domingo, 5 de noviembre de 2023

Historias de detectives: ¿Qué nos atrapa de ellas y cómo funcionan?




 

El día ha sido largo y difícil o la semana, con cosas que no nos ha dado tregua, acaba de una vez; entonces encontramos que en Film and Arts anuncian un episodio de Vera. Quizás lo hayamos visto antes pero no importa. Efectivamente, una escena en una fábrica, una pequeña casa o una calle, todo bajo un cielo nublado, un gesto, una respuesta evasiva, nos indican que así es y los recuerdos, que parecían perdidos, empiezan a subir de esa zona difusa donde quedan las imágenes, como archivadas; una invisible mano las saca de su estante, las trae de nuevo y las despliega. En la mitad del capítulo hemos recordado ya quién es el asesino o la asesina pero igual seguimos mirando con el mismo interés que la primera vez.

¿Cuáles son las razones de esa atracción?

La respuesta no es fácil de encontrar y parece depender de varias cosas.

 

Un código conocido

Pensemos por un momento en las series y miniseries inglesas: alguien transita en un lugar solitario, por ejemplo, vestido con ropa deportiva, corre; o bien ese alguien está en una playa o pasea por un camino angosto, entre los árboles. Sabemos que en cualquier momento aparecerá un cadáver. A veces la variante es menos verosímil: el dueño de un chatarrería – en Unforgotten- llega al predio escuchando la radio de su auto cuando de pronto la pierna de un cadáver sin cabeza emerge de la puerta abierta de un refrigerador que una grúa está por levantar por medio de un gancho.

¿Quién era la víctima? ¿Qué hacia allí? ¿Quién pudo ser el asesino? ¿Tenía enemigos? ¿Qué hay de su estado bancario?

En Unforgotten, estas preguntas y diligencias preliminares alternan con pasajes de la vida cotidiana de distintas personas. Sabemos que estarán vinculadas a la trama pero ¿de qué manera? ¿Será alguno de ellos el asesino? ¿Lo serán todos, como en Crimen en el Expreso de Oriente?

Las pistas comienzan a aparecer pronto y generan una serie de caminos laterales que se abren a episodios paralelos ¿tendrán que ver con el crimen o no? Como veteranos en el género, aprendemos a desconfiar de las pistas que parecen más sólidas porque resultan demasiado claras y obvias y sabemos que la verdad habrá de ser más indirecta e intrincada y que tardará en aparecer.

            Surge un hallazgo sorpresivo y Vera o  Cassi Stuart le indican a Ailen o a Sunny que tomen el abrigo porque tienen que salir ya mismo a interrogar de nuevo a determinado testigo que –descubren- no dijo todo lo que sabía. A veces el enunciado es explícito: “hagámosle una visita” y la acción se ramifica en otras situaciones y cuando todo parece a punto de resolverse sucede algo que lleva a la investigación de nuevo al punto de partida.

            Ante la frase, que es también una revelación: “hay algo que  se nos está pasando por alto” surge un nuevo rumbo pero el hallazgo final aparece súbitamente de algo que  Vera y Ailen o Cassi y Sunny no habían advertido, porque el rumbo anterior de la investigación se enfocaba en otras situaciones.

            Este mecanismo no podría funcionar sin otro paralelo a la acción central, que es el referido a la vida privada del detective.

Siempre la o el protagonista guardan un oscuro secreto, algo no dicho pero de lo cual existen indicios velados. El personaje debe luchar contra una adversidad que  lo distrae del caso pero a veces es el caso el que lo distrae de algo que necesita eludir (la soledad, el alcohol, un antiguo trauma). El o la detective son solitarios, reservados y no siempre pacientes. Tienen un trato rudo. Hablan poco. No dan abrazos ni besan. No dicen palabras amables. O son así por naturaleza o los hizo así algo que ignoramos.

            Otro personaje clave es el forense que suele chocar con la o el detective y que siempre termina dando la clave del caso, una que necesita un camino que desde un sospechoso lleve hacia esa clave. Con el forense se discute y se lo apremia para que descubra esa pieza elusiva donde todo el enigma descansa. Es el lado científico de la historia, que le brinda cierta “racionalidad.”

