martes, 1 de mayo de 2012


Muchas vidas para contar
Por todo el camino, de Sebastián Jorgi (Proa Amerian editores) reúne narrativas desde 1968 a 2008 y distintas y reconocidas opiniones sobre el autor y la obra. Se trata de la reedición de ocho libros reunidos en un tomo.
Sebastián Jorgi parece en gran parte hecho en las reuniones de café, las tertulias literarias, el ejercicio permanente del periodismo cultural, la influencia de cuentistas como Humberto Constantini; Lubrano Zas; Anderson Imbert o Cortázar; pero a la hora de operar con el lenguaje tiene una voz eminentemente propia y una concepción de la escritura como campo en que el escritor opera, utilizándola de muchos modos, siempre a partir de una apariencia de simplicidad. Es una lectura que, como lo postulaba Cortázar en “Los Premios”, requiere que haya que enhebrar y organizar los elementos del texto. Sin embargo, está muy lejos de agotarse en una función puramente experimental de la escritura ya que la convierte en el instrumento de una indagación existencial y social.
Pero podríamos sacarlo de sus fuentes declaradas y llevarlo a otras, como el naturalismo de Quevedo que muestra, desde una clave humorística, una realidad tan opresiva que no podría ser narrada de otra manera.
También está el hecho de la temporalidad: sus relatos, particularmente los primeros del libro, son frescos vívidos y palpitantes de una época –desde el lenguaje, los lugares y las cosas- y al mismo tiempo son puro presente y es fácil imaginar que así deben resonar para el autor, que buscó compilarlos y rescatarlos: la actualidad de un ayer de la escritura. Desde este punto de vista, las épocas, los modos de ser y palpitar de ese pasado-presente, es un libro único: rescata modos verbales, situaciones, realidades sin ninguna artificiosidad, siguiendo el latido del lenguaje oral. Todo sucede ante nuestros ojos y al mismo tiempo es inaprensible.
Una escritura de la relatividad
En la narrativa de Sebastián Jorgi no parece haber otra certeza posible que el puro texto, con su división en voces y puntos de vista que hacen que haya un permanente desenfoque con aquello que es contado. La verdadera materia narrada surge de lo implícito y de las omisiones de una escritura que hace foco muchas veces en cuestiones secundarias; se produce así un descentramiento: ver nítidamente un marco y percibir de un modo borroso aquello que es en verdad el centro.
En “¿Vos lo viste jugar  a Martino?”, por ejemplo: “El día anterior había algo extraño en sus ojos, una premonición, una advertencia: mañana no vendré porque mañana no será mañana y porque el tiempo es una suma de espejos por la que te vas perdiendo” (pág.41). El narrador plantea un enigma, el de un amor del cual todo lo ignoramos. Los datos nos vienen en un discurso de café donde se habla de cosas laterales que van anteponiéndose y dilatando –de un modo exasperante- el avance de la narración y las alternativas y revelaciones de ese amor. El personaje parece ignorar lo que todos le sugieren pero al mismo tiempo tiene un conocimiento que va siendo sustraído al lector y que se revela al final. El narrador opera desde estos retardamientos:”Se presentará el Fino a la mesa y te invitará a una partida de billar para cuando Don Carlos se haya ido. Pero seguirás carpeteando la ventana en el momento en que el Fino le dirá a don Carlos que el Coco Rossi es un  fenómeno y el viejo responderá que Pontoni y Martino fueron grandes jugadores. De vez en cuando te consolarán diciéndote que quizás mañana vendrá…” (pág. 42) La materia narrada va surgiendo en revelaciones fugaces y fragmentarias; sin embargo, ese mundo del café es el llamado a perdurar cuando desaparezca el amor o se hagan evidentes sus engaños pero al mismo tiempo es un mundo al cual no se termina de pertenecer. Hay presencias significativas pero no hay raíces. Hay movimiento pero no hay detenimiento y así los personajes parecen condenados a vagar buscando algo que nunca podrán encontrar.
El Río Inmóvil
Las narraciones van cambiando de punto de vista y abren, en esos diferentes ángulos, instancias de reflexión sobre lo narrado. En esta relatividad, los personajes deambulan entre la pesadilla de la vida burguesa (Eliot Ness, Pérez and company; por ejemplo) en un clima donde la realidad es potenciada hasta una ruptura, indicadora de que nuestra cotidianeidad es enajenante y la cordura es una sumisión a este proceso, en algo que recuerda a las novelas de Arlt: el escenario urbano y en la justeza de su registro de la angustia.
Otras veces, como en “Margo junto al Río Inmóvil” los personajes deambulan por la noche, por sus bares, sus cafés, buscando algo que no podrán encontrar, mientras que a lo lejos, el río se alza con su fluir pero a la vez con su permanencia: el mundo humano es volátil y quimérico mientras que el río siempre habrá de estar ahí:”La vida es así, yo quiero al Quique y no lo tengo, te has enamorado de mí y esto puede ser un drama para vos, pero te digo algo: debemos dejar que el tiempo transcurra y ser fuertes” (pág. 75). El tiempo es como un río que fluye y se lleva las cosas; pero algo de ellas permanece, pero siempre en esa sensación general de flotar a la deriva.
Un personaje ensaya una teoría sobre el punto que irradia un mundo: “-Éste es el río  inmóvil y al mismo tiempo, la bahía del silencio de Eduardo Mallea. El río nos contempla con toda su historia y la bahía permanece intacta. Aquí ha comenzado todo y si este triángulo  cuyo ángulo principal es Corrientes y San Martín- de donde parten los dos catetos –es salvable, si podemos salvar todo con la ética que propone Mallea, estará salvado el país” (pág.68).
