sábado, 4 de febrero de 2012

España y una de las historias de la Historia: a treinta y un años del Tejerazo


El año pasado TVE ficcionalizó el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, al cumplirse los treinta años, en una puesta que pone de resalto el papel del Rey Juan Carlos en el fracaso del intento golpista.

Anatomía de un instante, (Mondadori, 2009) de Javier Cercas (escritor, Doctor en Filología y Profesor de Literatura Española en la Universidad de Girona) propone un ensayo en forma de crónica que abarca ese acontecimiento y gran parte de la historia política española de la década del ’70 en orden a un hecho lleno aún de incógnitas, que fracasó básicamente por dos cuestiones circunstanciales.

Un instante

Cercas trabaja, incesante y obsesivamente –a partir de una extensa bibliografía y con una percepción de los personajes llena de matices-, sobre la imagen del teniente coronel Antonio Tejero y los guardias civiles entrando en el hemiciclo del Palacio de los Diputados –en oportunidad de producirse la votación para designar presidente a Leopoldo Calvo Sotelo- a las 18 y 25 de ese lunes 23 de febrero, en los disparos que se producen, la actitud de los legisladores, guareciéndose bajo sus asientos, y de Adolfo Suárez –presidente del gobierno- el Gral. Manuel Gutiérrez Mellado –vicepresidente- y Santiago Carrillo –Secretario General del Partido Comunista- permaneciendo impasibles y en actitud de desafío ante los golpistas. A partir de allí, analiza la trayectoria de cada una de esas figuras y su significación para los artífices del golpe: los generales Alfonso Armada; Jaime Milans del Bosch y el comandante José Luís Cortina.

Adolfo Suárez y la transición

Nacido en 1932 en Caberos, Ávila, en una familia de cinco hermanos abandonada por su padre en medio de un escándalo financiero, Adolfo Suárez logró concluir la carrera de derecho e iniciarse en la política como secretario de un fiscal falangista –Fernando Herrero Tejedor- y se trasladó luego a Madrid donde vivió una breve etapa en pensiones, se dice que ganándose la vida llevando valijas o como vendedor de electrodomésticos a domicilio.

Gracias al vínculo con Herrero Tejedor –luego delegado del Movimiento Nacional- pudo acceder gradualmente, y gracias a su oportunismo, encanto personal y habilidad para detectar qué informaciones podían ser relevantes para los distintos personajes que frecuentó, al núcleo del poder franquista: el almirante Luís Carrero Blanco, Ministro de la Presidencia y primer jefe del gobierno designado por Franco, que sería asesinado por la ETA en 1973, y Laureano López Rodó, Ministro Comisario del Plan de Desarrollo –a quien recuerdo siendo entrevistado en 1972 por el inefable Bernardo Neustadt.

Tuvo un sexto sentido para detectar los más mínimos cambios en el balance del poder; ello le permitió ir aproximándose a Torcuato Fernández Miranda, quien sería consejero del príncipe Juan Carlos, luego investido Rey por las cortes franquistas. Fue una apuesta a que el franquismo por venir pasaría por tal designación y, posteriormente, por una monarquía parlamentaria, en lugar de por personajes notorios del régimen, como Manuel Fraga o José María de Areilza. Fue una apuesta acertada.

Como el personaje de Zelig, de Woody Allen, era capaz de convencer a todos los sectores de que era uno de ellos. Desde su puesto de Director de Radiotelevisión Española fue uno de los primeros en descubrir el poder de modelar la realidad de los medios y se dedicó a difundir la actividad del Rey y a exaltar a los militares, obedeciendo a directivas de Carrero Blanco. Lentamente, logró que Fernández Miranda, que integraba el Consejo del Reino, lo incluyera en la terna para elegir al Jefe del Gobierno y ser elegido en ese cargo por el Rey.

Adios, Suárez, adiós”

En el editorial del 18 de febrero de 1981 (“Adiós, Suárez, adiós”) el Diario El País, de Madrid lo comparó con el personaje de la película El general de La Rovere de Rossellini: un colaboracionista de los nazis, intrigante, mujeriego y jugador, se hace pasar por un heroico general italiano que se pondría a la cabeza de la resistencia. Finalmente, termina por no cumplir con la delación que se le pedía y muere heroicamente. Javier Cercas trabaja sobre esta metáfora al reflexionar sobre el papel reservado a Suárez: proviniendo del franquismo, fue elegido para construir una democracia desde el aparato franquista y desmontarlo sin que pareciera que estaba siendo desmontado. Para eso necesitaba engañar a la derecha y convencer a la izquierda.

En los once meses de su primer mandato –que luego legitimaría en las urnas- no dio a la opinión pública la posibilidad de asimilar una reforma cuando ya llevaba a cabo otra. Así, permitió que se hablara el idioma catalán, que se usara la bandera vasca y se avanzara sobre las autonomías, entre muchas otras cosas. Nombró vicepresidente a un general que, por haberse formado en gran parte en el exterior, tenía un concepto más profesional de ejército al que no concebía como una fuerza política Votó la ley de reforma por medio de un juego estratégico milimétrico, con negociaciones, promesas y el envío de los procuradores cortesanos más remisos a un crucero por el caribe, y en algunos casos recurrió a la presión directa.

