sábado, 22 de julio de 2023

Al rescate de una materia literaria: Historias Robadas, de Jorge Dietsch (MB Editorial, 2023)


 

 

            “Los cuentos reales, expresión que tal vez se me haya pegado del gran Abelardo Castillo (`Los mundos reales´) debe su nombre a que la mayoría de estos cuentos nacieron de historias reales, escuchadas en conversaciones propias o ajenas, vividas o  transpuestas lo más poéticamente que pude a la palabra escrita”. Tal es la propuesta del libro de cuentos y relatos Historias Robadas, El Chimenea y Otros Cuentos Reales de Jorge Dietsch.

            La vida es materia de la literatura, pero requiere ser elaborada literariamente. Algo sucedido, contado, escuchado (a un paciente, o venido por una vía indirecta), perdura y circula en esa elaboración. Después de todo, el momento de la oralidad estaba destinado a no desaparecer. La literatura es esa memoria, ese apresar el momento, fijar la experiencia y hacerla circular hasta donde sea posible.

            Esta oralidad fijada, llevada lo más poéticamente que se puede a la escritura es un postulado tan central que en las Notas para la gratitud, en las últimas páginas del libro, se nos cuenta el origen de cada una de las narraciones y podemos rastrear en ese detalle cuánto hay de sucedido y cuánto de elaborado.

            Registros

            El narrador no se limita a contar algo sino a encontrar la inflexión capaz de plasmar aquella experiencia, la impresión que produce y el significado que hay en ella. El lenguaje, entonces, cambia y lo hace por medio de un trabajo estilístico que al menos tiene cuatro variantes: el del lenguaje en aquello que tiene de simbólico; el diálogo puro; la desaparición del narrador ante la primacía del hecho en sí mismo y la voz reflexiva y lírica de El chimenea, cuyo textura es propia y diferente a la de los otros textos.

            Cosas imposibles de ser dichas

Dividido entonces el libro por registros, en los primeros cuentos el lenguaje trabaja desde lo alusivo de la palabra, en una economía y precisión de recursos que pone en primer plano la imagen que se desea plasmar y su significado.

En De la mano, por ejemplo, una niña asiste al regreso de los soldados sobrevivientes de La Gran Guerra (1914-1918) –entre los que espera encontrar a su padre- y el narrador lo describe con el menor despliegue posible de palabras:

Desde el fondo de la calle los vio aparecer. Venían maltrechos, vendados, con los ojos salidos por la fiebre y el hambre. Con el fusil al hombro como un peso que llevaban en un último esfuerzo. Malheridos y enteros. Y pasaban tan cerca que con solo estirarse podía tocarlos. Pero tuvo la sensación de que eran tan frágiles que si los tocaba, como un trozo de tierra seca se desmoronarían en pedazos.

Por eso, cuando encontró su mirada, se metió con cuidado en las filas, de vuelta a casa, como le había prometido a su madre esa mañana.

(De la mano, en “Historias Robadas”, Edit. MB, Miramar, 2023, pág. 10)

            La palabra expresa en lo que omite y lo que elige decir: la fragilidad, el desamparo, la atroz incertidumbre (¿volverá, no volverá?). Al hacerlo también, sin mencionarla expresamente, caracteriza a la guerra como una maquinaria cruel y absurda que se apropia de las vidas inocentes.

            En la historia lo que se plasma es precisamente eso: el triunfo –por mero azar- de la inocencia y el sentimiento puro.

            Los cuentos de este registro están vinculados precisamente por lo no dicho, por aquello que se alude, lo mismo un vínculo no confesado (Recuerdos en sepia) como algo que aconteció en un lugar que hoy es irreconocible, como en Esa esquina que, junto con De la mano son acaso los cuentos más notables de la serie.

            El personaje de Esa esquina se encuentra de pie en un cruce (en la referencia del final sabremos que es el de San Juan y Libertad):

Hacía grandes esfuerzos, sobre todo en los últimos años, para no tener traspiés con su memoria, pero ella le sorprendía cuando menos imaginaba. Una vez atrapado, no tenía forma de salir. Menos ahora, que el tiempo le había vuelto débil la voluntad.

-¿Sabía usted, joven, que hace setenta años había aquí una laguna?- le dijo a un muchacho que pasaba a su lado con apuro.

El joven lo miró, sorprendido, y atinó a darle la hora […]

Miró para todos lados buscando alguna señal, algo que le indicara que esos recuerdos agolpados habían sido reales. Si descubriera un árbol, pensó, un charco, un pájaro que busque todavía esos rastros me creerían.

(Esa esquina, obra citada, pág. 19)

           

Desde el comienzo la propuesta contiene los elementos centrales de la narración: la memoria que conduce a un lugar que pugna por sobrevivir y termina prevaleciendo sobre el presente; la imposibilidad de compartir esa experiencia con los demás y la superposición del futuro y del pasado.  

Este último elemento va expandiéndose a lo largo de la narración a grado tal que será aquello que la  resuelva en la indefinición: en efecto, no sabemos qué sucedió, si es que algo sucedió, con el personaje.

