Sara Gallardo (1931-1988), que provenía de una familia tradicional, perteneció a una generación de mujeres por primera vez volcadas al periodismo, además de a la literatura, y produjo obras de diferentes estéticas. Enero fue su primera novela, que escribió a los veintitrés años, y que fue publicada por primera vez en 1958. Narra la historia de Nefer, la hija de 16 años de un puestero de estancia, que ha quedado embarazada.
Al optar no por una historia de aprendizaje ni de contenidos morales se establece un corte con las novelas que tradicionalmente abordaban al campo como escenario. La historia de Nefer es, a diferencia de ello, una épica silenciosa y solitaria que, elípticamente, aborda las relaciones de sometimiento del medio rural.
El borde de las palabrasYa el nombre enero alude no a la época de vacaciones sino al calor bochornoso. El título es de por sí una suerte de negación. Es un tiempo robado, el de un ocio que no existe.
El personaje se muestra no por lo que dice ni por lo que hace sino por lo que siente, pero se encuentra imposibilitado de mostrarlo a otros. Así, al par que el narrador desecha las descripciones extensas y los desarrollos discursivos se vale de lo que Nefer intuye que hacen los otros personajes, aquellos que la fuerzan a llevar a cabo distintas acciones.
A Nefer le es impuesto lo que otros deciden en circunstancias apenas verbalizadas, que no necesitan serlo porque constituyen relaciones de poder y dominación muy claras. Ella ve a su madre hablar con la patrona para “resolver su problema”. Oye voces escondida bajo la copa de un árbol; voces y encuentros adivinados, sonidos parciales, aquellos restos de las palabras veladas que deciden su destino: “Quiere oír sin ser vista la voz de su madrina como un borbotón agrio, la de su madre vuelta meliflua....Pero no hay voz de cura y la cocina está callada. La patrona dice de pronto:-¿Y qué opina del tiempo? ¿Lloverá? Alguien contesta algo. Otro silencio.” (Enero, Los recobrados, biblioteca de Abelardo Castillo. Capital Intelectual, 2009, Cap. X, pág.94).
Esta idea de plantear en un contexto opresivo las alternativas del personaje desde lo no verbal, o desde aquello veladamente verbal es muy distinta a la versión idílica del campo como espacio de libertad y aprendizaje.
En Enero, el acceso a la realidad es parcial y fragmentario. Cuando el personaje aguarda una definición crucial sólo escucha una frase sobre el tiempo: lo crucial para ella está ya decidido y no hace falta decirlo, pero ella no puede saber qué es. El mundo de claros mandatos es a la vez inescrutable: el personaje está situado sin herramientas ni para discernir ni para actuar sobre lo real y no es reconocido como alguien que pueda decidir por sí mismo su destino.
Otra frontera de lo verbal está planteada en la antológica descripción de una misa: Nefer, con la angustia de sentirse obligada a revelar su secreto, ignora lo que el sacerdote está preguntándole y al pretender confesar su “pecado”, él ya está con otra persona. No hay posibilidades reales ni de decir ni de ser oído. En este sentido hay un manejo doble: al par que el padre predica de un modo, actúa de otro: ”¿Quién de nosotros, en un momento de dolor o angustia no recurriría a su propia madre o a su propio padre para pedirle auxilio? ‘Padre mío, papá, me pasa esto, tengo esta dificultad…mamita, ayúdame en esto’ ” (Cap.VI Pág. 64). En otro fragmento: “…Dice lentamente, disimulando palabras flojas, ¿Pero le habla el cura? ‘ ¿Cómo dice, Padre?’ ¡Ah, no!, reza. Ella sigue: ‘y prometo…fir…me-mente…’ –Bueno -dice el cura-, vaya en paz y que Dios la bendiga ¿Irse? ¿Cómo? ¿Y lo que ella tenía para decir?...Padre…- pero no hay nadie.” (Cap. VI. pág. 62).
El lenguaje de la misa es también ajeno: “Nefer se inclina para rascarse un pie. Sabe que su familia, lo mismo que ella, naufraga como en todos los sermones entre palabras inauditas…creyendo comprender algo hasta distraerse definitivamente en sus propios asuntos.” (pág. 65).
El tiempoOtro de los elementos trabajados es el tiempo, que se alterna entre el lineal (desde el comienzo en que Nefer alude al embarazo hasta el desenlace), la recapitulación en la cual, al inicio, introduce el tópico del embarazo:”Bueno resultó el casamiento de la Porota, cuando empezó su desgracia.” (Cap. I, pág. 16); y, en el primer párrafo de la obra, el que es indeclinable de su avance: “Hablan de la cosecha y no saben que para entonces no habrá remedio –piensa Nefer-…’va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer’. “ (Cap. I, pág. 13) Este último existe en tanto existe su secreto. Es un tiempo interior, no manifiesto y marca una ruptura entre Nefer y el resto de los personajes pero, más que nada, marca el angustiante transcurso de una subjetividad que es plasmada no en las palabras sino precisamente en este transcurso: “Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos que el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse, porque el hombre es un pobrecito que no puede levantar el cuchillo y decir: no quiero más días, sin decir: no quiero más hombre…Porque los días son como una tropa sin fin pasando una tranquera.” (cap. VI, pág.59) La novela empieza y termina con la imagen de la cosecha y su ciclo inexorable.
