El documental Happy, de Roko Belic comienza con una cita de Benjamin Franklin: "La constitución garantiza al pueblo americano el derecho a la búsqueda de la felicidad, eres tu quien debe alcanzarla por ti mismo.”
A la pregunta hecha a distintas personas al
azar por un entrevistador acerca de qué esperan de la vida, invariablemente,
parte de la respuesta es “ser feliz.”
La cuestión está planteada: la felicidad es
algo que no tenemos garantizado y que debemos empeñarnos en buscar por nosotros
mismos –lo que implica un esfuerzo que quizás sea muy grande o quizás sea muy
sencillo- pero ¿Qué es la felicidad?
¿Hay una sola respuesta para esta pregunta? ¿Es
posible decir que la felicidad es algo determinado o se trata de un concepto
imposible de definir y de aprehender? ¿Es un estado al que se llega o se trata
de momentos privilegiados que simplemente se presentan y luego desaparecen?
El propio documental nos dará varios elementos
para al menos aproximarnos mejor a un concepto tan crucial como indefinible,
tan personal como multiforme.
Un
recorrido por países e historias de vida
La narradora comienza
presentando historias de vida y reflexionando acerca de ellas; luego habrá
otras intervenciones que nos abrirán a una perspectiva más científica del tema.
La primera de esas historias es la de Manaj Singh de los
suburbios de Calcuta, un conductor de uno de esos pequeños carros de una plaza
que llevan a un pasajero, tirados por una persona. La forma de percibirse a sí
mismo, a su trabajo y a sus condiciones de vida –extremadamente humildes- hace
que, según nos informa la narradora, Manaj Singh sea más feliz que el ciudadano
americano medio. El entrevistado menciona al pasar las penurias de ese trabajo,
mientras pone en primer plano la alegría que le deparan sus vínculos familiares
y vecinales.
La felicidad reside en la propia percepción de nuestra
vida, una trama de vínculos y todo aquello que nos espera al regresar. Es lo
que está allí, al alcance de la mano, por pequeño que parezca y no aquello que
es imposible de conseguir. Lo pequeño y lo más cotidiano se convierte en lo más
importante. Sólo es preciso saber verlo.
¿Hay
un punto inicial de esta actitud? La Dra. Sonja Lyubomirsky, de la Universidad
de Riverside señala que contamos un 50% de predisposición genética para obtener
la felicidad, un 10% de hechos externos que la favorecen y un 40 % de conductas
intencionales, actividades destinadas a obtenerla. Ante cualquier dificultad
tendemos, dice, a volver al punto inicial, ese 50% genético.
Pareciera que la felicidad es
recuperar un equilibro pero también hacer un descubrimiento. Es importante para
ser feliz adaptarse cada persona a lo que hace y cambiarlo de manera consciente.
Son cambios que pueden ser pequeños o
grandes. La actitud flexible hacia el cambio parece ser la clave.
La felicidad es la belleza y quietud de los brazos
pantanosos de Louisiana, en Florida,
donde vive Roy Blanchard con su extensa familia, es el reunirse, pasar
tiempo juntos cocinando lo que pescan, observando los pájaros, nos atardeceres
y para Rolando Fadul en Brasil, es poder hacer surf, disfrutarlo con su hijo y
vivir en un ambiente de libertad. Hay algo espiritual en el surf, dice, en
remontar una ola y estar el permanente contacto con el mar.
Deudas pendientes
Hay entonces una idea de la felicidad vinculada a lo más
cercano y sencillo pero hay otra que se siente en la práctica de algunas
actividades que demandan esfuerzo, riesgo y concentración, que llevan a cabo
personas que no sacan ningún beneficio de ellas y que no se proponen hacerlas
profesionalmente: la escalada, por ejemplo o, como en mi caso, el vuelo en avión
o el viajar en moto.
