“Porque, aunque debería hablar, nadie me creería. Y nadie me creería precisamente porque sabrían que tengo razón”.
Esta cita de The next time, de James Baldwin (1924-1897) abre el libro Castas, el origen de lo que nos divide, de Isabel Wilkerson
(Washington, 1961). No es casual que la mención de referencia provenga de un
escritor de color, activista por los derechos civiles y con la valentía de
abordar temas sociales y sexuales en sus obras.
La jerarquía es algo que no se puede
desafiar –al menos no sin un costo- y la razón es a veces invisible, otras, postergada
y otras, cuando nos enfrentamos a ciertos ámbitos, peligrosa.
Un
trabajo teórico y de campo
Isabel Wilkerson es una muy reconocida
periodista e investigadora cuyo libro The
warmth of other suns (Al calor de otros soles), una profunda y extensa
investigación de las migraciones desde el Sur al Norte y el Oeste de los
Estados Unidos, de unas seis millones personas de color, en el periodo
1915-1970, que cambió el mapa de esa nación, obtuvo un gran impacto en el
debate público y le valió la obtención del premio Pulitzer.
En Casta, el origen de lo que nos divide, (2021)
concibe a la violencia racial como una manifestación del sistema de castas -al
que responden sociedades estratificadas en unidades fijas que coexisten dentro
de un orden jerárquico gobernado por la violencia y el control social- .
Su
estudio comparativo toma a los Estados Unidos, la Alemania nazi y la India. El
trabajo de investigación y de terreno que lleva a cabo es por demás extenso y significativo.
Más allá
de la violencia –que ilustra de un modo abrumador e incontestable- el modelo de
las castas, que opera de manera silenciosa e inconsciente, vertebra a toda la
sociedad en todos sus planos.
Origen
El filme Origin (2023) de la cineasta Ava DuVernay (Los Ángeles, 1972) se basa tanto en la investigación de
Isabel Wilkerson como en la dramatización de su vida y de otras historias que
menciona el libro y que trabajan en la narrativa del filme de manera muy eficaz.
Las dos horas del filme son un resumen elocuente de las
423 páginas del libro, sin contar las notas, con referencias bibliográficas,
acotaciones y el detalle de las entrevistas, ni el de la bibliografía, todo lo
cual suma aproximadamente unas cien páginas más.
Los puntos centrales del texto se encuentran expresados
en un filme que muestra algunas circunstancias, como el asesinato del joven de
color Trayvon Martin (quien simplemente caminaba de regreso a su casa, en 2012 y
fue asesinado por un vigilador), que aparece en el libro de manera lateral.
Hay una
introducción, en letra itálica, al desarrollo del texto que, bajo el título Un hombre en la multitud, describe
detalladamente y analiza el significado de una fotografía tomada en un
astillero de Hamburgo en 1936, donde aparece una multitud de trabajadores haciendo
el saludo nazi en ocasión de la botadura de un barco: en medio de la masa de
personas, un hombre, de rostro firme y sereno, mantiene sus brazos en el pecho,
sin obedecer a la multitud. “Al contemplarlo desde nuestro punto de vista, es
la única persona en toda la escena que está del lado correcto de la historia
[…] Se cree que su nombre era August Landmesser. En aquel momento no podía
saber el devenir asesino al que conduciría la histeria circundante. Pero había
visto lo suficiente para rechazarlo”.
El filme
muestra esa fotografía en grandes dimensiones a poco de comenzar, en
oportunidad de una conferencia dada por Isabel Wilkerson.
En la parte
final de ese texto la autora reflexiona acerca de que todos hubiéramos querido,
en uno u otro momento, ser como Landmesser, pagando el precio de vivir el
riesgo, las consecuencias y el desprecio, pero que por una cuestión numérica,
eso sería imposible: frases que nos resuenan hoy desde el doloroso pasado de
unas décadas atrás, como “en algo andarían” o “los vamos a reventar”, en 1982,
o, más cercanamente, el control social duro –que gozó de un absoluto consenso- que
durante la cuarentena obligatoria de 2020 significó las numerosas violaciones a
los Derechos Humanos perpetradas por el gobierno y las fuerzas represivas, le
dan la razón a Wilkerson (tal tema fue abordado en mi libro Las piezas que arman el mundo: la epidemia
en la literatura y como nuevo orden autoritario, con prólogo de la Dra.
