viernes, 10 de febrero de 2012

Escritura y fantasmas


La pregunta sería si podemos dividir nuestra vida de nuestra escritura; si la escritura sufre nuestras propias vicisitudes o si aparecen presencias creadas o significadas por nosotros mismos a las cuales culpar por lo que se siente como un fracaso.

Capturing Mary (BBC, 2007) de Stephen Poliakov con Maggie Smith; Ruth Wilson y David Walliams parece bucear en estas cuestiones dentro de la tradición de historias de fantasmas de Henry James: la inquietante presencia de Greville White marcará para siempre a Mary.

Probablemente sean fantasmas las personas a las cuales les adjudicamos un poder, el de que lo que hacen o dicen sea importante para nosotros.

La historia está narrada en dos planos: Maggie Smith –Mary- que cuenta desde el presente a Joe, un interlocutor ajeno a los hechos –el cuidador de la casa que visita- lo que le sucedió en ese lugar, cuando conoció a Greville White (David Walliams).

La casa de Graham, donde suceden los hechos más importantes, se despliega como una presencia del mismo modo que Greville va imponiendo la seducción de la suya. El clima se hace íntimo y cautivante pero a la vez oscuro y extraño, y se desenvuelve en la inminencia de algún raro descubrimiento. Una cocina, mientras Greville hace una ensalada, se transforma en un escenario misterioso, como luego lo es la bodega, en la parte baja de la casa, con vinos centenarios en esa, su presencia intemporal.

Lo que sucede siempre está en las palabras, las inflexiones y los rostros; en ellos y en la sutileza de lo que reflejan. Ese ámbito adquiere un tiempo propio, un clima. El tiempo y el clima subsistirán a lo largo de la vida de Mary, como las palabras.

A lo largo de los años por venir esa presencia y esas palabras resonarán en la escritura de Mary. Ellas y las otras apariciones de Greville, siempre inesperadas y extrañas, cada vez más fuera del tiempo, terminarán por instalar esa duda: fue él quien cambió el rumbo de su vida, después de lo sucedido entre ellos (y qué fue lo sucedido entre ellos), o simplemente es una presencia creada por la incapacidad de dirigir una escritura que termina siendo una evocación de la juventud perdida, una pregunta sobre si nosotros (y ella) decidimos las cosas o ellas deciden por nosotros.

La juventud es poderosa y a la vez frágil. Lo tiene todo por venir, tiene todo el tiempo, pero sucede algo y ya puede ser demasiado tarde.

Sin embargo la imagen de Greville también se disipa, como los sueños y como la juventud.

Cada uno tiene sus fantasmas: una voz, una presencia, una palabra dichas hace mucho y que suena una y otra vez cuando menos lo esperamos. Quizás todos tenemos a ese espíritu joven y cautivo al cual liberar.

Eduardo Balestena

ebalestena@yahoo.com.ar

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