jueves, 21 de julio de 2022

La historia de las simples cosas: (Temas, motivos y recursos estilísticos en las dos primeras novelas y cuentos y relatos de Haroldo Conti)

 Éste es un fragmento de mi libro de ensayo sobre Haroldo Conti que publicará Biblos: aborda sus dos primeras novelas (Sudeste y Alrededor de la Jaula) así como sus cuentos y relatos.


VI. Sudeste: el tiempo y la fuerza primordial

VI.I a Sudeste (1962), que alude en su título al viento que significa adversidad en el río,  es la novela inaugural de Haroldo Conti.

La narración es desarrollada sin una estructura de capítulos; las partes de texto se encuentran separadas por un espacio que delimita segmentos de la acción o distintas instancias de sucesos.

           

VI. I. b El Boga es el personaje central o acaso –en términos de una fuerza que da sentido al mundo narrado y lleva la acción- el único personaje en sentido estricto.

Nada sabemos de él. Ni siquiera conocemos su nombre ya que es identificado solamente por medio de un apelativo que corresponde a un pez. En sentido estricto, es una identidad subsumida en un pez.

Los personajes de las novelas de Haroldo Conti de las que nos ocupamos  están planteados en la eternidad de un presente: no hay una remisión al origen (no sabemos quiénes son, de donde vienen y qué será de ellos) y surgen no como una instancia independiente sino como elementos de un entorno al cual, sin embargo, nunca terminan por pertenecer.

La novelística de Haroldo Conti de este período está signada por la ruptura con lo biográfico, el regionalismo romántico y con la concepción tradicional del personaje como héroe, virtuoso o alguien que pugna por llevar adelante un propósito. Este concepto incide también en el de la acción: el personaje carece de una deliberación a mediano y largo plazo y sólo realiza acciones mínimas de supervivencia mientras es llevado por una fuerza desconocida.  

Podemos afirmar de estos itinerarios que son un camino de ida del cual no hay regreso posible.

Lo que sucede al personaje obedeciendo a este designio contradictorio de libertad-fatalidad, como llevado por la corriente del río, lleva a situaciones y lugares irreversibles. El personaje se siente libre de abandonar un lugar y explorar otro pero ello obedece no a su propia deliberación sino a la fatalidad, porque, lo mismo que un pez, está inmerso en ese mundo.

Existen otros “personajes” que más que instancias autónomas son hitos en las experiencias y derroteros del Boga en el Delta. Si debiéramos darles una denominación podríamos caracterizarlos como accionantes subordinados. Sin embargo, los llamaremos personajes: El viejo, la vieja, el viejo Bastos, el hombrecito, el perro (que se aparecen cuando el Boga se instala en la casa en ruinas y posteriormente lo siguen), el largo Fourcade y aquellos otros que encarnan no la fuerza de la supervivencia sino las del mal: el hombre y la rubia.

           

VI. I. c Esta particular concepción de un texto que simplemente discurre, igual que el río, no obstante nos permite distinguir que la novela se encuentra “estructurada” en varias partes, marcadas básicamente por las dos características centrales señaladas del personaje del Boga que mueven la narración pero que en sí mismas resultan contradictorias: (1) la necesidad imperiosa de partir y (2) la sumisión fatalista a los designios del río a los cuales no se puede escapar. Alternativamente, el río representa la libertad, lo inescrutable y el mal. Este último es el elemento que termina por imponerse.

           

VI. I. d De este modo, podemos dividir la novela en: (1) la vida con el viejo y la vieja; (2) la primera partida hacia un lugar incierto, jalonado de estaciones (Punta Morán, el Bajo del Temor, hasta  El Sueco)[1]; (3) la pesca como actividad, la búsqueda del dorado como símbolo y el hallazgo de la casa y del hombrecito; (4) el hallazgo del Aleluya, un barco encallado que está muriendo, que encarna el centro de la fuerza misteriosa que lo impulsa siempre a partir; (4) la aparición del mal bajo la forma de los hombres que se apropian del barco, (5) el enfrentamiento y  6) El regreso al Aleluya y la muerte.

