Nacido en Poitiers el 15 de octubre de 1926 y fallecido en París el 25
de junio de 1984, Michael Foucault fue uno de los intelectuales más agudos y
originales del siglo XX.
Graduado como psicólogo y filósofo,
fue docente de la Universidad de Clermont- Ferrand y del College de France. Su
pensamiento, junto con Pierre Bourdieu; Gilles Deleuze; Ewin Goffman o Howard
Becker, forma parte de una corriente crítica de las ciencias sociales y de sus
postulados. Historia de la locura
(1961); Las palabras y las cosas (1966); Arqueología del saber (1969); Vigilar
y Castigar (1975); Microfísica del
poder (1977), así como los volúmenes que recopilan sus conferencias, son
hitos de un pensamiento envolvente, luego de cuyo contacto no es posible
concebir el dominio de la ciencia social ni a la cultura del mismo modo.
Genealogía
del saber
En 1959 la obra de Goffman Internados,
ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales focaliza en el
examen de la vida cotidiana de las instituciones totales antes que en los
grandes conceptos de la psiquiatría; en esa época, el historiador francés Phillippe
Aries publica El niño y la vida familiar
en el antiguo régimen que postula que el concepto de infancia es una
construcción socio histórica, no una realidad en sí misma: de este modo, es
problematizado aquello de lo cual no se dudaba antes: Bourdieu cuestiona
fuertemente el concepto de objetividad (El
sentido práctico) y Foucault establece el que habría de ser su método: la
genealogía, la arqueología, el pensar a los fenómenos no desde cómo aparecen
dados sino remontarse desde el presente a los factores que los originan y
desarrollan.
Extensa y vuelta a distintas preocupaciones a lo largo del tiempo, su
obra aborda distintas cuestiones en el marco de un pensamiento que las
problematiza. Las razones de la existencia de las instituciones no están en sus
propósitos declarados sino en los documentos que testimonian su vida cotidiana.
Es buceando en esos registros como deben ser pensadas: La Cárcel; la Policía;
el Hospital, conceptos que parecen eternos, son creaciones determinadas por
ciertos procesos vinculados, como en el segundo caso, al desarrollo del
capitalismo, cuando fue preciso crear una fuerza de vigilancia para el cuidado
de las mercancías en los puertos ante el creciente desarrollo capitalista.
El poder
Uno de sus análisis más vigentes y apasionantes es el del poder. Lo aborda
desde distintos ángulos, a lo largo de la historia y en relación al saber.
Toma por ejemplo, las Lettres du
cachet, instrumentos de la monarquía absoluta francesa utilizados para encerrar
a personas por tiempo indeterminado. Estaban firmadas por el Rey, que casi
nunca se interiorizaba de lo concerniente a aquellos cuyo confinamiento
disponía, lo hacían por él aquellos sujetos influyentes a quienes los
interesados acudían, y nunca era evaluado el “progreso” ulterior del sujeto
sometido a castigo: así, el poder absoluto era también un poder discrecional, informal,
discontinuo, accidentado, fluctuante.
Pensemos en la práctica del derecho, por ejemplo, que se supone
sometida a las normas, las reglas y a la igualdad, pero que siempre aparece,
precisamente, como algo discrecional, informal, discontinuo, fluctuante y,
agregaríamos, influenciable.
El iluminismo postula un poder central administrado, ejercido, bajo la
forma de prohibiciones, de controles, de reparto de derechos y obligaciones.
Sin embargo el poder, postula Foucault, no se forma en la negación sino en la
afirmación y no es sólo descendente (de abajo hacia arriba) sino que circula,
construye personas, produce verdad.
El poder así, es dominación.
El día a día en las
instituciones
Unamos esto por ejemplo a Goffman, o ejemplifiquemos con una película
como Atrapado sin salida (Milos Forrman,
1975, sobre el libro Alguien voló sobre
el nido del Cucú, de Ken Kassey): el poder institucional constituye a las
personas internadas en entidades médicas y así las trata: las controla, las reprime,
y, llegado el momento, las aniquila. Pero hay un mundo posible de vínculos
entre ellas y de eso se trata la película (y la novela).
