viernes, 11 de marzo de 2011

Una sociedad de opuestos


-El espacio emergente-
El mapa social argentino parece marcado por oposiciones.
Por un lado, los recursos informáticos prometen un acceso ilimitado a un saber que sigue la conformación de la imagen: algo que fluye permanentemente sin detenerse ni profundizar en nada. Por otro, asistimos a un declive del poder instituyente del ámbito educativo.
En una sociedad signada por los procesos de fragmentación, ruptura de ejes de sentido comunes y una fuerte movilidad descendente, en una dinámica de exclusión y polarización, aparecen claramente dos fenómenos contrapuestos: la segregación espacial de una minoría –countries y barrios privados- y el uso del espacio público como ámbito de protesta –los piquetes-, en un fuerte proceso de crisis de la representación.[1]
Ambos fenómenos significan el abandono de un sistema de significados común para el conjunto de una sociedad que aparece estratificada en capas, sin otro vínculo posible que la calle, escenario de la indiferencia o la violencia.

Ejes y espacios
Distintos trabajos dan cuenta primero de la dinámica de la exclusión social ya sea en lo habitacional como en la formulación de distintos modos de percibir lo social[2], que implican sistemas de sentido distintos[3], modos de significar y de tener a las cosas por objetivas.
De este modo, categorías como la exclusión social[4] son indicadores de una dinámica que no encuentra resistencia desde los hábitos de consumo, produce franjas poblacionales que están por fuera de toda acción institucional, y que esta categoría tiende a ser naturalizada, convirtiéndose en algo invisible en el paisaje urbano.
De este modo, se cuestiona o percibe menos, que la exclusión no es una categoría inherente a lo social sino el producto de políticas, del flujo del sistema económico; ni que ello implica que el excluido se socializa, por decirlo así, en la “intemperie”, que en el ámbito de la calle adquiere códigos posibles dentro de otra lógica, y que se encuentra destinado a vivir la vida como una experiencia no social, sino inherente al ámbito de los pares.
De este modo, hay franjas poblacionales que viven sin instituciones, “en banda”, a la deriva, sin escuelas productoras de ciudadanía, sin un Estado protector. Es el “declive de las instituciones en tiempos de fragmentación”[5]
Este declive está más allá de las poblaciones carecientes: si en ellas la institución educativa no puede formar subjetividades ni racionalidad, tampoco eso parece posible en la otra parte de la pirámide, donde impera la lógica individualista, desvinculada de todo lo otro y cuyo proyecto es ella misma.
En la paradoja de la globalización, mientras los bienes simbólicos les son negados a muchos circulan en la aldea global, donde sin embargo impera una lógica individualista.

Modos de ciudadanía
Es llamativo que dos formas opuestas de territorialización y organización hayan ido desarrollándose casi paralelamente, como si fueran cara y contracara del proceso de retiro del estado y de instauración de la lógica excluyente del neoliberalismo. Señalan Maristella Svampa y Sebastián Pereyra a propósito del fenómeno piquetero:

“Como hemos dicho, el inicio del proceso de descolectivización estuvo marcado por un repliegue en el lenguaje privado y un llamado a la subjetividad pura, en el cual se fundían un cúmulo de sentimientos negativos, como la culpa, la impotencia y el desarraigo; todos ellos vividos a contramano del clima de euforia neoliberal que atravesaba otros sectores de la sociedad argentina” (Svampa, Maristella; Pereyra, Sebastián: “Parte III Mundo Popular y transformaciones del peronismo”, de Entre la ruta y el barrio: La experiencia de las organizaciones piqueteros Edit. Biblos, Bs.As., 2009, 3ra. Edición, pág. 53)

El fragmento no podría ser más claro: la sociedad, en la dinámica neoliberal, carece de un sentido colectivo y se repliega en subjetividades: en un caso, la euforia de los que ganaron, que están más allá del resto y que no pueden compartir sus mismos sentidos, por otro, la construcción de una subjetividad nueva en un sujeto desinvestido: el desocupado.
La ciudadanía patrimonialista y la no ciudadanía.

Los que ganaron
La película Una semana solos (Celina Murga, 2009) evidencia el “estilo de vida puertas adentro” de los countries: un ámbito total, testimonio de un mundo privatizado, marcado por una valla (adentro-afuera) que es un sistema de sentido signado por la capacidad de consumo y por la disposición de los otros.
Uno de los elementos que señala Maristella Svampa en su exhaustivo estudio Los que ganaron: la vida en los countries y barrios privados (Edit. Biblos, Sociedad, segunda edición 2008) residen en la capacidad de negociación que desarrollan los countries para presionar a distintos municipios por mejores condiciones tributarias. Otro está dado por la formación de un proletariado de servicios, anónimo y flexibilizado, que pasa por la “creación de fuentes de trabajo”, objeto de un permanente control, que impone a los pueblos vecinos y a sus habitantes, proveedores de los “puestos de trabajo”, un modo de vida que gira alrededor del country[6].
Otra cuestión, claramente marcada en la película de Celina Murga, es la de las reglas, la “legalidad puertas adentro”. El countries es un espacio extremadamente reglado, en normas destinadas a ser desobedecidas, en parte porque quienes se encuentran encargados de hacerlas cumplir, son empleados de quienes la inflingen.
Pero, en lo que hace al aspecto que más interesa recalcar en contrapartida al fenómeno piquetero, es en el concepto de la “ciudadanía patrimonialista”:

