martes, 20 de abril de 2010

El exilio como raíz




Los Niños de Morelia, el exilio infantil en la Guerra Civil Española. (I)

A Emeterio Payá Valera (1930-2003) por su lucha incansable a favor de la memoria y de los derechos de los niños de Morelia

En 2004 nos ocupamos, en un artículo, del exilio infantil en la Guerra Civil Española. No obstante, los aportes de dos libros: Un capítulo de la memoria oral del exilio. Los niños de Morelia, de un equipo de investigación de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo y la Comunidad de Madrid (Consejería de Artes de la Comuna de Madrid-Secretaría de Difusión Cultural de la Universidad Michoacana, 2002), así como Los niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México (El Colegio de Jalisco, tercera edición, 2002), de Emeterio Payá Valera (uno de aquellos niños) significan dos aportes decisivos para el tema, a los que podemos agregar el testimonio de Rosa Laguarda (Experiencias, 2003).
Vamos a abordar esta historia primero desde la cronología y el desarrollo de los hechos, y luego desde su significación y desde quienes los vivieron. El relato de Emeterio Payá es muy valioso desde este aspecto, y la segunda parte de Un capítulo de la memoria… transcribe numerosas entrevistas. Personalmente llegué a hablar con uno de los exiliados, quien, por motivos enteramente circunstanciales, no quiso ser entrevistado.
El 10 de junio se cumplen setenta años de la llegada de los niños españoles a Morelia. Por distintos motivos, que trataremos de ver, su experiencia fue muy diferente a la del resto de los exiliados.
México y la Guerra Civil Española
El filme Morir en Madrid (1963) de Fredèric Rossif (Montenegro, 1922-París, 1990) permite tener una idea del aislamiento en que quedó la República Española luego de la rebelión del 17 de julio de 1936, y de la crudeza –que surge de la mirada terrible y poética del documental- de un conflicto que fue el preanuncio de la Segunda Guerra Mundial, y cuyos alcances futuros, muy pocos pudieron ver entonces.
Tanto las democracias europeas como Estados Unidos dieron la espalda a la República bajo la forma de un comité de no intervención formado en septiembre de 1936 por 27 países. Roosevelt, tan evocado como un gran demócrata en distintos filmes, no sólo negó la entrada a Estados Unidos al buque Saint Louis, en 1939, sino que tampoco contribuyó en nada a frenar el avance del fascismo sobre España, antesala de la escalada europea. El Saint Louis llevaba a 937 exiliados judíos alemanes, salidos del puerto de Hamburgo, a quienes no se les permitió obtener refugio en Estados Unidos, con lo cual debieron volver a Europa, donde la mayor parte murió durante la Segunda Guerra Mundial (la película El viaje de los condenados –The Voyage of the Damned-, de 1976, dirigida por Stuart Rosemberg, abordó este hecho histórico). Mientras tanto, Italia y Alemania intervenían activamente en la guerra civil. Leonardo Sciascia (Sicilia, 1921-1989), el gran escritor italiano, rememora ello en su relato “El antimonio”, evocativo de la circunstancia de que Mussolini envío a España a pelear a los desocupados de Italia. Campesinos contra campesinos. Mineros contra milicianos. Pobres contra pobres.
Muchos gobiernos pronto reconocieron a los sublevados. En América lo hicieron varios países, como Perú, Uruguay y Costa Rica. México, en cambio, apoyó a la República, material y diplomáticamente, y rechazó la representación ofrecida por el gobierno rebelde con asiento en Burgos. Ello significó a la gestión del presidente Lázaro Cárdenas (1895-1970, que participó de la Revolución Mexicana en 1913) abrir un frente interno, ya que vastos sectores de la sociedad mexicana estaban de parte de los sublevados.
El apoyo diplomático se materializó, entre otras cosas, en las gestiones llevadas a cabo en la Liga de las Naciones, donde la República Española carecía de representación. Gracias a ello se frustró la iniciativa del gobierno chileno tendiente al retiro de las legaciones extranjeras tras el asalto a Madrid, así como la iniciativa uruguaya de formar un comité de mediación iberoamericano, que habría reconocido las aspiraciones de los golpistas.
La Guerra Civil no sólo significó la instalación violenta de un gobierno surgido de las armas ante otro legítimo y un millón de muertos sino también el aniquilamiento, a favor de los sectores agrario y militar, así como de los intereses vinculados al extranjero, de las reservas materiales y financieras y la infraestructura, e implicó la disminución de la población activa y el nivel de ingresos.