Las instituciones en las que vivimos también crean subjetividad:
construyen al influyente, al favorito; al importante; al marginal. Esas
identidades resultan no de una constitución o de una naturaleza inherente a las
personas sino de cómo son vistas en una estructura de poder que circula y las
nombra o inviste de atributos (la positividad de un poder que no se define y
ejerce sólo en la prohibición sino que construye sujetos a los que nombra de
una manera determinada), y eso lo hace como si se tratase de un proceso
natural, como si obedeciera a un modo inexorable y no condicionado por aquel a quien
inviste de esas características, sino como si fuese propio de esa persona, de
su “naturaleza”. El mecanismo de dominación hará que la disidencia sea
castigada, que quien no obedece al sentido dominante sea escarnecido. Como
postula Goffman, se trata de procesos no
visibles desde adentro de las instituciones.
Son extensos los desarrollos de estas manifestaciones del poder, por
ejemplo en la escuela, en la fábrica. No obstante, estas acciones de
disciplinamiento parecen cambiar en la posmodernidad, donde se asiste a una
crisis del poder instituyente: la escuela, máxime en tiempos de crisis, no
necesariamente forma en la disciplina ni la transmite en una sociedad cada vez
más violenta, con normas cada vez más débiles.
De este modo, mientras el
iluminismo postula que el derecho es un instrumento de reparto igualitario, que
la razón es lo que lo garantiza sin importar que el sujeto sea poderoso o no, y
que en los tribunales todos son tratados iguales, y los tribunales enarbolan
estas banderas, tenemos que el derecho es un instrumento de dominación donde se
tiene a las palabras del dispositivo legal como si fuesen verdad. Una verdad
que produce determinados efectos.
El poder es estratégico, sostiene Foucault, establece,
favorece, prohíbe puede asignar un valor a las personas o quitárselo según
convenga a las operaciones de aquellos que pueden imprimirle un sentido, y no sólo lograr que nadie cuestione esas
operaciones sino que sean vividas como un atributo natural.
De
este modo, el poder no es frontal, no es descendente, no es explícito ni
manifiesto: es una red invisible de sentido que constituye y asegura la
dominación, que hace que derechos, razón y legitimidad, no tengan ninguna
importancia. El poder, así, es reticular; microfísico; capilar y se manifiesta en
cosas mínimas, como cuando alguien baja la voz por temor a que alguien lo
escuche y ese secreto llegue a oídos de otro alguien, a veces no se sabe de
quién.
La jaula de hierro
El universo de Foucault es absolutamente único: une el rigor, la
agudeza, la originalidad a la libertad. Es como si el discurso del ensayo se
adueñara del académico y se internara en algo siempre nuevo que termina por
impregnarlo todo, proponiendo una interpretación última que sólo el lector
puede darle y que se hace más y más rica en cada lectura. Es, desde este punto
de vista, subyugante, incitante: nos hace verlo todo de otra manera.
Desde otro punto de vista asume a la conformación social como un
resultado, algo siempre condicionado por factores que no es posible modificar
desde el ser individual, y que este ser individual no parece contar demasiado
como elemento de esta concepción.
Como afirmó Viktor Frankl, de un modo o de otro somos dueños de
situarnos, a nivel individual, de una manera o de otra ante lo que nos toca
vivir.
Quizás sea esta dimensión individual la que debamos rescatar ante una
obra tan poderosa: la oportunidad de decirnos a nosotros mismos que somos una
decisión y no el simple resultado de las fuerzas que actúan sobre nosotros, y
sentir que podemos sobrevivir y ser nosotros mismos aun dentro de la jaula de
hierro de la visión foucaultiana.
Eduardo
Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
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