La dama rubia
La relectura de La vida privada y pública de Sócrates de René Kraus implica volver
en el tiempo: a un momento –de la civilización y de nuestra vida- y a revivir
el placer de un texto tan brillante como suscitador de ideas.
En la Grecia clásica (siglo VI al
IV a de C, marcada por la hegemonía ateniense) ya se encuentra establecida la
pregunta sobre el hombre (periodo antropológico) y con Sócrates el problema de
la virtud moral y la pólis como modo
de vida: René Kraus la presenta desde dos lugares: el pulso de su vida
cotidiana y sus debilidades.
Pero qué factores dieron como
resultado la muerte del “más alto tipo humano de la antigüedad pagana:
serenísimo y valiente…comprometido con la verdad” (Caturelli, A. La
Filosofía , Madrid, Gredos, 1977, pág. 353).
Un
mundo de incitaciones
La de Pericles es una presencia que
marca profundamente a la época y a Sócrates; la suya y la de Aspasia, primero
amante y luego esposa del estratega; mujer de fuerte presencia que pudo haber
sido una cortesana (hetera) o la
primera feminista, que llevó a la
asamblea el proyecto de que los jóvenes se conocieran antes de casarse: “De
cintura para arriba era una perfecta dama. De cintura para abajo era una diosa”
(René Kraus La vida Privada y pública de
Sócrates, Cap. I, “Luces y Sombras”, Edit. Sudamericana, 3ra. Edición,
1966; pág. 22). Era hija de Axioco de Mileto y contrariamente a la tradición
fue su padre quien la educó en geometría; aritmética; física; astronomía y
retórica. Hizo hasta Atenas un recorrido al parecer lleno de aventuras y una
vez allí su casa fue un polo de tertulias y debates. Su encanto irresistible sedujo
a Pericles, a quien Agarista, su esposa, finalmente abandonaría. Las cuestiones
de género no empiezan en la Revolución
Francesa , datan de mujeres como Aspasia o Teodota (otra
famosa hetera) y seguramente de otras
cuyos nombres la historia no ha registrado.
Pericles encarna a la democracia pero la traiciona al modelarla a su
imagen. Impone el pago de los jurados en el Tribunal. A su muerte, el
estipendio es incrementado por Cleón: “Al dar vida a aquella ley que aumentaba
el bienestar social, Cleón se atrajo por primera vez al pueblo…y éste no podía
ya desembarazarse de su elegido…¿De dónde iba a sacar el Estado el dinero
necesario para aquella imponente compra de votos disfrazada de ley social” (ob.
Cit; cap. X “Los hijos”, pág. 226). Para afrontar estos gastos Atenas intenta sojuzgar
a otras póleis y el imperialismo
ateniense al ir más allá de las fronteras del Ática y depender de otras fuentes
de ingreso es una de las causas de la decadencia de la pólis.
A diferencia de otros textos, el de René Kraus, que palpita en las
calles, los mercados, el ágora y los templos, presenta a una Atenas que está
lejos de ser el paraíso de la democracia y las libertades. La ley votada a
iniciativa de Diopeites, el sacerdote fanático, implica numerosas acusaciones –entre
ellas la de Fidias, el arquitecto y escultor que construyó el Partenón, la
estatua de Palas Atenea y muchos otros edificios) y destierros ya que Pericles
está lejos de apoyar a quienes son injustamente acusados en busca de sus
riquezas: “Lo que los aliados no podían suministrar tenía que ser sacado a los ricos de casa.... La riqueza se
hizo peligrosa” (ob. Cit, Cap. X “Los hijos”, pág. 228).
Sócrates todo lo cuestiona. Los jóvenes acuden a él y descreen de los
valores del mundo de sus padres, pero ha sido un guerrero destacado, un amigo leal
y un educador reconocido.