El exilio infantil antecedió a la diáspora que se produciría a partir de 1938 –la “Operación inteligencia”- que significó el virtual vaciamiento de la intelectualidad española, y su exilio en México y Argentina, países beneficiados con tal aporte.
Las razones del exilio infantil
No es posible establecer dónde se originó la iniciativa para el traslado del contingente de niños a Morelia. No fue del Comité Mexicano, organismo que desarrollaba distintas actividades de apoyo a la República, fundado por la esposa del presidente Lázaro Cárdenas, junto con esposas de ministros y miembros del Gobierno. Posiblemente el proyecto haya sido concebido por el Ministerio de Sanidad y Acción Social republicano, ya que el primer registro es la solicitud de este organismo al Comité de México para el traslado de huérfanos de guerra.
Una razón para ello fue el bombardeo sistemático a poblaciones civiles -por la Legión Cóndor, de la Luftwaffe, formada en octubre de 1936 como apoyo a Franco-, con el objeto de desmoralizar a los republicanos, lo que significó el consiguiente desplazamiento a otras poblaciones, y a centros de refugiados. El rápido avance de las tropas rebeldes hizo que las autoridades tratasen de limitar la incidencia del conflicto en la población infantil, para ello se creó el Departamento de la Infancia Evacuada. Acontecimientos como el bombardeo de Guernika, el 26 de abril de 1937, la derrota de Brunete, en julio, y la caída de Bilbao en junio, con el consiguiente dominio rebelde en el País Vasco son contemporáneos de la partida del contingente.
Pero la razón de más peso era propagandística ante la opinión pública internacional, pues la iniciativa serviría para evidenciar el aislamiento de la República ante el embate del fascismo.
La organización y el viaje
El Misterio de Sanidad republicano y la embajada de México en España comenzaron con la organización del embarque en Valencia, sede del gobierno, en 1937. Los costos serían sufragados por México.
El gobierno español lanzó una convocatoria masiva por medio de anuncios, y en Valencia y Barcelona pudo reunirse una cifra cercana al cupo de 500 inicialmente pensado.
Hubo varios problemas en la negociación debido a que, sin consulta con el gobierno, el embajador De Negri aceptó las condiciones de los negociadores españoles, por las cuales el gobierno mexicano se encargaría del pago de los salarios de los docentes y personal médico que acompañarían a los niños. Otro problema fue que dejar la península desde el puerto de Valencia significaría pasar el estrecho de Gibraltar, en poder de los rebeldes, por lo que se decidió la partida desde Francia. Una posibilidad para el traslado era la Hamburg Amerika Line, desechada porque la Alemania nazi apoyaba a los rebeldes, por lo cual se optó por la Compañía Trasatlántica Francesa
El contingente de 464 niños fue reunido en Barcelona, desde donde salió el 20 de mayo en tren hasta Port Bou, y desde allí hasta Cerbere, en Francia. El 21 de mayo llegó a Burdeos, y el 26 se embarcó en el vapor Mexique (hundido durante la Segunda Guerra Mundial), que, tras hacer una escala en La Habana, donde el régimen de Batista no permitió bajar a los exiliados, desembarcó en Veracruz el 7 de junio. El contingente, que recibió una bienvenida apoteótica, se trasladó al Distrito Federal y de allí a Morelia, donde llegó el 10 de junio. Se había dispuesto día festivo en la ciudad cabecera del Estado natal de Cárdenas, y el recibimiento fue un gran acontecimiento masivo.
Las divisiones en la sociedad
Los diarios conservadores Excelsior y El Universal atacaron la iniciativa. Este último señalaba “estos pobres niños son simplemente carne de publicidad para poder decir ¡Mira, los huérfanos fabricados por Franco!”. De la serie de entrevistas realizadas en Veracruz por la periodista Magdalena Mondragón, de El Universal, surgió que la mayor parte de los niños no eran huérfanos. El debate sirvió para instalar los ataques a la gestión cardenista respecto a la república y acentuar el resquemor con que los sectores más tradicionales asumían a llegada de estos niños. No obstante, otros señalaban que el aporte de sangre blanca, estaría destinado a mejorar la raza.
Uno de los planteos era la clase de educación que se impartiría. La colonia española en Morelia quiso hacerse cargo de los niños, iniciativa rechazada por el Gobierno.
La Escuela Industrial España-México
Hoy en día ya no existe la antigua escuela España México. Allí se alza el populoso mercado de San Juan. En 1937 ocupaba los inmuebles de dos antiguos colegios religiosos que habían sido expropiados un año antes. El más grande, que había correspondido al Colegio María Auxiliadora, albergaría a las niñas. El otro, del colegio de Salesianos de Morelia, a doscientos metros, a los niños.
