El corazón del mundo
(El gato dorado y blues en la noche, de
Germán Rozenmacher)
Los cuentos y relatos de Germán Rozenmacher (1936-1971) que
forman parte de sus dos libros de narrativa: Cabecita negra (1961) y Ojos
de Tigre (1966) están concebidos dentro de diferentes estéticas y técnicas;
tienen muchas diferencias entre sí pero también una centralidad en común.
Como otros intelectuales de su generación su obra se
encuentra influida por el compromiso y la misión política y social del escritor.
Alterna ese discurso con el de sus íntimos y poderosos temas y motivos, y la
diferencia entre ambos registros es significativa. En el primero sus relatos no
dejan nada fuera y están dados más en la acumulación de elementos que en su
selección. Utiliza la corriente de la conciencia (Los ojos del Tigre) y nos arrojan a una acción tan incesante como
difícil a veces de discernir (Cochecito).
Por el contrario, en otros el manejo del lenguaje está
dado en la precisión y la intensidad y en una originalidad narrativa donde se
alternan el más puro realismo con lo fantástico (El gato dorado) y la soledad urbana como alienación y cerco del
cual los personajes no parecen poder huir (Blues
en la noche).
Las obras sobre las cuales elegí reflexionar responden a
esta urgencia, la de la palabra de alusión y de reclusión: una es la referencia
al lugar inaprehensible de la redención y la otra al puro confinamiento. Los
tópicos elegidos son: el ser judío, la pobreza, lo urbano y el aislamiento.
I Un vuelo imposible
El gato dorado es
uno de los relatos del libro “Cabecita Negra”.
Como gran parte de las narraciones de Germán Rozenmacher,
el punto tomado como comienzo del relato es parte de un discurrir previo, que
iremos conociendo a partir de sucesivas
recapitulaciones.
Alternan en este relato dos instancias de narración: en
la primera el personaje central sin nombre, un pianista que acompaña
grabaciones de aficionados en un miserable local subterráneo, está atento a una señal que
habrá de hacerle “el gato dorado”, que marcará el inicio de otra vida en la
cual podrá volar muy lejos del mundo que habita. La segunda es la del cuarto de
pensión que comparte con su esposa y un sastre; en el curso de la descripción
se producen las recapitulaciones que reconstruyen la vida del músico.
Cuando la señal del gato dorado se produce, el felino
echa a andar, inapresable como la vida y
el hombre lo sigue, pero el gato se aleja cada vez más hasta que, desafiante,
lo observa desde la calle, momentos antes de que un tranvía lo atropelle y
mate. Se lo menciona entonces como un simple gato negro, de los que hay tantos.
La magia concluye bruscamente y cierra una especie de compuerta.
Narraciones que siempre implican un desplazamiento tan
forzoso como imprevisible, en cuyo curso se desarrolla la acción, tienen la
dinámica del sueño y de ellas no se puede volver. La narración adquiere así las
connotaciones de una suerte de pesadilla real en la cual es imposible saber qué
sucederá a cada paso.
El realismo surge como insuficiente no ya para plasmar
–operación que parece imposible que la literatura pueda lograr- algo que el
personaje añora, anhela ser o simplemente desea, sino siquiera para poder
nombrarlo.
Hay algo que es negado pero no termina de saberse qué es
porque resulta imposible de poner en palabras. La memoria es la aparición de
recortes, siempre inamovibles, de algo sumamente extrañado pero que en su
momento fue vivido como muy duro y penoso. El personaje sin nombre del cuento
añora los paisajes cubiertos de nieve de cuando, siendo muy joven, iba tocando
el acordeón por pequeños pueblos helados del viejo país. Se añora algo que es
una carencia y que constituye un origen y una patria, y se vive en un exilio
donde nada tiene sentido: este es el verdadero escenario del relato. Ese
espacio captado de modo realista que es en sí mismo testimonio del mundo y la
posibilidad perdidos.
¿Qué sino lo fantástico es capaz de connotar esta
sensación de eterna ajenidad? Si lo fantástico simboliza y encarna la
posibilidad de dejar el mundo de carencia podemos suponer que la plenitud es
fantástica o, por el contrario, lo fantástico es factible en el deseo y, por
consiguiente, deja de ser fantástico para convertirse en la única posibilidad
de acceso a lo más vital.
Podemos quizás postular que aquello que se encuentra en
primer plano es lo inalcanzable y que el modo de expresarlo es lo fantástico.
De este modo, el elemento irreal se encuentra cumpliendo una función
determinada.
En Raíces, por
ejemplo, el viaje emprendido[1] –cuentos y relatos tienen
siempre un itinerario que es real, realista o fantástico- lo es en busca de
aquello que constituye el centro –elegido o no- de la vida del personaje, sus
raíces, que no son las que le impone su familia. A espalda de todos, el personaje
pudo encontrar raíces que no son las de los demás sino propias y a ellas se
refiere el título. Es acaso el único relato de afirmación de la narrativa de
Germán Rozenmacher.
Los itinerarios pueden ser urbanos o de las orillas.
Siempre son inciertos y nunca se sabe si habrá algo al final. Son inevitables,
obedecen a un impulso que alude a algo que no se sabe que es, ni si estará al
final del camino.
En El gato dorado
hay dos itinerarios planteados, el del camino que emprende el personaje
siguiendo al gato y el de un vuelo, que se revelará imposible.
[1]
Luís, el personaje del relato Raíces
es hijo de dos comerciantes que aspiran para él un casamiento ventajoso. Del
mismo modo que El gato dorado el
relato se inicia con la inminencia de algo que debe suceder ese día. Tal
operación implica que la existencia vivida es falsa y que la introducción de
ese algo a lo que se alude, será el modo
de hacer que esa existencia se convierta en la verdadera. En este caso, Luís
tiene una compañera y un hijo que viven en Tartagal y en la secuencia final los
lleva a Salta, donde viven sus padres, que no saben nada de la existencia de la
compañera y el hijo de Luís. La poética del recuerdo está presente en la forma de
imágenes de infancia y de sensaciones
que suscitan.
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