Stephen Crane fue escritor y cronista de
guerra. Nació en Newark, Nueva Jersey el 1 de noviembre de 1871 y sólo vivió 28
años, durante los cuales se sintió un desterrado en todas partes, al extremo de
morir en un sanatorio de Badenweiler, Alemania, el 5 de junio de 1900, por
complicaciones de la tuberculosis que había contraído a raíz del estado de
debilidad que le sobrevino luego de un naufragio. Sin embargo, ese corto lapso de una vida difícil le
bastó para escribir dos obras fundacionales: Maggie, a girl of the streets (“Maggie, una chica de la calle”,
1893), que está considerada como la primera novela naturalista norteamericana;
y The red badge of courage (“El rojo
emblema del valor”, 1895) que inaugura la especie de narrativa bélica pero que
a la vez es una honda novela introspectiva, innovadora en varios aspectos y que
contribuiría a abrir nuevos caminos en la narrativa del siglo XX.
Un país violentamente dividido y un cambio de
filosofía
La guerra de
secesión norteamericana (1861-1865) fue el conflicto brutal entre dos modelos
de país: el industrial del norte y el feudalista y agricultor del sur que
encarnaban no sólo lo moderno y lo tradicional sino también un choque de
filosofías que terminaría por imponer el darwinismo social (la supervivencia de
los más aptos) como credo del nuevo capitalismo financiero que surgiría después
de la Guerra de Secesión. El hombre que triunfa lo logra por estar mejor
dotado. El resto, formaría parte de un creciente proletariado urbano.
Esta ideología,
heredera de conceptos biológicos, desplazaría al trascendentalismo norteamericano
y la literatura simbolista de escritores como Hawthorne y Melville. El país del
espacio inacabable donde había lugar para empezar siempre una nueva vida se
industrializaba. Este nuevo fenómeno social marcaría el surgimiento de un
naturalismo, inspirado en las nuevas condiciones de vida, pero, a diferencia
del francés, menos desesperanzado. Quizás lo fuera por originarse en un país
nuevo (Mateo, Leopoldo, Apéndice a
“El rojo emblema del valor”, Colección Mis Libros, Hyspamérica, 1981).
Es en este
contexto político, social y cultural donde El
rojo emblema del valor se inscribe.
El autor y la obra
Hijo de un
predicador que murió cuando el escritor tenía ocho años, Stephen Crane se vio
obligado, desde muy temprana edad, a ganarse la vida plasmando sus vivencias en
el suburbio neoyorkino de Bowery y formándose como escritor en las crónicas
urbanas de una nueva conformación social y tratando de venderlas a los diarios.
Con dinero
prestado por sus hermanos costeó la edición de Maggie, a girl of the streets, que fue ignorada por la crítica. Sin
embargo, amigos escritores (Hamlin Garland y William Dean Howells) fueron
conscientes del valor de la novela y lo animaron a seguir escribiendo. Debieron
ser muy duras aquellas alternativas para alguien para quien su escritura era su
razón y medio de vida.
La guerra civil
era un acontecimiento del cual había oído hablar desde la infancia pero no sólo
muy pocas novelas la habían abordado como asunto literario sino que, además, lo
habían hecho desde el heroísmo, el sentimentalismo y la acción. El contacto con
varios testimonios, su innata intuición para percibir y eludir las convenciones
literarias, y el propósito de lograr no un registro general sino la propia
vivencia de la guerra en un joven soldado dieron por resultado un texto
directo, realista, introspectivo, que es a la vez una obra abierta. Más allá de
los hechos salientes de la historia existen muchas interpretaciones posibles sobre
su significado. Apoya este efecto en gran parte en el distanciamiento del
narrador “por detrás” del personaje, es decir que lo ve en sus acciones y en
sus pensamientos, y el propio personaje. Los juicios de ambos suelen ser
coincidentes, pero existe una distancia entre ellos: a veces, como en el final,
el narrador parece ver más allá del personaje y proponer un final no realista a
una historia realista.
La obra alterna
registros del más puro lirismo y
acciones vívidas y cruentas. Son muchos los recursos que utiliza para ello.
Henry Fleming,
un joven campesino que vive con su madre se ha enrolado pese a la negativa de
ella. Si bien no existe una referencia directa, la novela narra aspectos de la
batalla de Chancellorsville, Virginia,
que tuvo lugar entre el 1 y 3 de mayo de 1863. El acontecimiento es constituido
en una visión arquetípica de la guerra.
