LAS LLAVES DE ESE SECRETO de Eduardo Balestena
(Más que un análisis crítico de la obra, que en
realidad no estoy capacitado para hacer, se trata de las reflexiones a que me
ha llevado este libro. Para ello le he
pedido ayuda, como me suele pasar, a mis amigos poetas y escritores que, aunque
en su mayoría no están en cuerpo, están tan presentes en sus libros. Por eso escucharán ciertas citas, que son
palabras que ellos, desde el otro lado de la vida, mandan en mi auxilio).
Los paseos de la mañana con mi perrito Merlí,
pensando un poco en el libro de Eduardo Balestena, me han hecho, si no lo
hicieron antes los griegos, como con casi todo, inventar una palabra, “cinotecnia”. Cinotecnia sería algo así como la técnica de
los perros o técnica canina. Cino,
recuerdan, significa perro, de ahí los cínicos, los seguidores de Diógenes a
quien apodaban el perro; “cinofobia”, fobia a los perros, cinorexia, hambre
desmedida sin saciedad, como suelen hacer ellos.
Bien, “cinotecnia” sería una forma de comentar
algo dando vueltas alrededor, antes de llegar al núcleo. Observen como hace un perro cuando ve a otro
perro, que parece que pasara de largo y da la vuelta para encararlo desde otro
punto de vista. O para la caza, como los
lobos, o lo coyotes, o los perros cimarrones.
Esto que sigue me lo contó
mi amigo Enrique Pianzola: a un hombre sencillo, de campo, le preguntaron un día
si podía decir quién era para él, el hombre más inteligente que había
existido. El dijo, sin dudarlo, “el que
le puso nombre a las cosas. Al perro,
perro, al árbol, árbol, a la casa, casa, y no se equivocó nunca.”
Borges, en su poema “La
luna”, dice en una estrofa algo parecido.
Dice:
“El poeta es aquel hombre que
como el rojo Adán del Paraíso
impone a cada cosa su preciso
y verdadero y no sabido nombre.”
Claro, Borges se refiere
al poeta, no necesariamente al hombre más inteligente.
Es decir que ambos nos
están diciendo que, para notar su existencia, las cosas deben ser nombradas.
Ahora bien, ¿cómo
nombraríamos un hecho histórico? ¿Cuál
sería la manera, la mejor manera para comprenderlo, de acercarnos a ese hecho?
Parece que Aristóteles ya
hablaba en su Retórica, de la manera racional de acercarnos a los hechos, el
logos, y la emocional, el pathos. Uno
podría entender que la Historia, sería el Logos, la búsqueda racional de
estudiar y describir un acontecimiento de la historia.
Pero hay otra manera de
acercarnos que es la ficción. En ésta
interviene más el Pathos, la emoción. Y
seguramente, como es ficción, permite abordar con cierta profundidad, temas que
de otro modo no podríamos tratar.
Permite acercarnos a la historia, en el caso de la novela histórica, con
cierto atrevimiento para poner en la imaginación y el juicio, aquellos hechos
que de otro modo no podrían ser nombrados.
Siempre me gusta mencionar
una hermosa conferencia que dio Borges en la Universidad de Belgrano en 1978
sobre el libro. Decía allí que “de los diversos
instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son
extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; el arado y la
espada, extensiones de su brazo. Pero el
libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la
imaginación.”
Podríamos decir también
que una obra de ficción histórica, abarca estos dos campos, la memoria y la
imaginación.
(No vamos a hacer
conjeturas sobre aquello de que “la historia la escriben los que ganan, o los
poderosos, y la “ficcionalizan” a su conveniencia, porque eso nos llevaría
largas horas de análisis y discusiones.
Pensemos en que hay honestidad en quienes la escriben).
Pongamos como ejemplo, tal
vez grosero ejemplo, el de un escritor Premio Nobel, que escribió un
extraordinario artículo, y luego un libro, sobre “la verdad de las mentiras”. Es decir, cómo se puede arribar a la verdad a
través de la ficción, y muchas veces con más profundidad que con la
historia. Ese escritor frecuentemente pone
en práctica su ensayo: dice mucha verdad en sus ficciones, y en su discurso
real dice mentira.
Un querido maestro de la
medicina, el Dr. Francisco Maglio, nos decía que cuando creíamos haber
inventado algo, que volviéramos a los griegos.
Seguro que ellos ya lo habían inventado.
