miércoles, 31 de marzo de 2010

Accidentes

Carlos Elbert




1.- Noticia.

El número del canal de televisión luce, bien visible, en un cubo blanco, envolviendo al micrófono que el periodista sostiene ante su boca en constante actividad, mientras la cámara lo enfoca desde cerca.

- Esta es la esquina donde ocurrió el accidente - relata - con afectado tono de pesadumbre. Podemos ver las huellas del vehículo, y más adelante, en el suelo y en medio de un charco de sangre, a la víctima.

Se aleja, revoleando el cable, pero la cámara desvía su interés hacia el cuerpo inerte, tapado de apuro con unos diarios viejos. Se puede reconocer, bajo los papeles, a un hombre, con los brazos al costado del tronco. Tiene una pierna encogida, como de soldado marcando el paso. Conserva un zapato y los pies apuntan en una misma dirección, mientras el tórax se tuerce en sentido contrario. El cadáver está rodeado de flores pisoteadas, como si muerte y funeral lo hubiesen sorprendido al mismo tiempo. Las hojas de diario flamean de tanto en tanto, pero no se vuelan, probablemente porque quedaron adheridas al cuerpo con la sangre coagulada.
Un semicírculo de gente contempla el espectáculo, apretujándose para estar dentro del programa televisivo, como si sus imágenes crearan otra realidad y todos quisieran pertenecer a ella. Unos policías los sacan de escena, empujando a los curiosos para que no se acerquen demasiado al cuerpo. Las mujeres llevan bolsas con compras, los hombres miran absortos y fuman. Todos murmuran comentarios en voz baja, como en las charlas de velatorio, mientras una vecina explica el accidente ante el micrófono:

- Hace un rato que sacaron las señales. Creo que eran los de la luz, que estuvieron haciendo un trabajo subterráneo. Si se hubieran quedado un rato más, esto no hubiera pasado, porque justo en el lugar del accidente estaban los caballetes y las señales, desviando el tránsito. Sí, claro, habían achicado la calle a la mitad. Pero se fueron. ¿A qué hora? Y.... habrán sido las cuatro. Unos minutos después, este pobre hombre cruzaba la calle y tuvo que saltar, porque casi lo atropella uno que pasó en bicicleta. Claro, por eso no pudo ver el auto... y el del auto tampoco pudo esquivarlo. Frenó, pero ya no podía hacer nada; prácticamente la víctima se le puso adelante...

2 .- Monólogo.

Mirate a los ojos. Sí, ya sé. Nací para fracasado. Sergio, no tenés arreglo. Por más que te esfuerces, a tus proyectos se los lleva el diablo. Con todo, por momentos llego a creer que hago algún progreso. En definitiva, no es poco lo que conseguí, viniendo de un pueblucho insignificante, con padres que apenas si habían terminado la escuela primaria. Me tocó ser el boludo de la gran ciudad, por años. En esta vida, todo me costó demasiado, mientras otros nacían con el banquete servido. También están esos a los que siempre las cosas les salen bien, como por magia. ¿ En dónde fallaré ? ¿Seré muy retraído? ¿Me faltará inteligencia? No, no debe ser, porque no te habrían confiado este cargo. Y mal no te va. Los programas informáticos tampoco son para cualquiera. No, en el trabajo todo está bien. Pero claro, cuando pienso en Nora, eso me hunde. Ese es el problema principal. En definitiva, lo que aumenta mi sentimiento de fracaso es ella. Sí, Sergio, debés estar muy enamorado. O tenés una paciencia infinita, porque otro no habría aguantado esos desplantes. Es una tipa excéntrica, complicada, lo que se dice una mujer moderna. Pero ya son dos años de idas y venidas, siempre fastidiándote con exigencias: elegirte la ropa, lo que debés leer, las películas que hay que ver...como si me estuviera criando. Y cuando anda de mala onda, a desaparecer, porque no desea verme. Ni siquiera me deja llamar por teléfono. Tengo que tomar una decisión. Sí señor. Por favor...mirate la cara de inseguro. ¿ A quién pensás convencer? Nunca tendrás coraje para dejarla. Te tiene en sus manos. Sí, es verdad. Y eso es lo que me está enfermando. Me hace sentir un fracasado. Si tuviera fuerzas para plantarla de una vez. Pero no podés. No te animás, cobarde. No te animás.
De nuevo en lo mismo. Cada vez que me afeito termino mirándome así, como un imbécil, y diciéndome todas estas cosas.

3.- Ocasión.

Era imposible no verla. Su color amarillo restalla bajo el sol, en la esquina. Está como nueva y tiene accesorios interesantes. Los ojos ávidos de los adolescentes no se apartan de ella, salvo para escrutar en todas direcciones.
- Esa bicicleta está buenísima. Y la dejaron recostada en la pared, sin cadena ni candado. Vos fijate por aquél lado y yo controlo el bar, a ver si nadie mira. Si todo anda bien, silbame, que me subo y adiós.