 

               VI. I e La novela es inaugural en el modo de proponer el texto: el narrador no intenta presentarnos (ni menos todavía explicar) el mundo náutico, la pesca, las mareas o los recodos del río como escenario de la obra: simplemente los da por naturales y conocidos y se vale de términos necesariamente desconocidos para el lector. Este par conocido-desconocido, surgido como al pasar, es uno de los primeros recursos de los que se vale y, tal como surge, es un elemento tácito pero central en la estética con la que aborda esta novela: como lectores asistimos a un doble enigma, el iniciático de los términos náuticos y lo que eso significa en el curso de los hechos.

Quizás su primera operación como autor sea ésta: sumergirnos en algo inusual para nosotros pero natural para los personajes, haciendo que el primer contacto con el mundo narrado sea la conformación que conduce al arroyo  Anguilas y los términos náuticos: es decir un mundo en el cual el narrador nos interna de un empujón.

 

VI.I. f En cuanto al escenario, se trata no de un lugar donde suceden las cosas sino de un sustrato, suerte de espacio vivo, esquivo y en alto grado impredecible, que las origina. El Delta es como un organismo sin límites claros, informe, inaprehensible, cuyas implicancias son siempre desconocidas y que permanentemente se encuentra al acecho.

La novela, según la postula el autor, consiste en ese secreto que siempre debe permanecer latiendo sin poder ser revelado. Acerca de él, todas las explicaciones e ideas resultan insuficientes porque la novela misma es una suerte de Corazón de las tinieblas.

 

VI. I. g El mundo conocido por nosotros no es el único posible y el que parece imposible es precisamente el que comenzará a desplegarse delante de nosotros como un mapa del cual no terminamos de conocer las referencias.

Si en Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier el río y sus recodos contienen una clave de acceso a un mundo primitivo y al origen de la música; una vía que es preciso encontrar por medio de una observación muy detenida y sólo ante determinados estados de la marea, ya que se trata de hallar una rama que indica la entrada al mundo a la vez mágico, primordial y despiadado donde el personaje encuentra la inspiración y responde a la pregunta por el sentido y el origen de la obra de arte; en Sudeste el sentido parece ser el opuesto: de lo que se trata es de encontrar no la entrada sino la salida, pero eso es imposible para el personaje.[2]

Los lectores que desconocemos las reglas de ese mundo queremos salir de él y no sólo eso: que los personajes pudieran salir y redimirse y ellos no conciben que exista algo de lo que deban salir, porque obedecen a leyes que para nosotros sólo significan un estado marginal donde sólo imperan el mal y la fuerza[3].

El del delta y sus habitantes es un mundo autónomo, con sus propias reglas en un entorno de precariedad y violencia del que da cuenta un texto lírico que presenta con belleza un mundo desalmado. No es materia de reflexión sino de supervivencia.

Se trata de un relato itinerante en el cual la identidad del personaje no importa tanto como el derrotero en sí, uno que no lleva a ninguna parte. A diferencia de la Odisea o la Eneida no está animado por el propósito de un héroe o el espíritu de un lugar (Itaca) o una ciudad (Roma), sino por una fuerza ciega.

En el relato itinerante no hay unidad en el espacio y sí hay progresión en el tiempo y es gobernado por secuencias de llegada-impulso-partida-nueva llegada que coincide con la idea de hacer algo (pescar, cazar nutrias o arreglar el bote y mejorarlo o acondicionar un refugio) que luego queda trunco. Las partidas se producen bajo la representación imaginaria de otro lugar al cual llegar, de pescar el dorado –símbolo de lo inalcanzable- y terminan en la rendición a la fuerza del río en cuanto representa finalmente el mal.

Sudeste es innovadora en la concepción del personaje, la acción –o su falta- y el escenario y “tradicional” en la progresión del tiempo: no existen rupturas ni idas y vueltas sino una sola, simple y sombría navegación rumbo a la nada.

El “realismo óptico” [4]en el cual es planteada esa navegación es el fin en sí mismo: nos revela que ese organismo vivo, sin rostro y con muchos rostros, sin piedad pero con alma, un alma perversa, y de una belleza que es posible descifrar, que es el delta, termina siendo lo que impone su brutal designio. 

 

VI.II Tiempo/Espacio

Tiempo y espacio trabajan en el texto como algo no separable; el personaje del Boga tampoco es escindible de esa ecuación en la cual el todo se presenta como algo relativo, atravesado y configurado por el tiempo, las estaciones y las mareas.