El transcurso es la marca de la introspección y la angustia, y no se puede renunciar a él, sería renunciar a la condición humana; pero el tiempo invade y apremia, llena las tardes de urgencia y es incontenible, como una tropilla. Ese paso marca para Nefer la pérdida de la posibilidad, un brusco paso hacia la adultez.
Un mundo fragmentado El campo se hace absolutamente visible pero no a partir de grandes descripciones sino de la percepción de cosas puntuales: “El camino es una inmensa lengua desierta. Nefer mira su sombra galopando por el suelo, corrige su posición, muda la postura del brazo, tuerce la cabeza…El sudor va estriando el anca del caballo y comienza a bajar a las patas.” (cap. III, pág. 36). La narración avanza por la descripción objetiva de hechos y detalles, pero el efecto que producen reside en la circunstancia en que se llevan a cabo: “Cuando llega a la tranquera desmonta y descorre el áspero palo que un alambre traba y ha pulido a fuerza de roce.” (Cap. II, pág. 28). No ve a la patrona, escucha su voz, ve sus zapatos, una mano con dos anillos sobre su pecho gordo. El narrador nunca va más allá de lo que perciben los ojos de Nefer y siempre está por debajo de lo real.
A veces los hechos avanzan sin que se tenga conciencia de ellos, y marcan que lo que se ha producido reside en el interior del personaje, y que la ajenidad de este personaje para con el mundo es cada vez mayor. En un momento Nefer espera a que la atiendan en la carnicería: “…una marea angustiosa la inunda…la impotencia sube a su garganta, y como si el tiempo se hiciera sólido le parece oírlo, con su corriente impasible confabulada con su propio cuerpo que la traiciona y deja a merced de los días. Aprieta los dientes y siente que de su cara se retira la sangre dejando como olvidada la piel de los huesos. ‘No, no ha de suceder, no ha de suceder…’ Sus sentidos tienden hacia el interior…El carnicero le está hablando. -¿Te sentís mal Nefer? Ella se sobresalta: -¿Mal? No…¿Por qué mal…?” (cap. III, pág.34).
Ejes
Nefer acude a la “vieja Borges” y las alternativas del encuentro en el rancho de esa familia maldita conforman de por sí una humillación extra. Las presencia de otras personas hace que no pueda quedarse a solas con ella y va demorando el pedido. Finalmente cuando la vieja le pregunta si necesita algo le dice que no y se marcha sin pedirle nada.
Condenada a ese cerco de silencio y a la sola ejecución, bajo las órdenes de una madre tiránica, de las duras tareas cotidianas del campo, lo que vive como ese “hongo negro” la desborda. El narrador utiliza como recurso la distorsión en el modo en que el personaje percibe el mundo: “No es fácil perderse en ese cuarto donde no hay más que una cama de hierro, un catre y una mesa, pero esta noche nieblas y remolinos suben por el cuerpo e invaden la cabeza, y los sentidos tienden hacia adentro, no guían los pasos, que se extravían…Vuelve a recorrer la pared con la mano…El perro se rasca y estremece la puerta desde un sitio inesperado para Nefer…empuja la puerta que cede a medias. A sus espaldas mueren el tic-tac, el miedo y los ronquidos, porque en el patio está la noche y su frío y dulce olor a tierra” (Cap IV, pág. 46). El narrador resuelve entonces la tensión en un pasaje lírico que muestra la belleza y lo invariable frente al dolor y a lo relativo.
En otro pasaje, increpada por su madre:”Un nuevo río de lágrimas la aflije…Después endereza el balde, lo fija en las rodillas y ordeña. Cuando levanta los ojos, las estrellas han variado de sitio y Nefer es el centro de ese cielo, que va girando alrededor de su cabeza como una pesada nave reluciente, víctima del tiempo, dócil a las horas como ella misma, y la angustia le cierra las manos sucias de tierra y leche.” (cap. V, pag. 55).
La novela pura Doña Mercedes, la señora, a la vez su madrina, es a quien pertenecen tanto el poder como la fe: “Apenas va terminando el Evangelio se sienta doña Mercedes. Siempre adelanta un poco los movimientos del ritual y lo hace con gesto solemne y expresión ejemplar, con lo que informa a los ignorantes de la conducta a seguir, y no puede impedir que una satisfacción oscura se levante en ella cuando oye el rumor que a su espalda desata su acción, como un manto que acompaña con cierta tardanza los pasos de un rey. Es como si de algún modo fuera una especie de segunda sacerdotisa que dictara con sus ademanes la actitud de los fieles.” (cap. VI, pág. 63).
Nadie cuestiona este dominio inmaterial y a la vez material: es el estado de cosas, aquel en el cual las personas se encuentran sometidas. Sara Gallardo eligió fijarlo desde un lugar social opuesto a aquel al cual perteneció. Son percepciones y sensaciones aquello que sustenta su discurso literario, y fue siguiéndolas en pos de captar su intensidad como logró un texto tan original; directo, sin lastres que lo sobrecarguen, con expresiones y puntos de vista tan bellos como precisos.
Enero es una experiencia de novela pura en la cual es imposible separar la fuerza de aquello que relata del modo en que es relatado. Sin quizás proponerse una experiencia formal la autora de algo más de veinte años nos dirá para siempre que hizo su aparición en las letras como una escritora ya madura.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
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