Henry James publicó la que acaso sea la
más famosa de sus obras en 1898. La exhaustiva edición crítica de Deborah Esch y
Jonathan Warren (The turn of the screw, Norton
Critical Edition, 1999; New York- London) detalla tanto las posibles fuentes de
la nouvelle como los textos que dan
cuenta de cómo fue recibida y estudios críticos posteriores que han buscado
interpretarla y una serie de documentos escritos de la época: fragmentos de
cartas, respuestas (muchas veces irónicas), opiniones. De todo ello surge que
nunca habrá una última palabra ante esta obra maestra de la ambigüedad que dictó
a una mecanógrafa entre septiembre y
octubre de 1897 y fue publicada por primera vez
como una serie en Collier´s Weekly
a principios de 1898. El germen de la idea se remonta a notas de 1895.
1 Lo fantástico puro
Lo central de la
historia está dado por la narración de
una institutriz que llega a una gran casa en Essex a hacerse cargo de dos niños
(Flora y Miles). Ha sido contratada por el desaprensivo tío de los huérfanos, con
la condición de que nunca lo moleste, para guiar su educación y, a poco de
hacerse cargo de esa tarea, advierte la
presencia de dos fantasmas: el de la anterior institutriz (Miss Jessel) y el del valet del dueño de la casa (Quint).
Concluye que el propósito de ambas presencias es el de apropiarse de Flora y
Miles.
Aunque el primer
marco de la narración se refiera a fantasmas que se aparecen a niños en ningún
momento Miss Jessel y Quint se aparecen a Flora
y Miles, con lo cual existe un desplazamiento del texto ya que no puede
haber vuelta de tuerca si no hay apariciones. Asimismo, la hipótesis de que
vienen por los niños, primero, y por Miles, después, es subjetiva de la
institutriz y no está corroborada por ningún hecho, ya que al lector no le es
revelado si ellos los ven o siquiera si los recuerdan.
Al lector le son
dadas pocas claves: unas están dadas por los hechos objetivos (en el cap. X Flora
no estaba en su cama, miraba por la ventana a Miles que estaba en el jardín y
que a su vez miraba a la torre, por ejemplo) y otra por la visión de los
personajes que si bien se complementa no siempre coincide porque se encuentran
subjetivamente sesgadas: en la institutriz por la tensión de su discurso que siempre
involucra a su autovaloración y en Mrs. Grose porque sólo informa cosas a
medida que es necesario, de otro modo las calla.
La esencia del
texto es la vacilación; ésta radica en que no hay nada que permita sostener o
negar que los fantasmas existan; la protagonista esté loca o los niños sean una
suerte de demonios. La obra discurre en esta ambigüedad y al hacerlo cumple el
propósito de aludir a algo que nunca revela. Según Tzvetan Todorov (The fantastic, ob. Cit., pág. 193), la
vacilación es esencial a lo fantástico ya que los elementos que el texto ofrece
proveen una explicación que nos resulta plausible y a la vez insuficiente y, permanente
e indirectamente, alude a aquello que no explica. En ello reside el verdadero
interés y los hilos invisibles que mueven a los personajes.
2 Un texto centrado en sí mismo
Han sido
numerosas las versiones fílmicas de la historia y al abrirla a la imagen la han
tergiversado, convirtiéndola en el relato de fantasmas que está muy lejos de
ser, ya que la duda sobre la existencia de los espectros (y no su aparición
explícita) es lo esencial de una obra apoyada, ella misma, en la incertidumbre
sobre sus origen. Éste pasa por un elemento secundario, el lector puede no
reparar mucho en él, pero resulta central.
En efecto, un
capítulo sin numerar, al comienzo, enmarca la historia: en un grupo de amigos
reunido en una casa de campo inglesa alguien relata la historia de una
aparición que surge ante una madre y su hijo. Douglas, el anfitrión agrega que
si dos apariciones surgieran ante dos niños se estaría dando una vuelta de tuerca a esa historia. Más
tarde, sembrada ya la intriga, refiere tener en su poder un manuscrito escrito
por quien fue la institutriz de su hermana que narra una historia que está más
allá de todo[1]
. Tal circunstancia sucede luego del texto cuya lectura constituye la novela:
pese a haber sucedido los episodios con Flora y la muerte de Miles la
institutriz tuvo luego otro trabajo del cual ignoramos todo.
