Julia Solomonoff es directora y guionista de la película de ese título (2009) que, como pocas, está impregnada de una doble atmósfera: por un lado la infancia que aún está allí pero que ya no puede responder a las nuevas preguntas y se resiste a seguir siendo habitada; por otro la exploración de signos y cuerpos donde empieza a desenvolverse algo desconocido: la curiosidad, la sexualidad y ese tiempo latente e impredecible que es el futuro, pero sin perder el marco de sabia y serena magia infantil. Hay una actitud que debe ser preservada y no perderse, aunque siga pasando el tiempo.
La edad de la inocencia
La mirada de inocencia y desprejuicio es lo que preside la película. Es la de sus dos personajes centrales: Jorgelina y Marito (Guadalupe Alonso y Nicolás Treise).
Suscitada por un recuerdo: el de una conversación entre los padres de la cineasta, hay varios aciertos en la elección del tono: el ubicarlo en los años 80, el del lenguaje visual y el de subrayar no la cuestión de la identidad sexual sino el vínculo en si mismo. La precisión de los diálogos que siempre van al nudo de las cosas, y hacen preguntas certeras en su desprejuicio, pone gran parte de la narración en una imagen a la cual se imbrica.
Ya desde la presentación, surge la importancia de esos libros de medicina del padre de Jorgelina, con sus gráficos, único vehículo para esa curiosidad. Algo impensable en el mundo de hoy, con su acceso inmediato a la red y, bien o mal, a todas las preguntas.
El detalle de la narración es otra de las particularidades: la paz de un medio rural que sin embargo nunca es bucólico. También lo es el cuidado en la espontaneidad y verosimilitud de cada acción que a su vez contiene algo que va más allá de sí misma.
Espacios
Un primer espacio es la casa de Jorgelina, en Rosario, en cuyo fondo hay una casa rodante Boyita donde transcurren las largas horas de verano en medio de los objetos de una infancia que su hermana mayor ya ha dejado. Jorgelina no puede acceder a ese mundo de la adolescencia, aún vedado.
El otro espacio es el del campo santafecino, el río, el galpón, el tanque australiano, la vieja casa. En este sentido parece una mirada documentalista: allí están los trabajos rurales, duros y prolongados, el almacén, los paisanos, los caballos, tan importantes en la narración.
Las palabras y las cosas
Es Jorgelina quien, parcial y veladamente, descubre aquello que Marito ocultaba a todos. Al recibir una explicación de su padre (Gabo Correa) se tapa los oídos y hace un ruido con su boca cerrada para no oír las palabras. Las palabras son insuficientes, pertenecen al mundo adulto, a la mirada médica y destruyen el misterio, aunque son las únicas que permiten afrontar las cosas. No obstante es mejor aceptarlas y vivirlas como son, sin reducirlas a palabras porque sólo importa el lazo que nos une. Sólo Jorgelina penetra a ese mundo de Marito, en esa soledad que guarda algo que quienes lo rodean no entienden. Aunque eso no será lo peor.
El dilema reside en si es posible revelar un secreto imposible de ocultar y hacerlo por temor a que el otro sufra algo grave y develarlo veladamente, para no traicionar un juramento pero hacerlo, finalmente, para proteger.
Así, es la mirada infantil la que plantea un problema ético y también una que acepta y perdona.
El niño no es un ser ignorante ni imperfecto. Su mundo puede contener una profundidad mayor que el tiempo podría llevarse, como podría llevarse el desenfado y la ingenuidad.
Julia Solomonoff ha hecho no sólo una película bella desde todos sus ángulos sino que ha puesto la belleza como modo de narrar el inevitable pasaje de un tiempo a otro y confiar al cine, como forma artística pura, la función de volver a examinar esas etapas que el tiempo ha dejado atrás en el transcurso, pero cuya intensidad durará toda la vida.
Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com
La edad de la inocencia
La mirada de inocencia y desprejuicio es lo que preside la película. Es la de sus dos personajes centrales: Jorgelina y Marito (Guadalupe Alonso y Nicolás Treise).
Suscitada por un recuerdo: el de una conversación entre los padres de la cineasta, hay varios aciertos en la elección del tono: el ubicarlo en los años 80, el del lenguaje visual y el de subrayar no la cuestión de la identidad sexual sino el vínculo en si mismo. La precisión de los diálogos que siempre van al nudo de las cosas, y hacen preguntas certeras en su desprejuicio, pone gran parte de la narración en una imagen a la cual se imbrica.
Ya desde la presentación, surge la importancia de esos libros de medicina del padre de Jorgelina, con sus gráficos, único vehículo para esa curiosidad. Algo impensable en el mundo de hoy, con su acceso inmediato a la red y, bien o mal, a todas las preguntas.
El detalle de la narración es otra de las particularidades: la paz de un medio rural que sin embargo nunca es bucólico. También lo es el cuidado en la espontaneidad y verosimilitud de cada acción que a su vez contiene algo que va más allá de sí misma.
Espacios
Un primer espacio es la casa de Jorgelina, en Rosario, en cuyo fondo hay una casa rodante Boyita donde transcurren las largas horas de verano en medio de los objetos de una infancia que su hermana mayor ya ha dejado. Jorgelina no puede acceder a ese mundo de la adolescencia, aún vedado.
El otro espacio es el del campo santafecino, el río, el galpón, el tanque australiano, la vieja casa. En este sentido parece una mirada documentalista: allí están los trabajos rurales, duros y prolongados, el almacén, los paisanos, los caballos, tan importantes en la narración.
Las palabras y las cosas
Es Jorgelina quien, parcial y veladamente, descubre aquello que Marito ocultaba a todos. Al recibir una explicación de su padre (Gabo Correa) se tapa los oídos y hace un ruido con su boca cerrada para no oír las palabras. Las palabras son insuficientes, pertenecen al mundo adulto, a la mirada médica y destruyen el misterio, aunque son las únicas que permiten afrontar las cosas. No obstante es mejor aceptarlas y vivirlas como son, sin reducirlas a palabras porque sólo importa el lazo que nos une. Sólo Jorgelina penetra a ese mundo de Marito, en esa soledad que guarda algo que quienes lo rodean no entienden. Aunque eso no será lo peor.
El dilema reside en si es posible revelar un secreto imposible de ocultar y hacerlo por temor a que el otro sufra algo grave y develarlo veladamente, para no traicionar un juramento pero hacerlo, finalmente, para proteger.
Así, es la mirada infantil la que plantea un problema ético y también una que acepta y perdona.
El niño no es un ser ignorante ni imperfecto. Su mundo puede contener una profundidad mayor que el tiempo podría llevarse, como podría llevarse el desenfado y la ingenuidad.
Julia Solomonoff ha hecho no sólo una película bella desde todos sus ángulos sino que ha puesto la belleza como modo de narrar el inevitable pasaje de un tiempo a otro y confiar al cine, como forma artística pura, la función de volver a examinar esas etapas que el tiempo ha dejado atrás en el transcurso, pero cuya intensidad durará toda la vida.
Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com
eduardo, es un placer comenzar a seguirte. por una de esas casualidades en la carrera de trabajo social en cordoba lei un libro tuyo (lo institucional ...) e inicie la busqueda de mas bibligrafìa tuya. muy buenos tus articulos sobre literatura, excelentes. che necesito saber donde puedo comprar la fabrica penal. te dejo un abrazo grande hermano. cualquier cosa aca va mi mail.
ResponderEliminarplanv@hotmail.com