En El
vientre de la Ballena Javier Cercas propone una ficción que trabaja sobre la base
de distinguir entre dos clases de personajes: los de carácter,
inmersos en el puro presente, sin un propósito que pueda ir más allá de ellos,
y los de destino: aquellos puestos a
cumplir un cometido, algo trascendental y que en miras a eso sacrifican el mero
presente.
Es un concepto posible, un concepto útil,
que sin embargo hace difíciles de clasificar a algunos personajes, por ejemplo
a Lizzie, en Orgullo y Prejuicio: una
mujer inmersa en el mundo de la novela de maneras pero que desafía sus códigos
sin proponérselo: ¿Dónde podríamos ubicarla entonces? Ismael, el narrador de
Moby Dick ¿sería solamente un personaje de carácter o, dentro de esa naturaleza,
cumple el destino de narrar la historia y en eso deja de ser de carácter? Son
preguntas que nos interrogan acerca de la validez de esta categoría, o sobre
sus alcances
Cercas toma la idea de Rafael Sánchez
Ferlosio (hijo de aquel Rafael Sánchez Mazas ideólogo de la falange española,
personaje que tan bien plasmó en Soldados
de Salamina). A su vez, el autor de El
Jarama, nacido durante la estadía de su padre en Roma, donde se casó con
una italiana y quedó encandilado tanto por la belleza femenina como por el fascismo,
la tomó de Walter Benjamin (1892-1940), el famoso pensador que decidió
suicidarse antes de caer en poder de los nazis y que estableció tal distinción
en su obra Destino y Carácter (1921).
Sanchez Ferlosio pensó en el concepto
paseando con su hija de tres años. Actuaba un circo ambulante y pese a ignorar
el argumento de la historia su hija permaneció viéndolo por el solo poder del
espectáculo, sin importar lo que había pasado antes ni lo que pasaría después. El
ejemplo paradigmático de ambas clases de personaje es el de Don Quijote y
Sancho, pero la categoría es un universal: podemos decir que hay personas o
actitudes de carácter y de destino.
Las
ideas sobre la ficción dentro de la ficción
Del mismo modo que el de autor, el de la
historia (si ésta es real, si esa realidad es construida por testimonios, por
documentos y qué papel juega en ella la pura evocación o la subjetividad: la
historia es descubierta, exhumada y surge como algo también desconocido y nuevo
que pasa a formar parte de la experiencia
presente), el estatuto de los personajes está presente en la obra de
Cercas. Al hacerlo incluye cuestiones críticas dentro de la ficción: rompe la
linealidad de los hechos narrados, ya que no se trata sólo de contar algo sino de
interrogar quién lo cuenta y qué es lo que cuenta. El propio narrador de Soldados de Salamina se presenta a sí
mismo como un fracasado a medias hasta que encuentra una historia.
Este poner en duda el carácter del autor
parecería decirnos que esta categoría, desmitificada por cierta ensayística
(Pierre Bourdieu), es secundaria. Sin embargo, el dudar sobre ella parece
seguir formando parte de las prerrogativas del autor. ¿Se trata de un rasgo
nuevo o es el uso de conceptos que corrientes como en Nuveau roman ya habían pensado y utilizado? Cercas, escritor
instituido, hace uso, desde este carácter, de lo que en los años 50 era una
vanguardia. Al hacerlo rescata elementos de aquel ideario –no masivo- y los
difunde dentro de sistema masivo.
En
la torre de marfil
Sánchez Ferlosio, en un momento de su
éxito literario, renuncia a él y acuña otra imagen del escritor: una
“aristocrática”; ilustrada, de alguien tan consciente de sus capacidades que
está más allá de la necesidad de todo reconocimiento y de los privilegios de la
industria cultural; al menos esa es la pose que surge: el consagrado que se
aleja del mundanal ruido. Se ha sostenido (Cárcamo, Silvia “Carácter y destino
en la literatura. El ensayo de Sánchez Ferlosio en la ficción de Javier Cercas” www.letras.ufrmg.br) que esta actitud es la
opuesta a la propia de la cultura de masas.