Sandra Pitta. Espacio Editorial, Buenos Aires, 2021).
De las leyes “Jim Crow” a la Alemania Nazi
El gran documentalista Ken Burns (Brooklyn,
1953), que produjo una muy extensa obra, hizo dos trabajos memorables: Jazz (2001) y Country Music (2019). La televisión los ofreció de manera abreviada
–reduciendo la duración de los episodios de dos horas a una- lo cual sirvió al
menos para plantear sus completos e incisivos puntos de vista –en lo artístico y
lo social- y su lenguaje de virtuosismo en la sincronía entre el rico texto y
el enorme archivo fotográfico del que se valió, junto con valiosas entrevistas
a músicos.
En el
primer episodio de Jazz –serie documental
que aborda la historia del género- refiere el origen de las leyes “Jim Crow”,
que tanto menciona Wilkerson, e ilustra, -en la versión completa- de manera muy
cruda, linchamientos de personas de color, que eran mutiladas, quemadas vivas y
–agrega Wilkerson- parte de sus cuerpos enviadas como souvenirs por correo. La investigadora enumera detalladamente
muchísimos hechos de violencia, tanto de esa época como de otras más recientes:
el odio racial se hereda y subsiste.
“Jim Crow” fue un personaje de Daddy Rice, un comediante cuyo “humor”
se basaba en los estereotipos de raza. Los espectáculos de minstrel, como se llamaba el género, fueron el primer entretenimiento
masivo de los Estados Unidos y funcionó reforzando el fuerte prejuicio que se
tenía de las personas de color.
El cineasta y la autora coinciden en
señalar que, tras la Guerra de Secesión, el Gobierno Federal mantuvo la
ocupación de los territorios del sur hasta 1877, para retirarse luego, lo cual
significó el recrudecimiento de la violencia a la intensidad anterior a la
guerra civil y la aparición de las leyes “Jim Crow”. A partir del fallo “Plessy
vs. Ferguson” (1896) de la Suprema Corte, que consagró la doctrina “Separados
pero iguales”, la segregación se hizo legal en los Estados Unidos.
Las leyes “Jim Crow” ocasionaron una
enorme migración y –en el campo del documental de Burns- hizo que el jazz se
expandiera a otras latitudes, como Chicago y Nueva York.
Wilkerson enumera, además de los
hechos de violencia, todas las restricciones legales de las personas de color,
que, por ejemplo, eran privadas de transmitir sus bienes hereditariamente y no
podían casarse con “blancos”.
En el filme, Isabel Wilkerson
(personificada por la actriz Aunjanue Elli-Tylor) visita distintos memoriales
de Berlín. En uno de ellos hay una fotografía de 1935 en la cual los juristas
del Reich debaten las leyes raciales que prohibían el casamiento entre arios y
judíos. Encuentra en un museo las actas de esa reunión, en la cual la fuente
directa de las Leyes de Nuremberg fue el conjunto de las leyes “Jim Crow”.
La tesis de Wilkerson es que las
sociedades establecen una jerarquía de castas en la cual, arbitrariamente,
crean categorías inferiores a las que culpan de toda la adversidad y a la que
adjudican rasgos de inferioridad. El artificioso concepto de “raza” es
simplemente uno de los modos de establecer esa jerarquía.
En
África no hay negros
En el capítulo titulado La construcción arbitraria de las
divisiones humanas Wilkerson señala que una dramaturga nigeriana asistió a
una de sus conferencias en la British
Library, en Londres, intrigada por la idea de que seis millones de
afroamericanos hubieran buscado asilo político dentro de su propio país durante
la Gran Migración. “´Tú sabes que en África no hay negros´ dijo […] son igos o
yorubas, ewes, ndebeles. No son negros. Son ellos mismos´”.
Un enunciado tan sencillo y evidente
nos revela que las divisiones están hechas desde la supremacía y el poder, uno
que se atribuye el colocar a las personas en categorías que en otro sitio no
existen.
Tal es la falacia del concepto de
raza: se es lo que se es independientemente del color de la piel o de
características físicas, cuyo “valor” es puesto por quien ejerce un dominio
sobre ellas.
Castas
Wilkerson plantea que la violencia de
castas no obedece simplemente al color de piel: los judíos eran blancos como
los arios y los indios son morenos, independientemente de la casta a la que
pertenecieran.
