martes, 17 de enero de 2023

El corazón del mundo (fragmento del ensayo sobre Germán Rozenmacher)

 

El corazón del mundo

(El gato dorado y blues en la noche, de Germán Rozenmacher)

            Los cuentos y relatos de Germán Rozenmacher (1936-1971) que forman parte de sus dos libros de narrativa: Cabecita negra (1961) y Ojos de Tigre (1966) están concebidos dentro de diferentes estéticas y técnicas; tienen muchas diferencias entre sí pero también una centralidad en común.

            Como otros intelectuales de su generación su obra se encuentra influida por el compromiso y la misión política y social del escritor. Alterna ese discurso con el de sus íntimos y poderosos temas y motivos, y la diferencia entre ambos registros es significativa. En el primero sus relatos no dejan nada fuera y están dados más en la acumulación de elementos que en su selección. Utiliza la corriente de la conciencia (Los ojos del Tigre) y nos arrojan a una acción tan incesante como difícil a veces de discernir (Cochecito).

            Por el contrario, en otros el manejo del lenguaje está dado en la precisión y la intensidad y en una originalidad narrativa donde se alternan el más puro realismo con lo fantástico (El gato dorado) y la soledad urbana como alienación y cerco del cual los personajes no parecen poder huir (Blues en la noche).

            Las obras sobre las cuales elegí reflexionar responden a esta urgencia, la de la palabra de alusión y de reclusión: una es la referencia al lugar inaprehensible de la redención y la otra al puro confinamiento. Los tópicos elegidos son: el ser judío, la pobreza, lo urbano y el aislamiento.

              

I Un vuelo imposible

El gato dorado es uno de los relatos del libro “Cabecita Negra”.

            Como gran parte de las narraciones de Germán Rozenmacher, el punto tomado como comienzo del relato es parte de un discurrir previo, que iremos conociendo  a partir de sucesivas recapitulaciones.

            Alternan en este relato dos instancias de narración: en la primera el personaje central sin nombre, un pianista que acompaña grabaciones de aficionados en un miserable local  subterráneo, está atento a una señal que habrá de hacerle “el gato dorado”, que marcará el inicio de otra vida en la cual podrá volar muy lejos del mundo que habita. La segunda es la del cuarto de pensión que comparte con su esposa y un sastre; en el curso de la descripción se producen las recapitulaciones que reconstruyen la vida del músico.

            Cuando la señal del gato dorado se produce, el felino echa a andar, inapresable como la vida  y el hombre lo sigue, pero el gato se aleja cada vez más hasta que, desafiante, lo observa desde la calle, momentos antes de que un tranvía lo atropelle y mate. Se lo menciona entonces como un simple gato negro, de los que hay tantos. La magia concluye bruscamente y cierra una especie de compuerta.

            Narraciones que siempre implican un desplazamiento tan forzoso como imprevisible, en cuyo curso se desarrolla la acción, tienen la dinámica del sueño y de ellas no se puede volver. La narración adquiere así las connotaciones de una suerte de pesadilla real en la cual es imposible saber qué sucederá a cada paso. 

            El realismo surge como insuficiente no ya para plasmar –operación que parece imposible que la literatura pueda lograr- algo que el personaje añora, anhela ser o simplemente desea, sino siquiera para poder nombrarlo.

            Hay algo que es negado pero no termina de saberse qué es porque resulta imposible de poner en palabras. La memoria es la aparición de recortes, siempre inamovibles, de algo sumamente extrañado pero que en su momento fue vivido como muy duro y penoso. El personaje sin nombre del cuento añora los paisajes cubiertos de nieve de cuando, siendo muy joven, iba tocando el acordeón por pequeños pueblos helados del viejo país. Se añora algo que es una carencia y que constituye un origen y una patria, y se vive en un exilio donde nada tiene sentido: este es el verdadero escenario del relato. Ese espacio captado de modo realista que es en sí mismo testimonio del mundo y la posibilidad perdidos.

            ¿Qué sino lo fantástico es capaz de connotar esta sensación de eterna ajenidad? Si lo fantástico simboliza y encarna la posibilidad de dejar el mundo de carencia podemos suponer que la plenitud es fantástica o, por el contrario, lo fantástico es factible en el deseo y, por consiguiente, deja de ser fantástico para convertirse en la única posibilidad de acceso a lo más vital.

            Podemos quizás postular que aquello que se encuentra en primer plano es lo inalcanzable y que el modo de expresarlo es lo fantástico. De este modo, el elemento irreal se encuentra cumpliendo una función determinada.

            En Raíces, por ejemplo, el viaje emprendido[1] –cuentos y relatos tienen siempre un itinerario que es real, realista o fantástico- lo es en busca de aquello que constituye el centro –elegido o no- de la vida del personaje, sus raíces, que no son las que le impone su familia. A espalda de todos, el personaje pudo encontrar raíces que no son las de los demás sino propias y a ellas se refiere el título. Es acaso el único relato de afirmación de la narrativa de Germán Rozenmacher.

            Los itinerarios pueden ser urbanos o de las orillas. Siempre son inciertos y nunca se sabe si habrá algo al final. Son inevitables, obedecen a un impulso que alude a algo que no se sabe que es, ni si estará al final del camino.

            En El gato dorado hay dos itinerarios planteados, el del camino que emprende el personaje siguiendo al gato y el de un vuelo, que se revelará imposible.

 



[1] Luís, el personaje del relato Raíces es hijo de dos comerciantes que aspiran para él un casamiento ventajoso. Del mismo modo que El gato dorado el relato se inicia con la inminencia de algo que debe suceder ese día. Tal operación implica que la existencia vivida es falsa y que la introducción de ese algo a lo que se alude,  será el modo de hacer que esa existencia se convierta en la verdadera. En este caso, Luís tiene una compañera y un hijo que viven en Tartagal y en la secuencia final los lleva a Salta, donde viven sus padres, que no saben nada de la existencia de la compañera y el hijo de Luís. La poética del recuerdo está presente en la forma de imágenes de infancia y  de sensaciones que suscitan.


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