4.- Ruptura.

Las palabras de Marisa repican en sus pensamientos, como un estribillo pegadizo, mientras espera el ascensor. Tiene los ojos fijos en el hueco, lleno de cables en movimiento, tentáculos que arrastran un zumbido desde las profundidades.

- Como lo escuchaste. Esto se acabó. Lo pensé bien y estoy segura de que quiero tomar distancia. En todo sentido. Por eso, la semana que viene me marcho a Canadá. Viviré con mi prima, que me ofrece un buen trabajo. Te pido que comprendas que ... es una decisión definitiva.

Se afloja el nudo de la corbata, transpira mucho y siente un reflujo ácido que le viene desde el estómago. El ascensor frena con un golpe seco, estremeciéndose ante la puerta. Ingresa y con un movimiento mecánico, como de brazo ajeno a su cuerpo, oprime el botón de la planta baja. La jaula arranca, entre juegos de luces y sombras, deteniéndose un par de veces. Ascienden otras personas, que se acomodan, llenando el espacio disponible. Para Arnaldo la situación es sofocante; no desea ver a nadie ni ser descubierto así, pálido, desconcertado y al borde de la náusea. Le molestan los desconocidos que lo comprimen dentro del espacio minúsculo. No tiene fuerzas para aparentar naturalidad, atrapado en una convivencia forzada, que le impide llorar, retorcerse por el piso, romper algo a puñetazos. No es un momento adecuado para ese descenso interminable y opresivo, parábola casi de sus sentimientos. Todo ha cambiado: antes, cuando venía a visitar a Marisa y compartir sus noches, no percibía a los demás como interpuestos en el camino. Tomar el ascensor era gozoso, un flotar en el espacio. Saludaba a todos, comunicativo, sonriente y hasta hubiese querido contarles de su dicha con Marisa; sí, ella, la más codiciada del edificio. Ahora, en cambio, se oculta con cobardía en la penumbra, deseando pasar desapercibido, mientras cuatro años de recuerdos se agrietan, crujen y estallan como vidrios apedreados, lanzando fragmentos que lo lastiman y quieren salírsele por los ojos. Es la felicidad trocada en vergüenza y pena, la desolación del abandono definitivo.

5.- Sentimientos.

No. Eso era distinto. Ahora estoy segura, ¿comprendés? Durante estos meses tenía muchas dudas, porque me parecía un hombre sin gracia, demasiado serio. Sergio es un provinciano, muy formal, anticuado y yo soy una mujer de ciudad. Más...más sofisticada. Me gusta la vida cultural, tener mis propios amigos: actores, músicos, escritores. Además, yo siempre quise un compañero para disfrutar de la vida y divertirme mucho, pero sin complicaciones ni conflictos. Por eso demoré tanto. Siempre preferí tener amantes de ocasión, antes que un tipo en la mesa, leyendo el diario, todos los días. Cuando te vas a meter en serio, nunca alcanza el tiempo para pensarlo. Tengo que reconocer que también me preocupaba su situación económica. No se hubiera sentido bien dependiendo de mí, como macho relegado. Pero al final, me convenció. Demostró que, realmente, era capaz: se esforzó estudiando informática, tocando timbres, mandando antecedentes, hasta conseguir ese cargo de analista de sistemas. Sí, le pagan bien, está ganando algo así como dos mil dólares. Ahora sé que no dependerá de mí y eso facilita mucho las cosas ¿No te parece? Además, el pobre, me tiene una paciencia...No conocí otro hombre que pudiera soportar todos mis caprichos. Y vos sabés que no soy fácil. ¿Que cuándo se lo diré? Mirá, ayer estuve a punto... Me llamó temprano y conversamos mucho. Todo estaba como para sugerir un encuentro , pero en ese momento me pareció que resultaría algo como...preparado ¿No te parece?. Lo que quiero es decírselo de repente, directamente, como en un arranque loco. No sé, tal vez en diez minutos, la semana que viene o en cualquier momento. Agarro el teléfono y le digo que lo quiero con toda mi alma y que venga a buscarme para contárselo. No frente una mesa servida, con candelabros, velas y todo eso. Quiero hacerlo a la tarde o mejor a la mañana, obligándolo a dejar la cama o el trabajo y a venir como sea; quiero que sienta que él es imprescindible en la otra punta del planeta, porque yo lo reclamo. Quiero ver cómo reacciona en esa situación imprevista. Si no me decido esta tarde será mañana, posiblemente. La intuición me va a indicar cuándo llegó el momento justo. Te prometo que en cuanto ocurra te llamo de nuevo para contarte, ¿estamos?


