La gran pregunta
La pregunta que nos surge hoy es si la tecnología
nos libera o nos aprisiona, haciéndonos más dependientes de ella y menos capaces por nosotros mismos y
limitando nuestras habilidades al solo manejo de aplicaciones y un teléfono
celular.
Las habilidades tecnológicas parecen estar desplazando a las esencialmente
humanas. Sabemos –o muchos saben- manipular aparatos pero ignoramos las
preguntas centrales, como aquella que se interroga acerca de si todo eso habrá
de depararnos la felicidad o la liberación, o si esas cosas dependen de algo
mucho más simple, que es el arte de vivir, que a veces se limita a sobrevivir
en un mundo con cada vez más flujo de información pero al mismo tiempo más
frívolo y superficial.
Estos interrogantes, que parecen
surgir ante la realidad compleja de ser gobernados por sistemas que no
conocemos ni podemos entender, ya estaban presentes en un cuento que Ray
Bradbury escribió en 1953, hace 70 años
El asesino
The Murderer –El asesino- es un episodio del El teatro de Ray
Bradbury, un programa de televisión transmitido desde 1985 a 1992.
El episodio en cuestión está basado en el cuento
del mismo título, escrito en 1953.
Nacido en 1920, Ray Bradbury era un escritor
joven y maduro como tal al momento de plasmar esta historia; para entonces ya
había escrito uno de sus libros centrales: la serie de cuentos que integran su
volumen Crónicas marcianas (1950)[1], y su
magistral novela Farenheit 451 fue
publicada durante el mismo año en el que El
asesino fue escrito.
Compacto,
intenso, en más de una manera violento, todos los principales motivos de Bradbury aparecen en este cuento: el hombre
dominado por la tecnología, etiquetado por las autoridades como un inadaptado y
aislado en el seno de un modo de vida
frívolo y superficial.
La historia
En el propio comienzo, un psiquiatra es enviado a
un gran edificio. Su misión es examinar a un prisionero apodado “el asesino”.
Una seguidilla de insistentes ruidos surge tanto a su entrada al edificio como
a lo largo de su camino. Permanentemente, el psiquiatra debe atender llamadas
de su hijo, su secretaria y su esposa, demandándole distintas cosas, varias de
ellas intrascendentes.
Sin embargo, luego de traspasar una entrada que
conduce a la celda donde está el prisionero, apenas entra en el lugar para
entrevistarlo percibe un hondo silencio y quietud. Desde un rincón de la celda,
saliendo de la oscuridad, “el asesino” aparece.
Mr. Brock, un importante arquitecto, es el
prisionero entrevistado y el personaje principal. Hace notar al psiquiatra que
el silencio se debe a que de un puntapié “asesinó” a la radio, luego de ello
toma un aparato de comunicación que el doctor lleva en su solapa y lo muerde,
inutilizándolo. El médico le hace notar que ese dispositivo cuesta trescientos
dólares que el prisionero deberá pagar, pero a éste eso no le importa. Tan
pronto como el psiquiatra saca su grabador para obtener un registro de la
entrevista, Mr. Brock se lo quita y lo deja caer en una jarra llena de agua.
Deberá pagar otros trescientos dólares por eso.
“El asesino” explica que él no es un hombre
violento más que con las máquinas a las que llama “jak, jak”.
El prisionero sostiene la idea de que teléfonos y
aparatos drenan nuestra personalidad y
demandan nuestra continua atención, como niños malcriados. “Nuestra
rutina diaria es una gran escucha”, dice, “una sinfonía de ruidos y una
cacofonía visual.”
Luego de esa introducción, Mr. Brock narra al
doctor su primer acto de rebelión. Su primera víctima fue su teléfono, arrojado
a la basura. Después de eso comenzó a destruir todos los aparatos que encontró
en su camino
Sostiene que para él eso sería el comienzo de una
rebelión que esperaba que fuera seguida por muchos otros, ya que la tecnología
invade toda nuestra vida y un mundo sin ella parece inconcebible para la
mayoría. Ese quizás sea el verdadero problema, la incapacidad de concebir otro
mundo posible que aquel que nos es dado y que, dentro de su legalidad, lo único
que cabe es perfeccionar más y más la tecnología que lo rige.
El doctor piensa que la actitud de Mr. Brock es
extrema y violenta, pero al final se da cuenta de que, al menos en un aspecto,
“el asesino” tiene razón, ya que el propio psiquiatra se siente abrumado,
invadido y sobrepasado por la tecnología.
En el final, el doctor, luego de una serie de
interrupciones e “invasiones”, también
decide destruir todos los aparatos que hay en su propio escritorio.
Un
mundo gobernado por dispositivos
El hecho de que “El asesino” sea presentado como
un villano en el cuento es una ironía. Hay daños a lo largo del texto pero
ninguna muerte. Los aparatos son asumidos como seres vivos, objetos valiosos y
sagrados para la sociedad, que no concibe la vida sin ellos y que legitima que puedan gobernar esa vida. Empezar una rebelión contra ellos es
considerado un crimen.
Tal es la ironía central planteada,
que es la propia base del cuento
La concepción que de la tecnología
aparece en el cuento es extrema, ya que aquella no es negativa ni positiva en
sí misma, sino por el uso que de ella se haga, que depende de las personas, que
pueden usarla como herramientas o hacerla algo esencial de sus vidas.
El personaje vive de acuerdo a sus
ideas, tratando de mejorar a la sociedad de acuerdo a su propia convicción,
poniendo sus propias ideas en práctica, con ello asume que su concepto es único
y que vale la pena imponerlo. Sin embargo, este elemento funciona como un
recurso del narrador para colocar a la tecnología en el centro de su análisis,
exagerando su poder, presencia y significación.
La brújula moral de Mr. Brock
finalmente lo conduce al sistema penal. Él está preparado para aceptar la
condena social porque se asume a sí mismo como un héroe.
Una variante es pensar que aquel que
se resiste al uso de la tecnología va siendo socialmente marginado por el
propio modo de funcionamiento social, que demanda cada vez mayor complejidad en
cosas que supuestamente deberían facilitarnos la vida pero que no siempre lo
hacen.
Hoy, si caminamos por las calles de
grandes ciudades a gran mayoría de las personas irá como hipnotizada, con su teléfono en la
mano y muchos hablando solos (lo digno de interés siempre parece estar en otro
sitio y no en aquello más cercano). Como un gurú infalible su teléfono los
guía, les dice a dónde ir, a dónde doblar, en un mundo donde el sentido último
sin embargo queda más y más lejos, fuera de la frontera de cualquier navegador
pero ellos no lo saben. Navegamos seguros con Google ¿pero
rumbo a dónde?
Si pensamos que “El asesino” fue escrito hace
setenta años, forzoso es asumir lo visionario que fue Ray Bradbury al concebir
este texto.
Hoy en día, la tecnología nos modela de una forma
que seguramente sería inimaginable para los lectores de 1953, pero no para un
escritor visionario.
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