“La primera persona a quien oí llamar Poisonville[1] a Personville fue un zafrero pelirrojo, en el gran barco de Butte…Durante cuarenta años, Elihu Willsson, el Viejo…fue el dueño de Personville, en corazón, alma, piel y entrañas…Elihu Willsson era Personville y casi todo el Estado…
Dije que me gustaría que me dejaran cerca del Hotel Grand Western. El conductor miró a Thaler, que dijo que sí. Cinco minutos más tarde bajé del coche a la puerta del hotel.
-Ya nos veremos, dijo el tahúr, y el coche se alejó. Lo último que ví del coche fue una matrícula del cuerpo de Policía que desaparecía al doblar la esquina”
(Dashiell Hammett Cosecha roja)
(marzo 2005)
Todo empezó porque habían detenido a varios en esa zona.
Esa costumbre de la policía de ser tan inoportuna. Uno con un raviol, otro con otro. Finalmente supieron de donde salían. De un prostíbulo y la policía lo allanó.
Desde ese día, algo cambió, al menos momentáneamente, en nuestra vida. No es que hubiera cambiado mucho pero sí fue un silencioso punto de inflexión, luego de cual perdimos credibilidad. Pero para nosotros, en el ambiente, eso ya es mucho.
Los viejos días habían quedado atrás, y todo por un boludo que habló.
La policía vino en varios autos. Yo creo que de haber sabido lo que irán a descubrir, el juez no les hubiera dado la orden tan rápido, o al menos, habríamos podido negociarla, retrasarla, hacer algo.
Se armó un revuelo bárbaro cuando fue el allanamiento. La yuta paró dos autos por Luro, pero había otros más, a la vuelta, por la transversal, y a los que quisieron escaparse por atrás y salir por la otra calle, los habían embocado ahí. Era cómico, tratando de saltar la medianera en unas bombachitas blancas o negras, unos brutos grones. Los pusieron a todos en fila, trabas y clientes que clamaban que por favor los dejaran ir, que si en la casa se enteraban se pudría todo, pero la yuta no aflojó, así de impiadosa.
Tardaron una eternidad, hasta más de las siete de la mañana, porque había mucha falopa, y toda desparramada, en la cocina, en la mesa de madera, en la mesada, en las piezas, entre bombachas, forros, gel lubricante, ligas y sandalias de tacos altos. Era como para decirles, andá ahora a pararte en la esquina y a tirarte encima de los autos. La verdad, con cuatro testigos para todo eso, no se puede. No hay caso, la policía no aprende más.
La cuestión es que no van y encuentran falopa en un sobre de papel madera, con sello oficial y un número de causa. Ahí es cuando la yuta dijo, me parece que nos equivocamos, pero bueno, ya estaban en el baile.
Una vez en el Juzgado, ese donde está Mercante, antes de que se excusara, les preguntaron a las minas, o sea a los tipos, de dónde sacaban la falopa. Qué falopa, le dijeron. Esa que estaba por toda la casa, hasta que uno lo agarró un pendejo, de esos abogaditos, que le dijo en el otro despacho, ese de las bombachitas negras te mandó al frente a vos, así que mejor que hablés, porque como vos sabrás, el defensor oficial no puede estar en todas partes y al final dijo: esa falopa sale de un tribunal, ese que está en la costa, y la trae uno de ahí.
Entonces pararon las rotativas y dijeron que carajo hacemos ahora. Una cosa es enganchar a pobres diablos con un raviol y un porro y hacerlos mierda, y otra muy distinta es encontrar esta cantidad en un prostíbulo y que salga de un organismo judicial. La diferencia es obvia.
El juez cortó por lo sano, llamó al tribunal y les dijo.
Fue ahí que la cosa, en lugar de encauzarse, se desbordó. Al principio fue sencillo, porque cajoneron la causa y después la agarró Miel Asquía como fiscal, que la siguió cajoneando.