El gobierno intentó llevar a cabo una experiencia modelo, de acuerdo al programa aprobado por la Secretaría de Instrucción Pública en 1935, que, de conformidad al art. 3 de la Constitución, tendría un carácter socialista y laico. El establecimiento fue dotado de un presupuesto mayor al de las restantes escuelas estatales. Contaba con seis talleres: electricidad, carpintería, mecánica, costura y zapatería, con menor interés hacia contenidos teóricos, lo que no impidió que la prensa criticara el carácter marxista del modelo.
La embajada de España protestó por el rechazo del gobierno mexicano de las condiciones inicialmente pactadas por De Negri, distinta de las experiencias de contingentes enviados a otros países, y la educación de los niños fue confiada a maestros mexicanos. Sin embargo posteriormente se incluyó a parte de los maestros españoles en el personal educativo, con sueldos pagados por la República, posiblemente por las dificultades en la disciplina, y con mayores contenidos teóricos y de cultura española. Más tarde, ante la inminencia de la derrota, la República dispuso repatriar a los docentes, lo cual no pudo llevarse a cabo por falta de fondos. Aunque permanecieran en el país, debieron dejar la escuela España-México. En muchos casos, el estallido de la Segunda Guerra Mundial frustró el regreso.
“Comenzaba de este modo la difícil adaptación de estos primeros refugiados a la realidad mexicana” (Un capítulo de la memoria…, pág.44).
Ciertamente, fue una experiencia difícil por varias razones: una de ellas era la heterogeneidad de las edades del contingente, otra, probablemente la incapacidad de verbalizar el trauma de la guerra y del desarraigo, lo que se traducía en una mayor agresividad, y otra, la actitud de los docentes, que no estuvieron a la altura de la situación.
El apedreamiento de varias iglesias, el hecho de entonar canciones contra el clero con el puño izquierdo en alto fueron rápidamente sobredimensionadas por la prensa y generaron un clima hostil con la sociedad moreliana. Ello, unido a los cuestionamientos sobre el propio modelo educativo, motivó a llevar a cabo una campaña a favor del proyecto y a inspeccionar la escuela.
Gonzalo Sánchez Vela, Secretario de Educación, junto con Roberto Reyes Pérez, Jefe del Departamento de Educación Obrera, hicieron la inspección, acompañados por periodistas de los diarios Excelsior y El Nacional. Reyes Pérez la rememoraba de este modo: “fuimos sorprendidos súbitamente por una rabiosa pelea entre dos jovenzuelos, alumnos del plantel, que parecían dispuestos a aniquilarse…el propio Sánchez Vela…tuvo que intervenir para apartar a los luchadores…a poco caminar, una amplia terraza ocupada por una maestra y varias niñas distrajo nuestra atención…invitando a las niñas…a cantar algunas coplas de su país…ellas (…lo…) hicieron con toda desenvoltura ¡ y era cada coplita de un sabor tan picaresco! que mal entonaba con los pocos años de sus actorcillas” (ob.cit, pág.49). Ello, y la muerte accidental de uno de los niños en el mes de agosto, provocaron la destitución del director Lamberto Moreno, y el propio Reyes Pérez se hizo cargo de la dirección. Sus primeras medidas fueron dividir a la población por edades y nivel de conocimiento y despedir a gran parte del plantel de maestros mexicanos. Se estableció una disciplina militarizada y un plan educativo de carácter técnico.
La disciplina se consiguió al precio de tolerar el alto grado de arbitrariedad del “comité disciplinario” formado por los alumnos mayores, hacia los niños de menos edad, siendo que los más conflictivos eran precisamente los mayores. Asistimos así, a algo absolutamente presente siempre en la vida institucional: la consolidación de situaciones injustas con el dominio de quienes las producen, en nombre de ese orden que se debe sustraer al control. Orden y sometimiento son inevitables en este contexto, ya que las instituciones nunca protegen al débil, sino que lo sacrifican.
