martes, 17 de enero de 2023

Las llaves de ese secreto


I. Otoño  en Nueva Inglaterra (Provincetown, octubre de 1970)

-Sé cómo afectó tu vida pero nunca me contaste cómo empezó todo.

La miré fingiendo pensar en algo muy serio, hondo y profundo –acorde con la inminente revelación- pero solo me proponía contemplarla antes de contestarle, porque la respuesta iba a ser larga, en muchas partes, con muchas pausas.

Ella a su vez me miró con sus ojos verdes, extraordinariamente profundos que eran tan diferentes a toda aquella otra oscuridad que yo tenía para contarle, ahora que nos encontrábamos finalmente solos. Estaba interesada en lo que iba a decirle y ese gesto la embellecía todavía más. Sentía que por ese momento era nada más que  para mí, porque solo estaba atenta a mis palabras.

Su cabello negro y ondeado era como un mar en la noche, meciéndose pausadamente, en una cadencia solo de ella.

La boca roja y diminuta se contraía levemente y sus manos se extendieron hacia el manillar del sillón mientras se incorporaba, expectante, irguiendo su espalda, abriendo levemente su boca y haciendo sus ojos aun más profundos.

Fuera, los tonos rojizos, ocres y tornadizos de las hojas de los árboles en el otoño de Nueva Inglaterra se abrían plácidamente.

Por un momento mis ojos se detuvieron en el Ford Gran Torino en el camino de entrada al garaje de la casa y recordé, en idéntico lugar pero en nuestra casa de California aquel Packard Club Coupe que tenía aquella mañana del 17 de diciembre de 1941 en que el teléfono sonó.

-Te contaré como fue.

 

 


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