El
doctor Mihaly Cikszentmihalyi, de la Universidad de Claremont se dedicó a su
estudio y acuñó el término Flow, con
el cual designa a la especial corriente que se genera del simple hecho de
practicar la actividad, que produce dos cosas: el poder estar en control de las
acciones que requiere y el dejar atrás a todo lo demás por lo demandante que es
la actividad en sí misma: “se olvidan de sus problemas, tienen el control”,
dice.
Esta
sinergia se produce también en un trabajo que nos gusta hacer. Expande nuestros
límites, se podría agregar y nos lleva al encuentro de algo muy interno cuyo
contacto es lo que nos genera la energía vinculada al placer: el comando de un
avión, el manillar de una moto, la altura, el camino, el ruido, la jornada de
viaje, la sensación de estar logrando algo que siempre habíamos querido.
Viejas fotos del viaje en moto de mis padres acompañaron
mi infancia y ahora me acompañan en mi escritorio de trabajo. Los viajes
estaban esperándome allí, en un rincón y, mientras trabajaba, estudiaba y hacía
“mi vida”, yo lo ignoraba y ahora, en cada viaje, recupero parte de lo que la
vida les negó a ellos. El mundo conocido se expande. Saldamos una deuda
pendiente, recordamos, traemos de nuevo a quienes ya no están.
Conceptos ciertos y conceptos
equivocados
Hay
varios conceptos equivocados sobre la felicidad, dice el autor Daniel Gilbert.
Se la vincula con hechos positivos y negativos. No hay felicidad posible por
debajo de un nivel de subsistencia, pero cubiertas las necesidades básicas está
la idea de que un hecho positivo y esperado nos hará sentir felicidad y que un
hecho negativo tendrá el efecto contrario. Sin embargo, señala, el efecto
negativo, aunque intenso, tiene una duración limitada y de él se pueden sacar
sentimientos positivos que nos hagan sentirnos felices y enseñarnos algo nuevo:
precisamente nuestra capacidad de enfrentar la adversidad.
La
narradora nos lleva a un rancho de Texas conde Melissa Moody cría caballos. Sus
fotos la muestran como una bella joven y luego una bella mujer que, a raíz del
ataque de su cuñada, que le pasó por encima con una camioneta, debió sufrir
muchas operaciones para recomponer su rostro. En el proceso, su esposo la
abandonó y su vida, tal como la conocía, fue destruida; sin embargo, le fue
posible encontrar un sentido en el propio hecho de enfrentar la adversidad y
vive cada día como una meta a la que ha podido llegar; volvió a casarse, siguió
viviendo con sus hijos y criando caballos y se siente completamente feliz.
Valores intrínsecos
y extrínsecos
Tim Kasser, del Knox College vincula la felicidad a dos
tipos de objetivos, los extrínsecos y los intrínsecos: los primeros se
encuentran en el mundo exterior y están dados por los valores del tener, el
estatus, el dinero la imagen ante los demás. Los intrínsecos se originan en necesidades psicológicas de
cada sujeto y se refieren al crecimiento
personal, la relación con los demás y el deseo de ayudar.
Quienes pugnan por obtener los objetivos extrínsecos son
personas más ansiosas, egoístas, depresivas y superficiales. Marcado por el
hedonismo, el círculo del tener es inacabable: una vez procurada una cosa se
desea otra y los vínculos generados con los demás no son profundos. Según
encuestas, durante los últimos cincuenta
años la riqueza per capita y la
disponibilidad de bienes se han incrementado, sin embargo la felicidad ha permanecido
en el mismo nivel, estancada. Más
riqueza no significa más felicidad.
Los fines intrínsecos se vinculan a una subjetividad más
profunda y tienen que ver con otros valores: el vínculo con los demás, la
generosidad y el altruismo.
Nos recuerda a la idea de Viktor Frankl que señalaba que
la postura ante lo que nos pasa debe estar solamente reservada a nosotros: no
podemos hacer depender nuestra felicidad de la actitud de alguien hacia
nosotros porque al hacerlo le estamos dando el poder de decidir sobre
nuestra propia felicidad, una que íntimamente
nos concierne.
