miércoles, 26 de diciembre de 2012


La dama rubia
            La relectura de La vida privada y pública de Sócrates de René Kraus implica volver en el tiempo: a un momento –de la civilización y de nuestra vida- y a revivir el placer de un texto tan brillante como suscitador de ideas.
            En la Grecia clásica (siglo VI al IV a de C, marcada por la hegemonía ateniense) ya se encuentra establecida la pregunta sobre el hombre (periodo antropológico) y con Sócrates el problema de la virtud moral y la pólis como modo de vida: René Kraus la presenta desde dos lugares: el pulso de su vida cotidiana y sus debilidades.
            Pero qué factores dieron como resultado la muerte del “más alto tipo humano de la antigüedad pagana: serenísimo y valiente…comprometido con la verdad” (Caturelli, A. La Filosofía, Madrid, Gredos, 1977, pág. 353).
            Un mundo de incitaciones  
            La de Pericles es una presencia que marca profundamente a la época y a Sócrates; la suya y la de Aspasia, primero amante y luego esposa del estratega; mujer de fuerte presencia que pudo haber sido una cortesana (hetera) o la primera  feminista, que llevó a la asamblea el proyecto de que los jóvenes se conocieran antes de casarse: “De cintura para arriba era una perfecta dama. De cintura para abajo era una diosa” (René Kraus La vida Privada y pública de Sócrates, Cap. I, “Luces y Sombras”, Edit. Sudamericana, 3ra. Edición, 1966; pág. 22). Era hija de Axioco de Mileto y contrariamente a la tradición fue su padre quien la educó en geometría; aritmética; física; astronomía y retórica. Hizo hasta Atenas un recorrido al parecer lleno de aventuras y una vez allí su casa fue un polo de tertulias y debates. Su encanto irresistible sedujo a Pericles, a quien Agarista, su esposa, finalmente abandonaría. Las cuestiones de género no empiezan en la Revolución Francesa, datan de mujeres como Aspasia o Teodota (otra famosa hetera) y seguramente de otras cuyos nombres la historia no ha registrado.
Pericles encarna a la democracia pero la traiciona al modelarla a su imagen. Impone el pago de los jurados en el Tribunal. A su muerte, el estipendio es incrementado por Cleón: “Al dar vida a aquella ley que aumentaba el bienestar social, Cleón se atrajo por primera vez al pueblo…y éste no podía ya desembarazarse de su elegido…¿De dónde iba a sacar el Estado el dinero necesario para aquella imponente compra de votos disfrazada de ley social” (ob. Cit; cap. X “Los hijos”, pág. 226). Para afrontar estos gastos Atenas intenta sojuzgar a otras póleis y el imperialismo ateniense al ir más allá de las fronteras del Ática y depender de otras fuentes de ingreso es una de las causas de la decadencia de la pólis.
A diferencia de otros textos, el de René Kraus, que palpita en las calles, los mercados, el ágora y los templos, presenta a una Atenas que está lejos de ser el paraíso de la democracia y las libertades. La ley votada a iniciativa de Diopeites, el sacerdote fanático, implica numerosas acusaciones –entre ellas la de Fidias, el arquitecto y escultor que construyó el Partenón, la estatua de Palas Atenea y muchos otros edificios) y destierros ya que Pericles está lejos de apoyar a quienes son injustamente acusados en busca de sus riquezas: “Lo que los aliados no podían suministrar tenía que ser  sacado a los ricos de casa.... La riqueza se hizo peligrosa” (ob. Cit, Cap. X “Los hijos”, pág. 228).   
Sócrates todo lo cuestiona. Los jóvenes acuden a él y descreen de los valores del mundo de sus padres, pero ha sido un guerrero destacado, un amigo leal y un educador reconocido.
            La pólis
