se le ocurrió pensar en eso: a dónde van y que hacen ellos luego de decir enseguida vuelvo, era un misterio insoluble que la biología planteaba y que no planteaba el amor regular, porque de un marido uno sabe a donde va antes de hacer el amor. Venía sin remera y en unos slips que pronto se sacó.
Era muy hermoso y tendido suavemente a su lado, en la cama sintió que tocar una piel con la propia piel desnuda es lo mismo que si el aire más puro y excitante se hiciera materia, una capaz de transportar los misterios más vehementes y los más sutiles. Es en esa sensación cuándo uno se da cuenta de que durante mucho tiempo no se la ha vivido y sobreviene una especie de hambre atrasada.
Entonces él empezó a recorrerla con sus labios y sus manos, con una enorme delicadeza que no parecía nada profesional sino espontánea y entendió que la verdadera profesionalidad es hacer parecer espontáneo lo que no lo es y de golpe la besó en la boca y suavemente acarició su largo cabello negro.
Tenía esa firmeza del cuerpo de un hombre que, en los de su edad, suele ser macizo y rematar en la suavidad de un sexo que es como un lienzo que por un milagro se convirtió en lo más firme de todo.
Pronto lo sintió por encima, en toda la extensión de su cuerpo y lo abrazó mientras la boca de él desataba esa electricidad, en el cuello, en los labios, bajo las orejas en una comunión de cavidades, dureza y piel.
Ella se dejó hacer mientras él la daba vuelta y acariciaba su espalda le dijo te gustará y cubrió su sexo con una protección igual que se guarda un instrumento virtuoso en un lienzo, qué lástima pensaba ella, no beber tu humedad ni tus fluidos hacia el interior de mi sediento cuerpo pero contrariamente a lo esperado sus dedos húmedos bajaron no hacia entre sus piernas sino hacia atrás, pero le gustó porque los dedos de la otra mano se quedaban adelante y empezaban una danza sobre esas regiones de vello donde se ocultan las cuerdas misteriosas de la sensación de ser mujer y así, cuando el sexo de él la tomó por detrás, mientras sus dedos lo hacían por delante, sintió algo muy difícil de decir, pero que continuamente se expandía.
Era un instante, vertiginoso y eterno, donde la piel y las secretas oquedades del cuerpo actualizaban un misterio y lo asumían en una formidable expansión. Esa dureza la invadía, penetrante, decidida, horadándola y en la danza que ahora puestos de lado emprendieron, una que era como un oleaje de dos olas, una superpuesta a otra y que sigue su ritmo, llevándola, sentía sobre la piel de sus glúteos el vello de él mientras dos dedos que eran todos los dedos, la exploraban por delante, se hundían, salían y volvían a entrar incesantemente, como si se multiplicaran y en un momento él dijo a su oído estoy por llegar, querés que termine…y ella le contestó sí y él le dijo entonces son diez pesos más y la socavó más duramente y besó su espalda y luego cuando salió, ella podía sentirlo todavía adentro, mientras él se alejaba al baño, colgando en el extremo de su sexo, el condón como la manga de un aeródromo donde ha cesado el viento.
Aun pagando había sido el David quien, convertido en amante la había tomado porque pensaba qué me queda, un hombre usado, uno de segunda, con su juicio de divorcio, con adiposidades y acaso poca imaginación. Es paga, sí, pero es perfección y yo sigo siendo libre.
Un aviso la sacó del sopor, llamaban a embarcar. Pronto todos se pusieron de pie e hicieron la fila. De nuevo la manga, de nuevo el equipaje de mano y de nuevo el aire irreal.
Tras el despegue el avión viró y tomó altura, entonces la cordillera se vio en el crepúsculo, en el costado derecho, como una fantástica extensión de enormes picos nevados llegando hasta donde diera la vista y hacia el otro lado, el Océano Pacífico. Los picos se alejaban gradualmente, se empequeñecían mientras el mar iba extendiéndose.
El horizonte de la cordillera a su derecha y el creciente mar le deparaban el inescrutable interrogante del futuro y la sola certeza de ir hacia lo desconocido.

[1] “…Y ella murmuró suavemente, sin respiración, Oh Robert, estoy perdiéndome….Bien, creo que ambos estamos dentro de otro ser que hemos creado, llamado nosotros. Somos ese ser. Nos hemos perdido a nosotros mismos y creado algo más, algo que existe sólo para entrelazarnos a los dos” (Robert James Waller Los puentes del Condado de Madison, La carretera y el peregrino)
[2] “Y en medio de ellos, con el cuerpo sucio, el pelo enmarañado y la nariz goteando, Ralph lloró por la pérdida de la inocencia, las tinieblas del corazón del hombre…” (William Golding El Señor de las moscas)

1 comentario:

  1. Eduardo: ya puede encontrarse tu novela en las librerías?
    Un abrazo

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