 

            Camino y desenlace

            Un hallazgo genera un interrogante cuya resolución esperamos pero dicha resolución se demora: en eso radica la intriga, una que se ve reforzada cuando hay más de un sospechoso pero que admite, por decirlo así, “un cupo máximo” para que la historia no se diversifique en caminos que nunca encontraran conclusión. Los enigmas a veces se abren en abanico y otras se suceden unos a otros, pero no todo puede ser enigma, debe haber alguna resolución en algún momento y esas resoluciones son parciales y conducen a nuevos enigmas: así (como diría Haroldo Conti) parece funcionar el asunto.

            La intriga debe estar apoyada en circunstancias “medianamente” verosímiles dentro de la acción por la que opera la trama. Desde ese punto de vista, intriga y verosimilitud nunca dejan de existir asociadas y forman un mecanismo que va encadenándose cada vez con mayor intensidad; eso es precisamente lo que sostiene la intriga.

            Un cuerpo permanece mutilado dentro de un refrigerador durante treinta años, mientras que la cabeza es hallada en otro refrigerador que es encontrado en un depósito de muebles. La causa de la muerte es la herida producida por una lapicera clavada en la sien del occiso: es en síntesis el argumento de la cuarta temporada de  Unforgotten. Se trata del cadáver de un hampón que fue interceptado por uno de los miembros de un grupo de cadetes de policía que viajaba en un auto, luego de su fiesta de graduación. A poco que lo pensemos, todo eso resulta absurdo, pero mientras dura la miniserie serie la historia se sostiene: lo hace por la intriga (¿quién de ellos fue si es que fue alguno?  ¿Qué habrá de suceder?), y más que nada, por las actuaciones actorales. A mayor incongruencia de la trama es mayor la importancia de las actuaciones.

            El  desenlace y la consiguiente resolución de  todos los interrogantes se produce en los últimos minutos; ello sucede de manera muy  rápida y la resolución es tan abstrusa que una mente racional no podría nunca concebirla, ni establecer la serie de premisas y conclusiones capaces de conducir hasta ella; pero el argumento es lo que menos nos importa de la serie o de la miniserie. Importan los pasos intermedios, ese largo camino en cuyo curso van siendo despejadas las incógnitas e inducidas las pistas nuevas –por más increíbles que parezcan- y mientras lo hace se asoma a la vida de los distintos personajes.

            Sin embargo, parecen ser estas particularidades lo que precisamente esperamos de esta especie narrativa. No buscamos racionalidad ni el enigma clásico, sino algo que se le parezca por fuera.

 

            “¿A dónde vas cariño?”

¿Qué esperamos de Vera, por ejemplo?

Al llegar la policía a su casa, una sospechosa que tenía algo que ocultar se apresura a salir, computadora en mano, por la puerta trasera y al abrirla allí está Vera con su sonrisa cerrándole el paso y diciéndole algo como “¿A dónde vas cariño?”

Son justamente esos gestos lo que esperamos y el encadenamiento de indicios, revelaciones e intrigas sólo parece ser el andamiaje para que tales gestos y los diálogos que los acompañan sucedan.

            Las fuentes de esta especie narrativa híbrida parecen ser a la vez el relato de enigma y el policial negro.

            El primero porque el crimen es planteado como una incógnita que la o el detective busca despejar “racionalmente”, por medio de la observación y de inferencias lógicas, pero al mismo tiempo rige no sólo la racionalidad sino la ley de la calle, donde la naturaleza y la vida de los personajes pueden llegar a ser más importantes que el enigma en sí mismo, es decir, un elemento típico de la novela negra donde el crimen es solo una parte más de una trama de caracteres muy distintos entre sí.

            En la jefatura policial siempre hay un ámbito donde trabajan todos los miembros del equipo y en el centro hay una pizarra  donde van siendo colocadas las fotos de los sospechosos y las líneas que los vinculan al crimen. El enigma es representado allí donde no solo es posible ver los rostros sino que a la vez sirve de inspiración a esa corazonada que plantea siempre una posibilidad inesperada. –de pronto Vera o Cassi Stuart observa la pizarra y dice “cómo es que no lo había visto antes” y sale rápidamente en busca de una nueva pista. El enigma inicial va siendo atravesado por posibilidades, representadas en líneas que vinculan a los personajes y va cambiando de forma.

