sábado, 14 de enero de 2023

Las llaves de ese secreto, por Jorge Dietsch

 



LAS LLAVES DE ESE SECRETO de Eduardo Balestena

 

(Más que un análisis crítico de la obra, que en realidad no estoy capacitado para hacer, se trata de las reflexiones a que me ha llevado este libro.  Para ello le he pedido ayuda, como me suele pasar, a mis amigos poetas y escritores que, aunque en su mayoría no están en cuerpo, están tan presentes en sus libros.  Por eso escucharán ciertas citas, que son palabras que ellos, desde el otro lado de la vida, mandan en mi auxilio).

Los paseos de la mañana con mi perrito Merlí, pensando un poco en el libro de Eduardo Balestena, me han hecho, si no lo hicieron antes los griegos, como con casi todo, inventar una palabra, “cinotecnia”.   Cinotecnia sería algo así como la técnica de los perros o técnica canina.  Cino, recuerdan, significa perro, de ahí los cínicos, los seguidores de Diógenes a quien apodaban el perro; “cinofobia”, fobia a los perros, cinorexia, hambre desmedida sin saciedad, como suelen hacer ellos.

Bien, “cinotecnia” sería una forma de comentar algo dando vueltas alrededor, antes de llegar al núcleo.  Observen como hace un perro cuando ve a otro perro, que parece que pasara de largo y da la vuelta para encararlo desde otro punto de vista.  O para la caza, como los lobos, o lo coyotes, o los perros cimarrones.

            Esto que sigue me lo contó mi amigo Enrique Pianzola: a un hombre sencillo, de campo, le preguntaron un día si podía decir quién era para él, el hombre más inteligente que había existido.  El dijo, sin dudarlo, “el que le puso nombre a las cosas.  Al perro, perro, al árbol, árbol, a la casa, casa, y no se equivocó nunca.” 

            Borges, en su poema “La luna”, dice en una estrofa algo parecido.  Dice:

“El poeta es aquel hombre que

como el rojo Adán del Paraíso

impone a cada cosa su preciso

y verdadero y no sabido nombre.”

            Claro, Borges se refiere al poeta, no necesariamente al hombre más inteligente.

            Es decir que ambos nos están diciendo que, para notar su existencia, las cosas deben ser nombradas.

            Ahora bien, ¿cómo nombraríamos un hecho histórico?  ¿Cuál sería la manera, la mejor manera para comprenderlo, de acercarnos a ese hecho? 

            Parece que Aristóteles ya hablaba en su Retórica, de la manera racional de acercarnos a los hechos, el logos, y la emocional, el pathos.  Uno podría entender que la Historia, sería el Logos, la búsqueda racional de estudiar y describir un acontecimiento de la historia. 

            Pero hay otra manera de acercarnos que es la ficción.  En ésta interviene más el Pathos, la emoción.  Y seguramente, como es ficción, permite abordar con cierta profundidad, temas que de otro modo no podríamos tratar.  Permite acercarnos a la historia, en el caso de la novela histórica, con cierto atrevimiento para poner en la imaginación y el juicio, aquellos hechos que de otro modo no podrían ser nombrados.

            Siempre me gusta mencionar una hermosa conferencia que dio Borges en la Universidad de Belgrano en 1978 sobre el libro.  Decía allí que “de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro.  Los demás son extensiones de su cuerpo.  El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; el arado y la espada, extensiones de su brazo.  Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.” 

            Podríamos decir también que una obra de ficción histórica, abarca estos dos campos, la memoria y la imaginación. 

            (No vamos a hacer conjeturas sobre aquello de que “la historia la escriben los que ganan, o los poderosos, y la “ficcionalizan” a su conveniencia, porque eso nos llevaría largas horas de análisis y discusiones.  Pensemos en que hay honestidad en quienes la escriben).

            Pongamos como ejemplo, tal vez grosero ejemplo, el de un escritor Premio Nobel, que escribió un extraordinario artículo, y luego un libro, sobre “la verdad de las mentiras”.  Es decir, cómo se puede arribar a la verdad a través de la ficción, y muchas veces con más profundidad que con la historia.  Ese escritor frecuentemente pone en práctica su ensayo: dice mucha verdad en sus ficciones, y en su discurso real dice mentira.