El texto da
luego un salto en el tiempo y sitúa a dicho manuscrito –después de la muerte de
Douglas- en poder de uno de los invitados –el propio narrador inicial de quien,
como de la institutriz, no se revela el nombre- , que a su vez lo transcribió.
Este hecho, que
solemos olvidar una vez comenzada la lectura, es un primer marco o, (como
señala Eduardo Jordá en su detallado análisis titulado La vuelta de tuerca, “Fronterad”, revista digital) una caja china
de una serie (la primera es el primer narrador desconocido; la segunda Douglas
y la tercera la institutriz). Así, surge la primera duda: es real la
institutriz que habrá de ofrecernos la narración, o se trata de una versión o
una revisión de la historia escrita por Douglas o por el primer narrador.
El narrador
inicial (de la primera caja china) dosifica la manera en que la historia es
presentada en esa primera etapa de “apertura de la posibilidad” que tiene todo
texto. Parte de la información viene de los dichos de Douglas y del racconto
del narrador, hay conjeturas del grupo de amigos destinadas sólo a generar
intriga pero hay otra información cuyo origen es incierto, como lo son las
conjeturas sobre la vida de la institutriz[2].
Quién aporta esta información si el narrador de la primera caja china se limita
a citar a Douglas y cómo sabe aquello que éste supuestamente no dijo aquella
noche.
Al apoyar la
credibilidad en el texto supuestamente escrito por la institutriz y que el
narrador –desconocido- hizo transcribir se nos pide creer en algo cuya
autenticidad ignoramos y que más que como una historia se presenta como una
duda. Leemos pensando en la centralidad de los hechos pero la centralidad es la
del propio texto, uno que oculta las claves que permitan interpretarlo de una
sola manera; un texto al cual la propia historia sirve. Ésta es contada desde
el final y sabemos que algo a lo que el narrador alude –pero que no entra en la
historia- sucedió luego. El texto comienza con una intriga que las palabras
siempre van a seguir ocultando.
3 Un narrador fantasma y personajes ambiguos
La duda sobre el
diario encubre otra: la duda sobre la institutriz. Personaje central, voz de la
narración, carece sin embargo de nombre, ninguna persona la llama de ningún
modo, no parece tener a nadie, no es objeto de ningún afecto, no recibe ni
escribe cartas y las referencias a su vida anterior son vagas y sólo permiten
establecer su origen humilde como hija de un predicador. De algún modo, su
presencia también es fantasmal: en una de las apariciones de Miss Jessel, su
predecesora (ob. Cit. cap. XV, pag. 57) le parece estar viéndose a sí misma.
La institutriz
“fantasma” establece la narración y llevados por el pacto de lectura que nos
propone tendemos a pensar en los hechos que cuenta y a encontrarles,
inicialmente, la explicación que ella propone, sin advertir que los hechos son
sólo referencias de un texto que, sin delatar la operación que hace, va
intensificándose, contradiciéndose y distanciándose del sentido de la realidad.
Uno de los
recursos es la permanente negación, o al menos la duda, de algo afirmado
anteriormente: de este modo, siente amistad por Mrs. Grose pero no termina de
confiar en ella; se siente social a intelectualmente desvalorizada respecto a
los niños y al mismo enfatiza en su propia estimación y en su valentía[3].
Al hacerlo, veladamente instala la posibilidad de que deben existir hechos
extraordinarios que revelen su extraordinaria fortaleza.[4]
Tales hechos parecen una necesidad que sirve para demostrarse a sí misma su
propia fortaleza.
Tan pronto como
se impresiona con la belleza y las dimensiones de la casa la encuentra fea,
oscura y antigua. Lo mismo con las almenas donde surge la aparición, que
muestran una suerte de elegancia pero que luego son absurdas.[5]
A cada
observación parece surgir una negación.
Hay un texto
manifiesto que registra: 1) Los estados interiores del personaje,
permanentemente “puestos a prueba” y 2) los hechos externos. Pero todo aquello
que significa a este registro y lo hace ser lo que es proviene de lo no
manifiesto del texto: de este modo la primera “aparición” del fantasma de Quint
está presentada en dos elementos: 1) la fantasía de la narradora de encontrarse
alguna vez súbitamente con alguien que le sonriera y la aprobara, es decir, una
presencia capaz de romper su soledad[6]
y (2) el detenimiento de la acción en un
momento en que el paisaje se concentra sobre sí mismo[7].
