miércoles, 10 de diciembre de 2014

Destino y carácter


En El vientre de la Ballena Javier Cercas propone una ficción que trabaja sobre la base de distinguir entre dos clases de personajes: los de carácter, inmersos en el puro presente, sin un propósito que pueda ir más allá de ellos, y los de destino: aquellos puestos a cumplir un cometido, algo trascendental y que en miras a eso sacrifican el mero presente.
Es un concepto posible, un concepto útil, que sin embargo hace difíciles de clasificar a algunos personajes, por ejemplo a Lizzie, en Orgullo y Prejuicio: una mujer inmersa en el mundo de la novela de maneras pero que desafía sus códigos sin proponérselo: ¿Dónde podríamos ubicarla entonces? Ismael, el narrador de Moby Dick ¿sería solamente un personaje de carácter o, dentro de esa naturaleza, cumple el destino de narrar la historia y en eso deja de ser de carácter? Son preguntas que nos interrogan acerca de la validez de esta categoría, o sobre sus alcances
Cercas toma la idea de Rafael Sánchez Ferlosio (hijo de aquel Rafael Sánchez Mazas ideólogo de la falange española, personaje que tan bien plasmó en Soldados de Salamina). A su vez, el autor de El Jarama, nacido durante la estadía de su padre en Roma, donde se casó con una italiana y quedó encandilado tanto por la belleza femenina como por el fascismo, la tomó de Walter Benjamin (1892-1940), el famoso pensador que decidió suicidarse antes de caer en poder de los nazis y que estableció tal distinción en su obra Destino y Carácter (1921).
Sanchez Ferlosio pensó en el concepto paseando con su hija de tres años. Actuaba un circo ambulante y pese a ignorar el argumento de la historia su hija permaneció viéndolo por el solo poder del espectáculo, sin importar lo que había pasado antes ni lo que pasaría después. El ejemplo paradigmático de ambas clases de personaje es el de Don Quijote y Sancho, pero la categoría es un universal: podemos decir que hay personas o actitudes de carácter y de destino.
Las ideas sobre la ficción dentro de la ficción
Del mismo modo que el de autor, el de la historia (si ésta es real, si esa realidad es construida por testimonios, por documentos y qué papel juega en ella la pura evocación o la subjetividad: la historia es descubierta, exhumada y surge como algo también desconocido y nuevo que pasa a formar parte de la experiencia  presente), el estatuto de los personajes está presente en la obra de Cercas. Al hacerlo incluye cuestiones críticas dentro de la ficción: rompe la linealidad de los hechos narrados, ya que no se trata sólo de contar algo sino de interrogar quién lo cuenta y qué es lo que cuenta. El propio narrador de Soldados de Salamina se presenta a sí mismo como un fracasado a medias hasta que encuentra una historia.
Este poner en duda el carácter del autor parecería decirnos que esta categoría, desmitificada por cierta ensayística (Pierre Bourdieu), es secundaria. Sin embargo, el dudar sobre ella parece seguir formando parte de las prerrogativas del autor. ¿Se trata de un rasgo nuevo o es el uso de conceptos que corrientes como en Nuveau roman ya habían pensado y utilizado? Cercas, escritor instituido, hace uso, desde este carácter, de lo que en los años 50 era una vanguardia. Al hacerlo rescata elementos de aquel ideario –no masivo- y los difunde dentro de sistema masivo.
En la torre de marfil
Sánchez Ferlosio, en un momento de su éxito literario, renuncia a él y acuña otra imagen del escritor: una “aristocrática”; ilustrada, de alguien tan consciente de sus capacidades que está más allá de la necesidad de todo reconocimiento y de los privilegios de la industria cultural; al menos esa es la pose que surge: el consagrado que se aleja del mundanal ruido. Se ha sostenido (Cárcamo, Silvia “Carácter y destino en la literatura. El ensayo de Sánchez Ferlosio en la ficción de Javier Cercas”  www.letras.ufrmg.br) que esta actitud es la opuesta a la propia de la cultura de masas.
