Balestena, Eduardo Raúl: Ocurre al otro lado de la noche. Bs As. Del Castillo editores, 1987 (reedición, Corregidor, Bs.As. 2010)
(Suplemento de Cultura del diario La Capital, 27 de diciembre de 1987)
Con esta novela, Balestena inserta su creación en una vasta red intertextual conformada por una prestigiosa tradición literaria: la de la novela lírica y la de las técnicas perspectivísticas de presentación del mundo interior de los personajes. Si hay un género variable, mutante y transgresor de sus propias convenciones es la novela. Allá por la década del imperio –fugaz aunque parisino- del objtivismo francés o “nouveau roman”, cuyos cultores eran a la vez escritores, teóricos de su propia literatura y a menudo cineastas, uno de sus popes, Michel Butor, llamó a la novela “vasto cajón de sastre”, aludiendo a que daba lugar a todo.
Intento así ubicar a Balestena como autor. En la serie literaria conformada por los jóvenes narradores actuales de la Argentina, aparece como un lector profundo y selectivo, lo cual se traduce en su manejo escritural del texto; en la tradición del género que cultiva, prefiere sin duda la novela menos épica, el relato de introspección y personaje en que tan pródiga ha sido la novelística francesa. Si leemos como paratextos los epígrafes con que Balestena encuadra su obra, los nombres elegidos pueden guiar la lectura: Flaubert y Céline. Las citas revelan las preferencias del autor y su poética:Flaubert, pero en su novela menos realista, Salambó , concebida como transgresión y escándalo y Céline, maestro de lo que “ocurre al otro lado”…de la vida, de la noche, de lo establecido, de la realidad.
Lo que podría considerarse estrictamente novelístico es la breve introducción del comienzo del relato –dos páginas- donde se presenta el monólogo de uno de los personales, Ella, que apunta a connotar una sesión de terapia donde habla de su matrimonio. Hay luego dos breves intervenciones presentadas por el mismo narrador “desde afuera” que presentan a los otros dos miembros del triángulo amoroso: El, y Michael. El resto configura tres extensos desarrollos a cargo de cada uno de los tres personajes como sujetos de la enunciación, conformando una superposición de tres discursos que son la observación, vivencia, sentimientos y percepciones de la misma situación. La más extensa y nuclear le corresponde a El, puesto que es el eje de la relación erótica: una esposa, su marido y el amante de él, Michael. Resulta obvio consignar que lo prohibido de este vínculo lo es doblemente pues se trata de una relación homosexual. Pero lo que importa es que a través del mundo interior de El, al mismo tiempo que vive intensamente las alternativas eróticas de la situación, se ofrece un desdoblamiento constante que es una meditación sobre lo que serían las percepciones, opiniones y juicios de los otros –sus amigos, compañeros de trabajo, conocidos, parientes, en fin, la sociedad- si conocieran o pudieran transitar esa orilla de lo real, esa suerte de pasillo transversal, espacio originante de lo que “ocurre al otro lado de la noche”.
Lo que se narra en esta novela es una descripción: la percepción peculiar, hipersensible de un mundo interior y su captación de la vida. No existe la anécdota, nada “pasa” en la vida de los personajes que no sea esta triple relación, sabida solamente por el eje del triángulo que es el único en tener contacto con los otros dos. Sin embargo, tanto Ella como Michael intuyen y tratan de imaginar al otro, especialmente Ella quien siente a Michael a través de él y sospecha incluso que ambos conformen una suerte de contracara, un juego de espejos encontrados, que –con una especia de egoísmo estético- El los utiliza como apoyaturas para sustentar su especial captación del mundo, propia de sus condiciones de creador. Balestena se lanza así, no solamente a un estudio sobre el erotismo, sino sobre la posibilidad de conocimiento de la realidad. El rango marginal de este amor prohibido permite –de allí su inevitabilidad- el acceso a este modo de captar. Por eso el manejo de la escritura, la perspectiva del punto de vista en el empleo del monólogo interior indirecto –de larga y prestigiosa trayectoria novelística- inscriben a esta obra en la tradición de la “novela lírica”, cuya paradójica denominación obedece al intento de clasificar sus rasgos constitutivos.
Hay una clara conciencia por parte del autor de lo que se intenta fraguar discursivamente, será suficiente mencionar un pasaje que –como es propio de la modernidad en lo que a novela se refiere- configura un metatexto teórico donde se explicita una teoría sobre el personaje. Juego intertextual de texto dentro del texto: “Para realizar esto no sigo ninguna técnica ni ellas me interesan. Mariano, mi buen amigo, me ha aconsejado siempre el uso de un plan, pero cuando he intentado hacerlo he comprobado que, a la media hora, me aparto por completo de lo que proyecté. Lo único que sé es que el personaje se forma en el subconsciente de uno como el niño en el vientre de la mujer. Que este personaje tiene a veces intereses contrarios a los planes de la novela, que realiza actos tan estrafalarios que uno, como hombre, se asombra de contener a tales fantasmas” (p.61). Este paratexto pertenece a las confesiones de Arlt y al hacerlo suyo Balestena nos remite a la poética neorromántica que postula la parcial independencia del personaje cuya estirpe surrealista fecunda desde la poesía, al campo literario de la novela hispanoamericana en nombres tan importantes como el de Cortázar o Sábato. Balestena expande con sus propias reflexiones este texto y deja elegir al personaje si será o no felz, eludiendo, por antiestético el “happy end” y limitando la omnipotencia autoral en el manejo de su personaje criatura.
La exigencia de cooperación textual por parte del lector es, así, mucho mayor que en la novela de estructura cerrada y revela que la estética de Balestena se inscribe claramente en la ideología de la “obra abierta” que semióicos como Eco consideran como rasgo definitorio de la modernidad de una escritura.
Desplazado entonces el rol tradicional de la narración y otorgada esa libertad de elección al personaje queda el fluir de la vida; no hay desenlace en el sentido tradicional del término. Pero en el texto no hay vida, sino discurso; queda, por tanto el protagonismo del lenguaje.
En este aspecto, las dotes de Balestena como escritor son evidentes. La captación poética de la interioridad de sus personajes nos permite creer que asistimos a lo que ocurre en una conciencia y en este campo tiene un espacio de amplio desarrollo la vivencia de la ciudad. El lector marplatense se identificará con satisfacción con la escritura del autor: allí estará Mar del Plata vivida, sentida y captada en los detalles que conforman el arraigo de una sensibilidad abierta a los matices experienciales de quien presenta los imponderables constitutivos de lo peculiar e íntimo.
Elisa Calabrese
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