Asistimos a lo
que ve, interpreta o provoca, todo ello en un proceso doble enunciado en: 1) el
tiempo cronológico –el relato comienza en el verano y termina en pleno
invierno, meses más tarde- que corre paralelamente a la densidad que adquiere
el relato en un crescendo en el cual a mayor tensión se corresponde un clima más severo y hostil;
2) la tensión creciente del “yo narrador”, que primeramente ve a la casa en
toda su belleza y luego la convierte en una especie de cárcel. Un yo tan
vulnerable como exaltado que, al par que narrar los hechos externos que ve se
narra a sí mismo, en sus crispadas sensaciones, en sus reacciones y en el
permanente insomnio en algo que por momentos parece una novela psicológica.
No obstante que el
texto adquiera su identidad en esta tensión subjetiva del personaje de la
institutriz al referirse a ella Douglas lo hace con amor y admiración, con lo
una introduce una nueva duda: si se trata de una visión sesgada por ese amor y las
razones por las que la diferencia entre las impresiones del texto y las suyas
resultan tan opuestas.[8]
Quién era en
realidad la institutriz que, luego de los hechos narrados estuvo a cargo de la
hermana de Douglas e hizo una amistad perdurable con él (que se enamoró de
ella) al punto de confiarle su diario, primorosamente escrito y amorosamente
guardado y custodiado bajo llave por él hasta su muerte.
Los diálogos
entre la institutriz y Mrs. Grose, que parecieran dados en la simple
observación cotidiana, están subtendidos por ciertos elementos implícitos. La
narración avanza en gran medida por ellos que cumplen la función de hacer la
historia cada vez más intensa. Es la credibilidad que el ama de llaves reconoce
a su relato la que posibilita dar el
estatuto de fantasmas a las visiones de seres que ella desconocía y de quienes
es capaz de hacer una descripción tan precisa que son reconocidos por el ama de
llaves, lo cual involucra a la impresión de que si están muertos dicha
aparición resulta sobrenatural: dar credibilidad es validar lo sobrenatural.
No obstante, la Mrs. Grose es voluble y nunca
terminamos de saber qué piensa en realidad. Esos planos: el del acatamiento y
la velada desconfianza a lo que dice la institutriz, son elementos de esa
ambivalencia que todo lo preside.[9]
El ama de llaves completa una visión, aporta datos precisos a medida que la
acción lo requiere. Ello refuerza la idea de algo secreto que no alcanza a ser
del todo revelado y muestra dos
funciones del ama de llaves: 1) la simplicidad y llaneza de un personaje que
hace verosímiles sus impresiones y (2) que nada es lo que parece, siempre hay
algo que queda por revelar, algo que calla.
De este modo,
los elementos del discurso de la institutriz van siendo ajustados cada vez con
mayor tensión: el modo en que se autovalora; las demandas a Mrs. Grose; su
vigilancia que se redobla; el insomnio.
Los niños son
presentados como talentosos, bondadosos y bellos, capaces de hacer de ella
alguien divertido pero al mismo tiempo son –supuestamente- testigos de algo que
no revelan[10]
. La circunstancia más saliente de ello es la de la expulsión de Miles del
colegio al cual asistía, por razones nunca explicitas, lo cual da lugar a una
especulación acerca de tales razones cuyos extremos son (1) la intolerancia del
establecimiento hacia alguien especialmente dotado o (2) que Miles haya hecho
algo indebido y que ello se hubiese debido a la influencia de Quint cuando,
delegado por el tío que contrató a la institutriz.[11]
Nada de eso se aclara: todas las preguntas del texto conducen a varias
alternativas y ninguna parece convincente ni definitiva.
4 El texto y sus puntos de tensión
Primeramente el
texto presenta a los personajes (caracterizados más que por los hechos por su
carácter ambiguo); las apariciones; el aporte del recuerdo de hechos sucedidos
antes y la progresiva tensión del discurso de la narradora.
No habrá, a
partir del capítulo IX/X, elementos nuevos sino una intensificación de los
existentes que opera a partir de la percepción de la institutriz.
Jordá establece
la duda acerca de si la aparición de los fantasmas la está volviendo loca o si
está volviéndose loca y por eso los percibe.
