Muchas
vidas para contar
Por todo el camino, de Sebastián Jorgi (Proa Amerian
editores) reúne narrativas desde 1968
a 2008 y distintas y reconocidas opiniones sobre el
autor y la obra. Se trata de la reedición de ocho libros reunidos en un tomo.
Sebastián Jorgi parece en gran parte hecho en las
reuniones de café, las tertulias literarias, el ejercicio permanente del
periodismo cultural, la influencia de cuentistas como Humberto Constantini;
Lubrano Zas; Anderson Imbert o Cortázar; pero a la hora de operar con el
lenguaje tiene una voz eminentemente propia y una concepción de la escritura
como campo en que el escritor opera, utilizándola de muchos modos, siempre a
partir de una apariencia de simplicidad. Es una lectura que, como lo postulaba
Cortázar en “Los Premios”, requiere que haya que enhebrar y organizar los
elementos del texto. Sin embargo, está muy lejos de agotarse en una función puramente
experimental de la escritura ya que la convierte en el instrumento de una
indagación existencial y social.
Pero podríamos sacarlo de sus fuentes declaradas y
llevarlo a otras, como el naturalismo de Quevedo que muestra, desde una clave
humorística, una realidad tan opresiva que no podría ser narrada de otra
manera.
También está el hecho de la temporalidad: sus
relatos, particularmente los primeros del libro, son frescos vívidos y
palpitantes de una época –desde el lenguaje, los lugares y las cosas- y al
mismo tiempo son puro presente y es fácil imaginar que así deben resonar para
el autor, que buscó compilarlos y rescatarlos: la actualidad de un ayer de la
escritura. Desde este punto de vista, las épocas, los modos de ser y palpitar
de ese pasado-presente, es un libro único: rescata modos verbales, situaciones,
realidades sin ninguna artificiosidad, siguiendo el latido del lenguaje oral. Todo
sucede ante nuestros ojos y al mismo tiempo es inaprensible.
Una
escritura de la relatividad
En la narrativa de Sebastián Jorgi no parece haber
otra certeza posible que el puro texto, con su división en voces y puntos de
vista que hacen que haya un permanente desenfoque con aquello que es contado.
La verdadera materia narrada surge de lo implícito y de las omisiones de una
escritura que hace foco muchas veces en cuestiones secundarias; se produce así
un descentramiento: ver nítidamente un marco y percibir de un modo borroso
aquello que es en verdad el centro.
En “¿Vos lo viste jugar a Martino?”, por ejemplo: “El día anterior
había algo extraño en sus ojos, una premonición, una advertencia: mañana no
vendré porque mañana no será mañana y porque el tiempo es una suma de espejos
por la que te vas perdiendo” (pág.41). El narrador plantea un enigma, el de un
amor del cual todo lo ignoramos. Los datos nos vienen en un discurso de café
donde se habla de cosas laterales que van anteponiéndose y dilatando –de un
modo exasperante- el avance de la narración y las alternativas y revelaciones
de ese amor. El personaje parece ignorar lo que todos le sugieren pero al mismo
tiempo tiene un conocimiento que va siendo sustraído al lector y que se revela
al final. El narrador opera desde estos retardamientos:”Se presentará el Fino a
la mesa y te invitará a una partida de billar para cuando Don Carlos se haya
ido. Pero seguirás carpeteando la ventana en el momento en que el Fino le dirá
a don Carlos que el Coco Rossi es un
fenómeno y el viejo responderá que Pontoni y Martino fueron grandes
jugadores. De vez en cuando te consolarán diciéndote que quizás mañana vendrá…”
(pág. 42) La materia narrada va surgiendo en revelaciones fugaces y
fragmentarias; sin embargo, ese mundo del café es el llamado a perdurar cuando
desaparezca el amor o se hagan evidentes sus engaños pero al mismo tiempo es un
mundo al cual no se termina de pertenecer. Hay presencias significativas pero
no hay raíces. Hay movimiento pero no hay detenimiento y así los personajes
parecen condenados a vagar buscando algo que nunca podrán encontrar.
El Río
Inmóvil
Las narraciones van cambiando de punto de vista y
abren, en esos diferentes ángulos, instancias de reflexión sobre lo narrado. En
esta relatividad, los personajes deambulan entre la pesadilla de la vida
burguesa (Eliot Ness, Pérez and company; por ejemplo) en un clima donde la
realidad es potenciada hasta una ruptura, indicadora de que nuestra
cotidianeidad es enajenante y la cordura es una sumisión a este proceso, en
algo que recuerda a las novelas de Arlt: el escenario urbano y en la justeza de
su registro de la angustia.
Otras veces, como en “Margo junto al Río Inmóvil”
los personajes deambulan por la noche, por sus bares, sus cafés, buscando algo
que no podrán encontrar, mientras que a lo lejos, el río se alza con su fluir
pero a la vez con su permanencia: el mundo humano es volátil y quimérico
mientras que el río siempre habrá de estar ahí:”La vida es así, yo quiero al
Quique y no lo tengo, te has enamorado de mí y esto puede ser un drama para
vos, pero te digo algo: debemos dejar que el tiempo transcurra y ser fuertes”
(pág. 75). El tiempo es como un río que fluye y se lleva las cosas; pero algo
de ellas permanece, pero siempre en esa sensación general de flotar a la deriva.
Un personaje ensaya una teoría sobre el punto que
irradia un mundo: “-Éste es el río
inmóvil y al mismo tiempo, la bahía del silencio de Eduardo Mallea. El
río nos contempla con toda su historia y la bahía permanece intacta. Aquí ha
comenzado todo y si este triángulo cuyo
ángulo principal es Corrientes y San Martín- de donde parten los dos catetos
–es salvable, si podemos salvar todo con la ética que propone Mallea, estará
salvado el país” (pág.68).
