lunes, 21 de mayo de 2012


Hacia una justicia con perspectiva de género
Al principio un paradigma surge en el debate y no es comprendido claramente en sus enunciados y alcances, pero en algún punto logra instalarse, a veces de a poco. Una vez que ello sucede se hacen visibles muchas cosas y al tiempo que cuestiones nuevas se vuelven evidentes ya nunca podremos pensar a lo social como antes. El poder produce efectos pero, al mismo tiempo, posibilita desarrollos que implican cuestionarlo. Es muy positivo que en una sociedad el cuestionamiento gane espacio aunque dependa del poder.
La Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha ido llevando a cabo una tarea de difusión y de construcción de redes dentro del Poder Judicial, dando un progresivo espacio a lo interdisciplinario y planteando un sorprendente mapa de género (concepto éste en sí mismo múltiple: con él abarcamos a relaciones que atraviesan a todas las clases, estratos y problemáticas y que está lejos de agotarse en la formulación de los alcances de conceptos como la femineidad o la masculinidad)
En el marco de este proyecto –que cuenta con el apoyo de las Naciones Unidas- llevó a cabo una jornada de capacitación para operadores de áreas del sistema vinculadas a la recolección de datos y a la sistematización de decisiones que involucran cuestiones de género. Este aspecto de terreno es una parte de la propuesta cuyos ejes teóricos fueron expuestos por Diana Maffía y Eleonor Faur, ambas intelectuales de una gran trayectoria, tanto en diferentes funciones públicas como en organismos internacionales, con quienes sin embargo el diálogo es muy fácil, enriquecedor  y ameno.
La igualdad es más que una palabra
Diana Maffía es doctora en filosofía, ha sido legisladora y codefensora del pueblo; es docente de Gnoseología e investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA.
El libro “La juventud es más que una palabra”, de Mario Margulis, aludía a que hay categorías –como la juventud-  que deben ser vividas como tales y no agotarse en un enunciado (“la posibilidad de vivir experiencias juveniles”). Lo mismo podríamos decir de la igualdad, concepto (y a la vez aspiración) que funda a la sociedad moderna; una sociedad, sin embargo, construida en la desigualdad, en la hegemonía y en la jerarquización y debemos preguntarnos por la posibilidad real de vivir experiencias igualitarias, y de pensar la igualdad en términos de respeto a la diversidad.
Hay diferencias, señalaba Diana Maffía, que no son visibles y que llevan a la sumisión a un sujeto hegemónico, masculino y androcéntrico y esta desigualdad es expresada en los cuerpos: la pasividad, la falta de decisión sobre el propio cuerpo; si bien la modernidad rompe –en la Revolución Francesa- con esta naturalización de la inferioridad femenina al enunciar que todos los sujetos nacen libres, el emancipado –señala- sigue siendo el varón libre, rico y ciudadano. No es el contrato para las mujeres y cuando comienzan a cuestionar el poder son reprimidas y terminan formando un comité para plantear, ante la asamblea masculina, sus reclamos, pues a ellas les está vedado el derecho de reunión.
  Para ser incluidas en la igualdad deben proclamar que son diferentes. Es igual no cualquiera, sino aquellos (aquellas, con más propiedad)  que son incluidos (incluidas) apropiadamente. Es decir que la igualdad no es un concepto abierto y, en ello, no es igualitario.
Diana Maffía hace evidentes las diferencias no visibles, aquellas que no pensamos que existan: si no las pensamos es porque no las concebimos; pero hay otros modos de concebir las cosas, precisamente aquellos que dan cuenta de una igualdad tan desigual: eso precisamente parece ser la cuestión de género. Usa la metáfora de los certificados de blancura, para entrar en el cabildo, que eran otorgados a quienes no eran blancos, pero que cumplían con determinados requisitos. Hay muchos certificados de blancura puestos a decir los requisitos que  debemos cumplir para acceder a instituciones “igualitarias”.
Hay una disputa de poder en un cuerpo que da vida. Si es un cuerpo pasivo debe someterse a un mandato social que no le permite disponer sobre sí mismo y si es un cuerpo activo que debe disponer, choca con esos mandatos.
El problema de género parece confluir siempre en una disputa de poder: uno que busca controlar y encubrir y otro que busca igualarse y descubrir.
