El 19 de enero
falleció en Roma el guionista y director de cine Ettore Scola. Había nacido en
Trevico, Italia, el 10 de mayo de 1931.
“La noche romana
es pura tristeza” tituló el diario la Nación la noticia sobre la muerte de un
cineasta que lega una obra tan cuidada como original. Pocos artistas pueden
dejarnos la impresión de que cada creación constituye un mundo autónomo y
profundo; que es distinta a las demás y que logra el punto expresivo más alto.
Una formulación propia
La comedia; la
ironía; la mirada aguda e implacable son
elementos de una estética que nunca se cristalizó en una sola manera de captar
y mostrar. La sensibilidad, el cuidado formal, el lenguaje gestual u oral son
elementos comunes en su obra pero ésta adopta distintas formas.
Trabajos como Nos habíamos amado tanto (1974); Feos, sucios y malos (1976); Un día muy particular (1977); La
noche de Varennes (1982) o El baile (1983),
son ejemplos de ello.
En el primer
caso, se trata de la relación de un grupo de amigos a través de varias décadas:
La vida los hace alejarse, de a poco, imperceptiblemente, de sus ideales de
juventud y termina –en la época del renacimiento económico de Italia, en los
sesenta- distanciándolos. “Íbamos a cambiar al mundo pero el mundo nos cambió a
nosotros”, dice Gianni (Vittorio Gassman), en una afirmación que todo lo
resume.
En Feos, sucios y malos inaugura una (anti) estética violenta, que
toma rasgos de la commedia all´ italiana
pero los lleva mucho más allá, en una combinación de grotesco que se vale de la
fealdad, lo esperpéntico y de todos los
rasgos negativos de una familia lumpen, contracara de la opulencia del milagro
económico italiano. El protagonista, Giaccinto Mazzatella, soberbiamente
interpretado por Nino Manfredi, ha cobrado una indemnización obtenida en un
juicio por la pérdida de un ojo y tiene esa suma escondida en la vivienda que
comparte con una extensa familia que se propone matarlo para apoderarse del
dinero. No hay unión ni solidaridad alguna entre ellos más que la de ese
propósito.
Si en el
neorrealismo había un ideal humanista por encima de la pobreza económica y la
fractura social, en Feos, sucios y malos
no nada que salvar.
Como propuesta
“antiestética” es una obra única que se apropia de los elementos de la comedia
y los utiliza en algo sin salida.
La asfixia
También sin
salida es el universo de uno de sus trabajos más profundos: Un día muy particular.
Scola vivió el
fascismo en su niñez, en una familia extensa (vivencias que también se reflejan
en La familia, 1987).
No hace una
película colectiva ni de denuncia, opta por un registro intimista e
introspectivo: es el 6 de mayo de 1938, día en que Hitler visita a Mussolini en
Roma. El escenario se circunscribe a los edificios donde vive una gran cantidad
de personas que se dirigen al acto, dejando el lugar prácticamente desierto:
sólo quedan Antonietta (Sofía Loren) y Gabriele (Marcello Mastroianni) que se
encuentran casualmente: el pájaro de Antonietta escapa de su jaula y vuela hasta el departamento de enfrente,
donde vive Gabriele. Todo un símbolo de búsqueda de libertad.
Resultan
opresivas primero la ausencia de los habitantes del complejo, capaz de aludir a
un modo de vida colectivo, sin intimidad; luego lo es su regreso, cuando ya se
ha producido el desenlace, y más que nada, lo es la transmisión del acto por
los altavoces que fuerzan a no poder sustraerse de ese acto aunque no se
participe de él. Esta cortina sonora invade toda la película con su altisonante
e insufrible discurso.
De este modo, se
alude a un sistema totalitario sin mostrarlo. No es necesario porque, aunque
sólo sean escuchados sus ecos, es evidente que no se puede huir de él: todo lo
abarca y, como se ve con el propio destino de Gabriele, quien es arrestado para
ser enviado a un centro de internamiento
para homosexuales, no hay posibilidad de salida.
En una
concepción dramática, en el sentido de que aunque pocos hechos exteriores
sucedan hay una indetenible acción interna en cada uno de los personajes,
Antonietta, que al comienzo es un ama de casa convencida, que concibe al
fascismo y el sometimiento como un modo natural de vida, adquiere conciencia de
la soledad y de que, igual que el de Gabriele, su mundo tampoco tiene salida.
Sin acción, diálogo ni personajes
En El baile el verdadero personaje es el
salón bailable donde, en distintas épocas, desfilan presencias que son como
esbozos o caricaturas.