Podemos pensar que el escritor postula algo trascendente en su literatura y renuncia al viciado mundo literario, o que se trata de una actitud de carácter en donde la literatura es puro presente, es lo que es. Tales disyuntivas aparecen en Cercas donde el mundo del escritor suele estar asimilado al mundo del espectáculo (actitud de carácter) cuando la verdadera literatura está asociada a actitudes de destino.
El carácter de la cultura de masas
Heredera del folletín del siglo XIX, la cultura de masas instituye hoy una figura de escritor público, capaz de reflejar sentimientos, de llegar a miles de lectores dentro de especies codificadas, repetitivas, con personajes esquemáticos (sin relieves, matices ni densidad), que no obedecen a una tradición y que no están pensados dentro de cuestiones puramente literarias. La “literatura” de masas es producida –para determinados nichos de “lectores”, o consumidores- como si las rupturas nunca hubieran existido, sin plantear cuestiones que vayan más allá de la historia contada: no hay quiebres, ni crisis de conceptos, sólo hay historias que “conmueven” y “gustan” más allá de toda calidad escritural o que pueden conmover y gustar sin calidad escritural alguna.
Ubicado el producto de masas en el lugar de la lectura el verbo “leer”  es tomado como sinónimo de leer, es decir, descifrar, ir más allá, descubrir y pensar una obra de arte y se aplica a productos salidos de una línea de montaje. No se trata de ir más allá de clichés sino precisamente de acatarlos.
Pero ¿esto en sí está mal? ¿Es incorrecto? ¿Son “correcto” o “incorrecto” conceptos válidos literariamente? ¿Qué es en definitiva “la literatura”, qué la calidad literaria? ¿No es un modo elitista de concebir el hecho literario negándole méritos a lo masivo por el hecho de serlo, de ser producido no eludiendo lugares comunes sino basándose en ellos?
Ante estas preguntas podemos volver a actitudes de carácter y de destino; pensar en algo que –una escritura de carácter- se agota en una historia o algo que se vale de una historia para plantear cosas que vayan  más allá de ella –una escritura de destino.
El hecho creador sobreviene cuando una intuición que no se puede clasificar ni definir toma la forma de una exploración y un descubrimiento verbal y con ello instaura algo nuevo, diferente, insustituible al cual nada rige; un hecho posible gracias a modos de percibir, de problematizar, de registrar la realidad, o de plasmar vivencias únicas y hacerlo de un modo que “sea digno de la literatura”, como dijo Hegel.
Por ejemplo, los relatos de Creí que Dios era mi padre, recopilados por Paul Auster en el Proyecto Nacional de Relato, que testimonian –en las 179 del total de una cuatro mil narraciones de distintas personas que conforman la selección- hechos sucedidos o ideas, contienen muchos registros esencialmente literarios. Lo son porque rompen toda regla, reclaman un único modo de ser narrados y que ese modo es el elegido por quien los escribió; son genuinos y están plasmados en una escritura centrada en el hecho, que no sigue ninguna otra pauta pero que al hacerlo establece también una forma propia (está presente lo popular y lo literario al mismo tiempo, aunque no necesariamente lo masivo).
Por el contrario, ante situaciones pautadas, ante patrones de gusto masivo establecidos, ante ingredientes que conforman un producto que el consumidor espera, no podemos más que hablar de una producción.
Ya tenemos algunos elementos que establecen una especie de umbral de la literatura, quizás el primero de ellos esté en el dominio del medio expresivo y el segundo en ese carácter único.
Eso nos lleva a corroborar que aunque la literatura deba contar con personajes de carácter, su estatuto es el de un destino,  uno al que se llega sin proponérselo, sin deliberación y sólo por el hecho de poder trasponer ese umbral
    
Eduardo Balestena

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