La circunstancia acaso más crítica fue la legalización del partido comunista en 1977: había prometido no hacerla mientras no cambiaran sus estatutos. Algunas de aquellas circunstancias aparecieron reflejadas en la serie Cuéntame como pasó: El personaje de Miguel (Juan Echanove) como veterano afiliado al partido, renegaba de que el comunismo abjurase de sus símbolos primero y de sus postulados después –ese fue el precio para Carrillo-; también el misterio de la figura clandestina de Santiago Carrillo –viviendo de incógnito en Madrid era aludida. La relación de Suárez con Carrillo fue de mutua amistad y entendimiento: ambos procedían de estructuras autoritarias y sabían que se necesitaban mutuamente. También en esa oportunidad hizo un juego prodigioso para conseguir apoyos. Esperó a un sábado de semana santa, envió a los reyes de viaje, a sus ministros de vacaciones y con un Madrid desierto, legalizó al PCE. La reacción fue terrible.

Quizás fue en ese momento que el golpe comenzó a cristalizarse.

Pasada la euforia inicial, Suárez no supo manejar un gobierno dentro de las reglas de la democracia y fue siendo dejado atrás por los acontecimientos.

En 1981 presentó su dimisión. El golpe ya estaba en marcha y si bien la intención declarada de los golpistas era la de alejarlo del poder y dar un “golpe de timón” al gobierno, igualmente siguieron adelante con sus planes.

El homo sapiens

Una vez escuché a Fernando Savater en la Universidad del País Vasco: recordaba que tras el golpe en Chile los periodistas inquirían a un informador militar por las novedades (“al más bruto de los militares, valga la redundancia”). El portavoz respondió que no lo acribillaran a preguntas, que “al fin y al cabo no soy el homo sapiens”.

Así también, el intento del 23-F estuvo dado en un nivel de improvisación digno de quienes lo montaron. El teniente coronel Tejero debía tomar el congreso de los diputados; el general Milans del Bosch, tras declarar el estado de alarma en Valencia sacaría los tanques a la calle (sólo estos pasos pudieron ser llevados a cabo); la Acorazada Brunete marcharía sobre la Zarzuela y el general Armada, antiguo secretario del rey, esperaría su llamado ante la emergencia, se dirigiría al palacio y le manifestaría que la única manera de liberar el congreso sería pactando con los diputados la designación de un nuevo gobierno con él como presidente. El general Armada era un hombre sibilino, muy hábil, y conservaba gran ascendiente sobre el rey. Las otras capitanías irían plegándose al golpe.

Tal fue el desarrollo de los acontecimientos durante los primeros quince minutos. No obstante, Sabino Fernández Campo, secretario del rey, se percató de que Armada era, aunque lo ocultara, el verdadero cabecilla del golpe y temeroso de su ascendiente sobre el rey, respondió al pedido del general de dirigirse a la Zarzuela para explicar la situación, que no lo hiciera; “si te necesitamos te llamaremos” le respondió. Fue el primer revés para los golpistas. Las capitanías, en lugar de plegarse, aguardaron el desarrollo de los hechos. Armada, entonces, optó por dirigirse por su cuenta al palacio legislativo y hacer la propuesta a los diputados sin hablar con el rey. Su llegada coincidió con el mensaje televisado que el monarca –una vez liberados los estudios de RTVE ocupados por militares- dio al pueblo. En aquel momento se produjo un golpe dentro del golpe, ya que una vez allí Tejero no lo dejo entrar al recinto porque Armada proponía un gobierno de coalición, con el rey y distintos sectores políticos –un golpe blando- y Tejero estaba allí para contribuir a instaurar de nuevo la dictadura –un golpe duro- (“No tomé el congreso para que gobiernen los comunistas” dijo).

Allí –a eso de la una y treinta de la mañana- se produjo el fracaso del golpe de Armada, pero aún era posible un golpe duro si se plegaba el resto del Ejército. Pero sólo una columna de la Acorazada Brunete, al mando del comandante Ricardo Pardo Zancada se plegó a Tejero. A medida que pasaban las horas, los golpistas quedaban más aislados. Finalmente, tras muchas negociaciones, se produjo la rendición a las once y media de la mañana, con la condición de que no hubiera fotógrafos.

Es difícil decir que habría sucedido de poder entrar Armada al recinto y proponer su candidatura: cuál hubiera sido la actitud de los legisladores y cuál la del rey.

El golpe, de un modo u otro, fue una vacuna contra posteriores intentos, llevados a cabo por grupos cada vez más pequeños y aislados, pero a la vez demostró el poder latente del ejército. Calvo Sotelo, al asumir como jefe del gobierno, logró pasar a retiro a muchos militares de la generación de la Guerra Civil y desarticular en gran medida su poder de maniobra.

La historia que termina mal

Javier Cercas cita en Soldados de Salamina los versos de Jaime Gil “de todas las historias de la Historia, la más triste es la de España/ porque termina mal”.

Hoy, quizás más que nunca, ello parece cierto en una España que está siendo juzgada ante la comunidad internacional por haber procurado la impunidad de los crímenes del franquismo, no haber reconocido la indemnización a sus víctimas y no haber exhumado los miles de cuerpos aún diseminados en todo el suelo de España.

El sociólogo Daniel Feierstein plantea (El genocidio como práctica social Fondo de Cultura Económica, México, 2011) que los genocidios son demonizados, que de su acaecimiento se culpa a un grupo que ejerció el poder y que fue su causante; pero que en realidad los procesos que los producen son mucho más hondos, que la responsabilidad de todos en lo que sucede, es mucho más grande y mucho más terrible. Nadie salió a respaldar a la democracia el 23 de febrero del mismo modo que en Argentina se decía “en algo andarán”. Es el conjunto social el que produce la historia.

El golpe fracasó pero la mentalidad que lo inspiró, y el poder que esa mentalidad conserva, parecen estar lejos de haber fracasado.

Eduardo Balestena

ebalestena@yahoo.com.ar

No hay comentarios:

Publicar un comentario