Podemos pensar que el escritor postula
algo trascendente en su literatura y renuncia al viciado mundo literario, o que
se trata de una actitud de carácter en donde la literatura es puro presente, es
lo que es. Tales disyuntivas aparecen en Cercas donde el mundo del escritor
suele estar asimilado al mundo del espectáculo (actitud de carácter) cuando la
verdadera literatura está asociada a actitudes de destino.
El
carácter de la cultura de masas
Heredera del folletín del siglo XIX, la
cultura de masas instituye hoy una figura de escritor público, capaz de
reflejar sentimientos, de llegar a miles de lectores dentro de especies
codificadas, repetitivas, con personajes esquemáticos (sin relieves, matices ni
densidad), que no obedecen a una tradición y que no están pensados dentro de
cuestiones puramente literarias. La “literatura” de masas es producida –para
determinados nichos de “lectores”, o consumidores- como si las rupturas nunca
hubieran existido, sin plantear cuestiones que vayan más allá de la historia
contada: no hay quiebres, ni crisis de conceptos, sólo hay historias que
“conmueven” y “gustan” más allá de toda calidad escritural o que pueden
conmover y gustar sin calidad escritural alguna.
Ubicado el producto de masas en el lugar
de la lectura el verbo “leer” es tomado como sinónimo de leer, es decir, descifrar, ir más allá,
descubrir y pensar una obra de arte y se aplica a productos salidos de una
línea de montaje. No se trata de ir más allá de clichés sino precisamente de
acatarlos.
Pero ¿esto en sí está mal? ¿Es
incorrecto? ¿Son “correcto” o “incorrecto” conceptos válidos literariamente? ¿Qué
es en definitiva “la literatura”, qué la calidad literaria? ¿No es un modo
elitista de concebir el hecho literario negándole méritos a lo masivo por el
hecho de serlo, de ser producido no eludiendo lugares comunes sino basándose en
ellos?
Ante estas preguntas podemos volver a
actitudes de carácter y de destino; pensar en algo que –una escritura de
carácter- se agota en una historia o algo que se vale de una historia para plantear
cosas que vayan más allá de ella –una
escritura de destino.
El hecho creador sobreviene cuando una
intuición que no se puede clasificar ni definir toma la forma de una
exploración y un descubrimiento verbal y con ello instaura algo nuevo,
diferente, insustituible al cual nada rige; un hecho posible gracias a modos de
percibir, de problematizar, de registrar la realidad, o de plasmar vivencias
únicas y hacerlo de un modo que “sea digno de la literatura”, como dijo Hegel.
Por ejemplo, los relatos de Creí que Dios era mi padre, recopilados
por Paul Auster en el Proyecto Nacional
de Relato, que testimonian –en las 179 del total de una cuatro mil narraciones
de distintas personas que conforman la selección- hechos sucedidos o ideas,
contienen muchos registros esencialmente literarios. Lo son porque rompen toda
regla, reclaman un único modo de ser narrados y que ese modo es el elegido por quien
los escribió; son genuinos y están plasmados en una escritura centrada en el
hecho, que no sigue ninguna otra pauta pero que al hacerlo establece también
una forma propia (está presente lo popular y lo literario al mismo tiempo,
aunque no necesariamente lo masivo).
Por el contrario, ante situaciones
pautadas, ante patrones de gusto masivo establecidos, ante ingredientes que
conforman un producto que el consumidor espera, no podemos más que hablar de
una producción.
Ya tenemos algunos elementos que
establecen una especie de umbral de la literatura, quizás el primero de ellos
esté en el dominio del medio expresivo y el segundo en ese carácter único.
Eso nos lleva a corroborar que aunque la
literatura deba contar con personajes de carácter, su estatuto es el de un
destino, uno al que se llega sin
proponérselo, sin deliberación y sólo por el hecho de poder trasponer ese
umbral
Eduardo Balestena
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