Podemos entender al primero de los elementos mencionados como el devenir en el cual los hechos introducidos por la narración son presentados y discurren. El segundo es el ámbito físico en el cual la disposición –temporal y espacial- se abre, presenta los hechos y éstos son resueltos. 

A poco que lo analicemos, hay dos modos de plasmar el tiempo y el espacio: el del narrador y el del personaje.

La sensación que se presenta con referencia al tiempo doble: (a) todo parece inmóvil y eterno; quieto, detenido y (b) al mismo tiempo, en medio de esa sensación de eternidad, las cosas cambian a veces repentinamente, generando la impresión de que aquello que parecía quieto es igual de cambiante y peligroso (ya que los cambios se encaminan casi siempre hacia un peligro nuevo).

 

VI.II a En orden al abordaje del problema de la naturaleza y la función narrativa del tiempo sigo a Enrique Anderson Imbert.[5]

En lo que nos resulta de interés para reflexionar sobre el referido elemento en esta novela, lo primero que indica este autor es que utilizamos la misma palabra “tiempo” para referirnos a los procesos físicos como a los psíquicos y que, en este contexto, el término temporalidad es más preciso. Los filósofos metafísicos griegos formularon la idea del cambio y el devenir, que es la raíz de la experiencia humana.

La vivencia del tiempo es irracional: el pasado ya no es; el futuro no es todavía y el presente tiende a no ser:

[…] el pasado es un presente abolido y el futuro es un presente esperado. (pág.258)

 Pensamos entonces que de manera distinta a la experiencia perceptiva humana el río parece ser indicativo del principio de la inmovilidad de Parménides. Durante el siglo XVII y XVIII la edad de la razón introdujo básicamente dos concepciones nuevas: (1) según el racionalismo (Descartes, Leibniz, Spinoza) el tiempo es sólo una característica de los fenómenos; la temporalidad de los fenómenos es atribuible a la experiencia humana; (2) según el empirismo (Locke, Berkeley, Hume) sólo experimentamos una sucesión de impresiones e ideas. El tiempo es algo que experimentamos[6].

Para Anderson Imbert (259: 1979) Kant superó esta dualidad al considerar al tiempo como una forma de la sensibilidad. No podemos percibir y configurar algo que esté fuera de nuestra conciencia. Son sus “formas a priori” las que configuran a aquello que percibimos y hace posible la experiencia:

Las categorías sin contenido intuitivo son vacías; los datos empíricos sin categoría son ciegos. (pág.259).

El conocimiento no es una recepción pasiva sino una elaboración, la de algo que antecede a la experiencia.

De este modo:

 

El tiempo es la forma de la intuición de los hechos subjetivos, pero también de los objetivos. ¿Por qué? Porque la percepción de los objetos exteriores a nosotros ordenados en forma del espacio) ocurre en nuestra intimidad (que es ordenada en forma de tiempo). El Tiempo, pues, comprende al Espacio. La forma del tiempo relaciona una multiplicidad de percepciones, las ordena y afirma la unidad del espíritu humano. (pág.259).

 

            De las concepciones surgidas durante el siglo XX –a las que enumera- es dable destacar la de Henry Bergson: el tiempo real es una sucesión percibida y vivida por una conciencia, es una duración individual, íntima, continua, indivisible y la de Edmund Husserl: el presente, que huye hacia el pasado es retenido por la conciencia, que nos permiten reconocer el pasado.

 

VI.II b. Esta breve referencia a la revisión del maestro Anderson Imbert a las teorías sobre el tiempo nos permite advertir que a diferencia de otras narraciones no existe un tiempo lineal, o fragmentado en raccontos, sino distintas acepciones de tiempo que se reflejan en diferentes instancias de la novela y que trabajan simultáneamente. El Boga  pertenece a algo: un espacio y un transcurso determinados en los cuales su vida se inscribe y de los cuales forma parte. La forma en que ello es enunciado y el personaje lo percibe es uno de los elementos más distintivos de la novela: el tiempo es ciclos, recuerdos, riesgos, imperativo de partir, días bochornosos en el bote y más tarde la clara conciencia del final.