Los personajes tienen historias y vivencias que
aparecen en el texto como pinceladas; frente a su relatividad las formas de lo
absoluto son tan inalcanzables como esas historias: una ética, como un río
inmóvil, capaz de dar certezas, son formas de una utopía.
Un fantasma
que cruza el tiempo
Quizás Once-Morón sea uno de los relatos
estilísticamente más logrados. Una cita de “El gato de Cheshire” de Anderson
Imbert guía la lectura “Me asomé por la ventanilla del tren y con gran asombro
vi que el mundo se puso pálido y retrocedió”. El personaje es un docente de
literatura de un colegio secundario que hace el trayecto entre los lugares del
título en un tren atestado de pasajeros, tratando de leer una novela policial
que cae al suelo, y es pisoteada y que recupera en un momento del trayecto. Los
reproches de la mujer, las exigencias del Colegio, el viaje entre empujones y
pisotones son momentos de esa experiencia de vida como negación. Otro elemento
está en el quiebre temporal: la narración transcurre en 1982 pero la novela en
1978. No es una “novelita policial” sino
que narra las alternativas de una persecución durante la dictadura. Pronto se
instala la duda acerca de si la verdadera acción es la de esa “novelita” o la
narrada y esa lectura va dando un sesgo nuevo a la narración (siempre hay una
duda sobre lo real). Acentúa la provisionalidad y lo aleatorio de todo. Como en
“El Sur”, de Borges, hay una duplicidad entre lo que sucede en la novela y lo
real.
El cuento “Las puertas del cielo” de Cortazar
marca quizás por primera vez la presencia de los cuerpos como algo que desde
una clase social y por sensaciones físicas irrumpen en el discurso literario
y se imponen a la subjetividad. Empellones,
olores, desplazamientos invaden al personaje, creando un cerco de violencia
corporal. En Cortazar se trata de un escenario acotado –la milonga- donde ir es
una elección. En “Once-Morón” el escenario es forzoso y dado en una relación
social más amplia. Ya no se trata de un abogado que observa a los concurrentes
a una milonga desde un distanciamiento sino que existe una nivelación dada por
el tren, que al mismo tiempo es una metáfora de la vida. Así: “atino a entornar
los ojos de pura vergüenza en el momento en que siento el violento empellón de
la gente que sube en Flores, recién estamos en Flores y no en Liniers, como yo
creía. He ido a parar a la otra puerta encima del churro a la que debo apretar
ya que no puedo impedir el roce de su cuerpo. Sé que me pongo colorado…¿Se
puede correr un poco, señor? – me dice el churro. Intento darme vuelta. Ley doy
entonces con la mano al viejo criticón…Esta juventud no sabe nada” (Por todo el
camino, pág. 81). La convivencia forzosa, sin lugares a donde asirse crea
equívocos y situaciones de violenta humillación.
Las voces se mezclan “El tren se ha detenido…Lo
que debe importarme es terminar el programa y la planificación…Seguro que la
jefa de planificación no aceptará que
incluya poetas actuales, como Gallardo…-Por favor, una ayudita para este hombre
ciego. Debo hacerme a un costado y sin querer rozar el cuerpo de Marilyn…”
(pág. 87)
La detención del tren quita a la situación la
esperanza del movimiento y si consiguiente final, y marca la prolongación, por
un término incierto, del agobio físico. El punto de vista es fragmentario pero
permite inferir que la detención obedece a un operativo del ejército. Se han
llevado o buscan gente. El personaje intenta tranquilizarse: él no anda en
nada, pero al mismo tiempo recuerda que unos sujetos habían preguntado por él
en la escuela. Se instala así un nuevo elemento aleatorio. Ya no es la
violencia física sino la posibilidad de ser suprimido sin ninguna razón, o por
razones indiscernibles: “La gente del vagón se mantuvo petrificada en sus
lugares. Hubo como un silencio de muerte” (pág. 88). La muerte es la presencia
que resuelve ese movimiento y el choque de cuerpos en un tren que es una imagen
o del infierno o del purgatorio: tanto puede avanzar como detenerse entre dos
puntos que son el símbolo de una vida y de la muerte.
La vida
es una milonga
Otras veces, como en “Aventura del Andante Cirilo”
los relatos son como nouvelles cortas que condensan un mundo y personajes de
rasgos definidos en un mundo incierto.
Sebastián Jorgi ha sabido condensar la escritura
como hecho permanente –ya que escribe de manera incesante para distintos
medios- con una tradición y al mismo tiempo asumir una estética que es un poco
el resultado de esas vertientes.
Ha declarado “Tengo muchas vidas y muchas
aventuras para contar”. Las de este libro son
parte de esa afirmación –ya que tiene material inédito- y en este
volumen ha sabido conservar y poner en movimiento las sensaciones de empezar el
recorrido de la vida –con los de los cuentos y relatos iniciales- y al mismo
tiempo desplegar una sabiduría hecha tanto en las calles como en los libros, y
ponerla al servicio de la vida como hecho literario por excelencia. La
escritura parece ser el arte de captarla.
“Nada es verdad –dijo Cirilo-. Y la vida es una
milonga. –Y hay que saberla bailar- dijo Carlota” (“Aventuras del andante
Cirilo” pág. 119/120)
Escribir es el hallazgo de las palabras y de las
formas para constituyen la sabiduría que se requiere “para saberla bailar”.
Eduardo
Balestena
No hay comentarios:
Publicar un comentario