El fin de la experiencia
Distintas variables comenzaron a jugar en este punto (1940/41): el fin del gobierno de Cárdenas, y la consiguiente asfixia presupuestaria de la escuela; el crecimiento de los alumnos, a quienes se destinó a las Casas-Hogar, en unos casos, y al Convento de Trinitarias de Puebla, en el de muchas niñas; así como el fin de la Guerra Civil y distintos pedidos de repatriación, por parte de familiares y del gobierno franquista. No se accedió en éste último caso por la resistencia que ello generó en la propia sociedad mexicana. La colonia española terminó aceptando a los niños, independientemente de la ideología, y en muchos casos ellos recordaron haber hecho distintas salidas de fin de semana por invitaciones de miembros de esa comunidad. Ésta también se ofreció a sufragar los gastos del regreso, mas el destino incierto de una repatriación en masa, frenó esta alternativa. Otros, con la ayuda de la propia colonia española, directamente se fugaron de la escuela.
Finalmente, los niños que no habían concluido la escuela primaria, fueron trasladados a la Escuela Madrid, de la capital mexicana, y la Escuela España-México se cerró.
Se marcan, con este cierre, el fin de la experiencia educativa, el de la infancia y el de la guerra, y la experiencia pasa a discurrir en otros escenarios. Ya no existía un ámbito aglutinante y dador de sentido, sino la propia lucha por sobrevivir.
Las Casas-Hogar
En 1938 ya se había dispuesto separar a los niños mayores y más problemáticos, enviándolos al internado España-México nro.2, en el Distrito Federal, la ciudad capital de México. Ese es el primer antecedente de las Casas-Hogar, el del internado que, inicialmente concebido para funcionar como escuela secundaria, sólo lo hizo como una residencia conde los jóvenes comían y dormían. De este modo, paulatinamente fueron abandonándolos para buscar en la calle otros medios de vida.
El fracaso del Internado España-México nro.2, hizo que otros contingentes fueran derivados a distintos centros educativos, en Oriozaba y Coatzacoalcos (Veracruz), Tepic (Nayarit), Zamora (Michoacán) y Ciudad Lerdo (Durango), con lo cual, el grupo fue atomizándose, se perdieron lazos identitarios, y se multiplicaron, en los restantes centros educativos, los efectos del fracaso del internado España-México 2.
Con el tiempo, perdida la guerra, con sus familiares en campos de concentración en Francia, o prisioneros del franquismo, ignorados por los refugiados que llegaban a México, con una nueva administración, la de Ávila Camacho, sin el mismo interés que la de Cárdenas, quien seguía ocupándose del grupo de manera personal, y que tuvo un importante papel en la fundación de las Casas-Hogar, subsistieron con las estrategias adaptativas que pudieron encontrar, la mayor parte de las veces subempleándose, y en casi todos los casos librados a sus propios medios, siendo objeto de explotación en empleos no calificados, que perdían al ser frecuentemente despedidos por sus empleadores, por la explotación de que eran objeto, y también debido a su carácter rebelde.
La concentración de muchos jóvenes en el Distrito Federal y las condiciones en que vivían motivó que las autoridades republicanas debieran finalmente ocuparse de ellos, a la vez para tratar de evitar la intervención –y consiguiente administración- por parte del gobierno mexicano de los fondos del gobierno de la república, uno de cuyos organismos, terminó por financiar parcialmente las Casas-Hogar, que lo hacían, además, con el aporte de los jóvenes que trabajaban.
Las Casas-Hogar fueron seis: cuatro de varones y dos de mujeres. Al frente estaban maestros del primitivo contingente, jóvenes docentes que vivían en una situación bastante precaria, y que buscaban insertarse en el sistema educativo mexicano.
A diferencia de la Escuela España-México, no contribuyeron a reforzar los lazos identitaros, pero sí a mantener unido al grupo.
Son muy distintas las distintas evocaciones de esta experiencia: las jóvenes la recuerdan con un sentimiento hogareño y de gratitud. Los jóvenes lo evocan, en mayor grado, negativamente.
Una de las causas que marcó el fracaso del proyecto fue el problema de la indisciplina, que terminó haciendo que docentes preparados y con la mejor buena voluntad terminaran renunciando, vencidos además por las limitaciones presupuestarias. No obstante, lo peor fue su cierre repentino, tres años después de su creación, por el gobierno republicano, lo que dejó a los jóvenes que vivían en ellas en la calle y librados a sus propios medios.
Este fue uno de los momentos más duros, ya que se trataba del mismo gobierno republicano que los había sacado de España, y que en general usó de los fondos para ayudar a los exiliados que llegaron luego de la guerra a instalarse en México, y se desentendió de los niños.
Ello y la falta de reconocimiento por España, que recién les adjudicó una pensión gracias a la lucha de Emeterio Payá Valera (quien no llegó a cobrarla), hacen que el exilio infantil sea en si mismo una herida, que a 70 años, no ha podido cerrarse.


Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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