“ ‘Frente al mundo privatizado’ se pregunta Amándola (2000: 44) , ¿cuál es uno de los riesgos? El riesgo es que el Estado comienza a retirarse y se transforma en el Estado para los otros. El Estado no es para todos. Algunos se autorregulan, y para los demás está el Estado. En efecto, el proceso de privatización que se opera en todas las dimensiones de la vida social genera una serie de consecuencias mayores que ponen de relieve la reconfiguración de las relaciones entre lo público y lo privado…En primer lugar, es necesario reconocer que los nuevos modos de habitar se expanden y van articulándose en nuevas estructuras reticulares, que tienden a concertar aquellas funciones que antes garantizaba el Estado” (“Las nuevas relaciones entre lo público y lo privado; los costos de la ciudadanía patrimonialista”, en “De la ‘Comunicad Organizada’ a la ciudadanía patrimonialista”, Cap.5, pág. 188, Los que ganaron…)

El retiro del Estado no sólo implica exclusión sino también (o quizás más que nada) privatización, en este caso produciendo mundos autónomos que reproducen las funciones del Estado pero no el sentido de ciudadanía.
Si en el Estado inclusivo la ciudadanía, como vestigio del sistema de pertenencia de la polis, era una cualidad inherente al ciudadano, en el mundo privatizado la ciudadanía se encuentra configurada por una riqueza tal que sus atributos están dados por la posibilidad de segregación espacial –crearse un mundo diferente para ser habitado con los iguales- y por el disponer de los demás a partir de una situación de dominio dada por esa riqueza y el concepto de “ciudadanía” que entraña.

Entre la ruta y el barrio
El fenómeno piquetero, como muchos movimientos sociales, es complejo y resulta de varios elementos.
Sus vertientes son las puebladas de provincias del norte, en busca de la solución de conflictos, y los reclamos de desocupados en el conurbano.
De este modo, se inscriben en una ruptura de la cultura del trabajo: los primeros cortes de ruta, en Cutral-Co y Plaza Huincul son ante la pérdida de puestos de trabajo de trabajadores petroleros, algunos pertenecientes a una tradición de operarios de ese rubro: generaciones socializadas en el marco de la estabilidad y del empleo.
Marcan, a su vez, una ruptura con el sistema de representación formal y de lucha sindical, al resultar un testimonio de la pérdida de operatividad del aparato sindical para hacer frente a los nuevos reclamos.
De este modo, los trabajadores enfrentaron la realidad de la flexibilización laboral con una única arma: exponer su cuerpo en las rutas. Acuñó un término hecho en esa exposición e indicativo de la movilización: piquetero. No ya desocupado, un término que denota la pasividad. Protesta en la que participaron familias enteras, lo que en algunas oportunidades frenó a la represión y que en otras la hizo más encarnizada
Sin embargo, este “éxito” hizo a la formalización y fragmentación del movimiento, ya que, para hacerle frente, el gobierno dispuso la entrega de montos en concepto de planes sociales. De este modo, la opción consistió en el sentido principista de seguir la lucha por la obtención de puestos de trabajo, o insertarse en la lógica de una acción estatal paliativa.
Antes de abrir un espacio nuevo que reformulara al aparato clientelar peronista hubo un período en que se hizo evidente la necesidad de una nueva estrategia.

“Así, los años de oro del menemismo muestran a los barrios recluidos en la cuestión más reivindicativa, abandonados por los sindicatos y con la estructura punteril peronista en plena expansión, sin mayores competencias a la vista. No fueron pocos los militantes sociales y políticos que recordarían el período como una suerte de lenta travesía por el desierto, en medio de un espacio social que mostraba a una población ya pobre, pero cada vez más pauperizada…” (Maristella Svampa, Sebastián Pereyra Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras, “Parte II El eje territorial del movimiento piquetero, el surgimiento de las oranizaciones a) las primeras movilizaciones en el conurbano bonaerense, pág. 38, Edit. Biblos, 2008)


Es evidente que uno de los primeros significados de la emergencia de este fenómeno fue la incapacidad de resistencia de las estructuras tradicionales ante el establecimiento del nuevo modelo neoliberal. La tácita aceptación, el silencio. La lucha emergió, en el sentido más literal, de la calle.
Queda por establecer si a la larga habrá una cooptación de este movimiento, capaz de procesarlo como uno más de los obstáculos al capitalismo salvaje, o si se impondrá como estrategia de resistencia en lo que tiene de genuino.
Algo es cierto, la sola ruptura de la cultura del trabajo –al pretender ser atenuados mediante la entrega de sumas sin contraprestación laboral- el Estado inclusivo, la posibilidad de acceso a bienes (materiales, culturales, simbólicos) son parte de un mundo que sólo existe en el plano moral y en el histórico.
La única esperanza es, como dice Saskia Sassën, que nada es eterno, que todo lo que se establece termina por desaparecer.





[1] Whortman, Ana Nuevos intermediarios culturales Colección becas de investigación. FLACSO, 2007
[2] Políticas Sociales y Estrategias habitacionales, Grillo, Lacarrieu, Raggio, Espacio Editorial, 1996.
[3] Bouirdieu, Pierre El sentido práctico, siglo XXI, 2007
[4] Villarreal, Juan La exclusión social, Grupo editorial Norma, 1996
[5] Duschatzky, Silvia, Corea Cristina Chicos en Banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Colección Tramas sociales. Paidós, 4ta. Edición, 2997
[6] Recuerda al artículo que años atrás, en la década menemista, escribió Noé Jitrik en Página 12, acerca de un pueblo donde había un castillo, de propiedad de Hugo Anzorregui. La vida del pueblo, como en el feudalismo, giraba alrededor de las necesidades del castillo.

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