Los personajes tienen historias y vivencias que aparecen en el texto como pinceladas; frente a su relatividad las formas de lo absoluto son tan inalcanzables como esas historias: una ética, como un río inmóvil, capaz de dar certezas, son formas de una utopía.
Un fantasma que cruza el tiempo
Quizás Once-Morón sea uno de los relatos estilísticamente más logrados. Una cita de “El gato de Cheshire” de Anderson Imbert guía la lectura “Me asomé por la ventanilla del tren y con gran asombro vi que el mundo se puso pálido y retrocedió”. El personaje es un docente de literatura de un colegio secundario que hace el trayecto entre los lugares del título en un tren atestado de pasajeros, tratando de leer una novela policial que cae al suelo, y es pisoteada y que recupera en un momento del trayecto. Los reproches de la mujer, las exigencias del Colegio, el viaje entre empujones y pisotones son momentos de esa experiencia de vida como negación. Otro elemento está en el quiebre temporal: la narración transcurre en 1982 pero la novela en 1978. No es una  “novelita policial” sino que narra las alternativas de una persecución durante la dictadura. Pronto se instala la duda acerca de si la verdadera acción es la de esa “novelita” o la narrada y esa lectura va dando un sesgo nuevo a la narración (siempre hay una duda sobre lo real). Acentúa la provisionalidad y lo aleatorio de todo. Como en “El Sur”, de Borges, hay una duplicidad entre lo que sucede en la novela y lo real.
El cuento “Las puertas del cielo” de Cortazar marca quizás por primera vez la presencia de los cuerpos como algo que desde una clase social y por sensaciones físicas irrumpen en el discurso literario y  se imponen a la subjetividad. Empellones, olores, desplazamientos invaden al personaje, creando un cerco de violencia corporal. En Cortazar se trata de un escenario acotado –la milonga- donde ir es una elección. En “Once-Morón” el escenario es forzoso y dado en una relación social más amplia. Ya no se trata de un abogado que observa a los concurrentes a una milonga desde un distanciamiento sino que existe una nivelación dada por el tren, que al mismo tiempo es una metáfora de la vida. Así: “atino a entornar los ojos de pura vergüenza en el momento en que siento el violento empellón de la gente que sube en Flores, recién estamos en Flores y no en Liniers, como yo creía. He ido a parar a la otra puerta encima del churro a la que debo apretar ya que no puedo impedir el roce de su cuerpo. Sé que me pongo colorado…¿Se puede correr un poco, señor? – me dice el churro. Intento darme vuelta. Ley doy entonces con la mano al viejo criticón…Esta juventud no sabe nada” (Por todo el camino, pág. 81). La convivencia forzosa, sin lugares a donde asirse crea equívocos y situaciones de violenta humillación.
Las voces se mezclan “El tren se ha detenido…Lo que debe importarme es terminar el programa y la planificación…Seguro que la jefa de planificación no  aceptará que incluya poetas actuales, como Gallardo…-Por favor, una ayudita para este hombre ciego. Debo hacerme a un costado y sin querer rozar el cuerpo de Marilyn…” (pág. 87)
  La detención del tren quita a la situación la esperanza del movimiento y si consiguiente final, y marca la prolongación, por un término incierto, del agobio físico. El punto de vista es fragmentario pero permite inferir que la detención obedece a un operativo del ejército. Se han llevado o buscan gente. El personaje intenta tranquilizarse: él no anda en nada, pero al mismo tiempo recuerda que unos sujetos habían preguntado por él en la escuela. Se instala así un nuevo elemento aleatorio. Ya no es la violencia física sino la posibilidad de ser suprimido sin ninguna razón, o por razones indiscernibles: “La gente del vagón se mantuvo petrificada en sus lugares. Hubo como un silencio de muerte” (pág. 88). La muerte es la presencia que resuelve ese movimiento y el choque de cuerpos en un tren que es una imagen o del infierno o del purgatorio: tanto puede avanzar como detenerse entre dos puntos que son el símbolo de una vida y de la muerte.
La vida es una milonga
Otras veces, como en “Aventura del Andante Cirilo” los relatos son como nouvelles cortas que condensan un mundo y personajes de rasgos definidos en un mundo incierto.
Sebastián Jorgi ha sabido condensar la escritura como hecho permanente –ya que escribe de manera incesante para distintos medios- con una tradición y al mismo tiempo asumir una estética que es un poco el resultado de esas vertientes.
Ha declarado “Tengo muchas vidas y muchas aventuras para contar”. Las de este libro son  parte de esa afirmación –ya que tiene material inédito- y en este volumen ha sabido conservar y poner en movimiento las sensaciones de empezar el recorrido de la vida –con los de los cuentos y relatos iniciales- y al mismo tiempo desplegar una sabiduría hecha tanto en las calles como en los libros, y ponerla al servicio de la vida como hecho literario por excelencia. La escritura parece ser el arte de captarla.
“Nada es verdad –dijo Cirilo-. Y la vida es una milonga. –Y hay que saberla bailar- dijo Carlota” (“Aventuras del andante Cirilo” pág. 119/120)
Escribir es el hallazgo de las palabras y de las formas para constituyen la sabiduría que se requiere “para saberla bailar”.

Eduardo Balestena


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