El elemento de
la locura es presentado, veladamente, por primera vez en el primer capítulo,
cuando en un pasaje como de sueño la institutriz se figura que estaban casi tan
perdidos como un barco de pasajeros a la deriva y que lo extraño era que estaba
al timón[12].
Este primer indicio rompe con el discurso anterior y le agrega un giro: los que
estaban perdidos lo ignoraban y ella
que era capaz de “advertirlo” no sabía que rumbo tomar porque, como recién
llegada, ignoraba lo que había sucedido antes con una intensidad tal que había
convertido a la casa en un barco que ha perdido el rumbo.
Cada elemento es
una fuerza y actúa (al principio no sabemos si en el plano de la realidad o de
la pura imaginación) a partir de las percepciones de la institutriz. De este
modo, la irrupción de lo irreal y su presencia cotidiana (al menos en el plano
de la subjetividad del personaje) lo hace “real” pero el hecho de aceptarlo
como tal equivale a intensificar el componente de locura al extremo de hacerle
decir que parece que estuviera loca, y “que lo extraño es que no lo esté.[13]
(cap. XII)
Conducido por las apariciones el texto va
llegando a puntos sin retorno en la relación de la institutriz con el resto de
los personajes. Éstos no son autónomos con respecto a la narración: no la
expanden a partir de deliberaciones propias sino que cumplen en el conjunto una
función muy precisa en el modo en que todos los aportes, tan diferentes entre
sí, se articulan en una sola finalidad: la ambigüedad del texto.
4. 1 Las apariciones
Los avances de
lo que llamaríamos la acción (que en
sí es mínima) se producen en el contexto de las apariciones.
Como
acertadamente señala Jordá, hay que distinguir la significación de las
apariciones:
4.1 a Miss
Jessel tiene una significación bivalente: encarna “el horror” pero ante su
tercera aparición en el salón de clases la institutriz, ante el gesto de
soledad y desprotección de fantasma, se siente una intrusa. Paradójicamente,
esta aparición, por razones que no parecen vinculadas al hecho, es la que
disuade al personaje de huir, pues al verla estaba “escapándose” de la casa
mientras todos los demás permanecían en la iglesia.[14]
4. 1 b Quint en
cambio, encarna la figura de alguien perverso, que lo es por lo que sugiere,
por las propias circunstancias de su muerte y por la velada usurpación del
lugar de su amo. Es apreciable la distinción entre él y un caballero y que en
su primera aparición vestía ropas finas pero que no eran suyas[15].
De este modo, tal
lo señala Jordá, subvierte el orden moral y el social en un contexto donde son
muy presentes las jerarquías y en el cual, como también lo señala Jordá, es
importante el uso de un lenguaje indirecto, con giros y circunloquios sin el
cual no sería posible plantear la historia en los términos en que lo hace Henry
James.
Es
contradictorio que al advertir las dos primeras apariciones de Quint (cap V y
VI) la institutriz se proponga redoblar su control y que la aparición de Miss
Jessel (cap.VI) se produzca cuando deja solo a Miles, a quien supuestamente
Quint venía a buscar, y va con Flora a la laguna.
En todos esos
momentos se produce una descripción detallada no sólo del paisaje sino de las
circunstancias y son subrayados la quietud y el silencio, como preámbulos de la
mayor intensidad que adquirirá la narración de la institutriz.
De este modo,
las apariciones son sorpresivas (como la segunda y la tercera de Quint) o son
presentidas por la institutriz y se producen en un paisaje de silencio,
detenido y expectante, como la primera de Mis Jessel[16].
4. 2 La ambivalencia
Cada aparición
va replanteando y a la vez minando la relación de la institutriz con el resto
de los personajes.
A partir de la
de Mis Jessel recela de Flora, quien supone que debe haberla visto.
Más tarde (cap X)
cae en la trampa de Flora y Miles: Flora abandona (por segunda vez) su cama y
mira por una ventana; la institutriz se dirige a un cuarto con una ventana
orientada en la misma dirección y ve a Miles –en plena noche de luna llena-
mirando hacia la torre donde ella misma ha visto a Quint por primera vez.
Ante las
preguntas de la institutriz sobre las razones por las que había hecho eso él le
contesta que era para probarle que podría “ser malo” y que habían arreglado
todo con Flora.
Desde ese
momento la institutriz comienza a creer que los niños –a los que tanto decía
amar y a quienes encontraba tan bellos e inocentes- están en contacto con los
fantasmas y se burlan de ella.