La
pólis
“Pólis es la palabra griega que traducimos como ‘ciudad-estado’. Es
una mala traducción, puesto que la pólis normal no se parecía mucho a una ciudad y era mucho más que un estado”
(Kitto, H.D.F, Los griegos, Eudeba,
Bs. As, 1962. Cap. V, pág. 87, La “Pólis”). Ámbito comunitario y de sentido,
era la unidad de un sistema más allá del cual para Sócrates no valía la pena
vivir. Un ideal de vida en conjunto. En el coro de Los Ascarnienses, de
Aristófanes “la parte agraviada sólo está segura de obtener justicia si puede
declarar sus ofensas a la pólis
entera” (pág.97). Era un universo donde todos se conocían, que se bastaba a sí
mismo y que estaba condicionado en gran medida por las barreras físicas:
montañas y mares. Con la guerra del Peloponeso (que duró unos 28 años), entre
otros factores, todo cambia: va surgiendo el interés individual y de clase. La
guerra beneficia a los poderosos que lucran con ella pero significa la ruina
para los campesinos que ven sus campos arrasados. El propio ciudadano es el
soldado pero luego las tácticas guerreras –más que nada la guerra en el mar,
con la táctica de embestir por los laterales a las naves enemigas, van
especializándose. También el innoble empleo de mercenarios desplaza a los
ciudadanos. La guerra se prolonga y los ciudadanos no pueden regresar a
levantar sus cosechas (Kitto, obra citada Cap. IX La decadencia de la Pólis ,
pág. 209). La política empieza a ser algo para especialistas y surge un mayor
individualismo que se muestra en una escultura que comienza a ser introspectiva;
también el teatro abandona los temas épicos y se vuelca hacia la crítica de
costumbres.
Alcibíades, sobrino de Pericles,
alumno predilecto de Sócrates, es un gran traidor que luego de cometer un
sacrilegio abandona Atenas y lucha a favor de Esparta. Lentamente, Sócrates va
siendo culpado por la pérdida progresiva de los valores atenienses, los que
detentaba la generación de los padres de sus discípulos.
El
adiós a la casa de Alopeke
“La vieja casa de Alopeke
desaparecía lentamente en la niebla matutina que descendía por las colinas de
los alrededores. Durante más de dos siglos había visto venir a los hijos y
marcharse a los ancianos de una honorable familia. Ahora se iba otro. Se iba
derecho, con arrogancia” (La vida privada
y pública de Sócrates, cap. XVI “En la red”, pág. 372). Sócrates se
encamina al juicio. La acusación de Meleto, que se conserva, dice: “Sócrates
comete un crimen al no adorar a las divinidades…también ha cometido el crimen
de corromper a la juventud. Se le pide para el la pena de muerte” (ob. Cit,
cap. XVI “En la red”, pág. 363). Sabe que no volverá. Lo ha soñado hace tres
años en que se le apareció una mujer rubia que parecía real y le dijo: “Dentro
de tres años, al día siguiente al de la fiesta de la Delia , estarás en la fértil
Fitia” (ob. Cit, cap. XVI “En la red” pág. 353). Fitia era un paraíso que se
encontraba a la derecha de la isla de los muertos. Contó el sueño a muchos,
entre ellos a Jenofonte, y así pudo llegar a nosotros.
Anito, rico comerciante cuyo hijo lo despreció por el maestro, ha
pagado a Meleto para que haga la acusación y ha sobornado al jurado.
Se unen en la actitud del maestro el sentido fatalista del pensamiento
griego: no es posible escapar al hado que
rige nuestro destino, que tan bien aparece plasmado en Edipo Rey, de
Sófocles y en el análisis de Micheal Foucault (“Edipo y la verdad”, en La verdad y las formas jurídicas, segunda conferencia; Edit.
Gedisa, España, 2005) la convicción sobre la inmortalidad del alma y la de la
corrección de su obrar: “La vergüenza no cae sobre mí, el inocente, sino sobre
los culpables que me ejecutaron. Nunca hice daño a nadie. Mi memoria no tendrá
manchas” (La Vida Privada y pública de Sócrates cap. XVI “En la
red”, pág. 370).
Sócrates rehúsa que Licias lo defienda, también huir y marchar al destierro.
Si no era en la pólis no
valía la pena vivir y él debía acatar su ley, aun para demostrarles a los
hombres que estaban equivocados.
La dama rubia del sueño terminó por venir todas las noches durante el
mes en que esperaba en la prisión para
ser ejecutado.
Quizás la haya entrevisto cuando se cubrió el rostro en el momento
último para que sus amigos no lo vieran morir.
Eduardo
Balestena
http//lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com
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