Es tan cierto como el hecho de que hay que ser
prácticamente un monje budista para no sentirse afectado con actitudes de los demás.
Si el diario para el cual escribo desde 1984 no se hace eco de ninguna de mis
publicaciones y sí lo hace con las de otros, no puedo evitar sentirme afectado,
pese a que me diga que la culpa de eso no es de mis textos –porque si no creo
en ellos ya no puedo creer en nada- sino de su invisibilidad para alguien
mediocre que no puede valorarlos en lo más mínimo.
La felicidad pasa, a veces por ir hacia adentro y
encontrar la fuerza para resistir dentro de nosotros mismos y de nuestras
propias capacidades y seguir adelante, aunque no haya ninguna expectativa
externa acerca de lo que se pueda obtener. Estar seguros y no dudar parece ser
la premisa que nos permite recuperar el equilibrio y seguir produciendo.
Seguimos un impulso muy poderoso y ese solo hecho produce felicidad.
No se trata de que algo no nos afecte –siempre nos va a
afectar- sino al equilibrio que podamos encontrar luego de que ese algo nos aflija:
eso es lo que nos hará sentir felices y no el hecho de la aceptación de alguien
a quien no le interesamos en lo más mínimo: ese desinterés lo deslegitima como
alguien significativo. Es decir
que es en aquello significativo donde podremos encontrar la felicidad, una capaz
de resistir, una que haya llegado para quedarse y que pueda sostenernos y
darnos un sentido.
Felicidad Nacional
Bruta
La narradora sigue paseándonos de un país a otro y en
cada estación de su mapa sabemos que habrá de depararnos algo nuevo,
sorprendente y que nos abrirá el horizonte de nuestra percepción hacia
distintas formas de vida.
Japón, nos dice, pese a su gran desarrollo tecnológico,
es la nación donde la gente es menos feliz y en donde hay personas que,
literalmente, trabajan hasta morir. Es algo tan frecuente que hay una palabra
para designarlo: Karoshi.
Hiroko Uchida
nos cuenta la historia de su esposo, que, siendo supervisor de Toyota,
murió súbitamente mientras trabajaba. Relata que siempre estaba ausente,
pensando en otra cosa, que no se daba tiempo para jugar con su hija de tres
años ni disfrutar de su familia. Hiroco Uchida forma parte de un coro de
víctimas de Karoshi, casi todas mujeres, seguramente esposas o madres de
víctimas de esta forma de muerte. Es un coro numeroso, lo que da idea de la
dimensión del fenómeno.
Sin embargo en Buthan, un pequeño país asiático, el
concepto es el opuesto: el desarrollo industrial y tecnológico rompe el vínculo
de las personas con el medio ambiente y privilegia valores que no son
sustentables.
En lugar de la idea de Producto Bruto Interno rige la de Felicidad Nacional Bruta y se fomentan
los lazos entre las personas con su ambiente y con su identidad histórica y
cultural.
Buthan podría exportar energía eléctrica a India, pero
eso significaría inundar parte de su superficie y talar bosques, que constituyen
el 60% de su territorio. Se opta entonces por una vida sencilla y humilde y por
la preservación de la identidad cultural, así como por valores diferentes a los
del tener y a la competitividad, para centrarse en los de la cooperación, lo
inmaterial y lo identitario.
Hay varios ejemplos más que nos presenta la narración
pero vale la pena detenerse en el de Okinawa, isla que reúne la mayor cantidad
de personas mayores de cien años de edad. Algunas de ellas han sobrevivido a la
guerra y perdido a todos sus familiares en ella. Una banda de música integrada
por jóvenes de entre 20 y 30 años, sostenida por la comunidad, hace música
tradicional y actúa cada viernes en un pueblo distinto: lo hace ante un público
formado por personas de distintas generaciones que comparten la experiencia de
la música y el baile. Generaciones unidas en la tradición y en la intensidad de
un momento vivido en común.