Y en estos días, leyendo el Fedro de Platón, encuentro que dice, por
boca de Sócrates: “Pues en los tribunales a nadie interesa lo más mínimo la
verdad sobre estas cuestiones, y sí, en cambio, lo que induce a persuasión. Y esto es lo verosímil.” Y más adelante: “Así que, cuando se habla, se
ha de perseguir por todos conceptos lo verosímil, mandando mil veces a paseo la
verdad, ya que eso es lo que, al mostrarse a través de todo el discurso,
procura el arte en su totalidad.” No sé
si será una mala traducción, o una interpretación equivocada mía, pero parece
que quiere decir que lo más importante no es la verdad sino lo que puede ser
creíble, verosímil, capaz de persuadir a alguien de algo. Es probable que aquellos que integraron esa
Comisión Presidencial para investigar lo ocurrido en Pearl Harbor hayan leído a
Platón y seguido sus consejos. En
beneficio de Platón y de Sócrates, digamos que hablaban en realidad del arte de
la oratoria, aunque como en todo, puede interpretarse según cada uno proyecte
su pensamiento.
Bien. Me he preguntado el por qué de EB para
escribir sobre un hecho histórico que en apariencia nos es tan lejano en el
tiempo y en el espacio. Y digo en
apariencia. Porque a medida que uno va
profundizando en ese hecho, va comprendiendo las similitudes con otros hechos
que, estos sí, nos son más próximos.
Hay, al menos en los
libros de Eduardo que conozco, una afinidad por lo épico. “Cita en Lasal del Varador”, “En el centro
del desierto”, “Las puertas del cielo”, y el muy reciente ensayo “La metáfora
del pájaro pintado”, sobre Patria, el libro de Fernando Aramburu. Claro, en su vida hay afinidad por la acción;
sólo saber de su amor por las motos, y de sus viajes al sur, a Lago Puelo con
su Honda NC 700. Y de ser piloto de
avión y apreciar la obra de Saint Exupéry, no sólo por la calidad de lo
escrito, sino también porque él era además, aviador y aventurero (“Vuelo
Nocturno”, “Tierra de hombres”, “Correo Sur” y el mismo “Principito”).
Dice Leopoldo Marechal en
su novela “Megafón o la guerra”: “Qué haría yo, como poeta, sino atender a mi
función de inexorable memoria en la ciudad alegre de los olvidadizos”. Tal vez de eso se trate. De, con cierta “cinotecnia” empleada por
Eduardo, arribar a similitudes que nos incluyan de manera más cercana.
Un lindo poeta mexicano,
Jaime Sabines, dice en un pequeño texto que tituló “Sísifo” lo siguiente:
“Voló desde su vida
apacible hacia la luz recién encendida y su cadáver minúsculo cayó sobre esta
hoja de papel en que escribo.
Retiré la taza de café pensando
que su contacto en mis labios sería molesto, y que una lluvia de meteoritos
invisibles podría empezar a descender desde el foco, por los espacios
siderales, hasta la mesa.
De pronto el cadáver se
agitó, dio vueltas torpemente, movió las alas cada vez más ligeras, y emprendió
el vuelo de retorno. ¡Qué alivio y qué
alegría! Sísifo de la luz, lo vi
ascender en giros concentrados, veloz y decidido, hacia la gloria abundante de
un nuevo encuentro con la muerte.”
¿No es acaso ésta, la
historia humana? ¿No somos Sísifo
llevando, cada vez, la misma piedra hacia lo alto para volver a caer, o volando
hacia la luz para calcinarnos, caer y volver a subir? Pero ¿volamos al menos hacia la luz como las
mariposas nocturnas, o buscamos la oscuridad y la muerte?
El libro de EB nos hace reflexionar
sobre las motivaciones de una política que no tuvo en cuenta la vida humana
sino justificar el ingreso a una guerra que ocasionaría sólo muerte y dolor.
(Hoy en Ucrania volvemos a
verlo).
A veces pienso que el ser humano
fue puesto en el mundo, crudo, que le faltó una horneada. Y que pasarán unos cuantos miles de años
antes de que se complete. 15 o 20 mil.
En fin, se trata del
ocultamiento de la verdad. La Comisión
Presidencial que debía investigar y no lo hizo o lo hizo mal; la acusación a
los menos responsables, evitando a los máximos.
Las maniobras que se repiten en la historia de los EEUU (Lincoln y Fort
Sumter, provocando la guerra civil del siglo XIX), y en las historias de todo
el mundo, incluso en la nuestra (Informe Ratenbach, sobre Malvinas, con el
mantenimiento del secreto y la adulteración de algunas páginas. Recordar que Rattenbach firmó en disidencia;
la complicidad de los medios de comunicación: “¡Vamos ganando!”, y los casi
niños muriendo de hambre, de frío y de balas).
Hay también en este
análisis ficcionalizado de la historia, una historia de amor. Es como oponer el eros al tanatos. Es como decir que puede haber otra
historia. Que los seres humanos, aunque
débiles, incompletos, sometidos muchas veces por tristes y oscuras pasiones,
podemos también volar hacia la verdadera luz que no nos queme y nos abrace. (De abrazar).
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