La relación es
doblemente “maldita” porque tanto Mis Jessel como Quint encarnan una doble
violación de las jerarquías: ella, como superior, por entenderse con un
sirviente de hábitos viciosos y él por usurpar el papel del amo.
La institutriz
llega a señalar que su mayor orgullo es servir al amo de este modo, no
“molestándolo”, tal como él se lo exigió, y como un acto de amor hacia él al
mismo tiempo destinado a preservar el ámbito de despreocupación propio de
alguien de su sexo y de su rango.
Al mismo tiempo
comienza a ensayar en su cuarto el modo de abordarlos para que confiesen
aquello que ella supone que hacen y se intensifica su insomnio.
No es fácil
escindir los hechos en sí mismos de la manera de narrarlos. Situado desde la
pura perspectiva fáctica el lector puede concluir lo mismo que la narradora
pero en un orden inverso: ella está volviéndose loca y se siente perseguida,
primero por los fantasmas y luego por los niños. Aun así, el lector estaría
ante las alternativas que señala Jordá: está volviéndose loca por ver y sentir
la presencia de los fantasmas o ve y siente la presencia de los fantasmas por
estar volviéndose loca.
Los momentos de
mayor tensión no se vinculan a que haya más hechos (apariciones, discusiones u
otras circunstancias sino a una mayor producción de discurso, a la aparición de
nuevas hipótesis conspirativas y nuevos supuestos peligros: la propia escritura
y no la acción es el motor de una novela que en última instancia es la crónica
de una experiencia subjetiva.
El mecanismo se
alimenta a sí mismo: nuevas apariciones conducen a una nueva visión de los
otros y la hipótesis de que los niños se encuentran en contacto con las
apariciones y que para hacerlo engañan y distraen a la institutriz se hace cada
vez más fuerte. Algo de verdad puede haber en ello pero, como señala Jordá, por
un motivo distinto: los niños buscan liberarse, en la medida que puedan, de
alguien que se dice “un carcelero”.[17]
En el
encadenamiento de hechos que conducen al desenlace los tópicos se hacen más
visibles: 1) las situaciones parecen encaminarse en un sentido pero,
bruscamente, giran hacia la ambivalencia: como la ambigua visita al cuarto de
Miles, con la brusca aparición de una inexplicable corriente de aire; el escape
de Flora y su interpelación por la institutriz, por ejemplo. También (2) tras
el episodio violento con la institutriz Flora comienza a decir cosas impropias
para una niña de su edad o condición [18]o
el (3) episodio de la carta con Miles.
Todos los
elementos se potencian al final: la sensación dual de inferioridad de la
institutriz respecto a Miles y su autovaloración, que debe ser expuesta y
corroborada permanentemente por parte de ella misma[19].
Hay dos vueltas
de tuerca, la del comienzo, que se refiere a la aparición de los fantasmas ante
los niños y la segunda, que se refiere –cap. XXII- a que para enfrentar el
horror hay que dar otra vuelta de tuerca a la virtud humana.[20]
En el final
pareciera que a cada momento habrá una revelación que nunca se produce. De este
modo, el título es también ambiguo: esa vuelta de tuerca no existe o bien la
revelación está en esa otra vuelta a la que nunca se llega.
Henry James
maneja lo fantástico a partir de un recurso nuevo: el discurso de la “histeria”
y del positivismo médico, doblemente efectivo porque no es el esperable de un
escritor como él, a ese elemento coadyuva el tiempo cronológico (el verano que
quedó atrás y el invierno en que todo se desencadena) y el despliegue del resto
de los elementos narrativos utilizados en función del elemento central.
5 En busca de las fuentes
Las claves de
lectura surgen en gran medida de fuentes que vinculan al texto con discursos de
la época, como el de los estudios sobre la histeria,
de Freud y las asociaciones científicas, con sus enumeraciones de casos de
histeria, nombre que recibían ciertos trastornos de personalidad.