            Al final, cuando la solución se ha producido, las fotos son quitadas, las líneas son borradas y la pizarra recupera su blancura.

            La oficina del detective da a ese espacio común pero ella o él nunca están demasiado tiempo en su oficina: apenas entran vuelven a salir para encaminarse a la pizarra, formular nuevas preguntas y ordenar a alguien que averigüe sobre transacciones bancarias o comunicaciones y a otro comprobar tal o cual coartada. Cuando no les queda más remedio, vuelven a su casa o al bote en el que viven (The Chelsea Detective).

Algo muy injusto le pasó al detective en su vida –una separación, una muerte o vaya a saber qué- y busca (¿busca?) sobreponerse, a la vez que no le cuenta a nadie aquello que lo hace sufrir porque no tiene amigos, no tiene a nadie cercano y sólo bebe y come comida chatarra. A veces, como Wallander, tiene un perro, único ser en quien definitivamente se puede confiar. Al detective le están vedados el sexo, la tranquilidad, la buena comida y el ocio (o sea todo aquello por lo cual vale la pena vivir).

El detective es siempre escéptico, no confía en nadie y no deja que nadie se le acerque demasiado. No tiene placeres ni pasiones y todo a su alrededor es penumbra y oscuridad: la cámara lo toma solo, en su oficina, con la simple luz de una lámpara de escritorio. Prefiere estar allí a volver a su casa o al bote-hogar; o si no es allí, la lente lo muestra en la cocina de su casa, con una botella y un sándwich que ya sufre de rigidez cadavérica. El Land Rover de Vera fue de su padre, está mordido por el óxido y nunca debe haber conocido un lavado. Nada hay de cuidado y prolijo en la vida de la detective. Nada hay de nuevo. Nada de placentero y esa es una de las mayores convenciones de la especie, más importante todavía que el enigma, y eso la acerca a la novela negra, a un detective como Phillippe Marlowe y hace del enigma una cuestión secundaria.

 

“Si esto se confirma estarás en problemas, mejor dime la verdad ahora”

Paul Grice (13.III.1913, Birmingham, Inglaterra, 28.VIII.1988, Berkeley, California) fue un filósofo que llevó a cabo un gran aporte en el campo de la teoría del significado y de la comunicación. Hay en el habla enunciados literales y otros no literales y para establecer un mensaje se necesita la cooperación de los hablantes. El mensaje adquiere significado en el contexto y en la cultura o el modo de vida de los distintos personajes.

Me propongo llegar a Saint Jean de Luz, viajo en moto, estoy en una ciudad cercana pero el Google maps por el cual me guío en la navegación, me mantiene encerrado dentro de un circuito de rotondas del cual no puedo salir. No hablo francés y aquellos a quienes les pido indicaciones no hablan ni español ni inglés. No obstante, me indican correctamente, ponen empeño en hacerlo y pronto puedo retomar el camino: la comunicación estuvo basada en la cooperación, en la tácita certeza de que las indicaciones serían brindadas de buena fe y con amabilidad.

El lenguaje es cooperación, una que es posible percibir en el tono de voz, los gestos y en esos instantes en que ese alguien que nos ayuda piensa tratando de encontrar el modo de hacerlo mejor. Los gestos son parte del mensaje.

El relato de detectives, tal como venimos considerándolo, descansa precisamente en la ruptura de la cooperación y está lleno de sobreentendidos, de amenazas veladas o de actitudes desafiantes como el “sin comentarios” que suelen responder los sospechosos cuando se sienten acorralados en el interrogatorio. Tampoco hay una cooperación estricta entre el equipo policial sino aquello que resulta del cumplimiento de órdenes. Por un lado el lenguaje es hostil y tramposo y por otro es jerárquico y disciplinado.

Paul Grice establece varias máximas para que sea posible llevar a cabo una comunicación con un interlocutor:

La primera es la máxima de cantidad, relativa a la cantidad de información que el interlocutor suministra al hablante, para cumplir con lo requerido por este y con la finalidad del intercambio.

La segunda es la máxima de calidad, vinculada a la verdad de la contribución –en mi caso, pese a las diferencias de idioma, la calidad de la información me permitió salir del laberinto de rotondas y llegar a destino-.

La tercera es la máxima de relación, que se refiere a ir al punto y no desviar la atención del hablante. Nuevamente en mi caso, la información fue certera.

La cuarta es la modalidad o manera, que implica abolir la ambigüedad.

Como vemos, las máximas están vinculadas estrechamente entre sí y se hace difícil distinguir unas de otras, también es posible advertir que, justamente, la especie del relato que nos ocupa se basa precisamente en violar todas estas máximas.

En efecto, uno de los recursos centrales es que el testigo, luego devenido en sospechoso, oculta algo que el detective averigua más tarde por otra vía y debido a ello resuelve interrogarlo nuevamente, aumentando la intensidad de la sospecha inicial. La respuesta del interpelado invariablemente es: “porque pensé que no era importante” ante lo cual la réplica de Vera es “estamos en la investigación  de un crimen cariño y nosotros decidimos qué es lo importante”.

La información omitida –primera máxima- se vincula a la calidad, es decir si  dicha información omitida es relevante, veraz y unívoca, como lo demandan las restantes máximas.

Generalmente éste es un camino falso porque la resolución final es la menos predecible, la que es encontrada casi por casualidad y el sospechoso o la sospechosa son quienes parecían más inocentes y lejanos a la víctima.

Hay sin embargo algo más en este lenguaje, lo que Roland Barthés (Cherburgo, 12.IX.1915; París 26.III.1980) en el conjunto de los códigos de significación, llama el código proairético, que es el referido a las acciones y comportamientos de los personajes.

Este código es muy visible en la especie detectivesca: una mirada aviesa del testigo luego de un interrogatorio –que nos lleva a anticipar una sospecha sobre él- o un gesto de fastidio ante el regreso de Vera o Cassi Stuart a interrogar a ese personaje que las mira torvamente desde detrás de un cortinado. El trabajo del código proairético y su efectividad dependen de las actuaciones, algo en lo cual las series y miniseries suelen destacarse. El gesto y las actitudes se unen a las palabras y entre ambos crean un significado, alimentan la intriga o hacen menos inverosímil la trama.

Dejemos códigos y máximas aquí porque, aunque podamos ir más lejos, los expuestos son aquellos por los cuales, inevitablemente, discurre la especie.

 

Me preguntaba

            Quizás haya sido Columbo quien inauguró la imagen detectivesca de la vieja gabardina verde, la apariencia descuidada y la persistencia.

            Cuando parecía que, luego de interrogar al sospechoso, estaba yéndose  de pronto se volvía, alzaba su brazo o llevaba la mano a la frente en un gesto de perplejidad y decía algo como “me preguntaba…” y entonces formulaba la requisitoria inesperada, aquella que ponía en evidencia que la versión del sospechoso presentaba un vacío del cual el sospechoso no se había percatado.

            El Peugeot 403 berlina en el que andaba parecía ser parte de la apariencia desalineada del personaje pero se trata, en el mundo automovilístico, de un auto de gran interés para el conocedor, porque es en sí mismo muy bello y no fueron construidos muchos ejemplares: Lo que es presentado de una manera resulta ser de otra: nada en esta especie narrativa parece ser creíble del todo.

 

            ¿Se cierra el caso?

            Luego de un breve recorrido por las historias de detectives ¿qué podemos responder a la pregunta inicial? Si las tramas son inverosímiles, a veces indiscernibles y  siempre confusas  ¿a qué obedece nuestro interés en ellas a grado tal de llevarnos a ver un mismo episodio más de una vez?

            Quizás debamos encontrar una respuesta en que esta clase de historias son un simple entretenimiento que usa del enigma para crear una forma de evasión que reside, más que nada, en esperar aquellos tics de un personaje que se nos hace entrañable gracias a sus propias debilidades.

            Si algo les da vigencia son precisamente aquellas cosas reconocibles de alguien que es distinto a todos los demás.    

            Finalmente, no terminamos de discernir las tramas pero sí recordamos siempre las frases y los gestos de personajes que nunca habremos de olvidar y esperamos la oportunidad de verlos de nuevo en otro episodio, desconocido o no.

(Mar del Plata, 3/ 4 de noviembre, 2023)

           

Eduardo Balestena

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