El concepto no es nuevo y ya fue
estudiado a fondo en el libro Deep South (1941)
por un equipo de antropólogos: Allison Davis y su esposa Elizabeth, de origen
afroamericano y Burleigh y Mary Gardner, todos ellos de Harvard, estudiaron la
violencia del sistema de castas en Natchez,
una ciudad del profundo sur de Estados Unidos en la década de 1930. Como
afroamericanos, los Davis llevaron a cabo su trabajo a riesgo de sus propias
vidas.
En su viaje a la India encuentra, en
el diálogo con varios investigadores, que el doctor Brimrao Ramji Ambedkar
(1891-1956), eminente jurista, presidente
de la comisión redactora de la Constitución
de la India, quien procedía de la casta dali,
la más baja de todas, había pensado en las similitudes del trato que las
personas de color de Harlem, que conoció muy bien, recibían, era muy semejante
al de las castas más bajas de la India y padecían la misma ficticia división
que consideraba a unas personas inferiores a otras por motivos de nacimiento.
Frascos
y etiquetas
El filme reproduce, bajo la forma de
un dialogo de Isabel con su prima Marion, un pasaje del libro. El enunciado es
más o menos así: todos nosotros somos un frasco con un contenido; los
estereotipos dominantes colocan a cada frasco una etiqueta que no tiene nada
que ver con el contenido y ubican el recipiente en un anaquel cualquiera, que
puede tener que ver con la etiqueta pero no con lo que el envase lleva adentro.
El seleccionar este concepto –uno de
tantos del libro- significa no mencionar otros, cuya sola enumeración sería
interminable.
No obstante, sirve para concebir que
el concepto de castas permea absolutamente toda la vida social y que va muchísimo
más allá de aquello que es evidente.
En la extensa y nodal parte destinada
a exponer los pilares de las castas, señala el castigo a quienes, siendo de una
casta “inferior” destacan más allá del límite asignado y el narcisismo de
casta: el miembro de la casta superior debe impedir que otros de la casta
inferior destaquen.
Esto que parece tan evidente resulta
sin embargo invisible y también es encubierto por argumentos de
"legitimación”: los que están por encima tienen más méritos y se han
ganado ese lugar que, cualquiera que tenga esos méritos puede ganar. Son argumentos
que parecen propios de la sociología funcionalista: todos pueden intentarlo y
si no lo logran, deberán intentarlo nuevamente hasta que sí puedan alcanzar sus
objetivos, lo cual es absolutamente falso: no importa el contenido sino la
etiqueta y el anaquel en el que el frasco sea colocado: todo lo que se pueda
hacer no cambiará eso.
Como periodista y conferencista debe viajar
todo el tiempo. El millaje acumulado le permite hacerlo en primera clase,
espacio en el cual, la casta dominante la percibe como “fuera de lugar” y, al
ser una mujer de color, también ha debido afrontar incidentes con la policía,
para la cual resultó en ocasiones “sospechosa”.
Las instituciones, el ambiente
literario, el ámbito cultural, funcionan dentro de los pilares de la casta. No
se trata de las personas, de sus posibilidades, de sus aspiraciones, sino del
lugar que ocupen dentro de una yuxtaposición de unidades fijas –como las llamó
el Dr.Ambedkar-.
Un
mundo sin castas
En la escena final, Isabel Wilkerson
sale, por última vez, de la casa en la que vivió su madre y que ha debido
desocupar. Un país es como una casa vieja que heredamos, dice la voz en off; luego de una tormenta preferiremos
no bajar al sótano porque imaginamos que estará inundado. Es un riesgo que
preferimos ignorar. No construimos la casa, pero la habitamos ahora y eso nos
hace responsables de su estado y de las reparaciones que necesite.
Al salir imagina los rostros de
Elizabeth y Allison Davis, del Dr. Ambedkar, y de otros, como Trayvon Martin, y de August Landmesses
y su esposa judía.
En libro finaliza de una manera
parecida: “En un mundo sin castas, ser hombre o mujer, de piel clara u oscura,
inmigrante o nativo, no influiría en la
percepción que los demás tienen de nuestras capacidades […] Un mundo sin castas
nos liberaría a todos”.
No elegimos las circunstancias de
nuestro nacimiento, nuestro aspecto exterior, ni lo que otros hacen con
nosotros, pero sí elegimos como pensar, actuar y como luchar, cada uno a
nuestra manera.
Eduardo Balestena
20/21 de noviembre de 2025


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