Sabemos –porque
James lo señaló- que la anécdota inicial fue provista por el Arzobispo Benson:
la mención de dos niños a los que se aparecían los fantasmas de los criados de
la casa. Sin embargo no es la única fuente posible. Si damos otra vuelta de tuerca, podemos asumirla
como la explicación oficial, provista
por el autor que puede encubrir a otra, como lo propone el trabajo de Oscar
Cargill (“The turn of the Screw and Alice
James”, pás. 138). De este modo, hay dos historias: una basada en la propia
hermana del autor (Alice James) y The
case of Miss Lucy R.”, de Sigmund Freud, que describe el caso de una
institutriz que sufre determinados trastornos. De este modo la ambigüedad llega
hasta las propias fuentes. Cargill propone que esta primera historia constituye
el verdadero eje y no los fantasmas, pero que éstos terminaron por apropiarse
de esta historia. Nada permite sin embargo confirmar la hipótesis sino darle un
grado de probabilidad, ciertamente importante, que no hace más que confirmar la
ambigüedad.
6 Un enigma no revelado
Todos éstos,
terminaron por convertirse en elementos que utilizó el escritor para concebir
una obra capaz de “contar” algo sin contarlo: en efecto, se apropia del
mecanismo de intriga como si el texto estuviera en función de revelar un enigma,
sin embargo, a medida que avanza instala una mayor incertidumbre y mientras
conduce hacia un necesario desenlace no nos revela nada. Nada sucede más que
las interpretaciones de la institutriz, aunque no sabemos si tienen un viso de
realidad o no. Es decir que se trata de una pura producción de discurso con un
mínimo de hechos, casi nunca fiables.
La muerte de
Miles cierra el mundo narrado. Produce un cierre pero no una explicación y lo
hace porque es el único modo posible del texto de lograr un desenlace que no revele
ni resuelva nada y haga que el misterio perdure.
No sabemos si,
finalmente, Quint se apropió del niño (y estamos proclives a no creerlo) o su
muerte obedece a alguna otra causa. No es necesario que lo sepamos porque el
texto sigue sus propias reglas y no las
de la realidad. El texto usa de la historia, como usa del misterio y de la
locura, con un solo propósito, el de desarrollarse a sí mismo. No son los
fantasmas, no es el amor fallido (de la institutriz por el amo; de Douglas por
ella o de ella por Miles), no es lo sobrenatural sino la propia escritura, una
que pueda utilizar todas esas categorías para reivindicar su propio poder de
invención sin agotarse en ninguna de ellas.
En eso reside la
maestría de Otra vuelta de tuerca:
podemos girar y girar, una y otra vez sin encontrar una explicación y
volveremos al texto con la esperanza de encontrarla algún día, pero sabiendo que su misterio será
siempre inagotable, que siempre podremos dar otra vuelta que nos conducirá nada
más ni nada menos que a nuevas preguntas sin respuesta.
La literatura
puede no contar algo sino eludirlo y que el texto consista en las operaciones
con las cuales el autor va llevando a cabo ese ocultamiento al tiempo que
despliega una historia que no concluye en nada.
Pesada y
colocada en su sitio como una pieza de orfebrería, cada palabra pareciera
cumplir el propósito de construir una escritura que sólo avanza hacia una
pregunta insoluble y al hacerlo nos revela que la literatura es eso: su propio
fin, el de lograr un texto centrado en sí mismo.
Eduardo
Balestena
[1] “It´s beyond everything. Nothing at all that I
know touches ut” (The turn of the Screw, Henry James- Edited by Deborah Esch and
Jonathan Warren. A Norton Critical Edition
– Second Edition WW. Norton and Company. New York. Lodon, 1999. Pag. 1”
[2] “The fact to be in possession of was therefore
that his old friend, the youngest of several daughters of a poor country
person, had the age of twenty on taking service for the first time in the
schoolroom, come up to London, in trepidation, to answer in person an
advertisement that had already placed in brief correspondence with the adviser”
(pág. 4)
[3] “What I was doing was what he had earnestly
hoped and directly asked of me, and I could
, after all, do ir proved even a greater joy than I expected. I dare say I
fancied myself in short a remarkable young woman and took
comfort in the faith that this would more publicly appear. Well, I needed to be
remarkable to offer a front to the remarkable to offer a front to the
remarkable things that presently gave their first sign” (cap. III, pág. 15
[4] “ `In answer to the letter?´I made up my mind
´Nothing at all´ ´And to his uncle?´I was incisive`Nothing at all´`and to the
boy himself?´ I was wonderful ´Nothing at all´ …She held me a moment, then
whisked up her apron again with her detached hand ´Would you mind, Miss, if I
used the freedom-´To kiss me? No! `I took the good creature in my arms and
after we had embraced like sisters felt still more fortified and indignant”
(cap. III, pág. 13/14).