No hay diálogos,
la música de las distintas épocas es la que sostiene a las escenas de baile,
que son las que verdaderamente cuentan.
Y qué cuentan.
En rigor, nada: sólo muestran escenas danzantes que suceden durante el triunfo
del Frente Popular, en 1936; la ocupación y liberación de Francia, 1940-44; la
inmediata posguerra, 1946; el triunfo del modo americano de vida, 1956; el mayo
francés, 1968; el triunfo del individualismo, 1983.
Cada parte es
capaz no sólo de plasmar una época sino de mostrarnos lo que cada una dejó en
la cultura y la vida social.
Nada es
explícito, nada es verbal: una película puede renunciar a todo lo que no sea la
propia imagen y la música.
La visión de la modernidad
En la que
quisiera detenerme es en La noche de
Varennes .
La familia real
francesa intentó huir de París la noche del 20 de julio de 1791. El Rey buscaba
llegar a la frontera y, con la ayuda de aliados, regresar para aplastar la
revolución; pero fue aprendida en Varennes, el 21 de julio.
Este
acontecimiento histórico sirvió a Catherine Rihoit para situar la acción de su
novela en el viaje imaginario de una diligencia que reúne a distintos
personajes.
La acción comienza
cuando el escritor Nicolás Edmé Restif de la Bretonne (Jean Louis Barrault)
sospecha que algo inusual sucede en el palacio real y, de un modo casual, se
topa con la Condesa Sofía de la Borde (Hanna Schygulla) y decide seguir a su
carruaje.
Autor de libros
eróticos, hombre de vida disoluta, sumergido en una pobreza crónica que lo
obligaba frecuentemente a huir de los lugares en que vivía, fue sin embargo un
escritor inteligente y lúcido.
La diligencia se
convierte en un muestrario de la sociedad y de las viejas y las nuevas ideas.
En ella viaja el decadente Giacomo Casanova, quien huye de la corte de un noble
alemán que lo tiene como bufón; la Condesa de la Borde, ayuda de cámara de la
reina María Antonieta, que lleva un misterioso paquete y viaja de incógnito
pare reunirse con la reina; Restif de la Bretonne, como testigo de un
acontecimiento cuya importancia intuye; Thomas Paine, el filósofo y teórico de
la Revolución Norteamericana; una dama; un rico comerciante; un magistrado y su
amante: una cantante. En el techo de la diligencia viajan sus sirvientes.
En las
alternativas de la jornada; en el choque entre los campos donde la revolución
parece no existir y las alternativas de una nueva política cruel e intolerante;
en la riqueza de sus diálogos, tan
agudos como contradictorios surge plasmado el choque de ideas y las situaciones
que revelan que un mundo desaparece y que algo nuevo toma su lugar.
Scola enmarca este escenario de diálogos en un
imaginativo marco formal: la película comienza y termina con Il mondo nuovo; una especie de teatrillo
de figuras y un pequeño dispositivo, la maqueta de un escenario donde las
escenas cambian. Es el modo en que cuenta, someramente, los acontecimientos
históricos.
En otros
momentos, el discurso visual se interrumpe y el narrador y los propios
personajes, por fuera de los hechos narrados, hacen comentarios: sucede, entre
otras circunstancias, cuando se habla de
las profecías de Restif de la Bretonne sobre la crueldad de la revolución;
sobre Casanova, que habla después de su muerte.
La ayuda de
cámara de María Antonieta viaja con el traje que el Rey vestiría cuando entrara
victorioso en París y la monarquía fuera restaurada y que cierra el filme en
esa última escena en que el traje es puesto en un maniquí. “Si hubiera llevado
esas ropas quizás no lo hubieran detenido” señala Casanova.
Escenas como la
partida de la diligencia o el momento en que ésta se detiene para que sus
personajes desciendan y el vehículo pueda subir una cuesta se encuentran
planteadas en una riqueza visual y en una carga significativa: son en ellas que
surgen esos diálogos: el pueblo no necesita que el Rey les reconozca derechos,
ellos existen por el sólo hecho de ser hombres; la insolencia de un sirvientes
que, en el viejo orden, no osaría contestar a Casanova como lo hace. O el
propio Casanova, que de un aventurero seductor ha devenido en un hombre acabado
pero que mantiene el don de la profecía, la lucidez y el refinamiento que hizo
de él lo que fue. Es el fin si un rey es prisionero de un fabricante de velas
(el que lo mantiene Varennes donde permanece al ser descubierta la familia
real).
La noche romana
no pudo sino estar llena de tristeza ante la desaparición de un artista único
que supo conjugar distintas fuentes en un modo de ver y de mostrar
absolutamente propio.
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Eduardo Balestena
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