Gabriela
Urrutibehety, Monstruos. Vinilo
Editora, Buenos Aires, 2024, 92 páginas.
La
crónica del juicio a “los rugbiers” por el asesinato de Fernando Báez Sosa en
Villa Gesell el 18 de enero de 2020, es indiscernible, para Gabriela
Urrutibehety, de una serie de
observaciones –breves, agudas y muchas veces escépticas- sobre varios motivos que
podríamos pensar como capas del texto, que se sitúan a partir de un centro
geográfico:
Vivo en una ciudad que tiene el
inverosímil nombre de Dolores. Como si la hubieran condenado a sufrir desde el
bautismo. (pág.5)
El centro geográfico lo es
no sólo de la jurisdicción de los tribunales sino de su propia autopercepción
como periodista y escritora. Pareciera que la pura crónica de algo no puede ser
separada de todo aquello que conforma su escritura (ella como sujeto que
percibe y es en su escritura, sus
experiencias y expectativas).
Concisión, agudeza, y la precisión de metáforas siempre
originales son rasgos de una escritura marcada precisamente por lo judicial –el
encierro, el crimen, lo injusto- que muestra en obras como La banda de los seguros (discreta geografía criminal) (Ciccus,
2011) donde los hechos de una extensa operatoria homicida son narrados no desde
la acumulación de datos sino desde su selección.
Si La banda… es
la ficcionalización de hechos reales y se encuentra en esa zona intermedia
entre ficción y realidad, Monstruos
es una crónica que tiene rasgos de novela: no en lo ficcional sino en aquello
de significancia para la escritura y que constituye su propio sustrato. En
otras palabras: se trata de la narración de una escritora en el rol de
periodista elaborando una crónica que no le significa renunciar a su condición
de escritora sino precisamente que, a la inversa, le permite elaborar una
escritura que solo externamente tiene los rasgos del texto periodístico pero que
es esencialmente literaria.
Las capas de un
texto
Aunque objetivo en lo
que cuenta, no se trata para nada de un texto lineal sino de uno elaborado a
partir de varios elementos: ella como sujeto que enuncia, el clima opresivo de
un tórrido verano de sequía, y la reflexión permanente sobre dos cosas: el modo
social de percepción de las noticias y el ejercicio del periodismo. También lo
es sobre la justicia.
Así:
Hace mucho calor este enero. La Niña
reseca los campos y las cuentas del Banco Central. La cosecha se pierde, los
incendios arrasan […] siento que el cerebro se me derrite y me gana el mal
humor (pág.5)
El calor impide pensar, hace más intenso el hacinamiento
en la sala de audiencias y es la época donde no sucede nada o suceden cosas que
desbordan a la ciudad, como el asesinato del fotógrafo José Luís Cabezas el 25
de enero de 1997 –y el consiguiente juicio- que Gabriela Urrutibehety cubrió
como periodista. Las épocas se superponen y hay algo en común: la invasión de
los medios masivos capitalinos que todo lo inundan y desplazan y la permanente
reflexión: sobre lo político en un caso y lo social y periodístico en el otro.
El clima es una realidad, un marco y un símbolo: la
injusticia es igual de opresiva; todo parece un escenario fantástico del que no
es posible salir:
El viento levanta tierra y la ciudad
parece envuelta en una nube de smog que no puede tener porque no hay fábricas,
solo campo seco alrededor. Algunos días se escucha tronar, promesas vacías.
(pág.74)
Los tribunales y la sala de audiencias son mostrados de
un modo realista y simbólico a la vez: la madera oscura lustrada y su techo
ornamentado contrastan con mamparas de material barato y escritorios metálicos
estrangulados por cables puestos provisoriamente para siempre. El edificio, de
un perdido esplendor, responde a otra época, “serán estos los tiempos de la
justicia”, se pregunta. Se trata de una imagen poderosa planteada como al
pasar: las cosas superan a la justicia.
Hay otra realidad en el centro geográfico: la sequía y la
pobreza, que nadie registra, ocupados como están todos en el juicio y los
personajes mediáticos: se ha secado el pozo de Mónica, empleada doméstica,
casada con un jubilado que cobra “la mínima”. No tienen dinero para una nueva
perforación y menos para conectarse a la red de agua corriente: un vecino les
da agua por medio de una manguera.