A partir de estas ideas nos resulta posible advertir varios planos: (1) el del tiempo que parece detenido, referente al río, el cielo y las islas, de los cuales surge una sensación de eternidad; (2) el de los ciclos de las cosas;  (3) el del personaje, atento a sus llamados internos a desplazarse; (4) el lineal y cíclico de las acciones y (5) el de las referencias sobre barcos, motores y la casa.

Podemos establecer una relación de cada uno de estos ítems con las teorías expuestas por el maestro Anderson Imbert.

 

VI.II. c (1) La novela comienza con este tiempo que parece detenido pero que transcurre sujeto a leyes propias. De este modo, el mundo narrado se nos presenta como un discurrir:

Entre el Pajarito y el río abierto, curvándose bruscamente hacia el norte, primero más y más angosto, casi hasta la mitad, luego abriéndose y contorneándose suavemente hasta la desembocadura, serpea, adulto en las primeras islas, el arroyo Anguilas. Después de la última curva, el río abierto aparece de pronto, rizado por el viento. A pesar de su inmensidad, allí las aguas son poco profundas. Desde la desembocadura del San Antonio hasta la desembocadura del Luján es todo un banco. El Anguilas vuelca en la mitad de ese banco, entre una llanura de juncos. Según se mire, el paraje resulta desolado y en un día gris, de mucho viento, sobrecoge a cualquiera. (Haroldo Conti, Sudeste, pag.7. Emece, Buenos Aires, 2015)

 

 El salto al vacío, de la nada al texto, no está marcado por la aparición de un personaje que lleva a cabo acciones sino por un pasaje descriptivo que otorga al tiempo un relieve: lleva tiempo reconocer los accidentes de un paisaje que no es el mismo en un día claro que en uno gris: el narrador nos dice que ese paisaje es cambiante según el momento: el protagonismo del espacio y del tiempo muestran un mundo y ese mundo que muestran es enigmático y desolado y requiere de muchas miradas para poder ser reconocido.   

La primera impresión que recibimos es la de eternidad e inmovilidad: parece un escenario bochornoso y estático:

 

El río se extiende ancho y silencioso, y sobre los bancos parece más desolado. (pág. 22).

 

            El narrador nos indica que esa desolación puede ser todavía mayor que aquella que está mostrándonos.

 

Una hora del día era igual a otra hora del día. Entre la mañana y la tarde no existían diferencias apreciables. La noche los alcanzaba rápidamente, sin los matices ni el largo preludio del verano. (pág. 170)

           

Invierno y verano son opuestos pero tienen en común que el transcurso parece detenido.

Estamos en el primer plano del tiempo (1) que podemos también tomar como el círculo exterior dentro del cual se encuentran los demás círculos de este sistema temporal concéntrico:

 

Aquí ya anochece. No así en el río abierto que acaba de abandonar. El río abierto está ahí atrás, como a mil años. (pág.70).

           

El río es ese organismo donde todo fluye y contra el que todo se enfrenta y está como a mil años, es el primer círculo en el cual las cosas suceden sin que alcancen a perturbarlo.

            Todo allí es un accidente que dura un momento mientras el río continúa su fluir.   

            Sin embargo, la quietud suscita otra impresión: la de que todo es eterno y desierto.

Sintió el silencio y la humedad y algo después esa especie de rumor que brota de los lugares mucho tiempo deshabitados. Todo eso brotaba de las penumbras del monte en el medio mismo de estas islas y le salía al encuentro, y hasta ahora era lo único que se había sobrepuesto al rumor del agua y al viento que soplaba desde el río. (Haroldo Conti, ob. cit., pág.83)

 

            En este mundo, que Carpentier llamaría de falsa apariencia, todo lo que parece estático y eterno en realidad fluye y está en acecho y el paisaje no es descubierto sino que sale al encuentro como si se tratase de un ser vivo. 



[1] Se trata de referencias desconocidas para la mayor parte de los lectores, lo cual subraya el carácter itinerante del relato y su navegación hacia algo cada vez más incierto.

[2] “De pronto, me despierta un grito del Adelantado: `¡ Ahí está la puerta!` Había a dos metros de nosotros, un tronco igual a todos los demás: ni más ancho, ni más escamoso. Pero en su corteza se estampaba una señal semejante a tres letras V superpuestas verticalmente, de tal modo que una penetraba dentro de la otra….Junto a ese árbol se abría un pasadizo abovedado, tan estrecho, tan bajo, que me pareció imposible meter la curiara por ahí. Y, sin embargo, nuestra embarcación se introdujo en ese angosto túnel…” (Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, Cap. IV, parte 19, pág. 207, Edit. Losada, Buenos Aires, 2005).

