domingo, 26 de junio de 2016

La memoria, un cuaderno extraviado (a sesenta años de Zama, de Antonio Di Benedetto)

       En 1956, un joven periodista y escritor mendocino escribió en una casa vacía, aprovechando una licencia en el diario donde trabajaba, una novela que significó –formal y temáticamente- una dirección absolutamente nueva para el género en Argentina y Latinoamérica.
    Zama,  que no muestra en absoluto las huellas de esa urgencia de la escritura, es la novela de la postergación y la espera de un funcionario americano de la corona española pero es mucho más. La novela argentina rompe en ella con el pintoresquismo regionalista y adopta otro regionalismo que no se circunscribe a un solo espacio geográfico y, casi coetáneamente con Pedro Páramo y El llano en llamas, ingresa en un territorio nuevo.
     Don Diego de Zama espera en una Asunción del Paraguay casi tan fantasmal como Luvina de Rulfo, un  lugar del cual no hay mención ni referencias precisas y cuya ubicación sólo puede ser inferida a partir de determinadas circunstancias, a ser trasladado a un destino mejor: Buenos Aires, donde lo espera su familia o la apetecida Madrid.
      Un texto inaprehensible
     Organizada en tres partes que son marcas de tiempo (Año 1790; Año 1794 y  Año 1799) propone ser leída como una novela histórica, propuesta que el texto deja atrás al no dar referencias de hechos políticos ni localizaciones precisas, inaugurando un discurso intemporal al que pueden dársele muchos significados.
      Don Diego de Zama no sólo espera noticias de su familia; el traslado a un puesto mejor; su paga –que cada vez recibe con menos frecuencia- sino que va hundiéndose en una progresiva negación: todo lo que hace es inútil (para conseguir ese traslado; ganar el favor del gobernador o simplemente acercarse a una mujer). La espera es algo más que una circunstancia: es una dimensión existencial.
      Es en este punto en que la novela deja de ser histórica para convertirse en una alegoría que introduce la temática existencialista en la literatura argentina.
      Zama es en el pasado, uno en el cual tuvo una familia y una importancia pero que cada vez se desdibuja más. Marta, su esposa que quedó en Buenos Aires, es una ausencia. Todo vínculo lo es y la soledad emerge y va consolidándose como una valla infranqueable. El brillo de su cargo es algo que sólo él recuerda mientras que la realidad es una degradación  progresiva y va hundiéndose más y más en la ajenidad y la miseria (moral y material).
     La administración colonial (como nuestras instituciones mismas) es una gigantesca y negra profundidad insondable donde aquello que nos parece legítimo y esperado cae en un abismo sin fin que todo parece negarlo: por empezar lo que es propio de la persona, a la que corroe y diluye por eternas e inescrutables razones.
     Pese a las enormes diferencias estilísticas recuerda a textos como Ante la ley, o El proceso, de Kafka, donde todo es oscuro, inabordable y queda situado en el movimiento de los círculos inaccesibles donde las cosas suceden.       
     Un lenguaje sin realidad ni tiempos
     No hay una reconstrucción lingüística del pasado. El habla y, más que nada el discurso interior del personaje, es clara, detallada y con giros inesperados.
     Un lenguaje intemporal nos evoca el pasado pero a la vez nos ubica en el presente: la metáfora es siempre precisa; una de las más fuertes es la de los peces a los que el agua rechaza y cuyas energías son empleadas no en avanzar sino simplemente en poder mantenerse en “su medio” frente a ese rechazo y que mueren cuando la energía que producen es menor que aquella que el agua les demanda sólo para permanecer.
      La urgencia por escribir y por terminar quizás haya sido uno de los elementos que más contribuyó a producir un lenguaje sólido y conciso, de una metáfora tan imaginativa como justa. Tal claridad y  precisión nos hace suponer que el lenguaje da cuenta de algo también claro y preciso. Sin embargo, el mundo que muestra es inexplicable como un sueño y todo parece la irradiación de algo que sucede en otro lugar, algo de lo cual sólo podemos apreciar lo que está por fuera.
      Acuciado por la falta de dinero busca alojamiento en una casa derruida que parece cambiar y adoptar una disposición incomprensible. No se sabe bien quienes viven en habitaciones que se abren a sitios insospechados.
      En la dimensión de la espera –lo único real- discurre algo que se hace cada vez más irreal.
      Con un futuro condicionado por esa espera, que no existe como posibilidad cierta, y un presente vacío queda la memoria de lo que fue y se perdió haciendo del pasado “un cuaderno extraviado”.
      Al comienzo el personaje ve en el embarcadero un mono muerto que se agita al ritmo de las olas, como si estuviera por emprender un viaje imposible que recién en esa instancia se había decidido a hacer “y ahí estaba él, por irse y no y ahí estábamos. Ahí estábamos, por irnos y no”. Tanto el cumplir con un propósito como la partida son imposibles y sobreviene la muerte esperando, o bien la vida consiste en permanecer en un limbo aguardando algo que nunca sucederá.
     Pasado y presente                       
    Privado de su libertad y torturado por la dictadura durante un año de cautiverio  Antonio Di Benedetto debió exiliarse en España. Murió en gran parte a consecuencia de aquellas torturas en 1986, poco después luego de regresar al país.
    También él habrá sentido –como Zama- la terrible dimensión de una espera que nunca se sabe cuánto durara, que entraña la duda acerca de si aquello que esperamos finalmente habrá de producirse o no.
   Sylvia Saítta, citando a Italo Calvino, señaló que un texto es clásico cuando nunca termina de decir lo que tiene que decir porque tiene sentidos múltiples y cada lector descubre en él cosas nuevas.
    Zama es una novela experimental, inclasificable, y al mismo tiempo un texto clásico  capaz de serlo por expresar algo de la condición humana en lo que podemos reconocernos

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