No hay un
argumento en sí mismo sino una sucesión de escenas que podemos dividir en cinco
núcleos: 1) la recapitulación inicial sobre la vida anterior del personaje y las
dudas y temores antes del combate; 2) el primer enfrentamiento; 3) el
alejamiento del combate, con el consiguiente vagabundeo por el bosque, que se
cierra cuando se encuentra con heridos y se pretende uno de ellos; 4) la guía
de alguien misterioso que lo conduce nuevamente a su escuadrón y 5) la batalla
siguiente, momento en el cual Henry se destaca por su heroísmo, que conduce al ambiguo final.
No obstante, el
emblema al que alude el título no simboliza el desenlace heroico, no es uno que le sea dado por su valentía,
sino que se refiere a una herida: “A veces miraba a los soldados heridos con
envidia…Deseaba que él también hubiera podido ostentar una herida, un rojo
emblema del valor” (obra citada, Capítulo 9, pág. 87).
El propio
símbolo del título es lo contrario al heroísmo, con lo cual, el final no puede
referirse al triunfo del valor sino a algo diferente.
La historia y sus elementos estilísticos
El virtuosismo
narrativo de este escritor de 24 años reside en que sus recursos estilísticos,
pulidos y balanceados, que establecen distintos climas y hechos, dan por
resultado un texto ágil; imaginativo; incisivo; preciso y siempre cambiante. Los
aspectos formales no valen sólo por sí mismos sino que trabajan para lograr el
propósito del autor de hacer que las vivencias del personaje, su confusión, sus
dudas, su modo distorsionado de percibir tanto la lucha como el propio espacio
o su propia vida, sean el centro de la narrativa.
En una
descripción detallada, a la vez que los objetos son vistos como algo vivo, los
soldados y oficiales lo son cómo máquinas o seres desposeídos de humanidad que
se mueven mecánicamente.
Uno de los
elementos salientes es el trabajo con las sensaciones visuales y auditivas. El
escenario de la batalla es imposible de ser visto: por las espesas nubes de
humo producidas por los rifes al disparar; por el punto de vista siempre
parcial de los soldados y por la distorsión espacial donde el terreno siempre
parece cambiar. Así: “Levantó ligeramente el fusil y, dando un vistazo al
ajetreado campo, disparó contra un grupo que avanzaba a pasos largos. Luego se
detuvo e intentó ver cuánto pudiera a través del humo” (cap. 6, pág.66).
Otro es el
retrato de los cuerpos, las posiciones insólitas en las que quedan luego de una
explosión, destruidos y modelados por una maquinaria despiadada en la cual
ellos no cuentan para los superiores que los mandan a una misión
riesgosa por considerarlos inútiles: “Ante ellos había unas cuantas figuras
espantosas e inmóviles. Tenían los brazos doblados y las cabezas torcidas de
modo increíble. Parecía que los hombres muertos habían tenido que ser lanzados
de grandes alturas para alcanzar tales posiciones, como si desde el cielo se
los hubiera dejado caer sobre la tierra” (cap. 5, pág.60).
Acciones
descriptas desde su pura objetividad; el aturdimiento; las metáforas inusuales
son elementos de una narrativa completamente nueva.
Realismo, simbolismo
En medio de las
peripecias de Henry para volver al regimiento aparece una figura misteriosa
cuya cara nunca llega a ver: “le parecía al joven que el hombre de la voz
cordial poseía una varita mágica” (cap. 12, pág. 116). Lo real se abre hacia lo
fantástico y misterioso.
Luego de una
nueva batalla en la que enarbola la bandera del regimiento y se destaca por su
valor sobreviene el final: “Y ahora se volvía, con el ansia y la sed del
enamorado, hacia imágenes de cielos tranquilos y sonrientes, de frescos prados
y de fríos arroyos…una existencia de paz, dulce y eterna. A lo lejos, desde el
otro lado del río, avanzaba la flecha dorada del rayo de sol a través de las
huestes de nubes plomizas, cargadas de lluvia” (cap. 24, pág.210).
Henry pudo haber
completado un aprendizaje y aprendido el valor que inculca a guerra o haberse
engañado y creer en los valores de la guerra que le exigen sacrificarse sólo
como un modo de sobrevivir en ella.
Luego de un
lenguaje tan descarnado y realista cuesta creer en un final feliz. La
naturaleza, indiferente del dolor y la destrucción de la guerra sigue inmutable
y Henry se encuentra solo frente a la desesperación y a la guerra.
Nada es simple,
nada es esquemático y los finales no pueden ser felices en un escritor que supo
romper con todas las convenciones y crear una obra abierta donde nada es definitivo.
Eduardo
Balestena
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