            “Pólis es la palabra griega que traducimos como ‘ciudad-estado’. Es una mala traducción, puesto que la pólis normal no se parecía mucho  a una ciudad y era mucho más que un estado” (Kitto, H.D.F, Los griegos, Eudeba, Bs. As, 1962. Cap. V, pág. 87, La “Pólis”). Ámbito comunitario y de sentido, era la unidad de un sistema más allá del cual para Sócrates no valía la pena vivir. Un ideal de vida en conjunto. En el coro de Los Ascarnienses, de Aristófanes “la parte agraviada sólo está segura de obtener justicia si puede declarar sus ofensas a la pólis entera” (pág.97). Era un universo donde todos se conocían, que se bastaba a sí mismo y que estaba condicionado en gran medida por las barreras físicas: montañas y mares. Con la guerra del Peloponeso (que duró unos 28 años), entre otros factores, todo cambia: va surgiendo el interés individual y de clase. La guerra beneficia a los poderosos que lucran con ella pero significa la ruina para los campesinos que ven sus campos arrasados. El propio ciudadano es el soldado pero luego las tácticas guerreras –más que nada la guerra en el mar, con la táctica de embestir por los laterales a las naves enemigas, van especializándose. También el innoble empleo de mercenarios desplaza a los ciudadanos. La guerra se prolonga y los ciudadanos no pueden regresar a levantar sus cosechas (Kitto, obra citada Cap. IX La decadencia de la Pólis, pág. 209). La política empieza a ser algo para especialistas y surge un mayor individualismo que se muestra en una escultura que comienza a ser introspectiva; también el teatro abandona los temas épicos y se vuelca hacia la crítica de costumbres.
            Alcibíades, sobrino de Pericles, alumno predilecto de Sócrates, es un gran traidor que luego de cometer un sacrilegio abandona Atenas y lucha a favor de Esparta. Lentamente, Sócrates va siendo culpado por la pérdida progresiva de los valores atenienses, los que detentaba la generación de los padres de sus discípulos.
             El adiós a la casa de Alopeke
            “La vieja casa de Alopeke desaparecía lentamente en la niebla matutina que descendía por las colinas de los alrededores. Durante más de dos siglos había visto venir a los hijos y marcharse a los ancianos de una honorable familia. Ahora se iba otro. Se iba derecho, con arrogancia” (La vida privada y pública de Sócrates, cap. XVI “En la red”, pág. 372). Sócrates se encamina al juicio. La acusación de Meleto, que se conserva, dice: “Sócrates comete un crimen al no adorar a las divinidades…también ha cometido el crimen de corromper a la juventud. Se le pide para el la pena de muerte” (ob. Cit, cap. XVI “En la red”, pág. 363). Sabe que no volverá. Lo ha soñado hace tres años en que se le apareció una mujer rubia que parecía real y le dijo: “Dentro de tres años, al día siguiente al de la fiesta de la Delia, estarás en la fértil Fitia” (ob. Cit, cap. XVI “En la red” pág. 353). Fitia era un paraíso que se encontraba a la derecha de la isla de los muertos. Contó el sueño a muchos, entre ellos a Jenofonte, y así pudo llegar a nosotros.
Anito, rico comerciante cuyo hijo lo despreció por el maestro, ha pagado a Meleto para que haga la acusación y ha sobornado al jurado.
Se unen en la actitud del maestro el sentido fatalista del pensamiento griego: no es posible escapar al hado que rige nuestro destino, que tan bien aparece plasmado en Edipo Rey, de Sófocles y en el análisis de Micheal Foucault (“Edipo y la verdad, en La verdad y las formas jurídicas, segunda conferencia; Edit. Gedisa, España, 2005) la convicción sobre la inmortalidad del alma y la de la corrección de su obrar: “La vergüenza no cae sobre mí, el inocente, sino sobre los culpables que me ejecutaron. Nunca hice daño a nadie. Mi memoria no tendrá manchas” (La Vida Privada y pública de Sócrates cap. XVI “En la red”, pág. 370).
Sócrates rehúsa que Licias lo defienda, también huir y marchar al destierro.
Si no era en la pólis no valía la pena vivir y él debía acatar su ley, aun para demostrarles a los hombres que estaban equivocados.
La dama rubia del sueño terminó por venir todas las noches durante el mes en que  esperaba en la prisión para ser ejecutado.
Quizás la haya entrevisto cuando se cubrió el rostro en el momento último para que sus amigos no lo vieran morir.

  
              
Eduardo Balestena
http//lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com

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