Y así hubiese seguido si no fuera por la vasca esa, hija de puta, que no sé cómo se enteró, hizo una presentación en el Concejo, el mismo que cuando a ella la habían suspendido y los había denunciado, no había hecho nada, y mandaron a averiguar qué pasaba. Entonces se tuvieron que poner las pilas y hacer como que estaban actuando.
Pensar lo bien que lo pasábamos. Las cosas que hicimos. Los desastres y también, todo lo que aprendieron esos bestias gracias a nosotros.
Ahora resultaba que la vasca esa era un héroe, la puta que la parió, Juana de Arco. Pensar que la hicieron mierda, en su momento, por muchísimo menos, simplemente por decir que faltaban setecientos dólares, que terminaron siendo cuarenta mil. Era ella, era ella…o bueno, qué tenía que venir a levantar la perdiz.
Era una tigresa como se defendía, por suerte estaba el viejo y nadie le dio bola. Pero bueno, si no es el viejo es otro. Si hasta Teddy Van Dam, tan demócrata, tan de los “derechos humanos”, exhumó lo mejor de su pasado de la derecha peronista, ese que tan bien ocultaba en su ropaje democrático, y le mandó en el amparo un voto que era espeluznante, la verdad. Que era una lástima que el estado no hubiera apelado, porque todo lo que le habían hecho era legítimo y yo lo ví, lo hizo ignorando todo lo que ella decía. Quién hubiera dicho que podía actuar así, que yo no sé quien le daba las ideas, no iba a ser el viejo Cogan, que era, Dios lo tenga en la gloria o en su defecto, donde lo tenga que tener, un imbécil. Pero bueno, fue así.
Para nosotros tampoco fue fácil. Tuvimos que sortear varios obstáculos, entre ellos esos fiscales. Pero bueno, los fiscales también siguen las leyes de la física. Se meten con los que tienen a tiro, pero con nosotros, por más que quieran, a la larga no pueden, y en el camino quedan los que son como la vasca.
Pensar que yo fui compañero de ella. Todavía no me había recibido. Buena mina. Todos la querían mucho. Laburaba bien, la verdad. Pero en aquel tiempo era más dócil, estaba más dormida, con esa radio chiquita en el Sodre. Pero siempre muy como reservada, o, más que reservada, como al margen, como si en el fondo, fuéramos poca cosa para ella. Yo era muy pendejo, eso, sí te trataba muy bien. Llevaba un toco de años ahí. Con la gente vieja pasa eso, son como gatos operados, siempre durmiendo en el almohadón, a ellos ya les pasó el tren y ni se enteraron.
Después volvimos a estar allá, en el Tribunal de la costa pero bueno, ahí se empezó a desdibujar porque no es como en el juzgado, que hay un solo juez y los secretarios y en una secretaría, un montón de empleados y el que tiene un cargo más, ya se destaca por eso. Acá eran tres jueces con su gente y todos venían de la calle, y cada uno tenía mucho que contar de otros lugares de donde venían, no estaban contaminados de la mierda tribunalicia y los otros, es decir ella, se perdían.
Ahí si que empezamos a pasarla bien. Íbamos a jugar al fúbtol, a los congresos, a correr en karting, tomábamos mate y nos cagábamos de risa, salvo esa amarga, pero bueno, las minas feministas son así, cabronas. No sé de quién habrá sido la idea de llevar a una mina ahí, pero la cuestión es que estaba y que ella habló para que me llevaran, porque yo estaba de pinche en la secretaría seis donde ella era prosecretaria.
Pero bueno, la pasábamos bien y en aquella época mejor. Estábamos más unidos que nunca. Todo lo hacíamos juntos. También laburábamos bien, haciendo garantismo, que tanta falta hace, éramos buenos, verdaderamente, unos buenos muchachos y los presos que se encontraron con nosotros tuvieron esa suerte.
“Estaban divididos por igual, el Susurro y Pete contra Noonan y Reno. Pero ninguno de ellos podía contar con que su compañero le apoyaría si tomaba la iniciativa…Y allí estaban, todos sentados, muy modosos, observándose, mientras yo hacía juegos de muerte y destrucción” (Dasiell Hammett, Cosecha Roja, Cap. 20)
Luego pasó eso. Yo estaba ya de secretario en Dolores, un cargo que me había conseguido el tigre Millán.
