I. Otoño
en Nueva Inglaterra (Provincetown, octubre de 1970)
-Sé
cómo afectó tu vida pero nunca me contaste cómo empezó todo.
La miré
fingiendo pensar en algo muy serio, hondo y profundo –acorde con la inminente
revelación- pero solo me proponía contemplarla antes de contestarle, porque la
respuesta iba a ser larga, en muchas partes, con muchas pausas.
Ella
a su vez me miró con sus ojos verdes, extraordinariamente profundos que eran
tan diferentes a toda aquella otra oscuridad que yo tenía para contarle, ahora
que nos encontrábamos finalmente solos. Estaba interesada en lo que iba a decirle
y ese gesto la embellecía todavía más. Sentía que por ese momento era nada más
que para mí, porque solo estaba atenta a
mis palabras.
Su
cabello negro y ondeado era como un mar en la noche, meciéndose pausadamente,
en una cadencia solo de ella.
La
boca roja y diminuta se contraía levemente y sus manos se extendieron hacia el
manillar del sillón mientras se incorporaba, expectante, irguiendo su espalda,
abriendo levemente su boca y haciendo sus ojos aun más profundos.
Fuera,
los tonos rojizos, ocres y tornadizos de las hojas de los árboles en el otoño
de Nueva Inglaterra se abrían plácidamente.
Por
un momento mis ojos se detuvieron en el Ford Gran Torino en el camino de
entrada al garaje de la casa y recordé, en idéntico lugar pero en nuestra casa
de California aquel Packard Club
Coupe que tenía aquella mañana del 17 de diciembre de 1941 en que el teléfono
sonó.
-Te
contaré como fue.
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