6.- Robo.

Estábamos sentados en el café de la esquina, discutiendo sobre fútbol, como todos los lunes. Juan no parecía muy interesado en la charla y leía una revista al lado de la vidriera. De repente nos interrumpió, tomándome del brazo con fuerza.

- ¡ Se están robando tu bicicleta! gritó, señalando a la calle y mirando a Matías.

Matías se paró como un resorte, tumbando la silla y corrió hasta arrimarse a la vidriera. Entonces, todos vimos al muchacho, trepándose en la Mountain Bike amarilla; después se lanzó a la calle, en diagonal. Estábamos petrificados, como mirando una película. El ladrón pudo esquivar un árbol, pero se topó enseguida con un tipo, que cruzaba la calle con un ramo de flores. Iban a chocarse seguro, pero el hombre dio un salto para esquivar la bicicleta. Matías abandonó el bar como enloquecido y entonces lo seguimos. Cuando llegábamos a la puerta, sentimos chirriar las gomas del auto y un golpe muy fuerte. En la calle vimos la escena del choque, mientras la bicicleta desaparecía, doblando en la otra esquina.

7.- Sorpresa.

- Sergio ¿Te sentís bien?
-Sí, si, es... es mi estómago.
- Estás pálido. Te pusiste así mientras hablabas por teléfono. Vamos, contame. ¿Algo grave ?.
- No, nada, nada ....importante.
- Vamos, no te creo ¿Somos amigos o no?
- Sí, claro, por supuesto.
- ¿Te dieron una mala noticia?
- No, por favor. Qué va a ser mala. Quiero decir...no era mala, pero es un asunto muy personal.
- Ahhh...¿Un asunto de mujeres?
- No.Bueno, sí...algo por el estilo.
- Ahhh, ¡ya me parecía que atrás del señor reconcentrado había un romántico!
- Bueno, no es para tanto. ¿Te puedo pedir un favor?
- Claro, hombre.
- Vigilame este programa un momento, que necesito ir al baño.

8.- Final.

Arnaldo llora sin gestos. Las lágrimas descienden por su cara con desgano. Mira la botella, borrosa como sus ojos. No tiene ánimo ni para seguir bebiendo. El whisky le quema la garganta sin darle consuelo. Juguetea con el vaso, hasta que se le escapa de las manos y rueda por el piso, sin romperse. Los cubos de hielo se deslizan como cisnes, alejándose airosos en todas direcciones. Uno se esconde bajo un mueble. Él lo mira desaparecer con expresión estúpida. Ya no importa el piso mojado, sino la proximidad de la muerte. Marisa se ha marchado por la mañana a Canadá. No resta esperanza alguna, y el vacío, la falta de sentido de las cosas, es insoportable. No le quedan proyectos; apenas un pasado que asalta y abruma en todo lugar, como una mala conciencia empecinada. No soporta que lo descubran así, obligado a mentir y ocultar la evidencia de su fracaso. Se matará sí, hoy mismo. Sólo le falta elegir el medio. No es capaz de soluciones cruentas. Quiere ser sorprendido por la muerte, pero despierto, para poder verle la cara. Necesita un accidente, pero piensa que pararse ante un tren o tirarse desde el balcón sería horrible. Tomará su auto en estas condiciones y lo lanzará a toda velocidad contra el tránsito, en la autopista. Ya antes había estado a punto de hacerlo, durante su última depresión. El vehículo y los demás decidirán todo. Tal vez el golpe lo desmaye y no sienta nada. Se levanta del sillón con dificultad, patea el vaso sin querer y busca las llaves del auto que descansan, ominosas, sobre un mueble.

9.- Emergencia.

- Peralta, ¿me hace el favor de atender ese teléfono de mierda? Me tiene repodrido.
- - Sí, señor Comisario.
- Denuncias, denuncias, denuncias. Toda la mañana, denuncias. Que me falta el perro, que hay un tipo raro que me sigue, que me robaron la billetera en el colectivo. Todo el día escuchando pavadas, como un psicoanalista. Tendrían que pagarme dos sueldos: uno como comisario y otro como asistente social. Seguro que ahora llama uno que perdió la llave y no puede entrar a la casa.
- Comisario....
- ¿Qué hay?
- Me parece que es importante. ¿Atiende?
- ¿Qué pasa?
- Un accidente.
- Qué me importa.
- Es que hubo un muerto.
- Caramba. Dame. ¿Hola? El Comisario Rosales habla. ¿Dónde fue? Ah, aquí cerca. Estamos a diez cuadras. ¿Cuándo? ¿Y recién ahora me llaman, pedazo de inútiles? Bueno. Está bien. Ya vamos a hablar de esos problemas. Sí, salgo enseguida para allá. Por fin pasa algo interesante que me saque de esta oficina.

