viernes, 1 de febrero de 2013

Julio Cortázar: lenguaje y mundos paralelos



(a 29 años de su muerte)
La relectura de Cortázar (Bruselas 28 de agosto de 1914-París, 12 de febrero de 1984) lleva a pensar que –particularmente en su cuentística- hay por un lado diferentes modos de formular lo real, lo fantástico y  las funciones del lenguaje y, por otro, que cada cuento y relato pueden en sí mismos originar diferentes lecturas (como en el caso de El Perseguidor  (“Las Armas secretas”, 1959) que tomando varios episodios de la vida del saxofonista Charlie Parker (Kansas City, 29 de agosto de 1920-Nueva York, 12 de marzo de 1955) a quien es dedicado, con un conocimiento absolutamente interior y preciso del mundo del jazz, puede a la vez ser leído, entre otras maneras, como una metáfora de la creación: absorbente, única, incomprensible, de la cual sólo podemos ser testigos y que en sí misma es un fenómeno al que uno puede aproximarse pero que no puede explicar).  
Los acercamientos a su narrativa serán tan variados como las obras que elijamos leer y que nos permitan reflexionar sobre las propuestas estéticas de una literatura siempre abierta a las posibilidades de exploración de la realidad, del lenguaje y de las maneras de narrar.
Mundos Paralelos
Cada narración postula un modo de plantear lo fantástico. Aunque haya ejes que las conectan cada una es distinta. Los ejes no son evidentes, no son siempre los mismos, pero podemos pensarlos en algunas categorías: (1) la experiencia de la introspección y el aislamiento, que genera un modo de ver las cosas que es tomado como verdad; (2) la incomunicación: la experiencia introspectiva es intransferible y las palabras que aluden a ellas son insuficientes; (3) la existencia de mundos paralelos que como un juego de espejos hacen que las realidades posibles sean muchas, ramificadas, latentes;  o (4) personajes que viven su vida como si estuvieran condenados, en un mundo donde la libertad es muy restringida.
Lo fantástico y lo extraño se encuentran en la propia experiencia cotidiana.
En algunos trabajos, como Las puertas del cielo (“Bestiario”); La noche boca arriba (“Final del juego”, 1956) o Todos los fuegos el fuego (“Todos los fuegos el fuego”, 1966), la atmósfera es creada por la belleza de un lenguaje tan deslumbrante como exacto.
Algo intrascendente puede constituirse en la llave de dos mundos, como Axolotl (“Final del juego”). La narración parece detenerse. No hay hechos. Nada externo acontece. No sucede nada que no sea la intensificación de un objeto seleccionado, el acto de percibirlo, observarlo y desplegar un lenguaje a partir de él : “Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso…lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas…Un rostro inexpresivo, sin otro rasgo que los ojos, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente, carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior…” (Cuentos Completos I, pág. 401, Alfaguara, 2011). La observación se vuelve puntual, obsesiva; se humaniza, instaura un vínculo extraño que empieza a invadir lo real. Los hechos exteriores no son lo importante sino este acto de hacer más profunda la percepción de algo y remitirlo a otras categorías ajenas a ese algo: “carentes de toda vida pero mirando” o “uñas minuciosamente humanas”. Una larva deja de ser tal y puede convertirse en literatura.
Ello tiene que ver con una obsesión (como en El perseguidor), y se instala la duda acerca de si lo fantástico existe como tal  o si sólo existe esa obsesión, y que es ella la que produce aquello que parece real a un narrador  volcado sobre sí mismo.
Los planos de la escritura
Vamos a detenernos sólo en un par de aspectos del que quizás sea uno de sus relatos más complejos: Las babas del diablo (Las armas secretas) que pone en crisis el concepto de cómo es una narración y opera sobre esa crisis: un relato es una opción, la de un hecho a narrar a partir de un punto de vista. Hay hechos que no ingresan en lo narrado; un punto de vista excluye o se alterna con otros y existe una secuencia temporal.
Cortázar plantea su escritura en distintos planos: en la ambigüedad del narrador –no se sabe si es omnisciente o un narrador personaje- ; en la propia escritura –que delata que lo contado puede o no ser así- y en los hechos: no se elige uno solo sino que ingresan a la escritura aspectos laterales, como la luz o nubes que pasan.
En lugar de asistir a algo que sucede asistimos a la escritura sobre algo que no sabemos si sucede: “Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina)” (Cuentos Completos, pág. 233). Es decir, nos sitúa dentro de la escritura y no dentro de aquello que la escritura cuenta. Tampoco sabemos quién escribe, si el narrador o el personaje.
Una de las cuestiones probablemente más interesantes sea la relativa a la fotografía alrededor de la cual gira el relato. En lugar de ser un recorte de espacio o de tiempo es posible ingresar a ella y a una organización propia, donde las cosas suceden de otro modo.
El trabajo participa de los ejes de su obra: (1) el detenimiento y la especulación sobre algo, (2)  así como la experiencia del encierro propio y la obsesión. De este modo, la fotografía es intensificada, aparecen nuevos aspectos e interpretaciones posibles y el relato va cambiando hacia nuevas e inquietantes contingencias.
Una vez revelada (en todo el sentido de la palabra) , igual que la mirada sobre el axolotl, la fotografía es ampliada más y más. Se vuelve el objeto de una obsesión. Atrapa inevitablemente la atención del personaje, aparecen nuevos aspectos, ingresan otras posibilidades, como si algo irreal fuera siendo desplegado.
La fotografía enmarca y condensa un instante pero aquí el instante se multiplica y a la vez gira sobre sí mismo: es lo mismo pero surgen otras vinculaciones con un hecho que termina transformándose en movimiento: absolutamente lo contrario a lo que es la imagen en sí misma. El personaje se transforma en el objetivo de la cámara “Desde mi silla, con la máquina de escribir por delante, miraba la foto ahí a tres metros, y entonces se me ocurrió que  me había instalado exactamente en el punto de mira del objetivo.”  (Cuentos completos, pág. 231).
Pero más tarde la ficción entra a la realidad y prevalece sobre el acto de escritura: “De mí no quedó nada, una frase en francés que jamás habrá de terminarse, una maquina de escribir que cae al suelo, una silla que chirría y tiembla” (pag. 232). Antes no aparecían acciones sino una reflexión. Ahora la reflexión concluye con acciones difíciles de entender: (¿como, por qué y por quienes son originadas?). Lo que no sucedió en la realidad habrá de suceder en la fotografía, que adquiere movimiento: “De pronto  el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose y eran decididos, iban a su futuro” (pág. 233).
En este núcleo, pese a las rupturas que la caracterizan, la acción se vuelve  tradicional: plantea un clímax y lo resuelve de un modo abierto.
Lo ominoso y lo lúdico
Cortázar produjo una literatura de experiencia y de protagonismo del lenguaje, uno siempre cambiante, versátil, que alterna entre lo lúdico y las fuerzas oscuras –imaginarias, fantásticas o posibles- que acechan, más allá de lo que es posible ver.
Lo hizo, al menos en su cuentística, desde el pulso interior de un lenguaje que supo manejar de una manera única. Escribió a partir de ideas y experiencias y siempre lo hizo desde ese protagonismo del lenguaje. Ello y su entrega absoluta a su proyecto lo singularizan y singularizan a una obra siempre capaz de generar nuevas posibilidades de lectura.


              
Eduardo Balestena


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