Cada
tarde los adultos mayores comparten el té en un centro comunitario y cuentan
sus experiencias de vida. Hacen cultivos sustentables como medio de
subsistencia y obtienen vegetales que brindan a otros como obsequio. Hay una
palabra: “ibaribachode”; significa que cuando se conoce a alguien se hace de él
o de ella un hermano o una hermana. Las cenizas de los mueren van a un lugar
común. Conviven en la vida y más allá de ella.
Algo más grande
que nosotros
Hay más historias y cada una contiene
una idea de la felicidad pero todas se conectan en algo: el Dr. Ed Diener,
profesor de psicología de la Universidad de Illinoils señala que las personas
más felices son las que tienen lazos más fuertes con los demás y con su
familia.
Por un lado la felicidad es una búsqueda interna y por
otro el brindarse a los demás.
Andy Wimmer era un exitoso y joven banquero cuando
descubrió que el modo de dar significado
a su vida era la ayuda a los demás y decidió irse a la Misión de Caridad de la
Madre Teresa de Calcuta, donde se atiende a personas disminuidas, en situación
de calle o enfermos y el significado de la vida para él es hacerles sentir que esas
personas importan, que cualquier gesto, por mínimo que parezca, es muy valioso.
Refiere que al ofrecerle un vaso de agua a un joven de 15 años que estaba moribundo,
de pronto el joven lo miró a los ojos, agradecido, y que eso fue una especie de
rayo de luz, una revelación y un significado para su vida.
“Mi vida es un préstamo” dice “y debo devolverlo con
interés”.
La felicidad individual se agota en el propio egoísmo
pero la búsqueda de la felicidad en la interacción y en la ayuda a los demás la
ennoblece.
A veces estos gestos son inadvertidos pero están y en la
medida en que los practicamos asumiremos que la vida se construye en la
interacción y que si esa idea se llevara a su máxima expresión el mundo será un
lugar mejor.
La pregunta inicial
Entonces, ¿qué
podemos responder a la pregunta inicial acerca de qué es la felicidad?
Etimológicamente, la palabra felicidad proviene
del latín felicĭtas, felicitātis, que a su vez se
deriva de felix, felīcis, que significa ‘fértil’,
‘fecundo’. Es el concepto de Wimmer: la felicidad reside en aquello que da
frutos, que es fecundo, que está dirigido a alguien que lo recibe.
El
diccionario Salvat nos dice que es un
“Estado en que se encuentra una persona cuando coinciden sus deseos con lo que la
vida le ofrece”.
Luego
pasa revista al concepto según las épocas: sentimiento de satisfacción con uno
mismo (Boecio) y, ya en la edad moderna, lo asocia a la sensación de placer e
individualismo.
Podemos
aproximarnos la idea de lo que la felicidad es considerándola un estado de
armonía entre nuestro interior y nuestra vida, un estado en que de pronto se
hace significativo no aquello que está más lejos, es más externo y a lo cual
difícil llegar, sino precisamente lo opuesto, lo que está más cerca, lo que nos
es más preciado, lo que hace a lo que somos interna y profundamente y que la
felicidad consiste precisamente en descubrirlo y valorarlo. Ser feliz es de
pronto percatarse de algo y poder
sentirlo hondamente. Es conocimiento y es la alegría del conocimiento.
En
una frase de Los puentes de Madison
el personaje de Robert Kincaid dice “Tuve grandes sueños, no se cumplieron,
pero que bueno que los tuve.”
Más
que cumplir los sueños se trata de la posibilidad se soñar, de procurarnos esa
felicidad que nada nos garantiza y que nunca debemos dejar de buscar.
Después
de todo, no sabemos si se trata de un estado duradero o de simplemente un
sentimiento de luz que aparece de pronto, lo que sí sabemos es todo lo que implica
hacer para sentirla y que ese esfuerzo nunca se puede detener.
Eduardo Balestena
27/29 de noviembre de 2023
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