Marta Villarino interviene en las presentaciones básicamente con tres elementos: un pequeño papel con anotaciones, un libro marcado en algunas páginas y su voz.
Es muy difícil seguirla.
No porque hable rápido sino porque cuando comienza a hablar se abre un mundo.
No porque lo que dice sea difícil sino porque es intenso y justo y porque más que los conceptos, uno registra las sensaciones que deparan y así la obra que uno escribió, y que ella presenta, se abre en caminos múltiples: su lectura, nuestra lectura, el texto en sí mismo.
En Ocurre al otro lado de la noche se detuvo en varias cosas: que como primera novela le pareció contener textos previos y un manejo discursivo profundo; la instancia de reflexión que abre el texto sobre su propia escritura y varios pasajes.
Lo que más me impresionó fue que esos personajes, pensados como tres puntos de vista narrativos distintos, se entrecruzan y dejan huellas, los unos en los otros, huellas que se hacen evidentes.
Esos personajes innominados, lo que impide la remisión a un origen, son discurso, un discurso lírico. Eso y nada más pero también son eso y además, “ese matrimonio sin nombre”, como los llamó es un vínculo lleno de huellas que cruzan de uno a otro. Nunca lo había pensado así, para mí eran "él y "ella" pero la falta de nombres los hace parecer má indefensos. Son sólo palabras en una novela del lenguaje, pero las palabras son lo que viven y sienten y ellos ni siquiera tienen nombre.
La lectura se hace voz: la música de palabras puestas para ser leídas que así revelan el universo de lo que puede ser dicho y nos dan la certeza de que el hecho de decir es un acto de descubrimiento de esa otra posibilidad de aquello que pensábamos allí sólo para ser leído.
Es muy difícil seguirla.
No porque hable rápido sino porque cuando comienza a hablar se abre un mundo.
No porque lo que dice sea difícil sino porque es intenso y justo y porque más que los conceptos, uno registra las sensaciones que deparan y así la obra que uno escribió, y que ella presenta, se abre en caminos múltiples: su lectura, nuestra lectura, el texto en sí mismo.
En Ocurre al otro lado de la noche se detuvo en varias cosas: que como primera novela le pareció contener textos previos y un manejo discursivo profundo; la instancia de reflexión que abre el texto sobre su propia escritura y varios pasajes.
Lo que más me impresionó fue que esos personajes, pensados como tres puntos de vista narrativos distintos, se entrecruzan y dejan huellas, los unos en los otros, huellas que se hacen evidentes.
Esos personajes innominados, lo que impide la remisión a un origen, son discurso, un discurso lírico. Eso y nada más pero también son eso y además, “ese matrimonio sin nombre”, como los llamó es un vínculo lleno de huellas que cruzan de uno a otro. Nunca lo había pensado así, para mí eran "él y "ella" pero la falta de nombres los hace parecer má indefensos. Son sólo palabras en una novela del lenguaje, pero las palabras son lo que viven y sienten y ellos ni siquiera tienen nombre.
La lectura se hace voz: la música de palabras puestas para ser leídas que así revelan el universo de lo que puede ser dicho y nos dan la certeza de que el hecho de decir es un acto de descubrimiento de esa otra posibilidad de aquello que pensábamos allí sólo para ser leído.
No hay comentarios:
Publicar un comentario