Detengámonos en este punto: la navegación es el medio por el cual el personaje de Carpentier emprende un viaje por la selva y se interna en otro mundo, uno que es primordial y donde imperan los impulsos y las acciones y en el que encuentra la vida y la música primitiva y todo lo de primitivo que hay en él. Se trata de un mundo de incitaciones, sensualidad y descubrimiento que lo lleva a un origen soterrado por la civilización. El amor físico es igual de fuerte que el viaje al interior de la música.

El de Haroldo Conti es un mundo también primitivo pero violento; también gobernado por la acción pero por parte de hombres tan marginales como desalmados. En ninguno de ellos está la respuesta al interrogante esencial y los dos son una especie de laberinto misterioso que los personajes deben atravesar.

  

[3] Un fragmento de Carpentier es revelador en orden a esta idea. Hay mundos que son pensados, a otros solamente se pertenece, lo cual marca la diferencia entre ser de allí y no serlo. El Boga: observa al mundo más allá del río pero no pertenece a él y es capaz de descifrar los signos del mundo del río, pero tampoco termina de pertenecer a él: “La verdad, la agobiadora verdad –lo comprendo yo ahora- es que las gentes de estas lejanías nunca ha creído en mí. Fui un ser prestado. Rosario misma debe haberme visto como un Visitador, incapaz de permanecer indefinidamente en el Valle del Tiempo Detenido. Recuerdo ahora la rara mirada que me dirigía, cuando me veía escribir febrilmente, durante días enteros, allí donde escribir no respondía a necesidad alguna. Los mundos nuevos tienen que ser vividos antes que explicados. Quienes aquí viven no lo hacen por convicción intelectual; creen simplemente, que la vida es ésta y no otra.” (Alejo Carpentier, ob. cit., pág.353). La pertenencia está pensada en la falta de la representación de otro mundo posible o deseable.

[4] Tomo el término del rico estudio preliminar de Lourdes Carriedo en su edición de la novela La modificación, de Michel Butor (Cátedra, Madrid, 1988). Es necesario hacer la salvedad acerca de que si bien tal concepto es aplicado al objetivismo francés, resulta válido para designar la percepción de la luz y los paisajes en las novelas de Haroldo Conti, cuyo lirismo parte de percibir y plasmar paisajes reales y conferirles un trabajo central en la construcción del universo narrado que se apoya, precisamente, en observaciones realistas, certeras y reconocibles cuyas posibilidades estéticas explora y agota en el magistral uso que hace de la metáfora. En esto también se vincula, salvando las diferencias, a Michel Butor.

Vitor Manuel Aguiar e Silva señaló en Teoría de la Literatura (Gredos, Madrid, 1982, pág.239): ”Generalmente, el novelista francés tiene estudios superiores, es inteligente, lee a Heidegger, aprecia a Mozart, y sus personajes participan  de su cultura, de sus gustos y de su inteligencia. De ahí que la novela francesa revele propensión incontenida al análisis psicológico. Por el contrario, los grandes novelistas norteamericanos de nuestros días han tenido una vida dura y una formación bastante accidentada: Faulkner fue mecánico, pintor de paredes, carpintero; Caldwell, motorista, futbolista,  cocinero…No nos asombra que sus personajes sean rudos y groseros”. Del mismo modo una novela (La modificación) se encuentra concebida y escrita en una clave intelectual, existencial y cultural mientras que las novelas de Haroldo Conti están escritas desde una urgencia: por captar, por decir, por establecer un discurso nuevo donde todo lo que se debe mostrar se vea más claramente, se difunda, se haga tan urgente como su necesidad de escribir.

[5] Teoría y Técnica del Cuento, Cap. 15 “Tiempo y Literatura”, pág. 257; Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1979

[6] Ello resulta muy claro en numerosos pasajes de la novela respecto al Boga, su personaje central: el tiempo es experimenta en cuanto a los ciclos, a lo que demandan o las sensaciones que producen  en el personaje.

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