El periodismo como actividad es otra de las capas: de
concebirlo dentro de un código elaborado de escritura, con sus convenciones,
como la de nunca usar adjetivos en los titulares en pos de una noticia expuesta
objetivamente, las noticias se
convierten en un reality show donde
reina la imagen, pero una desinvestida de toda solidaridad: Nadie hizo nada
durante la agresión, dice la testigo que le hizo a la víctima maniobras de
respiración; todos filmaban pero nada más.
El
juico es ponerle palabras a las imágenes del ataque. La crónica es una
reflexión tan aguda como desesperanzada:
Hoy la prensa reproduce ad
infinitum la verdad filmada. Todo a la vista, como si fuera un reality show en loop permanente […] las redes claman en el segundo previo a que
otro video reemplace al anterior […] Se vive para ser filmado. Se muere en
vivo. (pág.33)
La
narradora se vive como ajena a ese mundo de la imagen vertiginosa sin
contenido, se siente –en lo que resulta una constante en la obra- ser de otra
época.
La descripción de
los imputados como un sujeto múltiple y silencioso donde no es fácil distinguir
uno de otro, ya que tienen el mismo corte de pelo y llevan barbijos y responden
a un pacto de silencio, con las resonancias espurias de la palabra “pacto” es
otra de las capas del texto.
Impresiona su insensibilidad y la violencia de la que son
capaces –que se muestra en las imágenes de la agresión y en las de lo que
sucedió después- pero al verlos en la sala de audiencias señala que los
imaginaba mucho más grandes. Uno de ellos informa a los demás lo que había
sucedido con la víctima: “caducó”, dice escuetamente:
Apabulla
la eficacia de la palabra (pág. 65)
Es cierto, apabulla porque refleja la total insensibilidad.
Los monstruos son necesarios, reflexiona de manera repetida,
porque permiten colocar al mal absoluto en un solo lugar pero la sociedad misma
es monstruosa y casos semejantes al de Fernando Báez Sosa –como lo detalla en
la enumeración del final- suceden todo el tiempo, solo que este pudo galvanizar
en un solo lugar la imagen del mal en estado puro y hacer de eso un reality show
Las referencias a todos lo que el juicio implica son
muchas y todas están dichas de manera breve y contundente. Monstruos, es un libro cuya eficacia también apabulla
En el mismo lugar
El texto no sería el
mismo si estuviera despojado de la subjetividad de la cronista-narradora; una
subjetividad atravesada por los juicios que le tocó vivir –el de Cabezas, el de
Báez Sosa y aun el de la banda de los seguros, que no aparece mencionado en el Monstruos, y también por el modo en que
se vive a sí misma a lo largo de esa larga historia:
Nos volvemos a encontrar varios de los
que estábamos en esta misma sala veintitrés años atrás […] Ellos han avanzado
en sus carreras. Yo estoy en el mismo
lugar: dejé hace años de soñar
con ser periodista famosa, con dar clases en la universidad, con escribir
libros que se tradujeran a varios idiomas. Algunos días tengo cierta nostalgia
de esos anhelos. (pág.20)
El pasaje recuerda a uno de la novela Los puentes del condado de Madison, en
el cual el personaje dice casi lo mismo: “tuve grandes sueños y no se
cumplieron, pero que suerte que los
tuve”.
La
idea de la periodista de pueblo atraviesa esta escritura pero la calidad de
dicha escritura desmiente la idea del sueño incumplido al menos de dos maneras:
el hecho de poder concebir el texto es por sí mismo una muestra de solidez
literaria, una que encuentra en las imágenes y la agudeza de observaciones y
reflexiones un universal, donde la categoría periodista de pueblo resulta
falsa: el propio texto la desmiente. La otra es que la escritura en su propia
meta y que el ”éxito” no es una categoría literaria.
Monstruos es
un libro tan breve como certero y rico y lo es por gran capacidad de Gabriela
Urrutibehety por extraer una reflexión profunda, que obedece a su sensibilidad
y talento como escritora.
Eduardo Balestena
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