Ahí me contaron que allá había faltado guita. Era la vasca esa. El tigre la suspendió y yo la verdad, el tigre, dirán lo que dirán pero en el fondo es humano. Sabe un toco. Tiene razón cuando dice que en Mar del Plata y en el país, es uno de los mejores penalistas y es cierto, un lujo de garantismo y por eso lo atacan, es que no lo entienden, están a años luz y yo empecé a entretanto a aprender mucho de él y todo eso me sirvió, primero en Dolores, que desde la época de Bernasconi vivían en la edad de piedra. Yo les llevé a Zaffaroni, a Jesceck, a Hassemer que ni habían oído hablar.
Yo, la verdad, no creía de la vasca. Me extrañó eso sí. Ella me apreciaba mucho. Yo estuve en la casa, fuimos con Maga una vez, cuando estaba el marido, y del juzgado nos reuníamos y muchos la llamaron diciendo que barbaridad lo que te hicieron.
Justo era la reforma de Arslanian en provincia y el tigre y Rivera estaban dando esos cursos de capacitación y viendo lo de los cargos allá. Yo estaba en esa y bueno, aunque me cueste creerlo, por el orden en que siempre tenía todo, ella sería en el fondo una desbolada. Algo habría hecho y una vez me mandó un meil diciéndome (textual te lo cito) “muchos me llamaron, menos vos, ahora se con quienes estás y sé lo que sos”.
Pero bueno, pasó. Pasaron años y supe que le habían levantado la suspensión pero que después la habían suspendido de nuevo, porque Calígula quería engancharlo a Rivera y para eso le había tirado a la vasca. Lo que pasa es Calígula se las tiene jurada y recurre a lo que sea para atacarlos, sin importarle a quien le tiene que tirar.
Unos para zafar, otros para joderla, otros para poder enganchar a un tercero: la cuestión es que todos la cagaron sin importarles.
Para ese entonces, yo ya estaba de secretario de Rivera. Hicimos una joda bárbara cuando lo nombraron fiscal general, que ya estaba todo eso del loco de la ruta, y se armó regio quilombo con unas que estaban ahí. Hubo que moverse para que lo nombraran, con todo eso de la guita, pero bueno, les habían dado en bandeja a la cabeza de la vasca, que se quedaran con eso (que total, los fiscales se contentan a la larga con eso, y eso fue nada más lo que tuvieron). Y menos mal que alcanzaron a quemar falopa entonces, porque si no, capaz que este quilombo se habría armado antes.
En aquella época, con la vasca, la primera vez, todos se excusaban, por amistad con ella (¿?) por amistad con ellos, por esto y por lo otro y la pasaron por infinidad de trámites de conjueces como quien hace pasar a un marinero castigado por debajo de la quilla.
Los fiscales, los apretaban y se excusaban. El mismo flaco Rivera fue a apretar al japonés y lo hizo excusar y después a la Flores, que terminó pidiéndose una licencia y así, por suerte, pudimos hacerlo poner a Pistarini, a quien podíamos programar. Dicen que la vasca decía que había habido “dos clases de tipos, los que se excusaron y los que me cagaron”. Iban a investigar hasta las últimas consecuencias y después se excusaban, hasta que la agarró Pistarini, con todo su pasado de la represión. Si la vasca hubiera tenido quemado el foquito de giro del auto, le habría imputado atentado a los medios del transporte o contra la seguridad pública.
Ella dijo que había habido presiones en la investigación. Así fue, le metieron falsa denuncia, porque obvio, qué iban a probar, si fue un pacto de silencio, y por lo otro, la persiguieron como si hubiera vaciado a una financiera.
Estuvieron bien, lo usaron a Pistarini. Perseguía a la vasca, les sacaba fotocopias a la causa y se las pasaba a ellos y así fue que el flaco pudo zafar e irse de fiscal general, eso porque a toda le gente de la provincia no les importaba lo de la causa porque sabían que iba a salir bien, como al fin salió.