[5] “This tower was one of a pair –square
incongruous crenellated structures
–that were distinguished, for some
reason, though I could see little difference, as the new and the old” (cap-
III, pág.15)
[6] “Some one would appear there at the turn of a
path and would stand before me and smile and approve” (cap. III, pág. 15)
[7] The place, moreover, in the strangest way in the world, had on the instant and by the
very fact of its appearance become a solitude” (cap.III, pág. 16)
[8] “ ´She was a most charming person, but she was
ten years older than I. She was my sister´s governess´, he quietly said. ´She
was the most agreeable woman I´ve known in her position; she´d have been worthy
of any whatever. I was at Trinity, and I found her at home on my coming down
the second summer. I was much there that year –it in the garden- talks in which
she struck me as awfully clever and nice. Oh, yes, don´t grin: I liked
her extremely and am glad to this day to think she liked me too” (Cap.
I, pag, 3(The turn of the screw, Norton
Critical Edition, 1999; New York- London)
[9] “A rigid control, from the next
day, was, as I have said, to follow them; yet how often and how passionately,
for a week, we came back together to the subject! Much we had discussed in that
Sunday night, I was in the immediate later hours in special –for it may be
imagined whether I slept –still haunted with the shadow of something she had
not told me” (cap. VI, pág. 26)
[10] “It does strike me that my pupils
have never mentioned -! “ (Cap VI, pág.25)
[11] El análisis de Jordá
plantea varias alternativas acerca de la relación entre Quint y los niños, su
naturaleza y cómo ellos pudieron ser corrompidos por aquel que llevan los
hechos a un plano de explicación realista o psicológica que no es propio de la
naturaleza de un texto esencialmente fantástico en el cual hechos y personajes
conforman una suerte de campo de fuerzas en equilibrio que no permite
inclinarse para ninguna explicación definitiva.
[12] “I had the fancy of our being almost lost as a
handful of passengers in a great drifting ship. I was strangely at the helm!”
(Cap.I, pág. 9)
[13] “…I know, as if I were crazy; and it´s a wonder
I´m not” (cap. XII, pag. 46)
[14] “While these instants lasted indeed I had the
extraordinary chill of a feeling that it was I who was the intruder…There was
nothing in the room the next ninute but the sunshine and the sense that I must
stay” (Cap. XV, pás, 57)
[15] “ ´A gentleman?´she gasped,
confounded, stupified: ´a gentleman he?´´You know him then?´ She visibly tried
to hold herself ´But he is andsome?´ I saw the way to help her ´Remarkably!´
And dressed-? ´In somedoby´s clothes. They´re smart, but ´re not his own´She
broke into a breathless affirmative groan. ´They´re the master´s´I caught it
up. ´You do know him?” (cap.5, pág.
23)
[16] The old trees, the thick shrubbery,
made a great and pleasant shade,
but it was all suffused with the brightness
of the hot still hour. There is not ambiguity in anything; none whatever at
least in the conviction I from one moment to another found myself forming as to
what I raising my eyes (Cap. VI, pág.28
[17] “I was like a gaoler with an eye to
possible surprises and escapes” ( cap. XIV,
pág. 53)
[18] “ ´You mean that, since yesterday,
you have seen-?´She shook her head
with dignity. Í ´ve heard-´From that
child –horrors! ´” (Cap. XXI, pág.75)
[19] “I said to myself, face to face with the
elements, and for much of the rest of the day, while I fought my weakness…The
maids and the men looked blank; the effect
of which on my nerves was an aggravation until I saw the necessity of
making it a positive aid. It was short
by jus clutching the helm that I avoided total wreck…To mark, for the house,
zhe high state I cultivated I decreed that my meals with the boy should be
served, as we called it, downstairs…” (Cap. XXII, pás. 76/77). Mientras la institutriz se siente inferior a
Miles y alternativamente siente estar
perdiendo la cordura o luchando contra algo innominado refuerza su estatus en
la casa y se refugia en su alegada fortaleza y su mayor rango.
[20] “I could only get to at all by
taking `nature` into my confidence and my account, by treating my monstrous
ordeal as push in a direction unusual, of course, and unpleasant, but
demanding, after all, for a fair front, only another turn of the screw of
ordinary human virtue” (cap.XXII, pág.77)
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