10.- Revelación.

Nora busca, desesperada, hasta verlo sobre la cocina. Atrapa el paquete exangüe, como estrangulándolo y clava sus dedos adentro, para sacarle algún cigarrillo. El envoltorio gime acordes de papel común, plata y celofán. Finalmente, pellizca un último cigarrillo y se lo lleva mecánicamente a la boca. Lo enciende y parece establecerse una pausa general. Su respiración, sus pensamientos, el cuerpo, el gesto quedan estáticos, como en pose, hasta la exhalación de una larga columna del humo azul y las tensiones interiores. Acaba de colgar el teléfono. Finalmente, movió su pieza decisiva: decirle a Sergio lo que siente por él, reclamándolo inmediatamente en su casa. Ahora sólo resta esperar.

11.- Interrupción.

En la radio, entre descargas eléctricas y zumbidos, resuena la voz del capataz:
- Escuchame, García, ¿Me oís?
- Si, te escucho.
- Se nos acabó el estaño.
- ¡Qué macana!
- ¿Vos no tenés algunas barras en tu caja de herramientas?
- Esperá un poco, que me fijo. No, lo siento viejo, no me queda. ¿Qué hacemos? ¿Mando a comprar?
- No. No quiero quedarme una hora metido acá abajo. Este pozo apesta.
- ¿Y entonces?
- Mejor subimos y volvemos la semana que viene. Todavía hay que instalar tres conexiones en el centro.
- Bueno, si te parece. ¿Qué hago? ¿Junto todo?
- Sí. Andá metiendo las herramientas y las señales en la camioneta. En diez minutos estamos arriba y nos vamos.
- Okey.


12.- Gloria.

No lo puedo creer. Tanto tiempo esperando esto, para que se venga a dar así: de repente, en plena mañana. en medio de un día de trabajo de los peores. Y ahora colitis. Encerrado en el baño para paladear mi felicidad. Como siempre. Como si tuviera que vivir mis logros como una cagada. Pero se me dio. Finalmente se me dio. Es el mayor triunfo de mi vida, que ella...justamente ella, se haya dignado a llamarme para decírmelo!. No lo puedo creer. Y yo pensando que era hora de tomar distancia... Es que el fracaso parecía cantado. Dios, que retortijones. Ni que me hubiese estado alimentando con purgante. Pero qué placer. Al fin, Sergio Leal, sos alguien. Podés sentirte digno de que te quieran. Bravo muchacho. Esto es de todo: alivio, triunfo, felicidad. ¿Y cómo hago para ir ahora? Ya sé. Aprovecho lo de la diarrea y pido permiso por unas horas. O hasta mañana, qué joder. Me lo merezco. Después de todo, es el día más importante de mi vida. Voy a llevarle bombones. No, con el estómago así, no voy a poder comer. Flores. Le llevo un enorme ramo de flores. Bravo, Sergio ¡Como te quiero!

13.- Epílogo.

-...y entonces, la víctima saltó para esquivar al de la bicicleta y el auto lo agarró de lleno. Lo tiró como diez metros para adelante. Debe haber muerto en el acto.
- ¿Hay huellas de frenado?
- - Sí , señor comisario.
- ¿Llamaron a los peritos?
- Sí señor.
- No se olviden de hacerles sacar fotos de todo: cadáver, frenada, y al auto desde los cuatro costados.
- Sí señor.
Rosales mira unos instantes el frente del moderno automóvil, atravesado en la calle. El capó está hundido y el parabrisas totalmente astillado, con un tenebroso rastro de sangre en la parte superior.
- ¿Dónde está el conductor?
- - Lo tenemos en el bar señor. Pero no puede hablar.
- ¿Por qué?
- Está muy raro, como perdido. Parece haber tomado bastante y habla incoherencias. Dice que él debió morir y que esto es una injusticia. Repite siempre lo mismo.
- No se olviden de hacerle sacar sangre para la pericia . ¿Identificaron a la víctima?
- Sí señor, aquí está la cédula.
- Sergio Leal, soltero, treinta y ocho años. Pobre tipo. Tenía toda la vida por delante. Tome. Guarde bien la documentación y cuando terminen los peritos llévenlo a la morgue. Me vuelvo a la seccional porque acá no queda nada por hacer. Hasta luego.
- Hasta luego, señor.

El patrullero se aleja, raudo, del lugar. En el asiento trasero, Rosales enciende un cigarrillo y decide que se meterá en un prostíbulo por un par de horas. No sabe por qué, pero siempre le pasa lo mismo: la presencia de la muerte lo estimula sexualmente.

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