Pero igual Víctor era un cago de risa, tan simpático, quien podría decir que era un represor. Pero al final fueron ellos los que se cagaron de risa porque con eso de los derechos humanos, cuando todo terminó, lo mandaron al re frente con los juicios de la verdad: que iba a tomar declaración a detenidos torturados en los campos de concentración, que figuraba en el Nunca más y de todo le sacaron a relucir.
Las cosas pasaron muy rápido esos días en que, en distintos lugares, nos reunimos para hablar de la situación. Era un milico el que sacaba la falopa, decían, un traidor, dijo Pablito, cuando estábamos en la quinta de los viejos comiendo un asado, justo la semana que se había comprado la Vulcan 800, que yo ni loco me subo ahí con él. Te das cuenta, los hijos de puta, como se la tenían jurada al tigre, para hacerse los rectos y justicieros, le pegaban con esto. Nosotros estábamos afuera y era muy poco lo que podíamos hacer más que hablar uno y a otro para que lo taparan. A Leo le cagaron varios concursos en los que estaba, que al tribunal no iba nunca y le habían encontrado falopa en el cajón del escritorio, hasta eso, si quien iba a sospechar, lo que pasa que era un desbolado y no la guardó y quien no tuvo falopa en el cajón del escritorio.
Pero bueno, haciendo otra quema, todo iba a quedar así, saneado, al final fue lo que hicieron en río Cuarto: hacer volar un pueblo para justificar las armas faltantes del contrabando. Esto era lo mismo pero con falopa. Que cosas, pensar que a los únicos que condenamos tranquilos son a los que la compran y se dan con ella, y no a todo lo que hay alrededor.
También hubo que salvarlo a Leo, de aquello de cuando molió a uno a piñas. Lo apretaron al fiscal diciendo que le iban a desenterrar un sumario administrativo viejo y tuvo que pedirle el archivo de la causa.
Todo iba bien encaminado pero en el juzgado se avivaron y pararon la quema. Ahí nos asustamos porque era la primera vez que no se podía hacer algo, una especie de turning point, donde empezaban a ganarnos de mano, ya fuera por una razón o por otra. Los tiempos de Nazareno parecían haber quedado atrás.
Por suerte, no era así.
Ninguna de las medidas desesperadas parecía haber aguantado mucho. Primero saltó lo de los dólares numerados, que en ese caso, no había que depositarlos porque eran una prueba, pero como faltaron, los depositaron para tapar que faltaba, pero se perdió la prueba. Después lo de que la falopa tenía otro porcentaje de pureza, o mejor, dicho, de impureza.
Una a una, las cosas le eran adjudicadas, a éste, a aquel, pero pronto se evidenció la cruel realidad: había más cosas para ocultar que personas para hacer responsables por ellas y eso, a la larga, no es sostenible, por lo cual se optó por otra solución, la más efectiva: el tigre empezó a mover cielo y tierra, a tocar a todo el mundo y eso es siempre lo que funciona.
Y eso fue lo que funcionó.
No resultó fácil. No te digo que hayamos salido indemnes, pero esa a la larga es la única salida y para salir hay que pagar un precio en el que a veces se pierde. El tema es tratar de no perder uno. Podrá parecer cruel pero es así. La cultura es así. El juego es así, la vida es así, ya lo dijo Darwin, que la selección natural funciona. Para que funcione, simplemente hay que estar en el lugar del más fuerte y la vida es eso, maniobrar para ponerse ahí y cuando se ha llegado, para quedarse. Eso funciona. Siempre, a la larga, funciona. Por momentos parecerá que no, pero está en la naturaleza, como el escorpión y la rana. Si uno es el escorpión, no pude ser la rana. Pasadas las jornadas de tensión, hemos vuelto casi a ser los mismos muchachos de siempre.
[1] Ciudad ponzoñosa
Amores de lejos, fragmento del cap. VII, Corregidor, 2010
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