Si bien el narrador declara que se trata de historias oídas, robadas, o tomadas prestadas a otros, son algo más que eso: constituyen la materia de un trabajo estilístico gobernado por una idea: el rescate de aquello que se aleja.

Queda la duda acerca de si el autor utiliza esos materiales para una obra gobernada por leyes puramente literarias o si es capaz de plasmar un resultado literario a partir de aquella experiencia que tomó como punto de partida.

Aquella mañana […] había visto alejarse a otra niña, mucho tiempo atrás. Casi en el mismo lugar, a orillas de la laguna, después de que él le dijera que le gustaba. Roja de vergüenza, la muchacha corrió por el borde sin detenerse ni mirar atrás, sin tropezar siquiera con los matorrales de colas de zorro y junco que crecían alrededor.

(Esa esquina, pág. 21)    

            En el final, como fragmentos, escenas del presente interrumpen el recuerdo, que sin embargo prevalece y cierra la historia. Salvo eso, ignoramos lo que en verdad sucedió con el personaje y ese es el efecto del cuento. El narrador nos induce a creer en un final que no deseamos aceptar y buscamos otras posibilidades que nos permitan rescatar al personaje:

El semáforo dejó de jugar con las luces y se apagó definitivamente. Desapareció bajo el agua.

El miraba recostado contra el muro. Los autos dejaron de pasar. Sentía crecer las plantas […]

Sintió que Diana lo llamaba. De lejos le decía que a ella también le gustaba.

(Esa esquina, pp. 22/23)

 

            Diálogos

            Hay varias funciones del diálogo: como modo de  plantear la acción (Un buen tipo), de desarrollar una situación insólita (Solo quedaron cenizas o Madres eran las de antes). De este modo, el diálogo aparece asociado a situaciones graciosas, inimaginables –como pedir rescate por las cenizas de un familiar- o curiosas pero posibles (Diálogo de sordos):

                        -Sí, soy yo el médico

                        -Hola doctor, habla la hermana de su paciente. De Elida, Elida Sánchez.

                        -Ah, sí, y ¿qué anda pasando?

                        -Está con un problemita. Tiene un dolor. En la barriga, creo.

                        -Sería mejor que ella me lo explicara. ¿Puedo hablar con ella?

-No, doctor, ¿no lo recuerda? Mi hermana es sorda (Usted puede hablar pero ella no lo va a escuchar) […]

-Y ella,  ¿qué señas le hace?

-La panza, se señala la panza. Arriba

-¿Arriba a la derecha?

-¿Derecha de quién?

-Suya

-¿Mía o de ella?

(Diálogo de sordos, ob. cit., pp. 67/68)

            Concisión, rapidez, efectividad, la maestría de su manejo lo hace el único instrumento posible.

Con un registro diferente, las anécdotas de la última parte nos indican que nada hay ajeno a la literatura.

El Chimenea y Pedro Salvadores

“Doña Conce, hace muchos años, me contó la historia de un familiar suyo que en España, fue ocultado por los habitantes del pueblo…para evitar que lo enviaran a la guerra. Creo que se trataba de la última guerra Carlista…en una de esas chimeneas enormes que había entonces en las casas” señala el autor en el epígrafe de esta extensa narración, que guarda estrecha semejanza con la de Pedro Salvadores, de Borges, en “Elogio de la sombra.”

A lo largo de las doce secciones en que se divide, el texto es una reflexión lírica acerca del absurdo de la guerra, y la propia condición del confinado:

Así hemos seguido viviendo, Así estamos unos fuera otros dentro de estas honduras que nos asustan. Así estoy yo, en este pozo que soy yo mismo, por fuera y por dentro, a la espera no sé de qué, tal vez de algo que salte o que vibre y nos señale que por allí puede estar la respuesta o la pregunta, porque es este asunto no sabemos siquiera la pregunta. Ahí sí que intuimos  que hay algo, algo que no tiene respuesta pero no sabemos siquiera a qué.

(El chimenea, ob. cit., pág. 108)

            Un punto de partida remoto es a la vez un universal capaz de expresar la fragilidad de una condición que nos indica que, de uno u otro modo, todos estamos encerrados por algo que sucede más allá de nuestro entendimiento pero que nos oprime fuertemente, como lo señala Borges: “Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender.” (Jorge Luís Borges, Pedro Salvadores, “Elogio de la Sombra”, 1969, Obras completas, Emecé, 1977, pág. 995)

   

Jorge Dietsch ha dicho que es un médico que escribe, definición que deberíamos reformular en un nuevo enunciado: es un escritor que es médico o un médico que es escritor, ya que en esa relación no es posible determinar cuál de los términos debe ir primero.

            Algo es cierto, una instancia se nutre de la otra y el amor a la profesión se manifiesta como amor a la literatura y, como en este libro, al rescate de aquello que merece ser materia de esa literatura.

 

Eduardo Balestena

 

 

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