La circunstancia que llevó al director alemán Win Wenders, autor de una obra extensa y original, a filmar Días perfectos (2023) fue la invitación a poner en escena distintas historias cuyo escenario habrían de ser los baños de Tokio del proyecto “El Servicio de Tokio”.
Con motivo de los Juegos Olímpicos a
Paralímpicos de Tokio, surgió la idea de, en la comuna de Shibuya, de encargar
a 17 renombrados arquitectos el diseño de baños públicos de características tan
innovadoras como creativas.
Al pensar su proyecto Wenders consideró
que, más allá de esa propuesta había una historia para contar.
El
desarrollo narrativo de la película, en sí mismo, es muy diferente a las
estructuras habituales para referir una historia, y las expende al demostrar
que se puede contar algo sin que sucedan muchas cosas, sino simplemente desde
el propio poder que internamente ese algo contiene.
No hay
el planteo de un núcleo, una intriga, un desarrollo o una resolución: la
narrativa simplemente es su propio discurrir.
Con magia pero sin trucos
La primera vez que vi la película
inmediatamente vinieron a mi mente dos cosas: las palabras de Ana María Shua
sobre la novela Alrededor de la Jaula,
de Haroldo Conti: “Este libro tiene
magia, pero no trucos. Magia verdadera, de la misteriosa, de la que no
es posible explicar…La historia sucede en el presente absoluto: nada sabemos
del pasado de los personajes y sin embargo sabemos todo lo necesario…En un
escenario de tristeza y deterioro, Conti
se arriesga a jugar con la capacidad de los personajes de encontrarse a sí
mismos”. La segunda fue la novela de Haroldo Conti en sí misma.
La
diaria esperanza
Hirayama despierta cada día con el
leve rumor de la escoba de alguien vecino a su pequeño departamento, que barre
su vereda; luego se levanta y lleva a cabo las acciones necesarias para
comenzar el día. Cada una tiene su importancia, como en un ritual. Con la
recurrente presencia de una enorme torre iluminada con colores cambiantes (La Tokyo Sky Tree) va y viene de su
recorrido para cumplir su trabajo de limpieza de los baños del proyecto
mencionado y conocemos así esos diseños tan bellos como funcionales y refinados
que, junto con el pequeño departamento de Hirayama, y algunas calles de Tokio,
son los escenarios del filme.
El personaje lleva a cabo su trabajo
con dedicación y minuciosidad, como parte de un ritual dado en el silencio y en
el respeto que cada objeto, cada acción, por mínima que sea, y cada persona despiertan
en él.
En el lenguaje del silencio el rumor
del viento en las hojas de los árboles, tiene una presencia, lo mismo que las
luces y sombras.
El silencio es tan importante que
sentimos que algunas cosas que lo interrumpen son una trasgresión a ese estado
de ensimismamiento que el propio silencio inspira. Ciertas intervenciones,
ciertas escenas, ciertas voces- truncan esa quietud, por decirlo así, sagrada.
Pronto entendemos que esas acciones
mínimas: el diario cuidado de sus plantas, la lectura nocturna, el escuchar
música en casetes, los paseos en bicicleta o las comidas, son en realidad, en
su significación, grandes acciones. En un momento, recoge un frágil retoño que
comenzaba a nacer a los pies de un frondoso árbol en una plaza y con todo
cuidado lo trasplanta a una maceta, imaginamos entonces que todas las plantas que
cuida día a día han de haber tenido ese origen. Parecerá algo menor pero no lo
es: la vida más frágil es una afirmación de la propia vida y de la esperanza,
lo mismo que la del personaje.
Nada sabemos Hirayama y la narración
deja entrar muy pocos elementos a ese interrogante que es ella misma. Es
despojada, fluye y también está hecha del detenimiento de aquellas pausas en
las cuales el personaje, durante sus descansos para su frugal almuerzo en una
pequeña plaza, capta, con una pequeña cámara analógica la luz que se filtra en
las copas de los árboles, movidas por la brisa.
A este
mundo de orden, soledad, silencio y ensimismamiento llegan, como fragmentos,
ecos del mundo exterior y algunos aluden a episodios anteriores de una vida que
nunca conoceremos.
Al despuntar el alba y salir a
trabajar cada día, una sonrisa parece celebrar el advenimiento de una nueva
jornada y a la propia vida; se encamina entonces a la pequeña rural en la que
se desplaza con sus herramientas de trabajo y comienza su recorrido.
Algo
sucedió alguna vez
Del mismo modo que con la novela Alrededor de la Jaula, sobre cuyos
elementos estilísticos trabajé en mi libro La
historia de las simples cosas- Temas, motivos y recursos estilísticos en las
dos primeras novelas y cuentos y relatos de Haroldo Conti (Editorial
Biblos. Teoría y Crítica, 2024), las
primeras sensaciones surgen de ese misterio que es un personaje, del hecho de
que no se necesiten muchas palabras para colocarlo en el centro del universo
narrativo (un universo mínimo pero lleno de significaciones e interrogantes).