La ausencia de datos es un dato    
Eleonor Faur es socióloga; Doctora en Ciencias sociales por FLACSO y ha trabajado en la Oficina de la ONU; UNICEF y el programa de las Naciones Unidas sobre el desarrollo. Abordó la importancia de la recolección de datos. Como introducción usó un dibujo de Maitena donde el llanto de dos bebés es significado de dos modos totalmente distintos por un padre y una madre, imagen que sirve para plasmar que las diferencias son constructos sociales y culturales: una construcción lenta y estratificada que nos toca deconstruir y relevar.
Uno de los indicadores es el de roles y funciones, que procede de la sociología funcionalista (Talcott Parsons) que ya no puede suministrar una explicación sobre lo social, pero que se encuentra presente al naturalizar términos como funciones de padre o de madre, cuando debiéramos pensarlo en términos de relaciones sociales que involucran percepciones, significados, y discursos que simbólicamente asignan tareas a personas por su sexo. Instalar un paradigma equivale a romper esas imágenes, liberar de esos encantamientos y trazar un mapa de los fenómenos sociales que nos permitan evaluarlos.
La dimensión analítica permite romper los bloques de sentido impuestos por una mirada hegemónica que atraviesa espacios micro y macrosociales. Las políticas no son neutras sino que reproducen diferencias de género. Ello quedó claro en Beijing 98, donde se planteó la necesidad de tranversalizar las medidas sobre género en la política pública: reconocer las brechas, analizar, trazar políticas. Nuevos indicadores señalan nuevos problemas.
La Oficina de la Mujer
Lo primero que pensamos es que el término “De la mujer” parecería tomar como indicativa de igualdad una categoría enunciada no por su igualdad sino por esa diferencia culturalmente impuesta, que no es algo dado para siempre; y que el concepto tampoco permite abarcar la multiplicidad de fenómenos. Este espacio de la corte surgió a partir de la preocupación por esta problemática y su actividad ha sido tan intensa como creciente.
En la confección del mapa de género, por ejemplo, pudo medirse que determinados fueros hay más de un 50% de mujeres, pero que aquellas que pudieron acceder a un cargo de mayor jerarquía, son, en algunos casos, un 2%. Son relevantes las ubicaciones de los distintos tribunales, en orden a ello y al problema de la violencia doméstica (La oficina de Violencia Doméstica de la Corte atiende durante las 24 hs.).
Quizás eso sea  lo más inesperado: la posibilidad de acceder a las cifras de la violencia doméstica, particularmente en el interior del país, y las diferentes formas que adquiere. Hacerlas visibles implica el desafío acerca de qué acciones puedan adoptarse hacia este fenómeno.
Derechos reproductivos; trata de personas (delito que involucra la pérdida de la libertad, la identidad y la disposición del cuerpo); derechos políticos y laborales, cuya pérdida o ejercicio es sujeta a medición, serán los indicadores de un mapa social. Ello también marca un sentido interdisciplinario del derecho.
Esta es otra manifestación de lo múltiple e imprevisible del concepto de relaciones de género que atraviesan además las disciplinas, las clases, los ámbitos de poder y las relaciones sociales.
Un ámbito como la corte, que contiene espacios de poder que también son invisibles e inabordables y que producen muchas situaciones injustas y también invisibles, al mismo tiempo permite generar estrategias para reconocer los alcances de una problemática y abordarla desde un nuevo paradigma, un paso más para pensar a lo social no en términos de la jerarquía de la sociedad patriarcal, sino en los de diversidad y persona.
La oficina de la Mujer fue creada por acordada 13/2009, en el marco de instrumentos legales como la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer; y de la ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Se encuentra a cargo de la Ministra de la Corte Carmen Argibay e integrada por  la Dra. Laura Balart (Secretaria); Dra. Flora Acselrad (Unidad de gestión); Lic Nidia Marcero (Unidad de Capacitación) y la Dra. Carolina Anello (Unidad de investigaciones de género) y personal especializado. Ha tenido una función formadora y ha hecho evidente un campo múltiple que debe ser abordado interdisciplinariamente  e instalado un paradigma que se consolida progresivamente y cuyos puntos de vista han llegado para quedarse. 
Tal labor pondrá en evidencia nuevas problemáticas pero también nuevas estrategias.


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