lunes, 31 de enero de 2011

VII. Buenos muchachos



“La primera persona a quien oí llamar Poisonville[1] a Personville fue un zafrero pelirrojo, en el gran barco de Butte…Durante cuarenta años, Elihu Willsson, el Viejo…fue el dueño de Personville, en corazón, alma, piel y entrañas…Elihu Willsson era Personville y casi todo el Estado…
Dije que me gustaría que me dejaran cerca del Hotel Grand Western. El conductor miró a Thaler, que dijo que sí. Cinco minutos más tarde bajé del coche a la puerta del hotel.
-Ya nos veremos, dijo el tahúr, y el coche se alejó. Lo último que ví del coche fue una matrícula del cuerpo de Policía que desaparecía al doblar la esquina”
(Dashiell Hammett Cosecha roja)




(marzo 2005)
Todo empezó porque habían detenido a varios en esa zona.
Esa costumbre de la policía de ser tan inoportuna. Uno con un raviol, otro con otro. Finalmente supieron de donde salían. De un prostíbulo y la policía lo allanó.
Desde ese día, algo cambió, al menos momentáneamente, en nuestra vida. No es que hubiera cambiado mucho pero sí fue un silencioso punto de inflexión, luego de cual perdimos credibilidad. Pero para nosotros, en el ambiente, eso ya es mucho.
Los viejos días habían quedado atrás, y todo por un boludo que habló.
La policía vino en varios autos. Yo creo que de haber sabido lo que irán a descubrir, el juez no les hubiera dado la orden tan rápido, o al menos, habríamos podido negociarla, retrasarla, hacer algo.
Se armó un revuelo bárbaro cuando fue el allanamiento. La yuta paró dos autos por Luro, pero había otros más, a la vuelta, por la transversal, y a los que quisieron escaparse por atrás y salir por la otra calle, los habían embocado ahí. Era cómico, tratando de saltar la medianera en unas bombachitas blancas o negras, unos brutos grones. Los pusieron a todos en fila, trabas y clientes que clamaban que por favor los dejaran ir, que si en la casa se enteraban se pudría todo, pero la yuta no aflojó, así de impiadosa.
Tardaron una eternidad, hasta más de las siete de la mañana, porque había mucha falopa, y toda desparramada, en la cocina, en la mesa de madera, en la mesada, en las piezas, entre bombachas, forros, gel lubricante, ligas y sandalias de tacos altos. Era como para decirles, andá ahora a pararte en la esquina y a tirarte encima de los autos. La verdad, con cuatro testigos para todo eso, no se puede. No hay caso, la policía no aprende más.
La cuestión es que no van y encuentran falopa en un sobre de papel madera, con sello oficial y un número de causa. Ahí es cuando la yuta dijo, me parece que nos equivocamos, pero bueno, ya estaban en el baile.
Una vez en el Juzgado, ese donde está Mercante, antes de que se excusara, les preguntaron a las minas, o sea a los tipos, de dónde sacaban la falopa. Qué falopa, le dijeron. Esa que estaba por toda la casa, hasta que uno lo agarró un pendejo, de esos abogaditos, que le dijo en el otro despacho, ese de las bombachitas negras te mandó al frente a vos, así que mejor que hablés, porque como vos sabrás, el defensor oficial no puede estar en todas partes y al final dijo: esa falopa sale de un tribunal, ese que está en la costa, y la trae uno de ahí.
Entonces pararon las rotativas y dijeron que carajo hacemos ahora. Una cosa es enganchar a pobres diablos con un raviol y un porro y hacerlos mierda, y otra muy distinta es encontrar esta cantidad en un prostíbulo y que salga de un organismo judicial. La diferencia es obvia.
El juez cortó por lo sano, llamó al tribunal y les dijo.
Fue ahí que la cosa, en lugar de encauzarse, se desbordó. Al principio fue sencillo, porque cajoneron la causa y después la agarró Miel Asquía como fiscal, que la siguió cajoneando.
Y así hubiese seguido si no fuera por la vasca esa, hija de puta, que no sé cómo se enteró, hizo una presentación en el Concejo, el mismo que cuando a ella la habían suspendido y los había denunciado, no había hecho nada, y mandaron a averiguar qué pasaba. Entonces se tuvieron que poner las pilas y hacer como que estaban actuando.
Pensar lo bien que lo pasábamos. Las cosas que hicimos. Los desastres y también, todo lo que aprendieron esos bestias gracias a nosotros.
Ahora resultaba que la vasca esa era un héroe, la puta que la parió, Juana de Arco. Pensar que la hicieron mierda, en su momento, por muchísimo menos, simplemente por decir que faltaban setecientos dólares, que terminaron siendo cuarenta mil. Era ella, era ella…o bueno, qué tenía que venir a levantar la perdiz.
Era una tigresa como se defendía, por suerte estaba el viejo y nadie le dio bola. Pero bueno, si no es el viejo es otro. Si hasta Teddy Van Dam, tan demócrata, tan de los “derechos humanos”, exhumó lo mejor de su pasado de la derecha peronista, ese que tan bien ocultaba en su ropaje democrático, y le mandó en el amparo un voto que era espeluznante, la verdad. Que era una lástima que el estado no hubiera apelado, porque todo lo que le habían hecho era legítimo y yo lo ví, lo hizo ignorando todo lo que ella decía. Quién hubiera dicho que podía actuar así, que yo no sé quien le daba las ideas, no iba a ser el viejo Cogan, que era, Dios lo tenga en la gloria o en su defecto, donde lo tenga que tener, un imbécil. Pero bueno, fue así.
Para nosotros tampoco fue fácil. Tuvimos que sortear varios obstáculos, entre ellos esos fiscales. Pero bueno, los fiscales también siguen las leyes de la física. Se meten con los que tienen a tiro, pero con nosotros, por más que quieran, a la larga no pueden, y en el camino quedan los que son como la vasca.
Pensar que yo fui compañero de ella. Todavía no me había recibido. Buena mina. Todos la querían mucho. Laburaba bien, la verdad. Pero en aquel tiempo era más dócil, estaba más dormida, con esa radio chiquita en el Sodre. Pero siempre muy como reservada, o, más que reservada, como al margen, como si en el fondo, fuéramos poca cosa para ella. Yo era muy pendejo, eso, sí te trataba muy bien. Llevaba un toco de años ahí. Con la gente vieja pasa eso, son como gatos operados, siempre durmiendo en el almohadón, a ellos ya les pasó el tren y ni se enteraron.
Después volvimos a estar allá, en el Tribunal de la costa pero bueno, ahí se empezó a desdibujar porque no es como en el juzgado, que hay un solo juez y los secretarios y en una secretaría, un montón de empleados y el que tiene un cargo más, ya se destaca por eso. Acá eran tres jueces con su gente y todos venían de la calle, y cada uno tenía mucho que contar de otros lugares de donde venían, no estaban contaminados de la mierda tribunalicia y los otros, es decir ella, se perdían.
Ahí si que empezamos a pasarla bien. Íbamos a jugar al fúbtol, a los congresos, a correr en karting, tomábamos mate y nos cagábamos de risa, salvo esa amarga, pero bueno, las minas feministas son así, cabronas. No sé de quién habrá sido la idea de llevar a una mina ahí, pero la cuestión es que estaba y que ella habló para que me llevaran, porque yo estaba de pinche en la secretaría seis donde ella era prosecretaria.
Pero bueno, la pasábamos bien y en aquella época mejor. Estábamos más unidos que nunca. Todo lo hacíamos juntos. También laburábamos bien, haciendo garantismo, que tanta falta hace, éramos buenos, verdaderamente, unos buenos muchachos y los presos que se encontraron con nosotros tuvieron esa suerte.


“Estaban divididos por igual, el Susurro y Pete contra Noonan y Reno. Pero ninguno de ellos podía contar con que su compañero le apoyaría si tomaba la iniciativa…Y allí estaban, todos sentados, muy modosos, observándose, mientras yo hacía juegos de muerte y destrucción” (Dasiell Hammett, Cosecha Roja, Cap. 20)


Luego pasó eso. Yo estaba ya de secretario en Dolores, un cargo que me había conseguido el tigre Millán.
Ahí me contaron que allá había faltado guita. Era la vasca esa. El tigre la suspendió y yo la verdad, el tigre, dirán lo que dirán pero en el fondo es humano. Sabe un toco. Tiene razón cuando dice que en Mar del Plata y en el país, es uno de los mejores penalistas y es cierto, un lujo de garantismo y por eso lo atacan, es que no lo entienden, están a años luz y yo empecé a entretanto a aprender mucho de él y todo eso me sirvió, primero en Dolores, que desde la época de Bernasconi vivían en la edad de piedra. Yo les llevé a Zaffaroni, a Jesceck, a Hassemer que ni habían oído hablar.
Yo, la verdad, no creía de la vasca. Me extrañó eso sí. Ella me apreciaba mucho. Yo estuve en la casa, fuimos con Maga una vez, cuando estaba el marido, y del juzgado nos reuníamos y muchos la llamaron diciendo que barbaridad lo que te hicieron.
Justo era la reforma de Arslanian en provincia y el tigre y Rivera estaban dando esos cursos de capacitación y viendo lo de los cargos allá. Yo estaba en esa y bueno, aunque me cueste creerlo, por el orden en que siempre tenía todo, ella sería en el fondo una desbolada. Algo habría hecho y una vez me mandó un meil diciéndome (textual te lo cito) “muchos me llamaron, menos vos, ahora se con quienes estás y sé lo que sos”.

Pero bueno, pasó. Pasaron años y supe que le habían levantado la suspensión pero que después la habían suspendido de nuevo, porque Calígula quería engancharlo a Rivera y para eso le había tirado a la vasca. Lo que pasa es Calígula se las tiene jurada y recurre a lo que sea para atacarlos, sin importarle a quien le tiene que tirar.
Unos para zafar, otros para joderla, otros para poder enganchar a un tercero: la cuestión es que todos la cagaron sin importarles.
Para ese entonces, yo ya estaba de secretario de Rivera. Hicimos una joda bárbara cuando lo nombraron fiscal general, que ya estaba todo eso del loco de la ruta, y se armó regio quilombo con unas que estaban ahí. Hubo que moverse para que lo nombraran, con todo eso de la guita, pero bueno, les habían dado en bandeja a la cabeza de la vasca, que se quedaran con eso (que total, los fiscales se contentan a la larga con eso, y eso fue nada más lo que tuvieron). Y menos mal que alcanzaron a quemar falopa entonces, porque si no, capaz que este quilombo se habría armado antes.
En aquella época, con la vasca, la primera vez, todos se excusaban, por amistad con ella (¿?) por amistad con ellos, por esto y por lo otro y la pasaron por infinidad de trámites de conjueces como quien hace pasar a un marinero castigado por debajo de la quilla.
Los fiscales, los apretaban y se excusaban. El mismo flaco Rivera fue a apretar al japonés y lo hizo excusar y después a la Flores, que terminó pidiéndose una licencia y así, por suerte, pudimos hacerlo poner a Pistarini, a quien podíamos programar. Dicen que la vasca decía que había habido “dos clases de tipos, los que se excusaron y los que me cagaron”. Iban a investigar hasta las últimas consecuencias y después se excusaban, hasta que la agarró Pistarini, con todo su pasado de la represión. Si la vasca hubiera tenido quemado el foquito de giro del auto, le habría imputado atentado a los medios del transporte o contra la seguridad pública.
Ella dijo que había habido presiones en la investigación. Así fue, le metieron falsa denuncia, porque obvio, qué iban a probar, si fue un pacto de silencio, y por lo otro, la persiguieron como si hubiera vaciado a una financiera.
Estuvieron bien, lo usaron a Pistarini. Perseguía a la vasca, les sacaba fotocopias a la causa y se las pasaba a ellos y así fue que el flaco pudo zafar e irse de fiscal general, eso porque a toda le gente de la provincia no les importaba lo de la causa porque sabían que iba a salir bien, como al fin salió.
Pero igual Víctor era un cago de risa, tan simpático, quien podría decir que era un represor. Pero al final fueron ellos los que se cagaron de risa porque con eso de los derechos humanos, cuando todo terminó, lo mandaron al re frente con los juicios de la verdad: que iba a tomar declaración a detenidos torturados en los campos de concentración, que figuraba en el Nunca más y de todo le sacaron a relucir.
Las cosas pasaron muy rápido esos días en que, en distintos lugares, nos reunimos para hablar de la situación. Era un milico el que sacaba la falopa, decían, un traidor, dijo Pablito, cuando estábamos en la quinta de los viejos comiendo un asado, justo la semana que se había comprado la Vulcan 800, que yo ni loco me subo ahí con él. Te das cuenta, los hijos de puta, como se la tenían jurada al tigre, para hacerse los rectos y justicieros, le pegaban con esto. Nosotros estábamos afuera y era muy poco lo que podíamos hacer más que hablar uno y a otro para que lo taparan. A Leo le cagaron varios concursos en los que estaba, que al tribunal no iba nunca y le habían encontrado falopa en el cajón del escritorio, hasta eso, si quien iba a sospechar, lo que pasa que era un desbolado y no la guardó y quien no tuvo falopa en el cajón del escritorio.
Pero bueno, haciendo otra quema, todo iba a quedar así, saneado, al final fue lo que hicieron en río Cuarto: hacer volar un pueblo para justificar las armas faltantes del contrabando. Esto era lo mismo pero con falopa. Que cosas, pensar que a los únicos que condenamos tranquilos son a los que la compran y se dan con ella, y no a todo lo que hay alrededor.
También hubo que salvarlo a Leo, de aquello de cuando molió a uno a piñas. Lo apretaron al fiscal diciendo que le iban a desenterrar un sumario administrativo viejo y tuvo que pedirle el archivo de la causa.
Todo iba bien encaminado pero en el juzgado se avivaron y pararon la quema. Ahí nos asustamos porque era la primera vez que no se podía hacer algo, una especie de turning point, donde empezaban a ganarnos de mano, ya fuera por una razón o por otra. Los tiempos de Nazareno parecían haber quedado atrás.
Por suerte, no era así.
Ninguna de las medidas desesperadas parecía haber aguantado mucho. Primero saltó lo de los dólares numerados, que en ese caso, no había que depositarlos porque eran una prueba, pero como faltaron, los depositaron para tapar que faltaba, pero se perdió la prueba. Después lo de que la falopa tenía otro porcentaje de pureza, o mejor, dicho, de impureza.
Una a una, las cosas le eran adjudicadas, a éste, a aquel, pero pronto se evidenció la cruel realidad: había más cosas para ocultar que personas para hacer responsables por ellas y eso, a la larga, no es sostenible, por lo cual se optó por otra solución, la más efectiva: el tigre empezó a mover cielo y tierra, a tocar a todo el mundo y eso es siempre lo que funciona.
Y eso fue lo que funcionó.
No resultó fácil. No te digo que hayamos salido indemnes, pero esa a la larga es la única salida y para salir hay que pagar un precio en el que a veces se pierde. El tema es tratar de no perder uno. Podrá parecer cruel pero es así. La cultura es así. El juego es así, la vida es así, ya lo dijo Darwin, que la selección natural funciona. Para que funcione, simplemente hay que estar en el lugar del más fuerte y la vida es eso, maniobrar para ponerse ahí y cuando se ha llegado, para quedarse. Eso funciona. Siempre, a la larga, funciona. Por momentos parecerá que no, pero está en la naturaleza, como el escorpión y la rana. Si uno es el escorpión, no pude ser la rana. Pasadas las jornadas de tensión, hemos vuelto casi a ser los mismos muchachos de siempre.
[1] Ciudad ponzoñosa


Amores de lejos, fragmento del cap. VII, Corregidor, 2010

viernes, 28 de enero de 2011

Errores y mentiras

Eurochannel acaba de estrenar Los Convoyes de la Vergüenza, de Raphaël Delpard (2010) un sólido documental sobre la responsabilidad de políticos y directivos del sistema ferroviario francés (la SNCF) en la deportación de judíos, gitanos, niños y miembros de la resistencia a los campos de exterminio del este.
Es un trabajo profundo que va sumergiéndonos, de manera abrumadora, en la cuestión de que la matanza sistemática de seres humanos no fue consumada simplemente en los campos de exterminio sino que tuvo etapas previas que la hicieron posible. Una vez sucedido el genocidio no sólo no hubo reconocimiento de esas culpas sino que fue construida una historia oficial acerca de esos hechos.
Los colaboracionistas franceses
Unos 76.000 judíos fueron enviados en trenes franceses a los campos de concentración de Europa central. También lo fueron 38.000 miembros de la resistencia, 20.000 gitanos y 11.000 niños separados por la fuerza de sus padres, enviados a Auschwitz. Gracias a Pierre Laval y al gobierno de Vichy se les dio el mismo trato que a los prisioneros adultos, fueron separados violentamente de sus padres y en su mayor parte destinados a campos de exterminio y a experimentos médicos.
El sistema ferroviario francés, además, colaboró en el transporte de los elementos sustraídos a las personas deportadas, y llevó a soldados alemanes a invadir zonas no ocupadas, en operaciones que redituaron económicamente para los estratos económicos más beneficiados por la guerra.
Hubo un solo acto de rebelión: el maquinista Leon Bronchard se negó a conducir uno de esos trenes. Fue una actitud solitaria: resultó sancionado y, a la larga, debió dejar los ferrocarriles y unirse a la resistencia.
Los directivos de la SNCF, encabezados por Pier Eugene Fournier, no sólo no se opusieron al envío de esos trenes sino que comenzaron a usar vagones de ganado para poder embarcar a un mayor número de deportados, unos mil por tren, y hasta 150 por vagón, sin agua, sin comida, sin asientos. Eran arrojados a los vagones donde permanecían durante horas. Enfermos y ancianos solían sufrir fracturas en los embarques. Ello se agravaba por la falta de suspensión y el hacinamiento. Cada tren era rigurosamente organizado y guiado por franceses. Una minoría de alemanes, veteranos de la Primera Guerra Mundial los vigilaba.
La directiva de la SNCF sirvió a las necesidades de la autoridad de ocupación de una manera cada vez más eficaz. Eran administradores y cumplían una misión logística, sin compasión por las víctimas, que no eran personas para ellos, y atentos sólo a avanzar en sus carreras cumpliendo con los requerimientos de la autoridad.
Los trenes fueron programados y armados hasta 1944. El último salió horas antes de entrar las fuerzas de liberación. Como las vías estaban bombardeadas debió ser rearmado cuatro veces, pero aun así llegó. No hubo nadie que aprovechara esas circunstancias para liberar a los prisioneros, cuando ya era evidente la derrota alemana.
Las voces
El documental recurre a entrevistas: investigadores, activistas, ex miembros de la resistencia, al análisis de documentos y el material es presentado por una voz over, un narrador que enuncia la historia y une sus partes en un relato abierto a muchas implicancias.
Las cifras de la ocupación
Una de las cuestiones que surge es el argumento de justificación de que no era posible otra actitud en un país ocupado. Sin embargo, los alemanes tenían unos 60.000 hombres para el control de los 40 millones de habitantes de Francia, y de los 410.000 agentes del sistema ferroviario unos 41.000 eran de la resistencia. No obstante, no llevaron a cabo acciones ni siquiera para proteger a los miembros de la resistencia llevados a los campos.
Una sola vez fue detenido uno de estos trenes, pero no en Francia sino en Bélgica, el 19 de abril de 1943 por tres jóvenes. Con una linterna con un paño rojo lograron hacer que el tren se detuviera, uno de ellos amenazó con un pequeño revólver al maquinista y el otro fue abriendo los vagones. Una séptima parte de los deportados (232 personas) consiguió salvarse. La mayoría tuvo miedo de salir.
Nada así sucedió en Francia, ni siquiera para salvar a quienes eran de la resistencia. Un miembro de la resistencia que había sido arrestado decía que los oros trabajadores lo reconocerían y liberarían y gritó, pero nadie acudió a salvarlo
La policía francesa tuvo un papel muy activo, no en fustigar a las fuerzas de ocupación sino en hacer inteligencia sobre la colectividad judía para individualizar a quienes serían arrestados y para hacer los arrestos.
La resistencia ferroviaria sí ayudo en este tramo, avisando a muchos que iban a ser arrestados, y sacando a otros, en muchos casos, escondidos en las locomotoras. Pero nunca se detuvo a ningún convoy.
También entregó las miles de cartas, en pequeños papelitos, arrojadas por los deportados a las vías. Últimos mensajes de ese viaje a la muerte. Lo hicieron junto con el personal del correo que también era de la resistencia.
La solución final
En diciembre de 1941 fue concebida la solución final. Con el frente en Rusia y Estados Unidos en la Guerra, no habría posibilidades de ganar, pero al menos Hitler quería triunfar en el exterminio.
Hasta 1942 no se conocía bien el destino de los deportados. A principios de 1942 fue abierto Aushwitz. En 1943, Jan Karsky, un agente que había conocido el gueto de Varsovia, llegó hasta los campos de Polonia, logró atravesar luego la Francia ocupada, pasar (con uniforme de soldado ucraniano) a Inglaterra y luego a Estados Unidos, donde tuvo una entrevista de dos horas con Roosevelt: tanto en Inglaterra como en Estados Unidos se supo del exterminio masivo de judíos, pero nada se hizo para detenerlo.
Las transmisiones de la BBC, que llegaron a ser radiadas hasta seis horas por día, hablaron de la deportación de judíos, pero no volvieron a mencionarlo en emisiones posteriores. Jaques Maritain, el filósofo católico, exhortó en Estados Unidos a detener el genocidio de quienes llamó “hermanos judíos”. Pero ello no se tradujo en consignas concreta a la resistencia.
Los comunistas franceses, que respondían a Stalin, aliado de los nazis hasta la invasión a Rusia, tampoco dirigieron acciones por parte de los obreros ferroviarios comunistas. Hubo una postura política que primó sobre lo humanitario en un país que se dice humanista, cuna de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Tampoco de Gaulle ordenó acciones a la resistencia para detener la matanza de judíos. Luego de la guerra se impuso una política de situar a Francia no como ocupada sino como vencedora. Ello significó borrar la diferencia entre resistencia y colaboracionismo. Los franceses sólo eran vencedores y se imponía poner entre paréntesis al régimen de Vichy y hacer como si no hubiera existido, lo que significaba olvidar los crímenes y a las víctimas. Es la ecuación paz social-olvido utilizada también en la España del posfranquismo.
Al conmemorar a las víctimas de la guerra en un acto, fueron colocados 19 ataúdes que simbólicamente representaban a cada estrato de la población. Ninguno de ellos simbolizaba a los deportados raciales.
Judíos, miembros de la resistencia; gitanos; niños; primero fueron dejados solos y luego olvidados y el mundo de la posguerra inauguró la paz con el olvido de una página negra de la hisoria.
La posguerra
Pierre Eugene Fournier fue un próspero banquero luego de la guerra, hasta su muerte en 1972. Nunca fue juzgado ni dio explicaciones. Fue el director de la SCAP, una sección de la SNCF destinada a la administración de las empresas de judíos, y llevó a cabo acciones destinadas a eliminar a los judíos la gestión de la empresa.
Pero no sólo eso, hubo un relato oficial, el de la película La batalla del riel, un exitoso filme de propaganda destinado a demostrar precisamente todo lo que la resistencia no había hecho. Leon Brochard también fue olvidado por este discurso oficial, así como la investigación independiente de Kart Schaechter, que fotocopió 12.000 documentos de la SNCF que dan cuenta de este holocausto, que fue absolutamente ignorado por los historiadores en sucesivos trabajos.
Hasta el discurso de Jaques Chirac de 1995 (que evidenció que hubo una generación entera que mintió) no hubo un solo gesto de arrepentimiento por estas víctimas. En su mayor parte eran de una colectividad inmigrante que venía del este, una comunidad trabajadora y ensimismada que hablaba mal el francés, de unas 300 mil personas en un país de 40 millones, y que no resultaba tan significativa para el conjunto de la economía francesa. En la posguerra los comunistas –circunstanciales aliados de los nazis- consiguieron los cargos en el directorio de la SNCF que deseaban desde 1939, quizás porque nunca la denunciaron públicamente ni llevaron a cabo ninguna acción contra ella.
No obstante, Maurice Papon, ex ministro de presupuesto, fue llevado a juicio. Solamente fue condenado a diez años de cárcel, de los que sólo cumplió dos años. Su juicio dividió a Francia: es decir que hubo muchos franceses que no pensaban que hubiera debido ser juzgado.
No fue precisamente una página gloriosa y como todo lo que es intolerable, como las cosas que se ven sin verlas en realidad, era conveniente olvidarla
Universalidad
La amarga enseñanza que nos deja esta historia es que en realidad para los franceses los deportados no eran personas sino objetos. No importaba su sufrimiento, ni a los franceses (probablemente por el fuerte componente antisemita de una sociedad como la francesa.); americanos; ingleses o comunistas.
La otra enseñanza es que en los núcleos de poder siguen estando la misma clase de personas y que las historias se repiten. Genocidios como el de Ruanda, la ex Yugoeslavia o Camboya, que sucedieron ante la indiferencia de la comunidad internacional que sólo actuó tardíamente, nos dicen que estas cosas vuelven a pasar.
“Los pueblos –dice el narrador- aprenden de sus errores, no de sus mentiras”.
Ello es cierto como lo es que tanto las personas como las sociedades tienden a hacer invisible aquello que temen, o aquello cuya existencia no les conviene reconocer, o simplemente aquello que es inconcebible, aunque ello signifique olvidar el dolor de los inocentes y justificar a los culpables.
De la mentira no se aprende, es cierto, pero la mentira es siempre útil, más que los errores.



Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com

viernes, 14 de enero de 2011

María Elena Walsh


Parecía que María Elana Walsh iba a estar siempre, igual que la imaginación, la magia y la gracia. Su rostro, con esa eterna expresión entre asombrada, bella, alegre y llena de paz, expresaba esas cosas, un mundo creador que fluia todo el tiempo y que no era algo que ella produjera, era su esencia misma.
Siempre formará parte de ese territorio en que infancia y magia se funden con el limerick y su métrica, con esa exploración y revelación del absurdo, tan británico y a la vez tan nuestro, a la que le aportó el punto de vista crítico.
Tiene, tendrá siempre, aquello a que el artista más puede aspirar: a ser parte del lenguaje diario, a que sus palabras sean las únicas capaces de expresar al reino del revés en que consiste nuestra vida en una sociedad tan inexplicable como el mundo del absurdo que, a diferencia de esa sociedad, mantiene siempre la inocencia.

sábado, 1 de enero de 2011

El último verano de la boyita




Julia Solomonoff es directora y guionista de la película de ese título (2009) que, como pocas, está impregnada de una doble atmósfera: por un lado la infancia que aún está allí pero que ya no puede responder a las nuevas preguntas y se resiste a seguir siendo habitada; por otro la exploración de signos y cuerpos donde empieza a desenvolverse algo desconocido: la curiosidad, la sexualidad y ese tiempo latente e impredecible que es el futuro, pero sin perder el marco de sabia y serena magia infantil. Hay una actitud que debe ser preservada y no perderse, aunque siga pasando el tiempo.
La edad de la inocencia
La mirada de inocencia y desprejuicio es lo que preside la película. Es la de sus dos personajes centrales: Jorgelina y Marito (Guadalupe Alonso y Nicolás Treise).
Suscitada por un recuerdo: el de una conversación entre los padres de la cineasta, hay varios aciertos en la elección del tono: el ubicarlo en los años 80, el del lenguaje visual y el de subrayar no la cuestión de la identidad sexual sino el vínculo en si mismo. La precisión de los diálogos que siempre van al nudo de las cosas, y hacen preguntas certeras en su desprejuicio, pone gran parte de la narración en una imagen a la cual se imbrica.
Ya desde la presentación, surge la importancia de esos libros de medicina del padre de Jorgelina, con sus gráficos, único vehículo para esa curiosidad. Algo impensable en el mundo de hoy, con su acceso inmediato a la red y, bien o mal, a todas las preguntas.
El detalle de la narración es otra de las particularidades: la paz de un medio rural que sin embargo nunca es bucólico. También lo es el cuidado en la espontaneidad y verosimilitud de cada acción que a su vez contiene algo que va más allá de sí misma.
Espacios
Un primer espacio es la casa de Jorgelina, en Rosario, en cuyo fondo hay una casa rodante Boyita donde transcurren las largas horas de verano en medio de los objetos de una infancia que su hermana mayor ya ha dejado. Jorgelina no puede acceder a ese mundo de la adolescencia, aún vedado.
El otro espacio es el del campo santafecino, el río, el galpón, el tanque australiano, la vieja casa. En este sentido parece una mirada documentalista: allí están los trabajos rurales, duros y prolongados, el almacén, los paisanos, los caballos, tan importantes en la narración.
Las palabras y las cosas
Es Jorgelina quien, parcial y veladamente, descubre aquello que Marito ocultaba a todos. Al recibir una explicación de su padre (Gabo Correa) se tapa los oídos y hace un ruido con su boca cerrada para no oír las palabras. Las palabras son insuficientes, pertenecen al mundo adulto, a la mirada médica y destruyen el misterio, aunque son las únicas que permiten afrontar las cosas. No obstante es mejor aceptarlas y vivirlas como son, sin reducirlas a palabras porque sólo importa el lazo que nos une. Sólo Jorgelina penetra a ese mundo de Marito, en esa soledad que guarda algo que quienes lo rodean no entienden. Aunque eso no será lo peor.
El dilema reside en si es posible revelar un secreto imposible de ocultar y hacerlo por temor a que el otro sufra algo grave y develarlo veladamente, para no traicionar un juramento pero hacerlo, finalmente, para proteger.
Así, es la mirada infantil la que plantea un problema ético y también una que acepta y perdona.
El niño no es un ser ignorante ni imperfecto. Su mundo puede contener una profundidad mayor que el tiempo podría llevarse, como podría llevarse el desenfado y la ingenuidad.
Julia Solomonoff ha hecho no sólo una película bella desde todos sus ángulos sino que ha puesto la belleza como modo de narrar el inevitable pasaje de un tiempo a otro y confiar al cine, como forma artística pura, la función de volver a examinar esas etapas que el tiempo ha dejado atrás en el transcurso, pero cuya intensidad durará toda la vida.









Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com