            Un querido maestro de la medicina, el Dr. Francisco Maglio, nos decía que cuando creíamos haber inventado algo, que volviéramos a los griegos.  Seguro que ellos ya lo habían inventado.  Y en estos días, leyendo el Fedro de Platón, encuentro que dice, por boca de Sócrates: “Pues en los tribunales a nadie interesa lo más mínimo la verdad sobre estas cuestiones, y sí, en cambio, lo que induce a persuasión.  Y esto es lo verosímil.”  Y más adelante: “Así que, cuando se habla, se ha de perseguir por todos conceptos lo verosímil, mandando mil veces a paseo la verdad, ya que eso es lo que, al mostrarse a través de todo el discurso, procura el arte en su totalidad.”  No sé si será una mala traducción, o una interpretación equivocada mía, pero parece que quiere decir que lo más importante no es la verdad sino lo que puede ser creíble, verosímil, capaz de persuadir a alguien de algo.  Es probable que aquellos que integraron esa Comisión Presidencial para investigar lo ocurrido en Pearl Harbor hayan leído a Platón y seguido sus consejos.  En beneficio de Platón y de Sócrates, digamos que hablaban en realidad del arte de la oratoria, aunque como en todo, puede interpretarse según cada uno proyecte su pensamiento.   

            Bien.  Me he preguntado el por qué de EB para escribir sobre un hecho histórico que en apariencia nos es tan lejano en el tiempo y en el espacio.  Y digo en apariencia.  Porque a medida que uno va profundizando en ese hecho, va comprendiendo las similitudes con otros hechos que, estos sí, nos son más próximos. 

            Hay, al menos en los libros de Eduardo que conozco, una afinidad por lo épico.  “Cita en Lasal del Varador”, “En el centro del desierto”, “Las puertas del cielo”, y el muy reciente ensayo “La metáfora del pájaro pintado”, sobre Patria, el libro de Fernando Aramburu.  Claro, en su vida hay afinidad por la acción; sólo saber de su amor por las motos, y de sus viajes al sur, a Lago Puelo con su Honda NC 700.  Y de ser piloto de avión y apreciar la obra de Saint Exupéry, no sólo por la calidad de lo escrito, sino también porque él era además, aviador y aventurero (“Vuelo Nocturno”, “Tierra de hombres”, “Correo Sur” y el mismo “Principito”).

            Dice Leopoldo Marechal en su novela “Megafón o la guerra”: “Qué haría yo, como poeta, sino atender a mi función de inexorable memoria en la ciudad alegre de los olvidadizos”.  Tal vez de eso se trate.  De, con cierta “cinotecnia” empleada por Eduardo, arribar a similitudes que nos incluyan de manera más cercana. 

            Un lindo poeta mexicano, Jaime Sabines, dice en un pequeño texto que tituló “Sísifo” lo siguiente:

            “Voló desde su vida apacible hacia la luz recién encendida y su cadáver minúsculo cayó sobre esta hoja de papel en que escribo. 

            Retiré la taza de café pensando que su contacto en mis labios sería molesto, y que una lluvia de meteoritos invisibles podría empezar a descender desde el foco, por los espacios siderales, hasta la mesa.

            De pronto el cadáver se agitó, dio vueltas torpemente, movió las alas cada vez más ligeras, y emprendió el vuelo de retorno.  ¡Qué alivio y qué alegría!  Sísifo de la luz, lo vi ascender en giros concentrados, veloz y decidido, hacia la gloria abundante de un nuevo encuentro con la muerte.”

            ¿No es acaso ésta, la historia humana?  ¿No somos Sísifo llevando, cada vez, la misma piedra hacia lo alto para volver a caer, o volando hacia la luz para calcinarnos, caer y volver a subir?  Pero ¿volamos al menos hacia la luz como las mariposas nocturnas, o buscamos la oscuridad y la muerte?

            El libro de EB nos hace reflexionar sobre las motivaciones de una política que no tuvo en cuenta la vida humana sino justificar el ingreso a una guerra que ocasionaría sólo muerte y dolor.  

            (Hoy en Ucrania volvemos a verlo).

            A veces pienso que el ser humano fue puesto en el mundo, crudo, que le faltó una horneada.  Y que pasarán unos cuantos miles de años antes de que se complete.  15 o 20 mil.

            En fin, se trata del ocultamiento de la verdad.  La Comisión Presidencial que debía investigar y no lo hizo o lo hizo mal; la acusación a los menos responsables, evitando a los máximos.  Las maniobras que se repiten en la historia de los EEUU (Lincoln y Fort Sumter, provocando la guerra civil del siglo XIX), y en las historias de todo el mundo, incluso en la nuestra (Informe Ratenbach, sobre Malvinas, con el mantenimiento del secreto y la adulteración de algunas páginas.  Recordar que Rattenbach firmó en disidencia; la complicidad de los medios de comunicación: “¡Vamos ganando!”, y los casi niños muriendo de hambre, de frío y de balas).

            Hay también en este análisis ficcionalizado de la historia, una historia de amor.  Es como oponer el eros al tanatos.  Es como decir que puede haber otra historia.  Que los seres humanos, aunque débiles, incompletos, sometidos muchas veces por tristes y oscuras pasiones, podemos también volar hacia la verdadera luz que no nos queme y nos abrace.  (De abrazar).

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario