miércoles, 5 de julio de 2023

Ray Bradbury planteaba nuestros propios interrogantes en un cuento de anticipación


 

 

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              La gran pregunta

La pregunta que nos surge hoy es si la tecnología nos libera o nos aprisiona, haciéndonos más dependientes de ella y menos capaces por nosotros mismos y limitando nuestras habilidades al solo manejo de aplicaciones y un teléfono celular.

            Las habilidades tecnológicas  parecen estar desplazando a las esencialmente humanas. Sabemos –o muchos saben- manipular aparatos pero ignoramos las preguntas centrales, como aquella que se interroga acerca de si todo eso habrá de depararnos la felicidad o la liberación, o si esas cosas dependen de algo mucho más simple, que es el arte de vivir, que a veces se limita a sobrevivir en un mundo con cada vez más flujo de información pero al mismo tiempo más frívolo y superficial.

            Estos interrogantes, que parecen surgir ante la realidad compleja de ser gobernados por sistemas que no conocemos ni podemos entender, ya estaban presentes en un cuento que Ray Bradbury escribió en 1953, hace 70 años

           

El asesino

 The Murderer –El asesino- es un episodio del El teatro de Ray Bradbury, un programa de televisión transmitido desde 1985 a 1992.

El episodio en cuestión está basado en el cuento del mismo título, escrito en 1953.

Nacido en 1920, Ray Bradbury era un escritor joven y maduro como tal al momento de plasmar esta historia; para entonces ya había escrito uno de sus libros centrales: la serie de cuentos que integran su volumen Crónicas marcianas  (1950)[1], y su magistral novela Farenheit 451 fue publicada durante el mismo año en el que El asesino fue escrito.

 Compacto, intenso, en más de una manera violento, todos los principales motivos de  Bradbury aparecen en este cuento: el hombre dominado por la tecnología, etiquetado por las autoridades como un inadaptado y  aislado en el seno de un modo de vida frívolo y superficial.

 

La historia

En el propio comienzo, un psiquiatra es enviado a un gran edificio. Su misión es examinar a un prisionero apodado “el asesino”. Una seguidilla de insistentes ruidos surge tanto a su entrada al edificio como a lo largo de su camino. Permanentemente, el psiquiatra debe atender llamadas de su hijo, su secretaria y su esposa, demandándole distintas cosas, varias de ellas intrascendentes.

Sin embargo, luego de traspasar una entrada que conduce a la celda donde está el prisionero, apenas entra en el lugar para entrevistarlo percibe un hondo silencio y quietud. Desde un rincón de la celda, saliendo de la oscuridad, “el asesino” aparece.

Mr. Brock, un importante arquitecto, es el prisionero entrevistado y el personaje principal. Hace notar al psiquiatra que el silencio se debe a que de un puntapié “asesinó” a la radio, luego de ello toma un aparato de comunicación que el doctor lleva en su solapa y lo muerde, inutilizándolo. El médico le hace notar que ese dispositivo cuesta trescientos dólares que el prisionero deberá pagar, pero a éste eso no le importa. Tan pronto como el psiquiatra saca su grabador para obtener un registro de la entrevista, Mr. Brock se lo quita y lo deja caer en una jarra llena de agua. Deberá pagar otros trescientos dólares por eso.

“El asesino” explica que él no es un hombre violento más que con las máquinas a las que llama “jak, jak”.

El prisionero sostiene la idea de que teléfonos y aparatos drenan nuestra personalidad y  demandan nuestra continua atención, como niños malcriados. “Nuestra rutina diaria es una gran escucha”, dice, “una sinfonía de ruidos y una cacofonía visual.”  

Luego de esa introducción, Mr. Brock narra al doctor su primer acto de rebelión. Su primera víctima fue su teléfono, arrojado a la basura. Después de eso comenzó a destruir todos los aparatos que encontró en su camino 

Sostiene que para él eso sería el comienzo de una rebelión que esperaba que fuera seguida por muchos otros, ya que la tecnología invade toda nuestra vida y un mundo sin ella parece inconcebible para la mayoría. Ese quizás sea el verdadero problema, la incapacidad de concebir otro mundo posible que aquel que nos es dado y que, dentro de su legalidad, lo único que cabe es perfeccionar más y más la tecnología que lo rige.

El doctor piensa que la actitud de Mr. Brock es extrema y violenta, pero al final se da cuenta de que, al menos en un aspecto, “el asesino” tiene razón, ya que el propio psiquiatra se siente abrumado, invadido y sobrepasado por la tecnología.

En el final, el doctor, luego de una serie de interrupciones e “invasiones”,  también decide destruir todos los aparatos que hay en su propio escritorio.

     

            Un mundo gobernado por dispositivos

            El hecho de que “El asesino” sea presentado como un villano en el cuento es una ironía. Hay daños a lo largo del texto pero ninguna muerte. Los aparatos son asumidos como seres vivos, objetos valiosos y sagrados para la sociedad, que no concibe la vida sin ellos y que legitima que puedan gobernar esa vida. Empezar una rebelión contra ellos es considerado un crimen.

            Tal es la ironía central planteada, que es la propia base del cuento

            La concepción que de la tecnología aparece en el cuento es extrema, ya que aquella no es negativa ni positiva en sí misma, sino por el uso que de ella se haga, que depende de las personas, que pueden usarla como herramientas o hacerla algo esencial de sus vidas.

            El personaje vive de acuerdo a sus ideas, tratando de mejorar a la sociedad de acuerdo a su propia convicción, poniendo sus propias ideas en práctica, con ello asume que su concepto es único y que vale la pena imponerlo. Sin embargo, este elemento funciona como un recurso del narrador para colocar a la tecnología en el centro de su análisis, exagerando su poder, presencia y significación.       

            La brújula moral de Mr. Brock finalmente lo conduce al sistema penal. Él está preparado para aceptar la condena social porque se asume a sí mismo como un héroe.

            Una variante es pensar que aquel que se resiste al uso de la tecnología va siendo socialmente marginado por el propio modo de funcionamiento social, que demanda cada vez mayor complejidad en cosas que supuestamente deberían facilitarnos la vida pero que no siempre lo hacen.

            Hoy, si caminamos por las calles de grandes ciudades a gran mayoría de las personas irá como hipnotizada, con su teléfono en la mano y muchos hablando solos (lo digno de interés siempre parece estar en otro sitio y no en aquello más cercano). Como un gurú infalible su teléfono los guía, les dice a dónde ir, a dónde doblar, en un mundo donde el sentido último sin embargo queda más y más lejos, fuera de la frontera de cualquier navegador pero ellos no lo saben. Navegamos seguros con Google ¿pero rumbo a dónde?

Si pensamos que “El asesino” fue escrito hace setenta años, forzoso es asumir lo visionario que fue Ray Bradbury al concebir este texto.

Hoy en día, la tecnología nos modela de una forma que seguramente sería inimaginable para los lectores de 1953, pero no para un escritor visionario.


https://www.youtube.com/watch?v=ZAWd0H9OknA&t=8s


[1] Jorge Luis Borges wrote a very laudatory prologue of this book in the argentine edition.

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