Luego surge la reflexión acerca de la
naturaleza y la dinámica de las acciones: qué expresan, a dónde conducen, de dónde
vienen, qué hizo que fueran así. Es la magia de la que tan acertadamente habla
Ana María Shua. Dichas acciones son externas en una pequeña parte, pero
obedecen a algo interior que es un interrogante, tanto en Hirayama como en
Silvestre y Milo en la novela de Conti. Quizás por eso Koji Yakusho, el actor
que interpreta a Hirayama, las compara con las acciones de un monje: por su regularidad
y significado: no son simplemente una rutina sino la expresión de un orden de
“supervivencia” y descubrimiento.
Algo sucedió alguna vez y la respuesta
es el refugio en los pequeños actos,
puestos a ordenar el caos producido por ese algo devastador: una pérdida, una
tragedia, un dolor. Por eso tales pequeños actos son en realidad muy grandes.
Una vez, en un diálogo con la
psicóloga Ana Rozenfeld, que se dedicó al abordaje de la resiliencia (resilium es el término latino para
designar la aptitud de un material para mantener su forma luego de un fuerte
impacto), mencionó a una mujer que había perdido a su hija en el atentado a la
AMIA. De a poco, aferrada a pequeñas rutinas, fue reconstruyendo su mundo. El
mensaje es que esas acciones pueden ordenar el caos de aquellas tragedias tan
enormes que no se pueden nombrar porque no caben en ninguna palabra.
Ana
Rozenfeld señala que es una nueva subjetividad la que surge, inesperada, frente
a un hecho traumático que produce el descubrimiento de una potencia ignorada, y
de recursos desconocidos. Cada hecho traumático genera una actitud distinta,
que no parece producto de decisiones deliberadas, ni solamente una estrategia
de adaptación, o el triunfo de los más aptos, sino algo más sutil y creador.
No
se trata de una propuesta voluntarista, pero entraña un acto de voluntad; y es
más bien un resultado: el de distintas estrategias no del todo conscientes, ni
enunciadas, que empujan y llevan. No parece haber consignas, ni recetas, ni
incluso, un estado de enunciación verbal, pero el resultado de eso, que ni
siquiera es un impulso, se transforma en un rumbo, donde confluyen una brújula
interior, y una marea.
La
idea de un rumbo que implique la exigencia de seguirlo es lo único que nos
afirma como personas cuando hemos perdido todas las referencias conocidas.
Nada nos lo dice, pero sabemos que
algo sucedió en la vida de Hirayama: las referencias que tendremos serán breves
y parciales, pero suficientes para entender que su trabajo y la forma en que lo
hace –igual que en Alrededor de la jaula-
son la consecuencia de algo.
Días
perfectos
Hay algo más que es central: las
letras de canciones como elementos que expresan aquello que el personaje deja
entrever.
Hirayama se ha procurado un orden en
el que su vida debe discurrir para que sea posible la esperanza de cada
jornada.
Dentro de ella las cosas parecen
posibles; sin embargo, en la experiencia cotidiana se presentan incidentes
aislados capaces de perturbar esa paz, algunos remiten –veladamente- a su vida
anterior.
En Día
perfecto, de Lou Reed, por debajo de la dicha de un día vivido con la mujer
que ama hay algo más, porque esa dicha le ha hecho olvidar momentáneamente
quién en verdad es.
Las canciones, como La casa del sol naciente, narran
historias y pensamos si esas historias estarán, literal o figuradamente,
vinculadas a la de Hirayama.
También los libros, como Las Palmeras Salvajes, de William
Faulkner, que lee Hirayama, remiten a la huida, la salvación y la expiación de
las culpas.
La historia, tan simple, es un
interrogante que se expresa en el rostro final de Hirayama, que
alternativamente y casi sin solución de continuidad, expresa, por medio de
gestos de pena y de felicidad, el dolor por lo perdido y el valor de lo
conquistado día a día en una lucha tan tenaz como silenciosa y secreta. Llora y
ríe mientras, cantada por Nina Simone, suena la canción Feeling good (“Es un nuevo amanecer/Es un nuevo día”)
Fugaces imágenes en blanco y negro
durante su sueño, e imágenes reflejadas en las cosas remiten a ese mundo secreto
y cifrado donde alternativamente están el dolor y la esperanza.
El propio título nos deja ese
interrogante: ¿Son días perfectos por lo ganado o,
como lo dice la canción, “o por hacerme
olvidado de quien en realidad soy”?
Eduardo Balestena
10.XI.25


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