martes, 10 de agosto de 2010

Amores de Lejos - Presentación




(Palabras de la presentación de Amores de Lejos )
El esfuerzo que significa llegar a publicar un libro hace que toda presentación sea algo muy significativo, porque además es el acto de hablar sobre una escritura.
El Arca Rusa empieza con una frase Alexandr Sokurov, que además de su director es el narrador invisible: “Abro los ojos y no veo nada. Sé que ocurrió un accidente. Todos corrieron a ponerse a salvo como pudieron. Pero no puedo recordar lo que me pasó.”
Yo recuerdo lo que pasó y puedo verlo. Por eso tuve que escribir esta novela.

Una presentación es también es el momento en que los ámbitos que constituyen nuestra vida que transcurren paralelamente, se entrecrucen y así, confluyan muchos caminos que transitamos en un punto de encuentro.

Nobleza obliga, debe empezar con agradecimientos a aquellos sin quienes la travesía de la escritura hubiera sido peor o quizás, directamente, no hubiera sido posible.
A Silvina, mi esposa, por haber estado juntos igual en el cielo y en el infierno desde hace más de 28 años.
A mis hijos que se fascinan por Paul Auster, George Orwell y tantos otros más. Los preservamos todo lo que pudimos.
A Paula Otero, ella sabe porqué.

A Tani Kessler, que editó el suplemento de la Capital no como un espacio de poder sino como una puerta abierta, y que me dio un espacio para la escritura en el momento en que más lo necesitaba; que posibilitó que existiera una columna sobre música.
Siete años escribiendo sobre música y 36 en el poder judicial. Siete años, la quinta parte de 36, pero 5 veces más de felicidad contra tanto dolor que hubo en esos 36 años.

A los chicos del Amuyén, siempre listos a acompañar cualquier proyecto cultural.


A quienes vinieron y a quienes, como Marta Ferrari, Mariano Moro, Sebastián Jorgi, Silvina Marsimian, Fermina Casanova y Patricia Ratto, hubieran estado de no encontrarse fuera del país o la ciudad, y enviaron sus mejores deseos.

A Julio Neveleff por posibilitarnos acceder a este espacio.

Un eterno recuerdo a Natalio Kisnerman que siempre pensó que era cuestión de perseverar y que creo que tenía razón.

El mundo es un lugar enorme y solitario sin él.


En Soldados de Salamina, Javier Cercas cita una frase de Andrés Trapiello, que, refiriéndose a los escritores falangistas, como Sánchez Mazas, dice que ellos “habían ganado la guerra pero que habían perdido la historia de la literatura”.
Al contrario, los que la perdieron, la guerra y la vida, como Machado, García Lorca, o Miguel Hernández, ganaron la historia de la literatura.
Más que nada por escribir la sangre, la vida, la agonía y la belleza pero también porque fueron derrotados.

Somos los perdedores quienes dejamos constancia de las cosas, y al hacerlo, ya no somos perdedores sino sobrevivientes, y así ganamos algo de la historia.

Así también, como los fascistas de quienes toman su nombre en esta ficción ciertos personajes de la novela, versión literaria de esos fiscales, esos jueces, esos secretarios que hacen de lo público su baluarte, el ruedo de su impunidad, de sus vicios, de sus negocios; ellos, que no son un accidente del sistema judicial sino una de sus disposiciones de poder, ellos también ganaron su guerra, obtuvieron sus objetivos, y quizás también hayan ganado la historia y sean recordados como garantistas, o defensores de los derechos humanos y los sigan muchos alumnos, políticos y funcionarios.
Pero mientras haya un solo lector, igual que Sánchez Mazas, habrán perdido la historia de la literatura.

Machado escribía a su hermano José, en el camino del exilio, en el Hotel Torre del Castañer, de Barcelona, pocos días antes de morir: “Esto es el final; cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores todo esta claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro…Quizá la hemos ganado”.
No es suficiente tener el poder.
No es suficiente poder imponerlo para adjudicar a otro las culpas y que todos sigan esa estela porque, de un modo u otro, es lo que más les convine.
Se puede hacer todo eso, se puede resultar impune y haber ganado, pero humanamente no estoy tan seguro, quizás hayan perdido.

Creo que aun con todas las heridas a cuestas, aun con las tardes, las noches, los años perdidos y el naufragio de muchas ilusiones, aun con todo eso, nosotros hemos ganado.
No sé ante quien, ni sé tampoco qué, pero hemos ganado.


Un texto no puede cambiar el mundo.
Ni siquiera puede luchar contra el mundo.
Pero sí puede dejar constancia, en la ficción, de la verdadera realidad, esa que de tan evidente es también invisible.

Un texto puede hacer eso, puede seguir diciendo a lectores desconocidos del presente y del futuro cómo son verdaderamente las cosas.
Un texto entabla una muda lucha contra el olvido, la indiferencia, y, como en este caso, contra el poder.


Si usamos a la tormenta como metáfora, sólo nos cabe ponerle la proa y soportar los embates. Cuando llegue la calma encontraremos que hicimos un avance, incierto, pero un avance. Seguimos perdidos pero avanzamos. Si podemos seguir, encontraremos una rivera, aunque será otra, una desconocida.
Nunca el lugar al que se vuelve después del sufrimiento es el mismo.

La manera de lidiar con el mal es darle palabras. Ellas, fijando ese testimonio, terminan por decir algo que va más allá de ese mal.
Esas palabras, divorciadas del acto de resistir, dicen hoy cosas distintas y por eso la escritura me resuena hoy como algo muy diferente de lo que puse en ella.
Igual que un palimpsesto, se construye sobre cosas borradas de las que quedan huellas, sobre el recuerdo de un dolor, sobre palabras y silencios: escribir es el acto de hacer con esos restos algo nuevo y a la vez darle sentido.


El texto, alejado de una coyuntura, es las palabras que lo construyen, y lo que más plantea es la duda sobre la realidad.

En qué debemos creer: en aquello que nos expulsó o en aquello con lo que soñamos.
Qué es real, lo que expulsa o lo que permite soñar y sobrevivir.

En qué debemos creer, en las manos inmateriales de la música que abraza o en aquellos que nos expulsan de un mundo que creíamos conocido, con sus compañerismos, “amistades” y lealtades volátiles, prestas a desvanecerse ante la adversidad, como un mal sueño, mientras otro sueño se hizo real, y en él lo único que había era música, aire que a la vez que se desvanece, persiste.

No es real lo que vemos.
La realidad es algo extraño, hecho de capas; algunas no son reales. Otras son demasiado reales.
Es real lo que deja huellas, es real la balsa en que flotamos a la deriva, sin agua ni comida.
Es real la ribera a la que terminamos por llegar si persistimos, como dijo Arlt, por pura prepotencia de trabajo.
Por suerte también es real la prepotencia del trabajo,
Eso, la verdadera amistad, la música y la esperanza.






Eduardo Balestenaebalestena@yahoo.com.ar

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